16 de diciembre de 2010

En el 235º aniversario de Jean Austen

Hoy se cumplen 235 años desde que nació Jean Austen. Una escritora de cuyos libros decía Evelyn Waugh que eran perfectos para viajar en tren: mientras él se disponía a echar un sueñecito, dejaba la puerta del compartimento entre abierta con un libro de Jean Austen para que entrara aire fresco.

2 de diciembre de 2010

Pluja Constant, de Pau Miró

Pocas, muy pocas veces nos viene el teatro a visitar a este espacio. No será porque los destripadores no vayamos a este espectáculo que ya casi cuesta menos que una tarde de palomitas y cine y que, además, siempre promete cosas interesantes. O bien risas, o reflexiones o charlas nocturnas de regreso a casa. Por eso, porque vamos muchas veces, es importante hacer el esfuerzo de plasmar aquí trabajos teatrales tan bien hechos como “Pluja Constant”.

Esta obra está siendo representada en la sala La Villarroel de Barcelona, bajo la dirección de Pau Miró. El libreto es de Keith Huff y ha sido un éxito de taquilla en EE.UU. pasando a ser representada de Chicago a Los Ángeles o Broadway. Aquí nos llega sin cambios de ambientación o adaptaciones del libreto a la cultura local en tanto en cuanto la globalización del imaginario cultural americano nos hace comprensibles cualquiera de los elementos que se representan.

El género del thriller o de la novela negra al estilo americano no está muy plasmado en las tablas. No es habitual ver una obra de teatro sobre una historia de policías y que, a pesar de lo que se piensa sobre el arte teatral, represente la acción de una manera tan trepidante. En épocas del 3D y demás modernidades, poder disfrutar y encogerse en el asiento de impresión por una obra de teatro significa que alguien hace muy bien su trabajo.

Y más si se paran a pensar que sólo hay dos actores sobre el escenario. Joel Joan y Pere Ponce, dos conocidos de las cámaras de televisión, se plantan en la piel de los policías Danny y Joey, un italoamericano y un irlandés –los irlandeses no dejan nunca de ser irlandeses para pasar a ser americanos. Entre ellos dos nos cuentan la clásica historia de policías de barrios bajos de una ciudad norteamericana en decadencia, durante la década de los 70. Una historia de Starsky & Hutch.

Joey y Danny son dos niños hijos de inmigrantes que han crecido en los barrios pobres de Chicago. Allí traban una amistad que continúa hasta el momento en que nos presentan a los dos personajes, adultos, siendo compañeros en el cuerpo de policía de la ciudad. Joey –Pere Ponce-, irlandés, no tiene familia. Vive agarrado a la botella, desilusionado porque siempre le deniegan el ascenso a detective y a la sombra física de su compañero. Danny –Joel Joan- tiene mujer y dos hijos, una casa grande en donde ver la televisión con su familia, una manera poco ortodoxa de ejercer su profesión y el único problema de buscar una salida para la vida de su amigo Joey. A partir de aquí iremos entrando en una historia en donde se mezclan infidelidades, prostitución, drogas y un tiro perdido.

En la versión americana los actores que representaron la obra fueron Daniel Craig –Joey o Pere Ponce- y Hugh Jackman –Danny o Joel Joan. No sé hasta qué punto estos actores eran capaces de hacer sobre el escenario todo aquello que los dos actores catalanes hicieron durante la representación de anoche. La obra está contada a base de monólogos o pequeños diálogos entre los dos personajes. Ellos solos son capaces de contar la historia, de hacer que te imagines a todos los personajes, que, a pesar de que estés sentado en una silla escuchando cómo te cuentan una historia en pasado, saltes inquieto y te estremezcas ante las situaciones de tensión que nos representan.

Joel Joan, un actor que despierta tantas simpatías como odios, está estupendo. Siendo él mismo, es capaz de hacerte sentir el dolor a través del retorcimiento de su cuerpo, de comprobar cómo la podredumbre se va abriendo paso a través de su cuerpo. Pere Ponce está al mismo nivel o más que él. Dos actores complementarios que interpretan papeles distintos y que evolucionan durante la representación. Incluso, en un momento dado, son capaces de interpretar a dos voces una rock que deja en el peor lugar a muchos de los mal llamados artistas de la canción.

Más allá de la historia y de las excelentes representaciones de Ponce y Joan, la obra deja ese regusto amargo que llega tras la derrota. Una derrota que llega cuando el círculo de la vida se convierte en espiral descendente y el personaje se ve incapaz de ponerle freno a su caída. Algo que da tanto miedo porque todos estamos siempre muy cerca de ese abismo que nos refleja la historia. Lo que ocurre es que siempre encontramos escalones a los que agarrarnos en mitad de la caída, escalones que se pueden llamar familia, ahorros o seguridad social. Pluja Constant es la historia de dos manos que se agarran a varios escalones durante una caída, y la historia de cómo, uno a uno, con deferente carencia, éstos se rompen dejando al vacío como único testigo de la tragedia.

1 de diciembre de 2010

Harry, revisado, de Mark Sarvas

Antes de cruzar el Atlántico, las personas que me lo enviaron debieron pensar que con dicho título, el libro tendría algo que ver conmigo. Tras cinco años escribiendo bajo el mismo pseudónimo, aquellos que me han leído, o incluso quienes me conocen, me identifican más bajo el nombre de Harry, que por el mío propio o por el diminutivo. Sin duda, aquellos que me lo enviaron y según lo que me indicaban en la dedicatoria, pensaron en mí cuando lo vieron en la estantería de la librería. Un Harry, revisado, no puede hablar sino de una persona que se revisa continuamente, como tengo por costumbre hacer en mi blog personal. Con mis antecedentes y la casualidad del título del libro, supongo que fue el acicate que a mis queridos amigos les bastó para comprármelo y enviármelo a Nicaragua.

Ni que decir tiene, que tengo la mala costumbre de leerme los libros de una sentada. En este caso fueron dos días, porque no sé qué pasó, que tuve que dejar de leer, me fui a la cama y tuve que dejarlo para el día siguiente. A pesar de mis voracidad lectora, el libro se deja leer bastante bien e incluso podría afirmar que me lo hubiera leído en una tarde, si no fuera, como dije antes, porque tuve que dejar de leer.

