29 de noviembre de 2007

Rock Montreal, de Queen

Grande, muy grande, Queen es una de las mejores bandas de la historia y la publicación de un sin fin de trabajos tras su desaparición (la muerte de Mercury fue un punto y aparte demasiado final como para que el nuevo cantante logre hacer borrar su sombra) evidencia que el negocio continua. Ahora se edita un directo inédito hasta la fecha, “Rock Montreal”. Grabado en 1981, tuvo una primera versión recortada en la edición “We were rock you” y hemos tenido que esperar hasta ahora para su versión extendida o completa. Una joya que recoge alguno de los más importantes e inmortales temas de la banda con un Freddy en plena forma. “Bohemian Rhapsody”, “Under Pressure”, “Somebody To Love” o un impresionante “Another One Bites the Dust”, harán las delicias de propios y extraños.

28 de noviembre de 2007

We can create, de Maps

James Chapman en el alma mater de Maps, un grupo de música electrónica que ha compuesto uno de los discos mejor apurados del año. Producido en el garaje de su casa y al margen de las grandes compañías, o así reza su promoción, “We can create” es un disco lleno de melodías simétricas e hipnóticas hasta la obsesión. Aunque muchos tendrán una cierta reserva a la hora de aproximarse a un disco de este estilo musical, luchen por vencer a sus prejuicios y escuchen esta joya musical.

27 de noviembre de 2007

El orfanato, de Juan Antonio Bayona

En cuanto vi que se trataba de una película de miedo o de suspense, de ese que llaman psicológico, con una mujer pelirroja tirando a rubia, con niños pequeños y en un viejo caserón, no se me ocurrió otra cosa que pensar en la magnífica “Los otros”. Pero no, se trataba del estreno de la semana y no era otra que la archipublicitada “El orfanato”. Película que por el resquemor inicial que me despertaba decidí dejar que pasara un tiempo antes de verla. Puede que por comprobar cómo aguantaba el tirón en las salas de cine o por si llegaba antes a la pantalla de mi hogar [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]. Lo cierto es que me senté a verla con cierta indiferencia. Las películas de miedo no suelen serlo. Más bien un tanto toscas, con múltiples fallos de guión y con menos inspiración que una canción de Melendi. Mucho más si la película viene apadrinada (producida) por Guillermo del Toro y el éxito de su anterior trabajo, “El laberinto del Fauno”. Una película pesada, aburrida y en la que el tamaño del calzador para meterla en la postguerra civil española debe tener un tamaño de record Guiness. Eso sí, extraordinarios efectos, que es de lo que se trataba.

El argumento presenta la estructura clásica de toda película de terror que se precie. Unas personas que viven ajenas a un pasado que les ronda en forma de espíritus, presencias o lo que sea, un niño que sí los ve y los comprende, y la inevitable fatalidad: la imposibilidad de la convivencia pacífica (o eso nos creemos). No se trata de un acoso a lo “Poltergeist” sino de la desaparición de un hijo adoptado y enfermo y su búsqueda. Un argumento que funciona y que si se desarrolla en un viejo caserón abandonado que sirvió, años antes, de orfanato, te permite colar una médium en lugar de a Paco Lobatón. Que sin duda sería más efectivo y puede que hasta más terrorífico. En cualquier caso, como decimos, todo se desarrolla de acuerdo al plan trazado, sirviendo las nuevas pistas (y sustos) a buen ritmo, manteniendo la atención y el interés. El director, Juan Antonio Bayona, conduce la película por donde se deja. Los raíles están trazados y dejan poco margen para la improvisación o la mejora. Todos los espectadores saben que van a pasar un mal rato (o lo van a intentar) y que al final todo se precipitará para, en cinco minutos, resolver todo el misterio que rodea el orfanato. Pero no se dejen engañar, esta historia va convenciendo al espectador paso a paso pero cuando le llega el turno a esos cinco minutos, todo resulta tan absurdo, precipitado y casual que hunde en la miseria toda el articificio creado a lo largo de la hora y media que dura. Entre otras cosas porque te preguntas qué tiene que ver toda la historia del niño del saquito si no tiene nada que ver con el fondo de la historia principal. ¿Qué pintan los niños-espíritus en todo este asunto?

Belén Rueda trata de superar su paso por las telecomedias, cómo si fuese tan fácil olvidarla en “Los Serrano”. Su participación (con premio) en “Mar adentro” o en la obra de teatro “Closer” contribuyen a ello aunque le falta talento (o recursos nuevos) para desarrollar su personaje. No obstante, diremos que está correcta y seguro que nominada para Los Goya. Que las nominaciones a los premios se compran en todas partes, no iba a ser Penélope Cruz la única en hacerlo. En honor a la verdad, Fernando Cayo, que interpreta al marido de Belén Rueda, inspira mucho más misterio que su par. Aunque tampoco importa mucho, el lucimiento es para ella. Puede que por eso, y por el propio desarrollo del guión, Bayona intente evitar que el centro de la película sea el niño, y mira que tiene mérito porque trata de su desaparición. Debía sospechar que Simón, interpretado por Roger Príncep, acabaría repitiendo el esquema y como suele ocurrir en estos casos, más si se trata de películas de terror o comedia, el niño roba con total impunidad cada plano que le disputa a cualquiera de los adultos con los que se cruza por la pantalla. ¡Pobre Bruce Willis!

El orfanato” contribuye a quitarle complejos al cine español, que hasta hace pocos años parecía incapaz de creerse capaz de hacer películas de miedo. Aunque el resultado se encuentre el parte media de la tabla, no esperen ver la película del año como anuncia el luminoso, tiene un cierto regusto que podría haber sido mucho más interesante de proponérselo el autor. Quizás por parte de ese complejo Amenábar decidió contratar a la Kidman y darle la grandeza que su proyecto requería. Y puede que pensar más en lo grande es lo que le falte a esta cinta. Aún así, no sería justo acusar a Bayona de plagiar a este director (o a Peter Pan con su hay que creer para volar), bastante tiene con soportar que el productor aparezca con una letra más grandes que las suyas. A pesar de las similitudes, este género está tan explotado que casi todas copian, reciclan o refríen pedazos de otras (sin ir más lejos, y pese a que “Los otros” se terminó de escribir antes del estreno de “El sexto sentido”, siempre hubo quién sospechó de cierta inspiración, cosa totalmente injusta por otra parte). Además, la resolución de la tragedia griega que encierra “Los otros” está perfectamente integrada en la historia, todo camina hacia ella. La tragedia que encierra “El orfanato” es tan estúpida que no convence ni a las víctimas más propiciatorias.

26 de noviembre de 2007

Crazy, de Aerosmith





Cuando los Aerosmith aún molaban y se movían en la cresta de la ola rockera con su álbum Get a grip, salió este video alumbrando su corte número 11, Crazy. El video será ampliamente recordado por todos los jóvenes de los 90, si no por la música –el corte es el más ñoño de un disco impresionantemente rockero-, sí por sus protagonistas. Poco antes Steven Tyler, vocalista de la banda, había descubierto que era padre de una joven y que ésta no era otra que Liv Tyler, de carrera cinematográfica tan rápida como corta, pero que dejó huella como mito erótico de la juventud. Está claro que no ha sabido dar el salto a la treintena. La otra protagonista, la rubia, no era otra que Alicia Silverstone, una poco conocida del gran público pero habitual a las series estadounidenses y de la serie B juvenil. Además de este video protagonizó otros dos más del mismo disco, Crying y Amazing.

Con este video dejamos aquí constancia de un grupo, Aerosmith, que aunque volverá a estar presente en esta sección con otro de sus videos, no ha sido absolutamente nada en el panorama histórico del Rock n´Roll. Parecía que apuntaban a glorias, a ser los segundos Rolling Stones, pero la inconstancia en su estilo y la mala selección de singles los ha hecho arrinconarse por mucho que siempre amenacen con volver.

22 de noviembre de 2007

Fernando Fernán Gómez

Fallece Fernando Fernán Gómez



El abrazo de la lectura.
Por Fernando Fernán Gómez [publicado en El País digital el 21 de noviembre de 2007]

El libro se abre ante nosotros como se abre de piernas la amante entregada y posesiva. Como abren los brazos para acogernos el amigo y el familiar. En mi prehistoria se abrieron para mí los brazos diminutos, débiles y sucios de los primeros cuentos de calleja. Ya entre ellos se observaban diferencias sociales. Los más baratos cabían en la palma de la mano, su letra era casi ilegible y tenían las mejillas manchadas de tiznones como de carbón o de tinta de escribir palotes, curvas y garrotes. No parecían pensados para que los leyeran los niños, sino las abuelitas, desojándose, al borde de la cuna. En cambio, los más caros, en octavo, se leían con facilidad y tenían letras de oro en la portada.

Vinieron después los libros de aventuras. Cuando aún no se ha llegado a la adolescencia, cuando aún no nos han amaestrado y no nos han inyectado en el cerebro la suficiente cantidad de resignación, nos asombra dolorosamente la monotonía de la existencia. ¿Cómo es posible -se pregunta el niño-, haber pasado ocho años padeciendo esta sórdida repetición cotidiana? Los libros de aventuras, con su mentira piadosa, le abren las puertas de la esperanza.

Los libros escondidos. Los libros secretos. Hay que tenerlos debajo de los libros de texto. Leerlos cuando no nos ven nuestros mayores o los profesores, en el colegio. Son libros de aventuras, novelas folletinescas, policíacas. Y muy pocos anos después -no años, meses-, novelas pornográficas. Qué inefable placer me proporcionan esas lecturas. Aldous Huxley dijo: “una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico”. Y con esto no intento sugerir a nadie que abandone las orgías.

