31 de julio de 2007

Los Simpson, la película, de Matt Groening


En tromba no, esta vez no, pero ganas no faltaban. Los mismos de siempre tardamos poco tiempo, muy poco, en buscar una fecha común para sacar cita y ver la película. ¿Un lunes? Pues un lunes, aunque todos trabajemos el martes. La verdad, se hace raro ver Los Simpson en compañía y sin el aperitivo delante después de tantos años. Aunque más raro es sentarte y no saber qué va a hacer Homer –mal que nos tiene acostumbrados Antena 3 repitiendo las cinco primeras temporadas constantemente.

La cosa es que uno se sienta en la película –con más anuncios previos de lo normal- esperando ver un capítulo de poco más de hora y media. Y es eso lo que obtiene. La trama comienza con una metedura de pata de Homer que acaba por calentar al pueblo entero terminando con la familia Simpson temiendo ser masacrada por la turba. Entremedias hay un cerdo –protagonista de una brillante canción- pero hasta ahí quiero leer.

Uno de los trailers tan propagados –incluso en este mismo blog- nos advertía de que la película fue creada en 2D, frente a la famosa promoción de lo tridimensional y virtual de las otras producciones de dibus. Los Simpson son dibujos para adultos –o adolescentes- y, por tanto, sus dimensiones no importan. Sin embargo sí que han trabajado los planos 3D y, hemos de decir, que en ocasiones éstos más que ayudar molestan al desarrollo de la trama. Comparándolo con la otra genial obra de GroeningFuturama- los avances técnicos terminan por crear escenas redundantes que se podían haber solucionado con la clásica animación fotograma por fotograma, aunque ésta fuera tarea de chinos.

Cuestiones técnicas aparte vayamos a lo importante. ¿Es divertida? Pues sí. Los Simpson se han caracterizado en sus capítulos televisivos por tener un humor ácido y a contracorriente pero también por saber introducir en sus escenas iconos culturales semidesconocidos para el gran público que terminan por cautivar a aquellos quienes los cazan. No puedo olvidar la escena de Homer pateando la tumba de Walt Whitman, o las apariciones de Thomas Pynchonescritor norteamericano que nunca se ha dejado ver en público- con una bolsa de la compra en la cabeza. Si en los comienzos todo famoso se moría por protagonizar un cameo en la serie –Michael Jackson, Aerosmith, Ramones, Paul McCartney y esposa- poco a poco los mismos guionistas introdujeron otros menos famosos y más culturales. Este humor inteligente se pierde en multitud de ocasiones en la película aunque eso sí, cuando sale alguna referencia de este tipo es sencillamente brillante –fans de Mitch Albom, prepárense cuando vean la película. En el aspecto corrosivo destaca sobremanera la aparición de un Presidente de los EEUU con un nivel intelectual acorde con el puesto -y ganas también- y se desvanece un poco la figura del malo de la peli, ese que pretende ser la caricatura de un burócrata de Washington pero al que dan tan poco espacio que sólo es retratado como un loco maníaco. Quizá si los productores hubieran comprendido que sobre la familia nuclear simpsoniana poco nuevo iban a decirnos y hubieran dado más peso a los secundarios de lujo que tienen hubieramos podido disfrutar de un malo digno de ser comparado con ese genial cerebro del crimen que es El Actor Secundario Bob.

Y aunque es divertida pareciera que lo es casi por obligación, como cuando uno se cruza con Millán Salcedo, el de Martes y 13, y le pide que le cuente un chiste, cosa que tiene que terminar haciendo por cojones. Los gags se suceden unos a otros casi constantemente, sin dar tiempo a la asimilación del mismo y eso crea una sensación de confusión pues cuando uno se está riendo de algo, al terminar se da cuenta de que ha perdido dos o tres conversaciones importantes para la trama o, al menos, se queda con la sensación de haberse perdido algo más divertido aún. Esta inconstancia hace que la película fluctúe arriba y abajo siendo por momentos aburrida, por momentos brillante, por momentos aburrida, por momentos brillante y así hasta el infinito y más allá.