Antes de empezar a leerlo, me tomé un rato para averiguar quien lo había escrito. Al parecer, su autor, Mark Sarvas es un bloggero muy famoso en los EEUU, y esta es su primera novela. Supongo que es el sueño de algunos bloggeros, el ver publicado en papel lo que uno escribe. Digo supongo, porque a veces he pensado escribir algo para que me lo publiquen, pero soy demasiado vago e inconstante para terminar un proyecto semejante, toda vez que voy de una idea a otra, tengo dificultades con los párrafos y cierta tendencia a repetirme. Parece que Marc Savas lo ha conseguido y se puso a escribir, supongo también que animado por el éxito de su blog, las suculentas ofertas de las editoriales ávidas de nuevos talentos v. 2.0 y algún que otro piropo de alguna groupie de los blogs. Para ser su primer intento, no le ha ido mal, pues ha sido traducido a varios idiomas y ha tenido buenas ventas. El caso es que se lee bien, es entretenido y tiene algo de humor negro.

Sobre la trama, decir que se trata de un tipo, de nombre Harry, que horas después del fallecimiento de su esposa, se pone a coquetear con una camarera. Harry, que quiere ligársela, sabe que siendo él mismo, no va a conseguir nada de nada, y se reinventa a sí mismo, siguiendo el modelo del Conde de Montecristo. Durante el transcurso de la novela, Harry va repasando la tormentosa relación con su esposa y definiendo la estrategia para conquistar a la camarera, lo cual le lleva a situaciones absurdas y rocambolescas. La vida anterior de Harry, basada en las mentiras que continuamente marcaron su relación conyugal, dará paso a una nueva vida que irá definiendo a través de su revisión y transformación en una nueva persona.

Puedo decir que en algunos momentos me identifiqué con el personaje y en otros momentos lo detesté profundamente por lo patético y mezquino que es. No obstante, si algo tiene de bueno Harry es que no se da por vencido y trata de cambiar todo aquello que le ha hecho infeliz en su anterior existencia.

Quien tenga curiosidad por saber qué le pasó a Harry y por qué está revisado, que se lo lea. Aquí siempre animamos a la lectura, aunque no nos haya gustado el libro, y en esta ocasión, sí que lo ha hecho. De nuevo, agradecer a mis queridos amigos el hacerme llegar este libro, que he disfrutado, a pesar de habérmelo leído de una sentada.

21 de noviembre de 2010

Jernigan, de David Gates

Escoger un libro por su contraportada. Todo el mundo sabe que esa técnica tiene un riesgo muy alto. Pero, a la hora de la verdad, todos lo hacemos. Es más, los hay incluso que eligen un libro por la portada adecuada. ¡Malditos editores con gusto! En este juego, los de Libros del Asteroide se llevan la palma. Portadas como la de Calle de la Estación, 120 hacen que te lances irremediablemente a su lectura. Además, cuando la historia acompaña, como en dicho libro de Leo Malet, todo parece perfecto.

Sin embargo, sea como sea, a veces no se acierta. O al menos no del todo. Eso pasa con Jernigan de David Gates. Este norteamericano de 67 años logró publicar a los 44 su primera novela y llegar con ella a ser finalista del Premio Pulitzer en 1991. La novela triunfó como un libro de personajes y de perdedores, dos cosas que están especialmente valoradas en la literatura norteamericana contemporánea. La manera de contar la historia de David Gates es adictiva, entretenida y de trazo ágil. Sin embargo, la historia no aguanta las expectativas que sobre él crearon.

Jernigan es el nombre del protagonista de esta historia de autodestrucción. Proveniente de un ámbito social y cultural elevado, tiene una relación especial con el alcohol que domina por completo su estado vital, así como dominó el de su esposa. Con el recuerdo de la tragedia familiar vivida por él y por su hijo, Jernigan se lanza a tratar de recuperar su vida de la única manera que sabe: no haciendo nada y esperando que todo se resuelva solo. Su inapetencia por su vida y su despreocupación por la de su hijo adolescente, Danny, y todo lo que rodea a éste parece que milagrosamente le está siendo recompensada al verse, de repente, reconvertido en un nuevo cabeza de familia. Sin embargo, Jernigan es alguien capaz de destruirse muchas veces seguidas y a un ritmo aún mayor del esperado.

Como se podrá observar, Jernigan es el arquetipo del personaje moderno de la literatura norteamericana de hoy día. Algo que funciona comercialmente muchas veces pero que literariamente es mucho más complejo. Sólo es un borracho, pero con un nivel cultural muy elevado que permite al autor demostrar cuantísimo nivel cultural tiene a través de la inclusión en el relato de diversas referencias a la cultura pop o literaria. Jernigan, el personaje, es sencillamente el medio que David Gates ha utilizado para poder pavonearse de toda aquella cultura que está en los márgenes de la masificación y que a él le encanta o simplemente le hace gracia. Y por lo que parece, funciona hasta el punto de que la editorial le ha abierto un My Space propio a la novela. Todas las críticas del libro son muy buenas, pero en realidad le cuesta pasar del aprobado.

Por lo demás, Jernigan es un borracho que, como tal, no es lo suficientemente cuerdo como para entender y afrontar que sus compañeros de relato –su hijo Danniel, su nueva pareja y la hija de ésta- tienen más problemas que él. Es un tipo –perdedor por naturaleza- que puede caer simpático al comienzo, pero que no aguanta el relato largo, convirtiéndose en un tedioso insoportable.

Como decimos, es un libro divertido que está bien contado, de una manera divertida, que provoca una adicción a su lectura lo suficientemente grande como para pelearle al sueño unos minutos más cada noche.

25 de octubre de 2010

Seis sospechosos, de Vikas Swarup

Salir del trance del primer éxito es una prueba que no todo el mundo sabe soportar. Cuando tenía apenas 11 años saqué un 10 en matemáticas, una disciplina que tradicionalmente, si es que se puede hablar de tradiciones cuando uno tiene sólo 11 años, no había sido la mía. Quizás porque de repente le encontré la lógica, quizás porque alguien me lo supo explicar bien o porque los astros se alinearon de forma especial. Fuera lo que fuera, el 10 en matemáticas, el primero, causó una presión insoportable ante el siguiente examen. Que la siguiente nota fuera un 8 supuso un golpe duro. La nota era buena, mejor que la media de los anteriores exámenes, pero la caída del cajón de la perfección hizo que me supiera a polvo. En cualquier caso, la presión de mantenerse en la excelencia había caído y con esa libertad me pude dedicar a estudiar como siempre y olvidarme de los astros.