Pero también el libro tiene enemigos entre los de su propia especie. En mi caso personal, fueron los libros de texto del bachillerato. Qué repulsión, qué aversión me inspiraron. Odio al libro, odio a la lectura, odio al conocimiento. Por fortuna, había en Madrid muchísimos puestecillos callejeros en los que vendían a mitad de precio noveluchas de segunda mano, o de tercera o cuarta, sobadas y requetesobadas, noveluchas de aventuras, policíacas y también verdes. Aquellos puestecillos hicieron que se conservara vivo mi amor al libro, que los catedráticos escritores habrían conseguido asesinar. En la guerra de libros -como no puede ocurrir en las guerras de verdad-, ganaron los pobres.

Aparecieron después los que algunos consideran enemigos del libro: el cine, la radio, la televisión... son, es cierto, otros medios de difusión de la poesía, y también de la música y de las artes plásticas. Pero, aunque enemigos en cierto aspecto, es difícil que derroten al libro, ni creo que pongan en ello interés, El libro les lleva la ventaja de la corporeidad, de la cercanía. El libro lo tengo, lo poseo, puedo incluso darle achares, no mirarlo, no leerlo y, sin embargo, conservarlo. No es efímero. Puedo también tenerlo en las manos, acariciarle el lomo como a un perro amigo, hojearlo, sobarlo, puedo besar algunos de sus renglones si me han conmovido. Tanto si es un libro lujoso, encuadernado en suave piel, como si es un libro popular, de los que se doblan y se pliegan sumisos para ser leídos en la cama, con los que uno puede acostarse sin muchas dificultades (...)

Echo una mirada a la biblioteca. Cuántos libros en ella que ha devorado el olvido. Y cuántos que ya no podré leer. Quiero decirles a esos libros que no leeré nunca, que no se sientan despreciados. Sí sé que no los leeré es porque estoy en esa edad en la que al tiempo se le ve volar como a un gorrión asustado, en la que se nos escapa como agua en un cesto, en la que huye como algunos queridos recuerdos. Pero al decir adiós, que un libro me abra sus brazos y repose sobre mi pecho.

21 de noviembre de 2007

Till the sun turns black, de Ray LaMontagne

Cuenta la leyenda que un día, mientras Ray LaMontagne se encontraba en su cama, sonó el radio despertador que le avisaba del inicio del día. La canción que se escuchaba era “Treetop flyer” de Stephen Stills. Ese día decidió no acudir a su puesto de trabajo, en una fábrica de zapatos, y dedicarse a la composición de manera profesional. Y así llegó al mundo musical este cantante y compositor estadounidense que camina por el más puro estilo cantautor con un susurro por voz. Del mismo modo en el que camina entre el folk y el country, sin perderse algún ademán soul o rock. Tono intimista y bien arreglado en el que las letras tienen una importancia capital. Para escuchar en el más profundo de los silencios.


19 de noviembre de 2007

Smells like a teen spirit



Recuerdo con ternura aquella vez que en el colegio me hicieron limpiar las mesas de toda el aula, por hacer una pintada en la mesa de una compañera a la que le gustaban los Nirvana. Creo recordar que fue algo como "Kurtco (Kurt Cobain) ha muerto" o vete tú a saber. La verdad es que a mi el grunge, me daba lo mismo y era más el ánimo de fastidiar, que el de tirar por tierra un género que en aquel tiempo no me decía nada. Junto con los otros dos malhechores, nos quedamos tras terminar las clases con productos de limpieza (a saber: lejía, disolvente industrial, aguarrás, cutters y estropajos) y nos pusimos manos a la obra para dejar las mesas limpias como la patena. Fue un trabajo a conciencia, pues a conciencia eran las pintadas que nos tocaron limpiar. En venganza, dejamos el aula cerrada con los productos de limpieza abiertos para que se evaporaran. Durante la siguiente semana no se pudo dar clase en ese aula por los vapores y malos olores que habíamos dejado en nuestra sesión de limpieza. Si el olor adolescente tiene una forma, quizás fuera ese olor a amoniaco con lejía que impregnó durante días el recinto académico. Un olor de rabia, un olor de insolencia y de rebeldía frente a un castigo desproporcionado (4o mesas y sus respectivas sillas llenas de pintadas y chicles pegados donde el graffitti menos ofensivo era el anteriormente expuesto). La mala suerte nos hizo ser el chivo expiatorio de los pecados de los demás y el origen de un espíritu nihilista que se desarrolló en las carreras posteriores de los implicados. Uno se hizo farmacéutico experto en sustancias químicas; el otro informático, especializándose en hacking, y el que suscribe, politólogo con todo lo que ello supone de misantropía y escepticismo social. No he vuelto a ver a esos dos individuos, pero tengo constancia de que la desviación social forma parte de sus vidas al igual que la mía.
Sirva este himno generacional para recordar los males que ha hecho el grunge, y si bien ahora aprecio la desgarradora voz de Kurt Cobain, siempre diré: "La vaca muge y el cerdo, grunge!!!"