No cabe duda de que como obra en sí es buena –aunque te tienen que gustar mucho Los Simpson para que te diviertas-, pero si la comparamos a los buenos capítulos de la serie sin duda sale perdiendo. Uno se siente en el cine como ese pequeño crío que acude respondiendo a la llamada de su héroe aún sabiendo que le van a engañar. Hubiera sido mejor no hacerla y dedicar el esfuerzo a mejorar los nuevos capítulos, sin embargo, una vez decidido a hacerla, por lo menos tendrían que haber dado más espacio a la trama en lugar de meter tanto gag inservible como si fuera un humorista novato en la Paramount. Si algo es gracioso, no necesita hacérselo, y juro por los hijos de mi hijos que ver a Homer con un cerdo en las manos es algo por lo que merece la pena pagar la entrada a precio de oro. Más aún si me vuelven a hacer descuento aceptándome el Carnet universitario caducado hace 3 años. En definitiva, ir a ver la película de Los Simpson es como sentarte con tu cerveza y las patatas fritas delante de la televisión, sólo que esta vez la experiencia estará más socializada. Le damos 3 terrones de 5 y un azucarillo en la escala Destripadora, es decir, notable alto.

PD. Quédense hasta el final de los créditos. No pasa nada imprescindible, pero ver tanto nombre en la producción de la película alivia a los estudiantes en paro: “¡¡Yo también puedo servir cafés a toda esa gente!!”.

30 de julio de 2007

Nueve cuentos, de J. D. Salinger

J. D. Salinger es uno de esos escritores definitivos. Una vida rodeada de un cierto misterio y atormentada por haber presenciado algunas de las más cruentas batallas de la Segunda Guerra Mundial, una obra maestra de obligada lectura con un sin fin de referencias en todos los ámbitos de la cultura, una batalla legal por la conservación de su intimidad traicionada por sus amigos y amantes, una retirada del mundo literario y hasta una pseudobiografía en la figura de Sean Connery. Pero además, y por encima de todo, es uno de esos escritores definitivos porque posee una de las prosas de más sencillo trazo y enorme complejidad.

Nueve cuentos” es una recopilación que el autor hizo de sus primeros relatos publicados en el New Yorker y algunos más. Una obra global que gracias a la calidad de los relatos no cojea ni un solo instante, haciendo cada una de las historias tan interesante como la anterior y la siguiente. Con un gran juicio en los finales. A menudo muchos autores de relatos cortos intentan acabar sus escritos dejando la esperanza o el deseo de que el relato continuase unas líneas más para que el lector recuerde el texto o crea que su calidad es mayor de la que es en realidad porque nos ha sabido a poco. Salinger no lo duda un instante y decide optar por un final, a menudo impactante, que no provoque en el lector esa sensación. No la considera necesaria. Es un relato corto, y al igual que sucede en El guardián entre el centeno o en Franny y Zooey, Salinger tiene en todo momento el pulso de la narración, controlando su ritmo y dirigiendo los pasos del lector, sabiendo que quiere contar en cada momento, incluido el final. Todo ello con un manejo de la narración con una sencilla prosa que huye, casi sin excepciones, de grandes descripciones es una de las grandes virtudes de Salinger. Una sencillez, que como hemos dicho, no carece de una enorme complejidad en la digestión de lo que uno está leyendo. Pues esas engoladas descripciones son sustituidas por incesantes diálogos que cumplen su función. Los pensamientos que recorren las mentes de los personajes, los juicios que creemos que hacen, las intenciones que esconden cada uno de sus diálogos, lo que creemos que sucederá en las siguientes páginas y lo que sucede en realidad… la divergencia entre lo que esperamos, lo que imaginamos que debería ser y lo que es en la realidad de Salinger.

La temática de los Nueve cuentos no guarda una relación formal, aunque todos ellos contienen un pesimismo, casi antropológico, de lo inevitable que interconecta todas las historias. A pesar de ubicarse temporalmente en la década de 1940 y 1950, lo que podría anclar en exceso la comprensión de algunas situaciones, las situaciones más o menos familiares, evitan esa distancia. A esto contribuyen los personajes arquetípicos que en la obra del autor no dejan indiferente al lector y que se complementan unos a otros a pesar de tratarse de cuentos independientes (curioso es el caso de Seymour Glass de “Un día perfecto para el pez banana”, cuya familia se encuentra relacionada con Franny y Zooey y la última publicación, conocida hasta la fecha, de un volumen con dos obras, Levantad, carpinteros, la viga maestra del tejado” y “Seymour: una introducción). Unos personajes que poseen una profundidad que se desarrolla en una decena de hojas y que no requieren ni una sola más para mostrarse ante el lector como una isla desierta en un punto remoto del océano.

