29 de junio de 2007

Shrek Tercero, de Dreamworks

Ya lo decía Gasset en La 2 –a horas intempestivas y a sabiendas de que pocos o ninguno le siguen-; es una lástima que los niños y niñas de hoy conozcan los cuentos de toda la vida a través de la parodia que se hace de ellos en Shrek y no desde los cuentos originales. Yo aún diría más. Diría que me parece peligroso que lo aprendan del libro de cuentos que escribió en su día César Vidal -¿Quién teme al lobo feroz? ¿Quién teme a ZP?

De manera que tenemos dos películas que, más bien que mal, han conseguido reunir un número suficiente de gags sobre cuentos populares de tradición occidental que han hecho reír a mucha gente –entre la que me incluyo. Sabemos todos que la primera siempre fue mejor que la segunda. La continuación de la Historia original era darle una vuelta de tuerca a un personaje que quizás no se merecía eso. Pero lo hicieron –money is money- y decidieron darle la misma moraleja que en la primera: puedes ser todo lo feo que quieras, pero si eres bueno… eres bueno.

Sentado en la butaca del cine, con un ticket que atestigua el pago de 5,20€ -¡¡esta vez sí… conseguí que me hicieran descuento!! Aunque tuve que presentar un carnet de universitario caducado-, y la paciencia a punto del límite tras tragarme 20 minutos (¡!) de publicidad en formato cine -¿alguien me puede explicar por qué pago para ver anuncios?- comienza la última aventura de este ogro verde. Por que sí, es la última. No van a hacer la cuarta –esperemos- y no será por sentirse satisfechos con haber logrado el último sueño americano –hacer de cualquier medianía una trilogía- sino porque ya no da para más. Ya no hay moraleja. Al menos en cuanto a niños se refiere, porque lo único que queda del final de la trilogía Shrek es que ser padre es algo maravilloso incluso si tu hijo es feo. Pero feo, feo, feo. Que hasta para ser ogro lo han dejado feo. Todavía había alguna mojigata en la sala que soltó el tradicional “¡Ooooohh! Qué rico” en la primera aparición de la criatura. Pero os aseguro que es feo.

Durante toda la proyección uno se va hundiendo un poco más en la butaca. Chiste manido tras chiste manido, la trama empieza a decaer, y eso que nunca estuvo en un momento álgido, hasta que uno empieza a jugar a identificar las voces de los personajes. “Este es del Cruz y Raya”; “Este es Michael Robinson”; “Este anuncia descafeinados en la tele”. ETC.

Las vueltas de tuerca a esta idea no da para más y al final se sale del cine sin comentar absolutamente nada de lo que se ha visto salvo que, tras los títulos de crédito no hay ninguna escena rescatada y que por culpa de esperarla hemos perdido el último metro. ¡Menos mal que nos queda Portugal! ¡Menos mal que están los P2P! –guiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño-. Esperemos que la película de Los Simpson no nos decepcione.


24 de junio de 2007

Indiana Jones IV, de Steven Spielberg


Primera imagen de Harrison Ford enfundado en su personaje de Indiana Jones, dieciocho años después. Aunque no está tan mal como algunos esperábamos, lo cierto es que la mítica serie de películas, alguna de ellas consideradas como una obra maestra del cine (de aventuras), va a contar con una nueva parte que previsiblemente George Lucas (el propietario de la saga) joderá como ya hiciera con la innecesaria resurrección del “La Guerra de las Galaxias”. Esperemos que el buen hacer de Spielberg mitigue el ego de Lucas. De momento la cosa pinta mal, por mucho que Cate Blanchett y John Hurt estén en el proyecto (siempre le da un punto de calidad) y que Connery haya sido sustituido por Jim Broadbent (o eso dicen) para el hacer del Padre de Indi, los antecedentes de reciclaje prejubilación no son buenos. Por mucho que estén de moda con John McClane.