17 de noviembre de 2007

Night falls over Kortedala, de Jens Lekman

Musicalmente hablando, tenemos la lamentable manía de unir Suecia a los ABBA, grupo mítico, sin duda, pero esto no quiere decir que los suecos no tenga mayores aspiraciones musicales más allá de las machaconas melodías del hilo musical de los ascensores. Y es que Jens Lekman, natural de Goteborg, es todo un crooner, palabra que no me gusta en exceso pero que se hace imprescindible para que la gente entienda lo que es una cantante con clase. Porque aunque su estilo más o menos independiente le aleja del nuevo crooner por excelencia, Michael Bublé. Su voz profunda aunque no espectacular, el ritmo ordenadamente optimista y unos arreglos más que acertados para imprimir un estilo propio a temas que de otra manera pasarían desapercibidos. Aunque puede parecer que las campanillas, el aire romántico o un cierto tufillo setentero (casi preochentero discotequero) hacen de Lekman un ñoño, no se dejen engañar y escuchen en su totalidad “Night falls over Kortedala”, pasarán un buen rato.



16 de noviembre de 2007

I want to break free, de Queen





¿Qué decir de este video? Sólo se puede ver al tiempo que se reconoce como uno de los más importantes videos musicales realizados jamás. Freddy Mercury con bigote pasando la aspiradora se ha constituído como un icono no sólo entre el mundo gay y lésbico, sino entre todo grupo musical que se precie. El Pop llevado a su máxima expresion en cuanto a creación de iconos sociales. ¡Bienvenido a la serie Freddy!

15 de noviembre de 2007

Take my blanket and go, de Joe Purdy

Lo cierto es que las recomendaciones breves de Destripando Terrones tienen dos características que casi se repiten de manera constante: son tremendamente melancólicas y casi todos estos cantantes han participado en la banda sonora de alguna serie de culto como “Perdidos” o “House”. Joe Purdy, cantante estadounidense de folk, no podía ser una excepción. Aunque prometemos buscar recomendaciones más alegres, las letras y el trabajo de Purdy tienen tanta calidad que, aunque serían capaces de deprimir al más alegre de los adictos al Prozac, se perdona el mal rato que se puede pasar. No se dejen engañar por el ritmillo. Buena prueba de lo que digo es la magnífica portada de este disco (en realidad todas sus portadas son pequeñas joyas) que hace evidente el contenido del mismo. Disfrútenlo.

Dudaba que video poner de Purdy, al final he optado por el rescate de “Wash away”, de un trabajo anterior, sirvió de soporte musical a los primeros días de los perdidos.


10 de noviembre de 2007

Kansas - Dust in the wind



Sería atrevido decir que éste es uno de los mejores vídeos de la historia, si bien la canción podría destacarse como una de las más bellas jamás escrita. Muchos otros grupos la han versionado, como Scorpions, Eagles o más recientemente Linkin Park. Lo que me llama la atención de este vídeoclip es que se haya optado por una escenografía de lo más hortera que chirría con la profundidad de la canción. Los años 70 causaron estragos en cuanto a la estética y este videoclip, producido en el año 77, es un ejemplo ineludible de que la elegancia en el vestir volvió con el grunge y las camisas de franela (el cantante power-metal con la camisa lolailo es total). En el día en que más he escuchado esta canción, por detrás del 12 de septiembre de 2001 (cuando a algún iluminado de la administración norteamericana hizo una lista de las canciones que no debían escucharse por la radio tras los atentados del 11-S, e incluyó esta bonita canción), quisiera dejar constancia, en éste, su blog de los terrones, de este vídeo, que más que ser uno de los mejores de la historia, es un documento antropológico esencial para comprender la Revolución Iraní, la Guerra de las galaxias y el fin de la Socialdemocracia.

Si se veía venir...

La carretera, de Cormac Mccarthy

La carretera” se autoubica, por lo que dicen de ella las tapas y por derecho propio o por voluntad, dentro de lo que se conoce como la literatura apocalíptica. Un género bien desarrollado y con gran salud dentro del cristianismo, aunque no necesariamente exclusivo de esta confesión, pues su origen se remonta a la tradición grecorromana. Aunque, eso sí, toma fuerza en el relato, de un modo dramático más que aterrador, del sufrimiento del pueblo hebreo (más tarde se sumarían los cristianos en sus primeros años de convivencia con el Imperio Romano). Los pesares a la espera de la Salvación, de la última Revelación (= Apocalipsis), forman parte de esta tradición. Todo sacrifico, todo sufrimiento, no es otra cosa que el camino hacia la Salvación. Un camino que toma la forma de viaje en numerosas ocasiones. Un éxodo en el que las personas serán puestas a prueba en todo tipo de circunstancias para comprobar hasta qué punto son dignas del premio que les aguarda.

