9 de julio de 2008

Contrato con Dios, de Will Eisner

Kilgore Trout es un hombre. Pero también, y a la vez, es sólo un nombre. Es alguien mitad ficción, mitad real. Colmo de multitud de vicios. Es aquél a quien todo el mundo va a buscar cuando se siente aburrido de lo que lee. Y a veces se deja caer por este blog. Muy buenas veces. Desde su observación militante nos incita y nos invita a bucear obras que él ya ha conocido. Se piensa que es demasiado vago para comenzar un blog cuando, verdaderamente, lo complicado es mantenerlo. Cree que no tiene blog, pero en realidad él ya forma parte de este blog en tanto en cuanto introduce variables que modifican el comportamiento de los que aquí escribimos algo más que comentarios. Así, un día del mes de enero, Kilgore me dijo aquí: “Yo terminé hace poco un gran cómic (o novela gráfica). A ti, situacionista, te gustaría mucho. El único pero es que es un poco caro”.


Las hormigas de fuego son unos bichos un tanto siniestros. Se diferencian de otro tipo de hormigas en que son muy agresivas y atacan en masa todo lo que se encuentran a su paso. Su gran número provoca que sea casi imposible acabar con el hormiguero. Pero tienen un gran enemigo mortal. Existe una mosca en su hábitat que ha evolucionado para atacar a estas hormigas. No se las come, pero las utiliza para otra cosa más importante que la alimentación: continuar la vida de su especie. La mosca, ataca a las hormigas insertándolas una larva en su interior. Esa diminuta larva va creciendo dentro de la hormiga hasta que logra hacerla morir y, finalmente, sale de su cuerpo convertida en una nueva mosca enemiga de las hormigas de fuego. Bien, Kilgore Trout es esa mosca. Y todos los bloggeros que nos cruzamos con él mirándonos los zapatos, las hormigas de fuego.

Ese cómic que Kilgore había mencionado no era otro que Contrato con Dios. La vida en la Avenida Dropsie. Ciertamente, como la hormiga con una larva dentro, la recomendación había sido olvidada por mí. La sola mención al alto costo del cómic me hizo descartarla. Por entonces uno ya se había gastado todo lo posible en autoregalos navideños –es realmente dañino pasar por una librería en busca de un libro para regalar… todos serían perfectos para mí, supongo. El caso es que meses después, bastantes meses después de que ese comentario se me hubiera olvidado, aparecí en una librería de barrio frente por frente a la última novedad de la estantería de cómic: Nueva York, la vida en la gran ciudad. Atraído por lo que parecía un interesante cómic sobre la ciudad de los rascacielos abrí el libro por una página cualquiera. La escena, de dos chicos tratando de rescatar una moneda dentro de una alcantarilla, con un vagabundo al lado que bien parecía estar muerto, me dejó sin habla. No era el hecho en sí de narrar una historia aparentemente banal, aún a pesar del muerto. Era la combinación entre el trazo del dibujo en blanco y negro, la expresividad de los rostros que dejaban ver la alegría, la ilusión del dólar cazado y la incertidumbre, el miedo a la muerte que el hombre que será ese niño acaba de contraer al ver al vagabundo en estado catatónico.

El libro era de un tal Will Eisner que, para un analfabeto del cómic como yo, no significaba nada. Sin embargo, la pequeña larva comenzó a escavar para salir a la superficie. Will Eisner era el de Contrato con Dios. Y como si hubiera estado esperándome durante tanto tiempo en la estantería de la librería, allí estaba un único ejemplar, bien conservado a pesar de los meses. Se vendría conmigo y veríamos qué cosas teníamos en común Kilgore, Will y yo.

El libro es en sí mismo una trilogía. Contrato con Dios, que sería la primera parte y la que da nombre al libro completo; Ansia de vivir y La Avenida Dropsie. Es llamada la primera novela gráfica de la historia, publicada en 1978 tras varios rechazos editoriales y, sin lugar a dudas, la obra cumbre de Will Eisner.

Este dibujante criado en Brooklyn en una familia judía, decidió componer una obra donde se reflejara el Nueva York de su vida. Eisner nos enseña en cada una de las partes la extrema dureza vital de esa ciudad y sus gentes así como la inamovible felicidad que acompaña a esa dureza. La vida allí era un drama que a cada paso vislumbraba alegría, desesperación, optimismo y crueldad a partes iguales. El libro trata de ser una autobiografía del propio Eisner sin que él aparezca por ningún lado. Todos somos parte de aquellos con los que nos cruzamos. El lugar donde vivimos nos forja el carácter, nos ayuda a ser prevenidos y confiados según las situaciones y nos hunde o nos ensalza según la suerte con la que nos hayamos cruzado. Eisner lo sabía, y da muestras de ello.