Así pues puedo comprender lo que ha tenido que ser la escritura de Seis sospechosos para Vikas Swarup. Este diplomático indio no tiene por profesión la novela. Es más una afición, muy compartida históricamente por los miembros de la carrera diplomática, que terminó por granjearle un éxito y notoriedad mundiales. Con su primera novela Slumdog Millonare o ¿Quién quiere ser millonario?, recibió todo tipo de elogios. El éxito de la película basada en la novela hizo que se multiplicaran sus ventas. Y ante ese 10, Swarup continuó escribiendo.

Seis sospechosos es su segunda novela y tiene como protagonista, otra vez, a la India actual. Sí, los protagonistas son seis, como indica el título, pero Swarup ha querido enseñarnos todos los rincones de la India a través de ellos. Esta última frase, que podría ser el eslogan de cualquier documental de viajes de cierto atractivo, se convierte en la peor losa que le podrían poner a esta novela. Swarup se empeña en llevarnos a lugares y situaciones que fuerzan la historia de los seis sospechosos de manera poco natural. Uno tiene la sensación, mientras está leyendo, de que hay páginas y páginas en donde nos ha hecho perder el tiempo sólo para contarnos lo anecdótico. Como en un relato de cualquier iluminado solidario que al quedarse en paro decide irse a la India a encontrarse a sí mismo y te vuelve diciendo “son pobres pero tan buena gente”, Swarup se encarga de mostrarte que los pobres, muchas veces, no son imbéciles y que la pobreza, muchas veces, tiene varias caras. Poco interesante por manido y arquetípico, ya lo aviso.

Pero si queremos hacer una valoración total de Seis sospechosos estaremos obligados a ver más allá de estas torpezas propias de un escritor que, a pesar de la edad y a pesar del éxito de público inicial, está comenzando en esto de la novela. La historia que cuenta es una buena historia policíaca. Un hombre, rico, poderoso y corrupto, ha sido asesinado en su casa durante la celebración de una fiesta y la policía india ha detenido a seis personas que estaban presentes en la misma y que llevaban un arma. A partir de aquí, Swarup nos cuenta las historias de esos seis sospechosos de forma original y atractiva.

Por un lado contamos con un ladrón de móviles de los barrios pobres de la ciudad. Su relato está presentado en tiempo presente y en primera persona, como si estuviéramos dentro de su cabeza. El segundo sospechoso es el padre del asesinado. Este personaje es Ministro de Interior de un Estado indio, político corrupto y asesino por cuenta propia. Su relato está narrado a través de las conversaciones telefónicas que mantiene con diversos secuaces, jefes y demás personajes de la política y del Hampa indio. Y ya tenemos dos.

El personaje femenino de la trama es una de las estrellas de Bollywood, de quien sabremos a través de su diario. Como contrapunto, tenemos a un indígena de una pequeña isla del Índico, recién llegado al continente y absolutamente fascinado y deslumbrado por la civilización, cuya historia está narrada de manera clásica y correcta. Ya van cuatro.

Los dos últimos puestos de sospechosos se los reparten un americano que representa lo más profundo de Estados Unidos, tejano y paleto, que por una serie de casualidades llega a la India presto a comenzar una vida nueva –y cuyas expresiones campestres te harán llorar de risa- y un viejo secretario del ministerio indio, vicioso y perverso al que, por una serie de casualidades, se le ha introducido el espíritu de Ghandi ocasionándole problemas de personalidad.

Además, la novela está repartida en varios bloques de capítulos que la hacen emocionante. Por un lado están los capítulos de “Presentación” –que vendrían a ser los del tradicional “Planteamiento”. Luego se explican los “Móviles” de cada uno de los sospechosos, uno por uno –el “Nudo”. Y finalmente, el “Desenlace”, a través del cual se juegan con giros y contragiros y recontragiros poco esperados hasta el definitivo final.

A pesar de la dilapidante crítica de la novela que se ha hecho al comienzo de esta entrada, el libro de Swarup es recomendable, en especial para quienes gusten de novelas policiacas al uso. Si decepciona un poco es, sencillamente, porque sabemos positivamente que de haber cuidado un poco mejor detalles del relato que son absolutamente innecesarios, el regusto final de su lectura habría sido bien diferente. Tal y como está, uno termina la lectura pensando que en ocasiones ha tenido que hacer un esfuerzo excesivo para los premios que te ofrece al final. Pero, sea como sea, se disfruta y, al acabar la lectura de cada uno de los móviles, el juego de pensar cómo y quién ha podido asesinar al muerto se hace realmente divertido –que es lo mínimo que se le puede pedir a una novela policiaca.

Quizás no sea un libro para obtener un 10, como obtuvo en ventas y aceptación su primera novela, pero Seis sospechosos es un libro de entre 6 y 7, justo por encima de la media de otros que fueron escritos por profesionales de la literatura. Lo que no está mal para un diplomático.

20 de octubre de 2010

La piel fría, de Albert Sánchez Piñol

Existen libros a los que resulta complicado acercarse precisamente por todos los elogios que se han escuchado sobre ellos. “El corazón de las tinieblas catalán”, le llamaban. Un libro de aventuras capaz de soslayar la moral puritana y complaciente de la mentalidad occidental de comienzos del siglo XXI. Y cosas por el estilo. Pero, además, los susurros sobre libros que a todos nos llegan decían que La piel fría, de Albert Sánchez Piñol, era un relato emocionante, terrorífico e impactante que te dejaba pegado a la silla desde el primer momento. Demasiados elogios para atreverse con él así como así. Demasiadas decepciones anteriores como para soportar una nueva. Y así, acumulando miedo sobre la decepción, el ejemplar de La piel fría se fue haciendo más y más pequeño dentro de la estantería. Fue perdiendo peso rápidamente a favor de otras lecturas que prometían menos y de las que, por tanto, su decepción iba a ser menor.

Pero como siempre en esta vida, al final uno termina por decidirse, dejar de mirar a aquella morena que se sienta en la cuarta fila de clase de Etnología Regional -por ejemplo- y acercarse a decirle al oído lo que durante meses llevas pensando que le dirías de tener el valor suficiente. Puede que te suelte el bofetón. Puede que no te haga caso. O puede, incluso, que te cuente un relato emocionante, una fábula moral y psicológica que te tenga varias semanas después aún pensando en ella. Sánchez Piñol es esa morena.