22 de junio de 2007

Una mujer en Berlín, Anónima

Hasta ahora, la serie de literatura antibelicista estaba comprendida por novelas. Relatos ficticios sobre situaciones hipotéticas que, en mayor o menor medida, podrían haberse dado en la realidad pero que en ningún caso tuvieron nada que ver con ella. Con Una mujer en Berlín nos salimos de esta tendencia para pasar a observar el relato de una alemana durante los días de la toma soviética de Berlín. No pretendemos revisar diarios o relatos verídicos de guerra durante esta serie –la lista entonces se nos mostraría interminable- pero si en este caso hacemos una excepción es por la novelización que su autora hace de la entrada rusa y, sobretodo, porque es digno de mencionar un libro como este, que habla del fin de la guerra y del comienzo de lo peor, más allá de donde los libros de Historia se quedan, acertando a descubrirnos que cuando los grandes acontecimientos terminan es el momento en el que ocurren las cosas que importan.

Una mujer en Berlín es un relato anónimo escrito por una periodista alemana que vive en Berlín el fin de la II Guerra Mundial. Hans Magnus Enzensberger, autor de la brillantísima biografía de Durruti, El corto verano de la Anarquía, y del divertidísimo y didáctico El diablo de los números- fue su editor en la más reciente versión alemana del libro. En el prólogo que escribe ya explica por qué un texto tan revelador como este fue olvidado por la memoria alemana y por qué tuvieron que pasar tantos años hasta que pudiera ser reeditado. La autora, explica Enzensberger, era una periodista berlinesa que anotó en un cuaderno, en servilletas y en cualquier trozo de papel, todo lo que le estaba ocurriendo en esos momentos de 1945. El cuaderno resultó más terapéutico de lo que cabría esperar y gracias a él la autora consiguió superar la difícil vida que se vio obligada a llevar. Una primera edición fue publicada en Alemania a principios de los 50, pero absolutamente nadie le hizo el menor caso. Enzensberger señala como causa de esto la falta de madurez de la sociedad alemana en aquellos momentos. Sin embargo sí fue editado en inglés tanto en el Reino Unido como en los EEUU y fue en esa versión como llegó a las manos del editor alemán. La nueva edición alemana –con nombres ficticios- tuvo que esperar a que la autora muriera para poder ser publicada por expreso deseo de ella. Hoy es Anagrama la que nos presenta una edición española, si bien en su colección panorama de narrativas en precio del libro es inadmisible, la colección de bolsillo Quinteto lo rescata a un precio autorizado para todos los públicos y en una edición que hasta se deja llevar sin vergüenza.

Los motivos por los que la autora no firmó con su nombre son obvios nada más comenzar el relato, pero lejos de ser un escollo para el lector es una ayuda, pues si la autora es anónima puede ser cualquier mujer, y el relato entonces se convierte en un relato de todas las mujeres de Berlín o de Alemania, de todas las mujeres capaces de sobrevivir a una Guerra que los hombres han perdido.

Comienza el diario con el relato de los últimos días de asedio aéreo sobre Berlín. La confusión es obvia, todo el mundo tiene una teoría sobre el estado de los combates y se lo comentan unos a otros en cada refugio antiaéreo. Descubriremos los diferentes microcosmos existentes entre uno u otro refugio y, más concretamente, descubriremos personajes realmente patéticos, derrotados pero empecinados en la inminente victoria. Poco a poco, según la derrota se hace más patente, la sociedad del refugio irá volviéndose más anti-Hitler. Los comentarios no serán alardeantes, nadie criticará con dureza al Fuhrer, todo lo contrario. La ironía y el comentario de doble sentido, mucho más alemán, donde va a parar, pero también mucho más conservador, como pensando en que no convenía criticar abiertamente, será el tono de queja empleado por los residentes. La sociedad alemana se ha atomizado. No se vive con el concepto amplio de Nación, tal y como pretendía el nazismo, sino que en la oscuridad del refugio la comunidad de seres más amplia es el Edificio. Uno puede salir y trasladarse a otro piso del Edificio, perteneciendo por tanto a otra sociedad, pero desde luego notará la ausencia de algo, la carencia de conexión grupal hasta que, poco a poco, la vaya recuperando.

Pero todo esto cambia con la llegada de las tropas soviéticas a la capital alemana. La suposición de que muchos serán los hombres señalados a justificar su participación o no participación en la guerra contrasta con la certeza de que más serán las mujeres violadas, vejadas y utilizadas como botín de guerra. La palabra violación sale en el texto tantas veces –o más- como la palabra rusos y eso da una sensación muy real del sentimiento que por entonces conllevaba ser mujer en el Berlín de 1945.