La historia que se nos cuenta no es la historia de Nueva York, sino de una de sus pequeñas venas, la Avenida Dropsie. Situada en un barrio como Brooklyn, el microcosmos de Dropsie hace inteligibles los acontecimientos de la historia norteamericana por todos nosotros conocidos. Y también muchos de la historia mundial. Dropsie está poblado por gentes de diferentes etnias –judíos, negros, hispanos, italianos, irlandeses, etc.- aunque Eisner, como es lógico, nos muestra más historias de familias judías.

Hay libros que empiezan flojos para ir, poco a poco, creciendo en el sentimiento del lector. Sin embargo Eisner no disimula y capta al lector con todo su talento desde la primera historia, la que da nombre al libro, la del Contrato con Dios. Puede ser muy buena prueba para que sepa Ud. si le va a gustar el libro. Cójalo en una librería, abra la primera historia, la del rabino Frimme Hersh. Si no se estremece al contemplar el rostro de dolor del rabino mientras le chilla a dios por haberle abandonado, si la sutil manera de Eisner de llevarnos por el dolor de este hombre de buen corazón, ahora desgarrado, no le conmueve, cierre el libro y olvídese de emocionarse alguna vez en su vida. Eisner nos pone ante situaciones de extremo dolor dejándonos atrapados en la guillotina, salvándonos la vida por los pelos o asumiendo nuestra muerte como lectores al final de cada historia.

La historia del rabino centra la atención en el primer libro de tal manera que el resto, aun a pesar de su calidad y emotividad, nos deja fríos. Sin embargo, los otros dos libros que componen la trilogía levantan el vuelo por no verse herederos de dolor de Hersh. Ansia de vivir nos enseña una Nueva York en mitad de la crisis del 29. Desesperación, ese es el tema de este segundo libro. Los personajes que por aquí desfilan urden todo tipo de tramas para escapar de su destino apocado. Poco a poco, las historias individuales de cada uno de ellos se van entremezclando, con el discurrir del barrio. Unos conocen a otros y entre todos ellos componen la historia de un barrio que, como todos los barrios, sufre la Historia como un peso que le arrastra al fondo del río.

Mención aparte merece La Avenida Dropsie, el tercer libro de este volumen. En esta brillante obra, Eisner nos enseña la Historia genérica del barrio Dropsie, de Brooklyn. El llevar de los años provoca cambios poblacionales, étnicos, urbanísticos, sociales. Cada nueva variable introducida por Eisner modifica a los personajes, al barrio, a la globalidad del libro. Sin embargo, como bien nos enseña Eisner en esta visión de su vida, todo en realidad permanece inalterable. Los holandeses no quieren vivir al lado de los ingleses. Los ingleses quieren echar a los nuevos vecinos irlandeses, quienes terminan por reclamar la expulsión de los inmigrantes italianos, enfrentados por la llegada de judíos al barrio. Estos, curiosamente, son los únicos que no se enfrentan a nadie en toda la novela. Al menos como grupo social. Sí que se levantan todos frente a la llegada de la población negra. Aunque toda esta serie de quejas sociales termina siendo siempre sofocada por un atisbo de inteligencia, por una pérdida de miedo ocasionada por una crisis social –puede ser el crack del 29, pero también la guerra de Vietnam- que termina uniendo a todos los grupos sociales presentes en cada momento definiendo y redefiniendo la identidad del barrio una y otra vez.

Quizás sea esa la moraleja de este libro. Quizás, Eisner nos enseñe que es el miedo lo que provoca los males de ese pobre barrio. Cuando Eisner publica Contrato con Dios, Nueva York es una ciudad sin ley, dominada por los grupos mafiosos. Son los miedos individuales los que, según nos enseña Eisner, permiten a los malos recolocar al barrio, hacer de él lo que quieran y manipular a las personas a su gusto propio. Eisner señala sobre todo a los mafiosos, a los delincuentes, pero no me cabe duda de que en la ciudad de hoy, quienes señalan el destino del barrio no son sólo los criminales. Son los políticos y las ideas empresariales las que modifican nuestro entorno. Y Eisner tiene toda la razón a la hora de mostrarnos en el libro que, desde la voluntad de diálogo y la unidad de los vecinos, nadie puede acabar con lo que todos hemos construido.

6 de julio de 2008

La ladrona de libros, Markus Zusak

“La ladrona de libros” es una de las novelas que aparecieron en mi estantería el pasado Sant Jordi (gràcies, Mama). Leí que “La ladrona de libros” es la historia de la niña que le robó las palabras a Hitler. Pero creo que no es verdad. Ella de Hitler no se habría llevado nada. Además, el que le robó las palabras fue Max. No Liesel Meminger.