La piel fría, premio Ojo crítico de RNE, comienza con un oficial atmosférico llegando en barco a una remota isla del Atlántico Sur. La isla, en forma de L y de apenas unos kilómetros cuadrados, no está habitada y sólo cuenta con dos construcciones: un faro construido en una de las puntas y una casa habilitada para el técnico, en la otra. El técnico ha llegado para pasar un año entero de trabajo en solitario midiendo la intensidad y dirección del viento en una época en la que no existen ni ordenadores ni teléfonos. Es un trabajo para alguien que huye de algo y que no tiene miedo de sí mismo.

Sin embargo los acontecimientos se precipitan. El técnico deberá compartir la isla con un habitante del faro, huraño y poco dado al diálogo. Y además también deberá sobrevivir a ellos.

Este ellos constituye el verdadero tema de la novela. Son muchos, más de los que jamás nadie hubiera podido imaginar, y tienen motivos inexplicables. Bárbaros y salvajes unas veces, lógicos cartesianos otras, no dejan de insistir en sus empeños contra estos dos habitantes extraños de la isla. No conceden un solo descanso a la mente del técnico, quien intenta interpretar la realidad con todos los principios que le entraron en el baúl de equipaje.

Sánchez Piñol es antropólogo y conocedor de la realidad africana a través del Centre d’Estudis Africans de Barcelona. Las simetrías entre la conquista de la isla por estos dos personajes y la colonización de África o los discursos del encuentro colonial y el barbarismo son evidentes. Existen muchos puntos de reflexión sobre la interpretación del otro –o en este caso del ellos- a través de puntos de vista europeos. Es por este motivo por lo que se compara la novela con la genial obra de Conrad. El técnico atmosférico sería el equivalente al personaje de Conrad llamado Marlow, mientras que en el arisco farero se pueden encontrar rasgos de un Kurtz alejado hace tanto de la civilización que es incapaz de volver a pensar como ella.

Evidentemente la obra de Sánchez Piñol ni es una copia de la de Conrad ni tiene la envergadura de ésta. Sin embargo, a la disquisición moral y de encuentro que le son comunes a las dos, La piel fría añade un componente humano de deseo, miedo y venganza. Esta fábula nos pone en el pellejo del técnico atmosférico y nos hace comprender los giros, al comienzo tan absolutamente impensables y sorprendentes, que su mente termina dando, enseñándonos cómo el deseo es el arma más potente que existe, el que abre guerras, continua luchas y no concede ningún respiro a la mente.

Al terminar la lectura, una lectura que ya aviso es difícil abandonar, las imágenes de terror, ternura y las discusiones morales que nos ha proporcionado el libro son difíciles de olvidar. Resulta complicado hablar más de este emocionante relato sin descifrar nada más de la emocionante trama, por eso tan sólo añadiremos que nunca volveremos a mirar con los mismos ojos una gatera [glups]. Que la disfruten.

21 de septiembre de 2010

José Antonio Labordeta, 1935-2010


El pasado domingo 19 de Septiembre fallecía José Antonio Labordeta, cantautor, periodista, escritor y reputado político. Fue un aragonés capaz de pensar el tradicionalismo desde una postura de izquierdas. Fue un periodista capaz de agarrarse a la España rural antes de que existiera todo eso que llaman turismo rural. Fue alguien con dignidad, luchador que se negó a perder porque ya perteneciera al bando perdedor. DEP.




24 de agosto de 2010

Todo está iluminado, de Jonathan Safran Foer

De vez en cuando, y a trompicones, la literatura va cambiando. Muchas de esas veces, los nuevos autores que proponen formas diferentes de expresión literaria o novedosas maneras de estructura narrativa son incomprendidos y vilipendiados por sus coetáneos para, en el momento de triunfar, ser adulados por las mismas bocas. Eso no pasará con Jonathan Safran Foer.

Cuando escribió Todo está iluminado en 2002 apenas contaba con 25 años y le sobrevino el éxito de crítica –premios National Jewish Book Award y Guardian First Book Award- y público. Algo inusual para un libro en donde la manera de contar la historia no es tradicional, aunque sí que se rige por el continuo planteamiento-nudo-desenlace. Más tarde, en 2005, se rodó una película, que ya veremos si veremos. De manera que contamos con un joven prodigio de la literatura, estadounidense de origen judío –como si eso resumiera su única historia- y cuyo primer libro se extiende rápidamente por las estanterías de toda librería que se precie.

Todo está iluminado trata la persistente historia de la represión nazi del pueblo judío. Meterse con un tema tan manido tiene de malo que hay que saber enfocarlo para aportar algo verdaderamente diferente. Pero también tiene de bueno que el autor no necesita ser capaz de montar la escena perfectamente para que el lector sienta el terror, la desesperación o la esperanza en cualquier momento. Miles de películas y libros nos han tatuado a fuego los estereotipos de esta clase de historia y las imágenes de los buenos, los malos y los que pasaban por ahí.

Esta historia es una historia de buenos. Safran Foer nos lleva al corazón de Ucrania, se utiliza a sí mismo como uno de los personajes principales del libro y se sitúa como provocador de toda la historia que se irá desencadenando. Nieto de judíos que huyeron del nazismo llegando a Estados Unidos en uno de los convoyes de salvación, Safran Foer decide investigar la vida de su abuelo en Ucrania, los días en que se salvó de la persecución nazi y que nunca le pudo contar, pues murió cuando apenas había pisado suelo americano. Su abuela, que cuando perdió a su marido ya estaba embarazada de su madre, no ha hablado jamás de la historia del abuelo, y eso le provoca la curiosidad por encontrar a una persona, Agustine, una mujer de la que sólo tiene una fotografía de hace 50 años y un dato: fue quien salvó a su abuelo.

En Ucrania, Jonathan se encontrará con los otros dos personajes que dominan el libro. Como no sabe moverse por este país, contrata los servicios de una agencia de viajes que se encarga de buscar las pistas del pasado judío y ayudar a las personas a reconstruir su historia familiar. Como buen negocio del Este improvisado, todo es un desastre y, lejos de encontrar a los profesionales que cabría esperar, Jonathan se topa con Alex, un universitario ucraniano que habla inglés de una particular manera, y su abuelo Alex, un viejo malhumorado ucraniano, que dice que está ciego pero que hace las veces de conductor.

Esta será la historia principal, la de la búsqueda por parte de este trío de Agustine. En apenas un par de noches, el grupo de tres andará buscando sus pasos con la única pista que han podido encontrar: el nombre del shtetl en el que nació su padre es Trachimbrod.

Intercalada con esta historia, encontramos la del propio pueblo de Trachimbrod o, más concretamente, la de la comunidad judía del pueblo. Nos situarán en pleno siglo XVIII, pero no será una historia al uso. La manera de contárnosla, llena de personajes hilarantes y de curiosísimas situaciones que van modificando los usos y costumbres de la gente que allí vive vuelven loco al lector y, en ocasiones, le harán partirse de risa. Hombres que, por mucho que o intentan, no pueden perder cierta nota en la que está escrito su recuerdo más doloroso. Congregaciones judías separadas y escindidas por un simple problema de planos verticales y horizontales en donde creen que han de rezar. En definitiva, historias con interés y que merecen ser leídas y que avanzan irremediablemente hasta los tiempos del abuelo de Jonathan.

El entrecruzamiento de estas dos historias irá desgajando momentos de humor, como decimos, al tiempo que se entrevén las diferentes tragedias que Safran Foer nos quiere relatar. Es un juego un tanto elaborado que, en ocasiones, provoca el aburrimiento en el lector pero que no permite que éste pierda un ápice de interés por la historia.

Pero, como venimos señalando, el libro no se queda sólo en sus historias. La forma de contarnos éstas es una de las cosas que en ocasiones despista y en ocasiones asombra. La búsqueda de Trachimbrod está contada a través de las cartas que Alex, el nieto, escribe a Jonathan meses después de que haya ocurrido todo y de un relato de dichos acontecimientos que Alex está escribiendo. El inglés de Alex –y en la traducción que yo leí, el castellano- es particularmente extraño, utilizando palabras que no corresponden pero que, sin embargo, hacen que el lector sea capaz de entender lo que quiere decir. Este juego es muy divertido y hace de Alex un tipo con más interés del que cabría esperar.

Por el contrario, la historia de Trachimbrod está contada a través de un relato que el propio Jonathan –el personaje de la novela- comparte con Alex. Éste goza de una escritura más formal y habitual en cualquier relato aunque, cada cierto tiempo, la forma de narrar gira por unos derroteros que el lector no comprende y que denotan cierta pretensión por escribir diferente sólo por el mero hecho de hacerlo. Poco justificable, en definitiva.

Sin embargo, y a pesar del sabor agridulce que el libro nos deja –por su estructura y por su historia- , merece la pena que se le eche un vistazo y se le recomiende, como hacemos aquí. Dicen por ahí que su segundo libro Tan fuerte, tan cerca, aún teniendo todo este tipo de estructuras narrativas poco habituales, se hace mucho más intenso y conmueve más al lector. No nos cabe duda de que el segundo será mejor que el primero, y el tercero que el segundo, y así sucesivamente, pues Jonathan Safran Foer, al acabar la lectura de su libro, se muestra como un escritor interesante al que seguir hacia donde nos quiera llevar. Alguien con historias que contar y capacidad para hacerlo de manera interesante e inteligente.

13 de mayo de 2010

Antonio Ozores, 1928-2010

Ayer, 12 de Mayo de 2010, falleció otro de los grandes actores del cine español. De familia de actores, directores y autores teatrales, Antonio Ozores completó una carrera de luces y sombras que, sin duda, fue reflejo de la historia del cine y de la sociedad española. Sin embargo, ante todo se impuso su facultad cómica y la capacidad para hacer humor absurdo tan propia de él y de uno de sus inseparables amigos: Tip.

Le echaremos de menos, aunque siempre nos quedarán sus entrevistas y sus grandes momentos cinematográficos que calaron en el habla popular. ¿Quién no ha dicho alguna vez: ¡No hija no!?





12 de marzo de 2010

Miguel Delibes, 1920-2010


Fallece Miguel Delibes Setién, autor de Cinco horas con Mario, El camino, Las ratas o Los santos inocentes.

Varios años después de que hubiera fallecido el escritor, murió el hombre.

1 de marzo de 2010

Ubik, de Philip K. Dick

Ya que estamos, pues nos pondremos a escribir del último libro que leí. Se trata de Ubik, una de las mejores novelas de ese autor que ustedes reconocerán por grandes obras de la ciencia ficción como "El hombre en el castillo" o "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" que sirvió como base de ese pestiño de película (lo reconozco, nunca fui capaz de verla sin dormirme) llamada Bladerunner, entre otras. En esta ocasión, el bueno de K. Dick nos perturba con una aventura más allá de la muerte. Y digo nos perturba, porque mientras se lee uno no sabe dónde nos quiere llevar este señor, porque cada capítulo comienza con un anuncio comercial de un producto maravilloso que no sabremos qué es hasta las páginas finales y porque a base de perturbar, nos convertimos en perturbados, si es que antes no lo estábamos.

Sin ánimo de hacer spoiler y como seguro que más de uno tendrá ganas de echarle una ojeada no haré mención a su argumento, pero sí quizás una reflexión acerca de por qué libros como el que estoy comentando hacen que nos olvidemos por un momento de lo que vivimos y hagamos echar la mirada un poco más allá de lo que tenemos enfrente. Probablemente alguien me dirá que para eso es la literatura, y no le faltará razón. Mis queridos convecinos de blog, ávidos lectores y muchísimo más informados que un servidor les podrán hablar maravillas de ese autor africano, serbo-croata, o tal o cual autor clásico y de lo que con sus obras les habrán inspirado. Nunca les faltará razón. Tal o cual libro te puede llevar a vivenciar (si existe tal palabra) experiencias humanas basadas en la realidad. Mucho más complicado, a mi juicio y sin desmerecer al resto de la literatura universal (válgame Odín), es crear universos a partir de premisas que ni tan siquiera pueden ser reproducidas a escala técnica en el momento en el que vivimos. Aquí es donde haré apología de la Ciencia Ficción y esa será la base de mi argumento. Crear unas máquinas que mantengan la vida en suspensión, con la capacidad de poder comunicarse con los individuos que supuestamente han muerto (spoiler), más allá de las Ouijas u otros artefactos que se pueden fabricar en la propia casa de uno, me parece no ya una encomiable osadía, sino un ejercicio de imaginación lo suficientemente importante como para ser tenido en cuenta por aquellos que consideran a la Ciencia Ficción como un género menor o poco serio. Quizás sea porque me gusta mucho el género y en los últimos años he leido bastante de él, pero creo que es el género con el que más me identifico. Que los demás me consideren un friki por leer ese tipo de literatura no es más que el reflejo de la ignorancia de los demás y la cultura mainstream que estigmatiza a las élites intelectuales, entre las que por supuesto no me encuentro ni quiero pertenecer.