No obstante, La Carretera no presencia la venida de los cuatro célebres jinetes que anuncia la Biblia, y que se remontan al Libro de Zacarías mucho antes que al Apocalipsis de San Juan, dicho sea de paso en un exceso de arrogancia dentro de la línea editorial. Mccarthy amanece en un terreno desolado en el que un holocausto de extraña y desconocida naturaleza ya ha sucedido y del que sólo dará algunas pistas en el texto. El sufrimiento o éxodo tomarán la forma más clásica de “mérito” para llegar al Apocalipsis, que en esta ocasión se traduce como un viaje por el horror con destino a la costa. Una costa que se convierte en la única obsesión de un padre, del que nunca sabremos su nombre, por conducir a sus hijo, del que tampoco sabremos nunca su nombre. Unos pasos que serán dados por un terreno desértico que podemos ubicar, por la descripción de la ciudades arrasadas y las granjas que se encuentran a lo largo de la carretera, en el corazón de los Estados Unidos. Un lugar en el que el invierno devora a las personas, más si tenemos en cuenta la inexistencia de provisiones o ropa de abrigo. Es por ello que el padre decide poner rumbo a la costa. Un destino en el que encontrarán algo, aunque desconoce su naturaleza y teme su significado por mucho que se encuentre preparado para él.

Mccarthy no oculta su particular estilo a la hora de escribir. Dentro de ese selecto grupo al que en Destripando Terrones hemos bautizado como los “escritores definitivos y que hace referencia a esa modalidad de autores que si bien son grandes en su talento, son escasos en sus apariciones públicas (además de una profusa y destacada vida personal). No dudó en vender los derechos de una de sus novelas más célebres para que la maquinaría Hollywood, cuyos guionistas se encuentran en huelga de ideas mucho antes de que se iniciara la de los brazos caídos por su pedazo en la tarta de los beneficios comerciales, nos ofreciera uno de los bodrios más lamentables que se recuerdan en los últimos años: la insoportable y penelopianaTodos los caballos bellos”. Pese a este gran borrón tolerado, Mccarthy ha proseguido como si nada pudiese alterarle, y lejos de condenarse, ha ofrecido más obras de calidad a su currículo.

Escrita en un estilo que puede resultar extraño para los más neófitos. Mucho más si tenemos en cuenta que el texto se divide en párrafos que saltan avanzando escenas y en la que los diálogos no tienen comillas, seguidas la pregunta y la respuesta, la réplica y la contrarréplica por la distancia que da un golpe en el enter. Un estilo poco frecuente para el gran público que puede contribuir, junto con el extraño argumento del que ahora hablaremos, a que el enorme nicho de lectores que crean Bestsellers (en realidad esa etiqueta la pone un publicista y no el número de ventas) se quede al margen de este viaje. Sin embargo, el bueno de Cormac tiene un nombre y un buen trabajo editorial. A pesar de lo arisco de su carácter, los éxitos que le preceden le han labrado un nombre en la literatura mundial que le aseguran un buen rendimiento comercial. Un beneficio económico que se encuentra lejos de la circunscripción de su obra como un objeto más de literatura de desecho comercial. Puede que venda miles de ejemplares pero poco o nada tiene que ver con los multiventas del estilo de King o Brown.

Como ya hemos avanzado, La carretera parte del resultado de un holocausto. Un lugar arrasado en el que los únicos vestigios de vida son las pocas personas a las que los dos protagonistas se cruzan. Una alfombra de ceniza y unos bosques quemados serán el paisaje por el que transcurra un viaje lleno de sacrificio en el que la llegada a la costa se erige como una especie de Revelación. Aunque el propio padre no entiende qué le esperará al llegar, sabe que tiene que intentarlo por todos los medios. Su tiempo se le acaba y la única esperanza para su hijo, si es que hay alguna, será lejos del frío invierno del interior. Un niño que no ha conocido el mundo tal y como lo recuerda el padre, y que ha crecido rodeado de un desolador presente en el que las reglas nada o poco tienen que ver con la moralidad previa imperante. Nuevos escenarios, nuevas perspectivas. Así, poco a poco, Mccarthy nos contará con algún que otro flashback la vida pasada de ese padre, el por qué de su soledad y de su manera de actuar. Un hombre al que la coyuntura parece que le ha obligado a convertirse en un héroe para su hijo, si bien éste no entiende la mayoría de sus decisiones y él está más cerca de ser un simple superviviente que un héroe.

La carretera sólo tiene una dirección, la costa. Sin embargo, los protagonistas, especialmente la racionalidad con la que plantea el padre toda decisión, tendrán que elegir un nuevo rumbo a cada paso que dan. Una corrección en el destino que no cambia el punto final del viaje sino las cosas en las que creen y en las que no creen. La manera en la que una persona puede entender la fragilidad de la vida ante una perspectiva tan sombría en la que no hay comida y en la que la división infantiloide que le ha hecho a su propio hijo de buenos y malos, es lo más parecido a una separación de Justos en el infierno. A lo largo de su recorrido por el asfalto vivirán distintos tipo de situaciones en la que podremos comprobar como la muerte se ha convertido en una opción práctica. Una más. Es tan viable andar un par de kilómetros como dispararse un tiro y acabar con el sufrimiento. Sin embargo, como en toda buena literatura apocalíptica, en la que no falta el personaje vencido por las circunstancias, latente en todo momento, o el truco literario de concederle al padre la posesión de una pistola con sólo dos balas (una para cada uno, se deduce), algo, una fuerza desconocida, hace que la opción elegida sea la de continuar avanzando. E incluso en los momentos de mayor tensión, en los que el padre ya ha preparado su cuerpo (¿y su alma?) para su muerte no sin antes asegurar la de su hijo, o en los que el hambre hará el trabajo sucio a la parca, en todos ellos, por muy dramáticos que resulten, intenta prolongar el último aliento. Un calvario, el que vive el padre enfermo, agotado y siempre dispuesto para el sacrificio de Abraham, y tras el que se espera, en lo más profundo, que la racionalidad deje espacio a la esperanza y al final haya algo mejor, aunque sabe que no lo habrá. Si un chico que ha crecido en ese terreno inerte ha podido desarrollar la bondad y la esperanza, por qué no podría haber algo mejor.