Además de ser escritora y mujer, la autora tiene otra cualidad que nos ayudará a conocer mejor los sucesos del momento. Al ser hija de casa adinerada, ha podido viajar por Europa antes del comienzo de la guerra y como fruto de ello aprendió ruso hasta un nivel más que aceptable, nos puede comunicar con el bando vencedor –en aquellos momentos más vencedor si cabe. El relato del frente de los soldados soviéticos llegará a nuestros oídos a través de su ruso y podremos concluir que lo que hoy nos cuenta nuestra amiga alemana no es más que el famoso ojo por ojo y que los alemanes no se comportaron mejor cuando tomaron tierras extranjeras. En la guerra todos pierden, pero unos sólo se mueren mientras otras son violadas.

Pero el mal de muchos no crea mentes inocentes y así, poco a poco, iremos comprendiendo la necesidad de adaptación de la autora al nuevo contexto. La valentía de saberse en una situación privilegiada en el momento que vive por ser una mujer joven y conocedora del ruso hace que se decida a escoger a su propio violador particular. Al concluir que la vida que le espera si no lo hace es la de la violación colectiva, la autora buscará la manera de rentabilizar mejor –esto es, alimentos y protección- la vejación a la que ha de ser forzada. Y lo hace de manera que ningún lector pueda verse tentado a juzgarla moralmente.

Y es que el hambre es el tercer protagonista de este relato de derrotados auténticos. La carestía de comida hace que los cardos salvajes sean el alimento nuestro de cada día y tan sólo la necesidad de encontrarse a una mujer que no sea sólo “un saco de huesos” provoca en los soldados rusos la obligación de dar de comer a sus víctimas. La protagonista, como decíamos, sabrá administrarlo muy bien. No tanto sus otros compañeros de piso –para entonces la sociedad-edificio ha pasado a ser sociedad-apartamento- quienes lejos de aportar nada, se limitan a disfrutar de los privilegios que la violación de ella traduce en alimentos.

En términos generales, así se muestra este diario. No se le puede decir más sin desvelar la trama salvo señalar algunos detalles que desgranan la mentalidad militar tales como el adolescente de 16 años autoforzado a violar para demostrar a sus compañeros que él también es un hombre y no un niño. La sutileza a la hora de proponer la violación, casi como si de un cortejo se tratase -¡cómo si hubiera posibilidad de negarse!- y, sin duda, el pillaje, demostrando una vez más la razón por la que se hacen las guerras: para obtener cosas que sabes que no son tuyas.

Una transversal de este libro es el pensamiento alemán. Uno puede distinguir, sin miedo a caer en los tópicos de cabezas cuadradas o del imperio de la ley sobre cualquier cosa que los mitos, en el caso de que hablemos de los alemanes, a veces pueden ser ciertos. O al menos que nuestra autora también fue presa de esos mitos, los reconstruyó, los levantó y ahora es ella la que se sorprende de su derrumbamiento.

Un libro, sin duda, capaz de hacer ver al lector que los alemanes, incluso durante la Segunda Guerra Mundial, también fueron víctimas del enemigo más grande que jamás tuvieron los pueblos: la continuación de la política por otros medios.

15 de junio de 2007

Bob Dylan, the answer is blowin' in the wind

Tras la concesión a Bob Dylan del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, un premio cuya relevancia la da el premiado y no el galardón, el autor de esta entrada, y supongo que la colectividad que se encuentra bajo Destripando Terrones, condena la concesión del mismo y proclama la genialidad del cantautor. No hay mayor gloria para Dylan que las letras de sus canciones, sin necesidad de tanta oficialidad. Y para demostrarlo un pequeño homenaje con la versión de Katie Melua de “Blowin’ in the wind”, una de las mejores canciones de Dylan, una de las mejores canciones de la historia de la música.


How many roads must a man walk down
Before you call him a man?
Yes, n how many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand?
Yes, n how many times must the cannon balls fly
Before they’re forever banned?
The answer, my friend, is blowin’ in the wind,
The answer is blowin’ in the wind.

How many times must a man look up
Before he can see the sky?
Yes, n how many ears must one man have
Before he can hear people cry?
Yes, n how many deaths will it take till he knows
That too many people have died?
The answer, my friend, is blowin in the wind,
The answer is blowin in the wind.