11 de febrero de 2010

Matar a un ruiseñor, de Harper Lee

Existen novelas que, por haber sido llevadas al cine con basante éxito, desaparecen con el tiempo de las estanterías de obras imprescindibles. El mundo editorial las camufla como vetustas novelas de quisco y las termina arrinconando en aborrecibles ediciones de bolsillo con baratas portadas que hacen referencia a la película. Son productos pensados más para la nostalgia del cinéfilo que para el avezado lector. Así es como se abandonó Matar a un ruiseñor, de Harper Lee.

La novela, ganadora del Pullitzer en 1961, es la única obra de su autora. Haper Lee pertenecía al círculo de Truman Capote y, en parte, éste tuvo que ver con el desarrollo de la novela. Pero de eso hablaremos más adelante. Lee, como otros grandes escritores, optó por desaparecer de la vida pública tras el éxito de Matar a un ruiseñor. Sin entrevistas ni nuevos textos de ella, la obra se ha convertido en un clásico de lectura obligada en Estados Unidos. Magistralmente llevada al cine por Robert Mulligan –con Oscar para Gregory Peck como protagonista-, la fuerza del medio cinematográfico ha hecho que se le reconozca al director la valentía por plantear los temas de la película en un momento como el que vivía los Estados Unidos en la década de los 60, olvidándose de la propia autora. En parte, es una novela fagocitada injustamente por la película. Porque si es cierto que en el cine la historia está extraordinariamente llevada, tampoco nos faltará razón si decimos que el libro es uno de los más impresionantes que hemos leído.

Lee cuenta la historia de Atticus Finch, abogado de la ciudad sureña de Maycomb. Hombre de bien, correcto con todos sus vecinos e de inquebrantables principios morales, Atticus es consciente de la época y el lugar que le ha tocado vivir –la gran depresión-, pero no por ello está dispuesto a renunciar a lo que considera correcto. Tiene dos hijos, el mayor es Jem, y la pequeña se llama Jean Louise, pero todos le dicen Scout. Ella es el alter ego de Harper Lee y quien nos cuenta la historia de su infancia y el caso más importante que llevó su padre durante aquellos años.

A través de estos personajes, y de la sirvienta de color llamada Calpurnia que hace las veces de madre para los dos pequeños, Lee nos desmenuza los conflictos vecinales de una población donde no todo el mundo podía encontrar un trabajo. Atticus se muestra comprensivo con todo aquello que no alcanzan a entender los dos pequeños y muestra su saber estar y consideración para con todos sin renunciar por ello a su firmeza. Es un personaje que, visto a los ojos de Scout, se nos aparece como interesante y esperanzador. Siempre que nos parece reconocerle en algún arquetipo, Atticus termina por mostrarnos un nuevo perfil aún más enigmático que antes y su presencia llena la novela incluso cuando está ausente.

El libro nos cuenta las peripecias de los dos niños, junto con su amigo de los veranos, el intrigante Dill, sobrino de una de las vecinas y personaje que está inspirado en Truman Capote. Esta parte de la novela, que podría parecer insustancial, es realmente dulce y se disfruta por todas partes. Los viejos fantasmas que nuestra infancia nos ha dejado a todos, son recordados y traídos a colación en cada una de las páginas de Scout. Las distintas travesuras de este trío de chavales pasan más allá de la novela de aventuras para dejarnos un mapa claro de los conflictos sociales, económicos y políticos que se respiraban en cualquier pueblo o ciudad durante la gran depresión.

Y así llegamos al punto central de la novela. Dentro de su trabajo de abogado, Atticus se encontrará ante la oportunidad de defender a un hombre de color, un negro al que un hombre blanco de condición baja acusa de haber violado y golpeado a su hija mayor. Harper Lee es capaz de reflejar la tensión social que termina por revestir el pueblo en la cara de todos los personajes. El racismo latente de una sociedad, que aún no había sabido ver a los hijos de los antiguos esclavos como hombres libres e iguales a ellos, marca las relaciones de todo el vecindario y modifica las percepciones de Scout y de su hermano.

El desarrollo de esta trama, ya tan manida por películas de serie B o producciones millonarias, sigue sorprendiéndonos al ritmo que Lee nos va desmenuzando la historia. Por mucho que uno crea que “esto ya lo he visto”, la novela nos sigue sorprendiendo hasta llevarnos a situaciones, como la del juicio, de verdadera crudeza y de una gran tensión.

Un libro que merece mejor trato por parte de las editoriales españolas, una película que merece ser vista aunque sólo tras haber leído el libro. Su paso a la gran pantalla –guión que mereció otro Oscar- no le resta protagonismo a un texto por el que no pasan los años. La película, y el genial Gregory Peck, no desmerecen la altura de la obra de Lee. Tampoco los niños, casting siempre difícil de realizar, aunque el personaje de Dill resulta repelente en la película y emocionante en el libro. Una gran manera de comenzar una nueva serie en Destripando Terrones, la de los Libros que fueron película.

9 de febrero de 2010

Jimmy el Nen, de Donald Westlake



LEY DE MURPHY:
«Si algo puede salir mal, saldrá mal.»

Jimmy The Kid cuenta la historia de un secuestro. El secuestro más bien planeado de la historia… y el peor ejecutado. Kelp ha estado en prisión por un delito menor, y en el aburrimiento de la celda ha visto la luz, el plan perfecto. Ha leído una novela de ladrones y policías. Concretamente, una de Richard Stark, que es uno de los pseudónimos utilizados por Westlake.

En El joven Heist, una novela (que nunca fue escrita) de Richard Stark, una pandilla de delicuentes secuestran a Bobby, un niño de 12 años, hijo de una familia rica. El secuestro sucede durante un viaje en coche, cuando el chófer está llevando al niño de vuelta a casa, y esconden al niño en una granja a las afueras de la ciudad. Exigen un suculento rescate, que el padre de Bobby lanza en una maleta desde un puente de la autopista, siguiendo instrucciones precisas entregadas de una manera anónima y segura consistente en un complicado sistema de llamadas cruzadas desde varias cabinas telefónicas y al teléfono portátil del coche durante el trayecto. Una vez conseguido el dinero, liberar al chaval en el centro de la ciudad a pleno día, desde un coche robado y con la seguridad de que el niño no reconocerá ninguna de las caras de los secuestradores, que han tenido siempre la precaución de esconderlas bajo unas máscaras de Mickey Mouse, especialmente pensadas para no asustar al niño. El plan es perfecto.