Lejos de querer continuar esta especie de trazado paralelo entre la novela y los relatos bíblicos, al final terminaría comparando la pesada carga del carrito de supermercado que el padre utiliza para transportar los víveres con la Cruz, lo cierto es que Mccarthy no huye de un cierto misticismo a la hora de plantear su particular viaje. Con un planteamiento filosófico en el que las acciones son las que son porque la cosa está como está. En realidad no hay buenos y malos como siempre le cuenta a su hijo. Sólo hay vivos y muertos, gente que se empeña en vivir y gente que se prepara para morir. Y él sabe que está preparado para morir y llevarse a su hijo para que nada pueda malo pueda ocurrirle, por eso se empeña en vivir, porque cree que los que se dejan morir también son de los malos. Y lo único que hará que no lo sea será conducir a su hijo, sacrificar su vida, a la costa. Quizás así obtenga su Redención y su hijo pueda tener su Revelación.

6 de noviembre de 2007

Clips animados

A petición de uno de nuestros lectores, davotanko, hoy incluimos en nuestra sección de los mejores videoclips de la historia, varios ejemplos de vídeos animados. En primer lugar, nos acordamos de la sugerencia de davotanko, con éste Do the evolution de los míticos Pearl Jam, un vídeo clip dirigido por Todd McFarlane y que nos recuerda mucho a la estética cómic en títulos como Spawn.



En segundo lugar, y con estética manga setentera, este One more time de los Daft Punk que nos lleva irremediablemente a Mazinger Z y a los Caballeros del Zodiaco, convirtiendo a los integrantes de este magnífico grupo de música electrónica en personajes de los citados universos estéticos.



Por último, tenemos a Peter, Bjorn y John en uno de los vídeos más famosos en la actualidad, no ya solo por su pegadiza melodía sino por sus preciosas animaciones de estilo sesentero.


5 de noviembre de 2007

Simply Irresistible, de Robert Palmer







Volvemos a traer al icono de los 80 Robert Palmer. Con Addicted to Love creó el estilo-Palmer para los videos. Simply Irresistible es una canción que quizás tenga más fuerza que la anterior. Ambos videos, con las mujeres de igual formato -y que me perdonen las feministas- y con él, Palmer, en el centro de la acción hacen de la simpleza un arte. Es como un concurso de natación sincronizada pero con la música como principal elemento.

Lo dicho, ajústense el flequillo que llega Simply Irresistible, de Robert Palmer.

4 de noviembre de 2007

Mr. Brooks, de Bruce A. Evans

La literatura ha manejado el concepto del bien y el mal individual, mostrando la ambigüedad del alma, de manera tradicional. Lo que la gente conoce del hombre y lo que hombre conoce de sí mismo son dos cosas distintas. Lo público tiene poco que ver con su terrible secreto, el mal está en lo más profundo del alma. Tan profundo que su control escapa de la voluntad humana. Por muy consciente que se sea de esta evidencia, y de la necesidad de huir o evitarlo para poder cumplir con lo que se supone que debe ser el bien, resulta imposible callar esa llamada. Siempre será la última, o al menos eso le dice el remordimiento futuro. Sin embargo, habrá una más. Hasta que alguien, otra persona más capaz o en el uso de un poder superior, pueda detener es desdoblamiento. Pagando, claro está, el precio, la parte buena y librándose la mala, que en realidad no existe, que en realidad es la misma. Recibiendo el castigo de manera inexorable. Una pena que no siempre ofrece redención.