*Quien es entonces Liesel Meminger*

Liesel Meminger es la ladrona de libros. Esto lo sé yo, lo sabes tú, lo sabe su Papá, lo sabe Rudy, el que un día se disfrazó de Jesse Owens protagonizando el escandaloso incidente, incluso lo sabe Ilsa, la mujer del alcalde y dueña de la biblioteca en la que Liesel acostumbra a robar. Y lo sabe La Muerte.

Tiene 8 años y vive en la Alemania nazi. Sus padres eran comunistas y por esto ella y su hermano tienen que ir a vivir a la calle Himmel, la calle que tiene un nombre que significa cielo, donde les esperan sus padres de acogida. Lamentablemente, La Muerte se lleva al pequeño hermanito de Liesel en el tren de camino al nuevo hogar, así que cuando ella llega a la nueva casa lo hace sola, triste y desamparada, y con un secreto escondido debajo de la ropa. El primer libro robado. No sabe leer.

*Lo que tienen y lo que no tienen*
los personajes de esta historia

Los padres de acogida, Hans y Rosa, o Papá y Mamá, son muy especiales. Rosa tiene un carácter terrible y una bocaza enorme por la que sobretodo salen insultos, y un corazón todavía mayor. Tiene una cuchara de madera con la que proporcionar watschen a Liesel. Hans tiene las manos sucias de pintura, un cigarrillo colgando en los labios, un acordeón muy viejo y un judío escondido en el sótano. El judío, sobretodo, tiene miedo. Los cuatro tienen hambre y no tienen dinero, porque en plena guerra nadie necesita los servicios de un pintor de paredes. Rudy tiene 5 hermanos, es el vecino y mejor amigo de Liesel y no tiene miedo. Liesel, por su parte, tiene mucha suerte. Ilsa tiene una bilioteca llena de libros, los libros tienen un dedo de polvo, el polvo sólo tiene los recuerdos del pequeño hijo de Ilsa, muerto años atrás. También tiene ropa para lavar y planchar, y Liesel tiene un saco con el que recoge esta ropa para que Mamá la lave. Andadora de ciudades. Ladrona de libros.

Quizás “La ladrona de libros” sea un típico relato sobre qué le pasa a la población civil en una guerra. Miseria, bombardeos, mucho miedo, solidaridad y recelos. Y sin embargo tiene algo de especial.

Su estilo es particular. Directo, sencillo. Limpio.

Urgente.

Un poco surrealista, el narrador que explica lo acontecido es la propia Muerte. Ya sabes, el personaje de la capucha y la guadaña. Que, bien pensado, en un relato sobre guerra no está tan fuera de lugar. La Muerte, esta que nunca va con prisa porque siempre llega, estaba en el año 42 bastante atareada. Atareadísima, se diría. De ahí la urgencia, creo. Y aún así se paró unos segundos a mirar a los ojos de la niña que le llamó la atención tres veces, en el tren, junto a la hoguera en la que se quemaban libros, y entre las ruinas del bombardeo. Se paró, y no se la llevó. Quizás, sólo, se llevó su historia. Y por esto La Muerte tiene un relato, un mensaje, una historia urgente para explicar, la historia que Liesel escribía en el sótano y que le salvó la vida.

Durante un rato estuvieron sentados juntos.
El humo trepó por el hombro de Papá.
Diez minutos más tarde, las puertas del latrocinio se abrirían un poquito de nada y Liesel Meminger las abriría un poco más y se deslizaría entre ellas.
Se cerrarían detrás de ella? O tendrían la buena voluntad de dejarla volver a salir?
Tal como descubriría Liesel, ser una buena ladrona requiere muchas cosas.
Sigilo. Valor. Rapidez.
Y en todo caso, y por encima de todo, hay un requisito definitivo.
La suerte.

¿Sabes qué?
Olvídate de los diez minutos.
Las puertas se abren ahora mismo.

Smells like a teen spirit, interpretado por Paul Anka

Todos asociamos "My way" a la voz del mítico Frank Sinatra, pero lo que pocas personas saben es que fue Paul Anka, quien adaptó la canción francesa "Comme d'habitude" al inglés, transformándola en la bella canción que todos conocemos. Y es que Paul Anka ha sido uno de los compositores más grandes, así como un intérprete extraordinario. Bien lo saben en Las Vegas. En esta ocasión, Anka, hace suyas las letras del grupo Nirvana, dándole ese toque swing tan característico de las veladas en esa ciudad del estado de Nevada. Una joyita que no podíamos dejar escapar para resarcirles de las peores versiones de la historia ofrecidas por el_situacionista. Va por ustedes


5 de julio de 2008

Presto, de Doug Sweetland

En casi exclusiva os presentamos “Presto”, el corto de Pixar que precederá su nueva película, “Wall·E”. Una nueva joya de la animación.