Dortmunder, el jefe de la banda de la novela de Westlake, no se parece nada a Parker, el jefe de la banda de la novela de Stark. Para empezar, no confía para nada en el plan: todas las actuaciones que ha hecho con Kelp han terminado en desastre, y no está dispuesto a continuar tentando a la suerte con un tío tan gafe. Pero Kelp está tan convencido de la infalibilidad del plan y es tan tenaz que finalmente consigue que Dortmunder acepte participar, sin ningún entusiasmo y además convencido de que la aventura acabará fatal. En lo que Kelp no se equivoca es en que si Dortmunder acepta, May Dortmunder, su mujer, y Murch y su madre taxista acabarán también por participar. May se tiene que ocupar del crío, Murch y su madre de conducir los coches, Kelp de encontrar la granja abandonada y la víctima, y Dortmunder de adaptar los detalles del plan a las circunstancias. El plan es perfecto.

Sin embargo, es en el momento de ejecutarlo que las cosas se empiezan a torcer. Los secuestradores siguen el plan a la perfección, pero ni Jimmy, ni su padre, ni el chófer, ni el FBI parecen haber leído el libro e insisten en salirse del guión, desbaratando todos los planes descritos en la novela, provocando situaciones divertidísimas frente a la perplejidad de Kelp y la resignación de Dortmunder. Westlake abusa un poco de la mala suerte de los personajes, antihéroes de pies a cabeza todos ellos, sometidos a una versión estricta de la Ley de Murphy y de todos sus corolarios, pero incluso esto resulta divertido en el contexto. Jimmy es un niño superdotado que va a sesiones con su psicoanalista y que detesta las cosas de críos, incluyendo, por ejemplo, las máscaras de Mickey Mouse. El padre de Jimmy es un analista de la bolsa, acostumbrado a negociar y regatear, que se toma el secuestro de manera muy tranquila y profesional. El responsable del FBI constata la enorme profesionalidad de los secuestradores, que no paran de dejar pistas falsas que confunden a los investigadores. Mientas tanto, Murch y su madre discuten sobre la mejor ruta a tomar para evitar los atascos, Kelp repasa los capítulos del libro, Jimmy trata de escapar y Dortmunder, presintiendo el desastre, maldice el momento en que volvió a dirigirle la palabra a Kelp.

El plan era perfecto. Pero… si alguna cosa puede salir mal, saldrá mal.

NOTA: Como una última broma de Murphy, no he encontrado ninguna versión en castellano de este libro. Creo que no existe traducción, así que si les ha gustado mucho la reseña tendrán que buscarlo en inglés o en catalán.

28 de enero de 2010

J. D. Salinger, 1919-2010

De sobra es conocida mi admiración por J.D. Salinger, uno de esos escritores que aún mal envejecido en muchos de sus textos, no esconde su talento a los años que se le puedan echar encima. No así la edad, que ha terminado por ganarle la partida en esa siniestra y compleja lucha que mantenía con la muerte y sus fantasmas.

Descansa en paz, por fin, un escritor.

Fragmento de “Teddy” [leer texto completo], dentro de la colección “Nueve cuentos”.

[…]

-Pero no es cierto que yo les dije cuándo se iban a morir. Es un rumor totalmente falso -dijo Teddy-. Podría haberlo hecho pero sabía que en el fondo no lo querían saber. Lo que quiero decir es que aunque enseñan religión y filosofía y cosas así, siguen teniendo bastante miedo de morir -Teddy, sentado, o reclinado, guardó silencio un minuto.- !Es tan tonto! -dijo-. Lo único que pasa es que cuando uno muere se escapa del cuerpo. Caramba, si todos lo hemos hecho miles y miles de veces. El hecho de que no se acuerden no significa que no haya ocurrido. Es tan tonto.

-Tal vez. Tal vez -dijo Nicholson-. Pero lo lógico sigue siendo que por mucha inteligencia que...

-Es tan tonto -dijo Teddy otra vez-. Por ejemplo, tengo una lección de natación dentro de cinco minutos. Podría bajar a la piscina y encontrarme con que no tiene agua. Podría ser el día en que cambian el agua, por ejemplo. Podría pasar, por ejemplo, que yo caminara hasta el borde, como para mirar el fondo, y que mi hermana viniera y me diera un empujón. Podría fracturarme el cráneo y morir instantáneamente -Teddy miró a Nicholson-. Podría ocurrir -dijo-. Mi hermana solo tiene seis años, y no hace muchas vidas que es ser humano, y no me quiere mucho. Podría pasar, desde luego. -Pero ¿qué tendría de trágico? ¿De qué podría tener miedo? Después de todo, yo no estaría haciendo más que lo que debo hacer, ¿verdad?

[…]
Hablamos de él en:

- “Hapworth 16, 1924

- “Nueve cuentos

No dejen de leer “El corazón de una historia quebrada”, traducido por Javier Marías.

4 de enero de 2010

Lo que queda del día, de James Ivory

Las que le gustan a Øttinger (LQLGAØ)

Todos aquellos que me conocen saben que esta es una de mis películas favoritas. No sólo por su enorme calidad cinematográfica, sino por la cantidad de grandes detalles que encierra. Y para un tipo como yo, que huye del romanticismo más ñoño (y pueril, no de puerco sino de niño de instituto) es de admirar lo magistralmente narrada que está la historia de amor callada entre los dos protagonistas. Impresionante. Pocas historias de amor pueden llegar a un clímax más alto que la escena en la que el ama de llaves trata de arrebatarle la novelilla de amor al mayordomo.

Podría parecer, para aquellos que ya han disfrutado de esta película, que el secreto de la misma está en las interpretaciones de Hopkins y Thompson. Sin embargo se equivocarían si juzgarán la flaqueza de un guión bien armado, una composición de escena excelente y una dirección brillante. Ivory, uno de los directores más relamidos y lentos del cine estadounidenses (aunque la mayoría le cree británico), venía de triunfar con “Regreso a Howards End”, un melodrama al más puro estilo inglés con la misma pareja protagonista y que le dio un buen número de premios y reconocimientos. La candidez de los planos abiertos, la búsqueda de las miradas y la progresividad en el establecimiento de las reglas de la sociedad para relacionarse se ven ampliamente superadas por la que hoy comentamos aquí.