How many years can a mountain exist
Before its washed to the sea?
Yes, n how many years can some people exist
Before theyre allowed to be free?
Yes, n how many times can a man turn his head,
Pretending he just doesnt see?
The answer, my friend, is blowin in the wind,
The answer is blowin in the wind.

6 de junio de 2007

Las aventuras de Wesley Jackson, de William Saroyan

No cabe duda de que aquello de lo que yo mismo hablaba en otro lugar ocurrió aquella noche. En las efemérides, complicado era encontrar algo que gustara al agasajado, pero la troupe de siempre decidió arriesgar y acertaron antes de que nadie les hablara de la intención de llevar a cabo esta serie antibelicista. Por tanto, al abrir la clásica bolsa de plástico me topé con éste libro y decidí, sin lugar a dudas, que debía de dejar de relacionarme con esta gente. Que te conozcan las intenciones antes de que tú mismo te hayas decidido es realmente el punto en el que has de romper las relaciones, retirar a tu embajador y llamarlo a consultas. Afortunadamente ya de pequeño dejé de hacer lo que debía para hacer lo que me plazca. Por eso sigo ideando formas de compartir momentos y luchas con ellos y por eso les hablo hoy a Uds., lectores del [guiño, guiño], de Las Aventuras de Wesley Jackson, de William Saroyan.

Iniciada por encargo del Gobierno de los EEUU con la intención de reflejar la vida típica de un soldado cualquiera destacado en la Segunda Guerra Mundial, este nuevo ejemplo de literatura antibelicista fue rechazado a la hora de la entrega por motivos obvios. Lo que Saroyan no podía resistir cuando le ofrecieron de hablar de un soldado era expresar lo que de terrible tenía la guerra en general, incluso ésa misma que iba a salvar los cimientos de la civilización y que, hoy señalan algunos, había que ganar.

De nuevo nos volvemos a encontrar con la figura de un soldado como protagonista, y serán sus ojos a través de los cuales podamos descifrar qué sentido tiene todo aquello que está viviendo en la contienda bélica. Jackson será nuestro infiltrado en el ejército estadounidense. Él cuenta sus vivencias en el ejército en tiempo pasado, luego por lo tanto no puede estar muerto. Para que la visión de todo fuera aún más catastrófica, Saroyan dotó a Jackson de dos elementos fundamentales: la extrema juventud para un soldado –apenas 19 años cuando ingresa- y la convicción de que él mismo es tonto, de que no vale nada. Con un personaje así, Saroyan nos asegura inocencia en cada pasaje y falta de autoestima. El ejército no le hará madurar ni le hará fortalecerse. Tampoco la guerra. Será precisamente la contraposición a estas dos cosas y la presencia de diferentes compañeros de litera lo que acompañará al soldado en el camino de la madurez, de la formación de una opinión ante los acontecimientos que parecen dominar su mundo y le dotará de la necesidad por poseer un proyecto de vida, fuera cual fuera, ante el proyecto de muerte que le han preparado otros a él.

Los paralelismos entre ésta y las novelas de Schweijk y Chonkin pueden parecer obvios. Sin embargo Saroyan se diferencia de los otros dos autores europeos en que trata de expresar el dramatismo inherente a cada instante del ejercicio militar. Ya sea en primera línea de batalla, en la retaguardia del frente o en el puesto más alejado e impensable de la defensa de la nación. Una cosa sí es común a las tres novelas: los oficiales –es decir, los que mandan, los que necesitan al ejército para mantenerse a sí mismos- son imbéciles, cobardes, ruines y todo lo demás que se supone que no es un militar. Ahí radica especialmente el antibelicismo de esta novela, en la humanidad que respiran los soldados rasos, incluso algunos sargentos, frente a la vileza de los oficiales.

Asegurados los bandos, de un lado las personas, del otro los militares, podremos disfrutar de esta novela si estamos preparados para lo peor. La tristeza abunda en ella, el humor dulce y tierno de los momentos difíciles no cubrirá el dramatismo de cada instante. Saroyan sabe que la guerra es triste, que es el más bajo momento de la vivencia humana, y de ahí que el libro esté lleno de surcos de tristeza y dolor por no poder alcanzar la vida feliz que todo hombre –y mujer- merece. La guerra afea todos los momentos, por muy dulces que éstos pudieran parecer, y termina por afectar a cada fibra del ser que es el soldado Jackson.

Tanto en terreno estadounidense como en el continente europeo, nuestro protagonista irá encontrando gente de amable carácter, implicados en una guerra que no es suya y que desean pasar por ella de la manera más digna. A todos les ha pillado la guerra por medio, sin que ellos lo pidieran. Los dirigentes han decidido que tiene que haber guerra y por tanto hay guerra. Y son todas estas personas las que pagan el pato.

Un detalle que no oculta Saroyan durante toda la novela es la falta de disciplina de los acuartelados. Desde siempre que se piensa en soldados, en guerra, en militares, le vienen a uno a la mente las obligaciones del fin del individualismo, de la integración en una masa uniforme de individuos que, gracias al pegamento de la disciplina, llegan a actuar como uno solo. Pues no, dice Saroyan. Aquí todo el mundo hace lo que le da la gana… si tiene dinero para ello.

He dicho antes que la novela destila un ambiente triste y tierno, pero también podríamos verlo por otro lado. La novela es alegre porque muestra que todo el mundo es bueno –al estilo de Camus, claro. Todas las personas tienen algo de bueno y la guerra es una situación como otra cualquiera para poder dar a conocer esa cara. Jackson, nuestro protagonista, sabe sacar lo humano de un conflicto militar y labrarse una vida cuando para él estaba programada la muerte. Resulta que al final no es tan tonto como parecía.

Una buena novela, independientemente del carácter antibélico que tenga –algunos dicen ya por ahí que si no es sobre soldados, el libro no me interesa. Sin duda una apuesta sobre seguro de aquellos que optaron por éste y no otro agasajo. Habrá que seguir leyendo a Saroyan a ver si aguanta nuestro ritmo. Por cierto que la edición de Acantilado, como siempre, más que un sobresaliente. Lástima de lo abusivo del precio, pero como esta vez no me tocó pagar a mí...

4 de junio de 2007

Studio 60 on the sunset strip, de Aaron Sorkin

El mundo del cine, teatro, radio y televisión está cansando de mirarse el ombligo y mostrarnos sus interioridades con más o menos acierto. El teatro cuenta con todo tipo de ejemplos, desde la ñoña “Shakespeare in love ” que mostraba las relaciones autor-actriz, muy en la línea romántica musicalera que años más se retomaría en la “me encanta-la odio” “Moulin Rouge!”. Antes había muchos otros intentos, uno los más memorables es “Eva al desnudo”, en la que el mundo del teatro era examinado con detalle a través de los ojos de la Davis o la mítica “Ser o no ser”, en la que una compañía de teatro tenía que burlar el nazismo (incluido Hitler) en la Polonia ocupada para sobrevivir a la guerra. Dentro del cine, desde una de las comedias menos redondas y más facilota de Woody Allen, “Un final made in Hollywood”, en la que se demuestra que lo más importante no es un trabajo bien hecho sino una buena cuenta de resultados, hasta pequeñas joyas del cine como “Ed Wood” (menudo repaso extraño de títulos).

Mucho más compleja ha sido el “Último show”, la última-última de Robert Altmant, que se murió antes del estreno y que nos enseñaba el mágico mundo de los espectáculos radiofónicos, mitad teatro, mitad espectáculo musical, (muy aburrida). Alejadísima de otra de Allen, “Días de radio”. Si nos detenemos en el mundo de la televisión, en el que centra su mirada “Studio 60”, tenemos ejemplos por rachas, la particular visión de la telerrealidad de “El show de Truman” en la que el sujeto era la víctima de la maquinaría televisiva y que fue rápidamente reversionada en el “EdTv”, más en la línea de la comedia una crítica más cercana y menos reflexiva de los directivos y programadores de los grandes. La manipulación de los concursos televisivos con la aburridísima “Quiz show” de un Redford en horas bajas o la muy celebradaBuenas noches y buena suerte”, en la que ciertamente, la excusa era la televisión y la protagonista la política.

Studio 60 on the sunset strip” es la gran apuesta de este año de la Warner Bros. para una NBC en crisis tras perder algunas de sus mejoras bazas de las últimas décadas. La serie nos narra el día a día de la parte de atrás de un programa semanal, que cuenta su trayectoria en décadas, de una cadena nacional en horario de máximo audiencia. Tras unos primeros instantes en el que el presentador, harto de lo que se puede y no se puede decir en directo, estalla con un discurso lleno de sinceridad sobre la situación de la cadena de televisión y del país, arranca una de las series más prometedoras que acaban de desembarcar en la televisión española. Llena de ese “mirarse al ombligo” que tanto gusta a estas producciones, directivos, productores, guionistas, ejecutivos, realizadores, actores… son retratados en esta serie que intenta no dejarse a nadie fuera.

Tras dirigir el timón de una de las mejores series de la historia de la televisión, “El ala Oeste de la Casa Blanca”, cuya calidad media de cada capítulo se sitúa muy por encima de la media de la mayoría de las películas que se estrenan en el cine, y a la espera de la gran apuesta del Hollywood más político (Demócrata), “Charlie Wilson’s war”, en la que adapta la novela de George Crile, Aaron Sorkin se encarga de contarnos las intimidades del mundo televisivo con el habitual sello. Personajes que ni son buenos ni malos por definición, sólo supervivientes en un mundo de tiburones en el que sólo sobreviven los más rastreros (no se esperen una corte de personajes despedazándose, están en Los Ángeles y visten Armani o similar). Los más habituados a los productos de la Warner ya estarán acostumbrado al particular carácter que imprimen a la hora de rodar, con especial mención a las escenas en la que la cámara acompaña a los personajes por distintas instancias, cruzándose con otros personajes a los que la cámara seguirá de nuevo en la misma secuencia. Técnica que se hizo célebre en “Urgencias” y que algunos en España presumen de haber inventado… combinada con el modo de relato secuenciado fechado en días y horas para dar coherencia a la trama y mostrando que lo importante es sólo cuestión de enfoque. También habitual son los diálogos rápidos e ingeniosos que demuestran la buena forma en la que se encuentra Sorkin y su equipo de guionistas, aunque puede que en la realidad no se encuentren tan ágiles de mente los directivos, productores, realizadores… Como conocida también es la confrontación entre la América conservadora y la más liberal, siempre encarnados en personajes más atractivos y con mejores planos, aunque no exentos de su lado oscuro [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño].

Rescatados Chandler Bing, también conocido como Matthew Perry, de la serie de culto “Friends” y Josh Lyman, también conocido como Bradley Whitford, de “El ala Oeste de la Casa Blanca”, de la que ya hemos hablamos, son la pareja protagonista en, eso sí, un casi calco de sus peonajes anteriores (por cierto, ambos actores coincidieron en los pasillos de la Casa Blanca durante tres capítulos en los que no se llevaban demasiado bien). Pero qué quieren, tanto el uno como el otro estaban bien antes y están bien en una de las mejores parejas que podían darse en la televisión, sólo superada si ambos se hubiesen traído a sus anteriores partenaire, Monica Geller (Courtney Cox) y Donna Moss (Janel Moloney), pero como todo no puede ser… Brillantes en los diálogos y en el acompañamiento de su mentora, Amanda Peet, que ya destacó en “Syriana” o en la televisiva “Jack & Jill”, y otros muchos secundarios como Timothy Busfield, también reciclado del “Ala Oeste” en la que interpretaba al persistente Danny Concannon que perseguía a la sin par C.J. Cregg (Allison Janney); Sarah Paulson, la ex del personaje de Perry; Steven Weber, el directivo despiadado de la cadena.

De momento la serie arranca en España cuando en los EEUU llega al final de su primera temporada con la renovación del contrato a pesar de una audiencia algo irregular y una escacez de premios que la distancian mucho de la reputadísima “Casa Blanca”, “Friends” o “Urgencias”. No obstante, nos encontramos ante uno de los mejores productos televisivos del momento, muy por encima en su calidad de series que cuentan con un mayor apoyo de la audiencia y un mayor culto de sus personajes. No pierdan la oportunidad de ver esta serie que arranca y que pinta muy bien, cuyo único defecto es casi coincidente con el “Ala Oeste” (habrá que hacer otra entrada dedicada a esta serie), demasiado idílicos todos los que aparecen, o se han olvidado que el Presidente Bartlet era Premio Nobel de Economía.