Sin duda, y alejados de las referencias más medievales, la obra clave en lo que a bipolaridad o esquizofrenia con desdoblamiento de personalidad en lo relativo al lado bueno y malo se refiere, es “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Escrito por un Robert Louis Stevenson que se encontraba sometido a un tratamiento a base de un hongo derivado del centeno y que también se emplea para fabricar el LSD, plantea el desdoblamiento de personalidad gracias a una pócima, a un brebaje, que le permite dejar a un lado el hombre social para dejar salir a la luz la verdadera naturaleza de un insignificante doctor. Como de todos es sabida la historia de Jekyll y Hyde, que cuenta con distintas adaptaciones en diversos géneros, no nos detendremos en explicar su argumento. No obstante, nos serviremos de él para explicar el de “Mr. Brooks”. Un buen padre de familia interpretado por Kevin Costner, respetado como empresario y envidiado por muchos. Un hombre aparentemente recto que adora a su hija y que es brillante en su profesión. Todo presuntamente perfecto, pero algo se esconde en el asiento trasero de su coche. Ese algo no es otro que William Hurt, interpretando a Marshall, que hace las veces de Hyde, es decir, el lado malo de Costner. En esta ocasión y sin saber muy bien por qué, puede que los productores no confíen en la capacidad neuronal de los espectadores, Jekyll no padecerá su dualidad en un solo cuerpo. Han organizado la típica charla entre los dos lados del personaje con dos actores distintos. Así nos evitamos que Costner ponga cara rara cuando tenga que hacer de malo y cara de no haber roto un plato en su vida cuando haga de bueno. Despeinado y con los ojos saltones, peinadito y con sus resplandecientes ojos azules. Puede que ese hubiese sido su único trabajo con el personaje de un botulínico y entrado en años rostro de Costner. Lástima que la película no dé rienda suelta, y por qué no el protagonismo a Hurt, que se basta y se sobra en un personaje que desborda a su reflejo bueno. Puede que él se hubiese bastado y sobrado con sus recursos como actor para afrontar ambos lados de la dualidad. Reduciendo el presupuesto y aumentado el interés.

Como en toda historia de buenos y malos deben existir una serie de personajes arquetípicos que apoyen al protagonista. En primer lugar, la buena e inocente familia. Devota admiración por su marido, al que no termina de comprender pero al que respeta y ama. Marg Helgenberger, en un discreto segundo plano, cumple con esta función a la perfección, ofreciendo un punto de convicción a tan ignorante mujer que en años y años de matrimonio no ha percibido ni la más mínima sospecha de que ese horno que su marido utiliza para hornear cerámica, en realidad, es un horno crematorio para sus pecados. Su hija, que maneja a Mr. Brooks a su antojo, Danielle Panabaker, no merecería muchos más comentarios sino fuese porque se tratase del punto débil de su padre y la estructura básica del planteamiento moral que le hará retratarse ante sí mismo. En segundo lugar, está el aprendiz del mal. Un joven de dudosa moralidad que ve como el Kevin malo se carga a una pareja y le somete a un peculiar chantaje. En lugar de pedir dinero y salir corriendo, le pide que le enseñe a asesinar. Que le enseñe el método. Ocasión esta para profundizar en la naturaleza del mal. Y tercero, la lucha del bien. Una detective interpretada por Demi Moore que no pega en el papel de dura por mucho que se empeñe en demostrarlo y que debido a la excesiva presencia de un Costner, en una película que se ha diseñado para su lucimiento, poco importa.

Mr. Brooks trata de ofrecer un nuevo retrato de la dualidad entre el bien y el mal en varias escalas diferenciadas. La de la detective que se enfrenta a sus propios fantasmas. El aprendiz, un irracional e iracundo joven que trata de dar rienda suelta a su verdadero yo (es malo y punto). El desafío de Mr Brooks con su problema de autocontrol y la cesión de su lado malo de la última decisión en la cuestión personal que se le plantea. Al contrario que en los asesinatos en los que tanto disfruta, en esta ocasión tendrá que ser su parte buena la que decida actuar no por placer sino para responder a una necesidad más profunda, dar cuenta del remordimiento que le asola y ayudar a su familia más allá de los límites razonables y legales [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]. Que los que dicen que los que copian son muy malos, es que no han visto que peor es la copia de un asesino en serie. A ver cómo le cobran un canon.

Una película interesante, rodada en un cuidado desarrollo, que resulta fallida debido a su falta de ambición y a la pérdida del hilo central a favor de una serie de asuntos secundarios que resultan un tanto accesorios. Mucho más cuando uno de esos peros es el propio actor protagonista. Kevin Costner no resulta convincente por mucho que se empeñe en la creación de su personaje. No es uno de mis prejuicios, que también podía ser, pero es que cojea demasiado en el rostro bueno de Brooks. Mucho más si establecemos una injusta comparación con su alter ego, un Hurt sobresaliente. Como siempre.