Lo que queda del día” es una obra maestra cuyo argumento no es, aparentemente, más complejo que la narración de la dedicada vida de un mayordomo al servicio de un aristócrata inglés que coquetea con el nazismo en un Reino Unido que aún no tenía demasiado claro su posición en la Segunda Guerra Mundial. Pero no es esta una película de espías, por mucho que Ivory quiera dejar claro las ansias de buena parte de la aristocracia y nobleza británica por alcanzar un pacto de no agresión con la Alemania nazi. Y tampoco, pese a este aparente planteamiento, se trata de una película que trate de enseñarnos el funcionamiento de una casa de la época y el papel que desempeñaba el servicio, como más tarde haría de una manera más o menos interesante Altman con su “Gosford Park”. “Lo que queda del día” es un melodrama. Narra la historia de amor de un Hopkins, el Sr. Stevens (el mayordomo), tremendamente comedido y entregado a su obligación, el trabajo, la única pasión que ha encontrado en su vida, y que ve como su mundo se ve trastocado por la incorporación al servicio de la Sra. Kenton (Emma Thopmson). Una mujer que está deseando empezar a vivir y que desea que en su viaje le acompañe un Hopkins demasiado resguardado en su intimidad.

Nuevamente un pero. Pese a esta descripción del argumento, que lo configuran como una de amor, no van a ver una historia convencional. Aquí el amor se destila en silencios, miradas y gestos. Resulta tan elegante la narración, y tan acertado el trabajo de los actores, que las dos únicas veces en la que los protagonistas tienen contacto, no ya de un modo físico sino puramente carnal, es puramente conmovedor y sin una cama de por medio. Pero a eso iremos más adelante. Pues como aderezo a esta pasión silenciosa e interiorizada le acompaña un segundo drama, el de Lord Darlington (James Fox). Un perfecto complemento con elementos de política internacional, conspiraciones, la visita de un alto dirigente de la Alemania nazi en suelo inglés, un sobrino periodista entrometido intentando enterarse de la suerte que corre Europa, en suma, puro ritmo como contrapunto a la tranquilidad que emana un mayordomo que no se ve alterado más que por aquello que siente se le escapa.

La película cuenta con una estructura clásica que parte de la memoria de un Stevens que se empeña en rememorar los detalles de una época pasada, la que vivió junto a la Sra. Kenton, mientras acude a su encuentro. Una especie de repaso a los errores cometidos y en el que, fiel a su estilo, Ivory opta por unas descripciones detalladas en lo estético y contenidas en las formas interpretativas, tejiendo de esta manera los contrapuntos necesarios para hacer más comprensible a ratos, patético otros muchos, el personaje del mayordomo protagonista. Desde la propia actividad frenética de una casa (un personaje más de la trama) en la que el único que parece estar siempre quieto y en su sitio es él (significando esto que es el mayordomo el que más se mueve), el futuro que le aguarda en la figura de su padre, la envidia en la joven pareja resultante de su ayuda de cámara y una doncella o, de modo mucho más cruel, su antítesis en el amigo de la Sra. Kenton. Elementos que irán configurando a Stevens como un perfecto ejemplo de una clase de hombre, quizás una clase social en sí misma (la escena del interrogatorio por parte de un invitado resulta clarificadora), que ocupaba el lugar que el nacimiento le había dado (como una especie de casta) y que no aspira a más de lo que tiene. Sólo el amor puede alterar sus prioridades pero ni siquiera éste es tan fuerte como para provocar el despertar de esta clase de hombre que se refugia en su obligación como un reflejo del miedo que tiene a perder su propio privilegio, ser el señor de los sirvientes.

Magníficas las descripciones y momentos que contiene esta película. Como la escenificación de la dualidad poder en el mundo de los señores y de los sirvientes: sensacional la escena del comedor del servicio en la que el mayordomo se permite juzgar la moralidad de su comunidad y erigirse en una especie de juez, mientras que, posteriormente, y al ser interrogado sobre política por un presuntuoso invitado, se quedará en blanco, no por no tener una respuesta sino porque no le corresponde tenerla. Pero no vamos a insistir en muchas más excepto en las dos principales que corresponden a la historia principal.

Si esta película hubiese tenido dos actores protagonistas extraordinariamente atractivos este romance sería uno de los más recordados del cine. Sin embargo, gracias al buen tino del casting y el respeto por la novela de Kazuo Ishiguro, los dos actores seleccionados tenían, a priori, tan poca pinta de hacer una romántica (pese a venir ambos de una) que no sólo contribuye a dotar de credibilidad la película, sino que además deja (esto gracias al talento de los mismos) explotar dos interpretaciones memorables. Emma Thompson es difícil que esté mal en alguna. Una de mis actrices favoritas, siempre correcta y dedicada, logra en esta que les recomiendo, una de sus mejores interpretaciones en un papel lleno de corsés con los que roza constantemente sin llegar a despenderse de ellos. Pero sin duda, sin ninguna duda, Hopkins está inconmensurable. No se puede realizar una interpretación mejor que esta. El poco espacio que le deja un personaje tan rígido como Stevens, en el que los gestos son limitadísimos incluso en sus pequeños tics, es suplido con maestría a través de su mirada. Unos ojos que lo dicen todo. Insisto, difícil encontrar una interpretación mejor que esta.

Y es que “Lo que queda del día” se hace grande gracias a las interpretaciones de sus dos protagonistas y a la perfecta disposición de cada una de sus escenas. Decíamos al principio que las dos escenas carnales, en las que no hay cama, resultan tan conmovedoras que entran dentro de la clasificación de “Gran Cine”. Sin duda, la más recordada es el encuentro entre el mayordomo y el ama de llaves, cuando ella trata de arrebatarle el libro que él lee mientras Hopkins recorre con su mirada el alma de su amada y siente, a través de ese mínimo contacto, como ella rompe su barrera y le invade en su intimidad para siempre (les aseguro que la escena no es tan ñoña como esta descripción). Y la segunda gran escena de este tipo es… mejor la ven y la disfrutan. No vamos a destripar el final de esta relación. Pero no pierdan detalle.

Disfrútenla si no la han visto. Y si ya lo han hecho, háganlo de nuevo.