1 de febrero de 2012

El talento de Mr. Ripley, de Patricia Highsmith


Tanto tiempo allí, sobre la mesa, que Ripley se había convertido en un asiduo a los debates titulados ¿Qué voy a leer ahora?. Pero su peor enemiga, la pereza, siempre acababa por relegarle a puestos más oscuros aún a pesar de que todos me hablaban bien de él. Acostumbrado a su lugar secundario dentro de la bandeja de entrada, acurrucado entre los ejemplares que continuaban su saga, el talentoso Señor Ripley esperaba su oportunidad sin apenas creérselo. Cómo imaginar que el día que ésta llegara él iba a reaccionar tan rápidamente, asesinando los recuerdos de los libros leídos inmediatamente antes que él, comportándose como si fuera un amigo de toda la vida y viviendo a lo grande -¡ser leído!- por una maldita primera vez.

Su creadora, Patricia Highsmith, también tuvo parte de culpa en este deliberado olvido. Aquel horrible Pequeños cuentos misóginos había hecho de Ripley una oferta menos tentadora a pesar del atractivo de su oscura y negra alma de novela. Apenas abiertos, los retraídos y miedicas cuentos de Highsmith tiraron por tierra las expectativas del que los leía y de la que los escuchaba. Más se perdió en Cuba, otras historias nos traerá la mar.

Con todo, la sola posibilidad de ver la película de la novela nos animó definitivamente a rescatar el ajado ejemplar de entre la pila y darle esa oportunidad que toda obra merece. 

Siempre pasa. En esas libros que fueron película el punto de partido se lo lleva la obra que primero conociste. Pero frente a esta constante hay otra, que nos dice que la profundidad alcanzada con un libro aún no es posible de alcanzar con una película, te la vendan en HD, 3D o en edición de lujo de siete discos.

Hay, durante toda la película, un poso de obra destinada al fracaso que sólo se puede entender si se piensa que su director y guionista aceptó desde el inicio del proyecto que jamás lograría alcanzar a la novela. Pero no sólo es el fiasco de la traducción de los lenguajes literarios al cine lo que hace decepcionante la adaptación cinematográfica. A este objetivo se consagran desde cuestiones menores, como la fotografía o la excesiva sobreactuación de sus protagonistas –en el caso de Matt Damon diremos más bien infractuación-, hasta cuestiones tan graves que son dignas de consejo de guerra literario, como el imbécil final, los absurdos personajes sacados de la chistera del director o los inútiles comienzos de la historia. Soldados, apunten, fuego.

Aunque siendo justos, alcanzar a la novela de Highsmith es complicado. El talento de Mr. Ripley no será una de las grandes obras de la literatura, pero sí es una gran obra de novela negra. Y lo es sencillamente porque encuentra el peso adecuado a cada escena y gira en torno a un personaje, Tom Ripley, con anchas espaldas sobre las que descansar múltiples historias.

Ésa es una de las diferencias entre el cine y la novela. El Ripley del cine es un chico poco inteligente, trabajador, dominado por su sexualidad y más bien plano. El Ripley de Highsmith, el verdadero Tom Ripley, es por el contrario un tipo inteligente, talentoso –como refiere el nombre de la novela-, que se odia a sí mismo no por su sexualidad inapropiada, sino por ser un fracasado. Es un tipo incapaz de hacer nada bien, de comportarse, sin el valor suficiente para delinquir ni el coraje suficiente para vivir honradamente. Él es víctima de su propia indefensión ante el mundo, de su ausencia de personalidad. No envidia los lujos o los caprichos de los más ricos. Envidia la personalidad de éstos y por ende, entiende que el dinero, o cualquier tipo de posesión personal, otorga por sí mismo una personalidad definida. Un pecado muy común, por cierto, en la sociedad occidental de hoy que en origen hace de Ripley uno más entre nosotros.

Se puede destacar también el ambiente de la novela. Alejado de los clásicos estereotipos de la oscuridad y la nocturnidad, El talento de Mr. Ripley es en realidad la historia de un crimen a pleno sol, un bronceado y hedonista crimen con persecución, fuga y recontrafuga. Si hubiera sido escrito en tono humorístico, la historia de Ripley sería una estupenda comedia de enredos. Pero los miedos de éste a ser descubierto en cualquier ocasión, de estar siendo engatusado para caer en la trampa preparada en su contra o sus sospechas sobre cualquier compañero de viaje le hacen moverse sobre el fino hilo de la desesperación culpable y la serenidad.

Gran historia en la que uno se puede sorprender sufriendo por un ser tan detestable como Tom, odiando a la amistosa Marge, temiendo a los botones de cualquier hotel o pensando qué habría pasado si ese remo, precisamente ese remo, no hubiera estado allí.