3 de noviembre de 2007

Kaolin - Le haut est essentiel



En la línea de vídeoclips marcada por éste, su referente cultural de los terrones, me dispongo a presentarles a Kaolin, un grupo francés que no tiene nada que ver con la estética "fatale" de los músicos del lado norte de los Pirineos (es decir, Francia). Ni sofisticados, ni bohemios, ni con mensaje social, se trata de un grupo pop-rock cuyo objetivo es profundizar más en la belleza formal que en un contenido únicamente entendible por iniciados y elites hiper-sensibles.
Pop-rock amable y sentido en este "Le haut est essentiel" (2003) con el que comienzo un repaso a la actualidad musical de nuestro extraño vecino del norte

2 de noviembre de 2007

El país del Presidente Eterno, de Roger Mateos Miret

Un joven periodista barcelonés se apunta, vía Asociación de Amistad con Corea (KAF), a un viaje al corazón de la dictadura más hermética del planeta, el régimen de Kim Jong Il. Una aventura nada despreciable a la que más de uno nos habríamos apuntado y de la que, seguramente, difícilmente haríamos salido ilesos culpa de esa manía de preguntarlo todo con ese tonito tocapelotas que tanto nos gusta usar. Por tanto, desde el principio, uno se aproxima a este libro con la envidia lógica hacia el autor, por ser uno de los pocos occidentales que ha logrado acceder a Corea y, en segundo lugar, con la enorme curiosidad de descubrir un país casi desconocido más allá de la imagen del dictador y sus megalómanas representaciones artísticas.

El afortunado autor, politólogo y periodista, adolece de una cierta capacidad analítica en favor de una mayor capacidad descriptiva. No le culpo. Trabaja como periodista y eso se nota en cada uno de los capítulos de los que se compone el libro. Narrado en un estilo directo, sin grandes matices, pretende realizar una fotografía aséptica de lo que ve. Sin darse cuenta que no es posible lograr la objetividad desde el primer momento en el que se eligen las palabras para describir un hecho, desde el primer momento en el que se empieza a escribir. Por lo tanto, ese esfuerzo por reflejar lo que ve sin caer en el tópico, siendo fiel al original, es tan inútil como el ímpetu de los norcoreanos de parecer un pueblo abierto y moderno.

Los libros de viajes, narrados a modo cuaderno de bitácora, pueden escribirse de dos maneras: una en la que lo viajado es lo principal, es decir, el protagonista es el lugar que se va descubriendo, y otra, en la que el viajero es el protagonista, es decir, en la que uno se cree Livingston descubriendo el nacimiento del Nilo. Pues Roger Mateos no sólo elige la segunda sino que además no duda en perder hojas de su diario para demostrarnos lo mucho que sabe de Corea, apoyando algunas de sus descripciones con la narración de hechos históricos. Técnica habitual pero que en ese caso no va mucho más allá de la típica descripción de una guía de viajes comprada en los saldos del Vips. Lástima de la oportunidad pérdida. Y es que en el libro echamos de menos una mayor profundización en el conocimiento de Corea del Norte. Pocos son los que tienen la suerte de poder visitar el país, y si lo que nos cuentan es tan poco, en la vida tendremos mayor información del régimen que la proporcionada por la CIA. No digo yo que tenga que ofrecernos un detallado estudio del sistema de propaganda y socialización integral más potente del planeta, pero un poco más de contenido más allá de contarnos si hay fotos de los dos líderes en las paredes se hubiese agradecido. Incluso la visita a uno de los puntos más calientes del mundo, la frontera entre las dos Coreas, es absolutamente decepcionante. Y sin embargo, nos cuenta con todo lujo de detalles como uno de los compañeros de viaje, trabajador de un laboratorio, se le ofrece para olerle la mierda diarreica para averiguar qué tipo de infección padece. ¡Toma ya! Excusaremos, eso sí, y en lo relativo al fondo y no a los detalles escabrosos, el libro de Mateos debido a la injusta comparación audiovisual. Comprendiendo que la edición del reportaje de Jon Sistiaga para Cuatro pone de manifiesto que la potencia imagen está por encima de casi cualquier descripción escrita. Lástima de imaginación y de manejo de la palabra.

Respecto a los personajes centrales, reales todos, destaca Alejandro, el presidente de la KAF. [Incluso por encima del propio protagonista, que deja su impronta en cada una de las hojas de su diario.] Alejandro Cao de Benós es el presidente de la KAF. Célebre por su paso por el documental de Jon Sistiaga, en el que no sale muy bien parado, Alejandro tiene el empeño de enseñarle Corea del Norte a todas aquellas personas que lo deseen (y que consideren adecuadas) para acabar con los mitos que difunden los medios de comunicación occidentales. Esta empresa es la que le ha llevado a colar en Corea a todo tipo de periodistas que no le han traído más que problemas. De hecho, y tras ver el documental de Sistiaga o leer el libro de Mateos, uno se pregunta cómo es posible que las autoridades coreanas sigan confiando en una persona al que se le escapan los problemas a pares. Puede que sea por el desmedido amor a su tierra coreana, o simplemente porque al igual que en muchos otros lugares, los viajes de amistad se han convertido poco a poco en un lucrativo negocio.

Finalmente, el libro nos sorprende con una visita al mausoleo de Mao. Una visita nada casual en la que trata de establecerse una comparativa entre la mercantilización del corazón y el alma de la China comunista con el viaje al mausoleo de Kim Il Sung, lleno de devoción y respeto. Una sobriedad en la línea de un país encerrado en sí mismo frente a una China que se encuentra caminando por el fino alambre entre el comunismo y un mercado ultra neoliberal. Una comparación que resulta tan cutre como decepcionante todo el libro.