En medio de la colección se supone que se encuentra, según dicen algunos, “Para Espé, con amor y sordidez”, una especie nota autobiográfica del paso de un Salinger por la Europa de la Guerra Mundial que se encuentra con una niña con la que establece un profunda conversación. Biográfica o no, parece que lo vivido en la guerra le marcó el resto de su vida, como le sucede a los personajes de “Un día perfecto para el pez banana”, al borde de una ineludible tragedia como le sucede al pequeño “Teddy”, un pequeño genio que conversa sobre su particular visión del mundo con un desconocido. Diálogos y más diálogos que se convierten en el eje central de las historias, descubriendo e imaginando a través de ellos el motivo por el que ese chico aparentemente maleducado se ha escapado a “El bote” de su padre o como pide una mujer le pide auxilio a una vieja compañera de universidad en la contraposición de sus dos vidas en “El tío Wiggily en Connecticut’”. Un amor pedido que se repite en la pérdida de la inocencia de un niño en la observación del amor y el desamor en “El hombre que ríe”. Sentimiento extraño que puede hacer cambiar de opinión “Justo antes de la guerra con los esquimales”, una calma contraria a la desesperación que refleja la espera al otro lado de la línea telefónica en “Linda boquita y verdes mis ojos”.

Una obra de retales que no está a la altura de la obra maestra de Salinger, ni necesita estarlo. Entre otras cosas porque a pesar de la aparente unidad que le otorgo, no dejan de ser relatos cortos. Eso sí, con una temática y estilo coincidente en toda la obra de Salinger, por lo que sus habituales se encontrarán como en casa. Para muestra un botón.

“[…] Creo que les haría olvidar todo lo que les ha dicho sus padres y todos los
demás. Quiero decir, aunque sus padres les hubieran dicho que un elefante es
grande, yo les sacaría eso de la cabeza. Un elefante es grande sólo cuando está
al lado de otra cosa, un perro, o una señora, por ejemplo. Cuanto más, les
mostraría un elefante, si tuviera uno a mano, pero los dejaría ir hacia el
elefante sabiendo tanto de él como el elefante de ellos. Lo mismo haría con el
pasto y todas las demás cosas. Ni siquiera que el pasto es verde. Los colores
son sólo nombres. Porque si usted les dice que el pasto es verde, van a empezar a
esperar que el pasto tenga algún aspecto determinado, el que usted dice, en vez
de algún otro que puede ser igualmente bueno y quizá mejor. No sé, yo les haría
vomitar hasta el último pedacito de manzana que sus padres y todos los otros les
han hecho morder […]”. (Teddy)

16 de julio de 2007

Cautiva, de Gaston Biraben

Cautiva
Cautiva” de Gaston Biraben, es una interesante película argentina, rodada con un ritmo lento y una óptica realista que se acerca mucho a un “falso documental” que nos descubre una pequeña parcela de una gran tragedia. Premiada en el Festival de San Sebastián de 2003 y por la Asociación de Críticos Cinematográficos de Argentina en 2006, la distancia en las fechas da buena muestra del gran recorrido que ha tenido esta película.

El cine argentino que lleva en buena forma unos cuantos años, ofreciéndonos algunos de los mejores títulos dentro del cine comercial que se pueden ver en nuestras pantallas, ha dedicado algunas películas a la dictadura argentina. Alejada de la excepcional “Garage Olimpo” (absolutamente imprescindible) que se centran en la brutalidad de la represión, “Ni vivo, ni muerto” sobre la búsqueda de las víctimas de la dictadura o la huida de “Kamchatka”, Cautiva toma una realidad poco tratada, la de las víctimas que lo son sin saberlo. Una joven, que en el mejor momento de su vida, la fiesta de los quince (lo que en España se traduce en la “puesta de largo”), con una buena familia, un buen colegio, posición… es reclamada por un juez federal que le revela un terrible secreto sobre su vida. Los que cree sus padres no lo son en realidad. Sus padres biológicos son unos desaparecidos de la dictadura militar argentina. Una más de los muchos casos denunciados de hijos arrancados de los brazos de sus padres y entregados a personas del régimen (o próximos) y uno de los pocos que se han resuelto (los rótulos finales nos advierten que en el momento de finalización del montaje se habían devuelto a sus familias 74 personas que habían sido despojadas de sus auténticos padres).

El ritmo lento de la película se presta al proceso de transformación que vive la chica, con todas las fases arquetípicas, negación, enfrentamiento, descubrimiento de la verdad, necesidad de encontrarse… hasta la aceptación de su nueva situación. Aunque debemos aclarar que Cautiva es una historia de ficción basada en hechos reales, con una serie de situaciones que pueden resultar algo que repetidas e incluso tópicas, todo se pasa por alto al entender que lo que tiene de ficción no deja de ser una dramatización de uno de los muchos casos reales que han sucedido en los últimos años en Argentina y que han podido pasar en otros muchos países.
[guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]