5 de octubre de 2009

Ébano, de Ryszard Kapuscinski

[Publicado originariamente en El Señor Kurtz]

Cae la lluvia tropical y torrencial. Jamás has visto llover así. Se supone que deberías estar afuera, haciendo todo lo que se supone que se hace aquí. Pero lejos de convencerte a ti mismo de que desperdicias un tiempo valioso colocas la silla para acompañar a esa lluvia. Te rodeas del Relec, coges el ajedrez de viaje -como el pescador que lleva la caña, por si se tercia-, la libreta para apuntar, la cámara de fotos -no sea que hoy pase por allí el lagarto de todos los días presto para posar un poco. Y por supuesto: el libro. Jamás leer te llevó tanta preparación ni tanto equipaje. Estarás de vacaciones, pero la tensión emocional no te la quita nadie.

Y te sumerges. Esta vez, quién lo iba a decir, precisamente él, precisamente este libro, no te lleva a una situación muy lejana. Hace mucho tiempo que lo tenías, mucho que lo compraste, incluso lo has regalado varias veces y recomendado cientos de miles, pero jamás pensaste que estarías aquí mismo leyendo lo que estás viendo.

Kapuscinski es muchas veces poco riguroso con la Historia. Sus libros están escritos a la manera de reportajes periodísticos clásicos y, si de pasada toca un tema que tú conoces bien, puedes advertir cierta laxitud en sus aseveraciones políticas, cierta dejadez por reflejar los hechos tal y como fueron. Sin embargo, lo dejamos pasar encantados de la vida. El valor de sus libros no se refleja en su rigurosidad científica, ni en sus descubrimientos. Sus libros son valiosos porque están llenos de humanidad, de personas que se pasean por las páginas siendo ellos mismos sin necesidad de que nadie las interprete, verdadero periodismo antropológico. Son como esos compañeros de nuestra infancia, algo más mayores que nosotros, más maduros, y por tanto más seguros de sí mismos. Pero sin la arrogancia que valoriza la ignorancia. Son como son, y no te piden que los comprendas.

Ébano es un libro de reportajes que tienen como protagonista principal a la región de África Subsahariana. Son 29 artículos que Kapuscinski va a escribir durante sus corresponsalías para un periódico polaco. Podemos encontrar artículos algo más ensimismados sobre el autor, y otros más preocupados por saber captar la esencia del personaje que describen, pero siempre nos trasladarán un pequeño aprendizaje sobre cómo podemos situarnos para comprender al diferente. Aunque muchas veces el diferente puedas ser tú mismo.

Hay imágenes que se quedan clavadas en la retina del lector. Las palabras incrustadas en el cerebelo provocando que se rinda la voluntad ante la imagen de un joven Kapuscinski subido en un bidón de gasolina junto con su compañero de viaje, tratando de aguantar las sacudidas de una cobra que, debajo, trata de sobrevivir y matar a su vez. Podemos ver cómo se tambalea afectado por la malaria, preocupado porque su médico lo quiera enviar de vuelta a Polonia en lo que sería su primer reportaje en el continente. Asustado por si a su jefe le da por anular la corresponsalía por el mero hecho de que su primer reportero hubiera enfermado de gravedad.

Podemos sentir un pánico que Ryszard aparentemente no sufre, cuando leemos cómo es despojado en Monrovia de ese manto de protección que cubre a todo occidental que atraviesa una frontera africana: el pasaporte. Sin él, el europeo se siente golpeado, sin argumento que demuestre la necesidad de ser arrancado de cuajo de situaciones de inseguridad relativa. No digamos ya si en lugar de europeo es estadounidense. Las fronteras son el reino de los privilegiados; siempre que tengas el papel adecuado. Y sin embargo terminamos por sentir aún más pánico cuando nos describe el tamaño de las cucarachas de aquella habitación en donde pernoctará despierto.

Un pero, bastante grave, para la editorial Anagrama y para la persona que ha editado a Kapuscinski en España, es que hay algunos artículos -creo recordar que dos- que están doblemente reproducidos. En Ébano y en el divertidísimo La guerra del fútbol, Kapuscinski nos cuenta su día a día en Lagos, la capital de Nigeria. El relato de los personajes del barrio se disfruta y los hace cercanos y presentes a cualquiera que haya decidido entregarse a la narración. Estamos hablando de la dueña del bar, que sirve cerveza casera caliente. De los ladrones que siempre acuden a su piso cuando él no está, y que le agradecen el no llamar a la policía no entrando cuando él sí que está. Y otros tantos.

En este mismo artículo, Kapuscinski nos enseña que, aún a pesar de la voluntad, un blanco en África es siempre un blanco en África, y que mientras exista la posibilidad de tener aire acondicionado en una barriada de Lagos cualquiera, las diferencias siempre estarán ahí. Al fin y al cabo, como bien dice en las primeras páginas de Ébano, los africanos y las africanas tienen una vida que es un "martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos".