28 de enero de 2010

J. D. Salinger, 1919-2010

De sobra es conocida mi admiración por J.D. Salinger, uno de esos escritores que aún mal envejecido en muchos de sus textos, no esconde su talento a los años que se le puedan echar encima. No así la edad, que ha terminado por ganarle la partida en esa siniestra y compleja lucha que mantenía con la muerte y sus fantasmas.

Descansa en paz, por fin, un escritor.

Fragmento de “Teddy” [leer texto completo], dentro de la colección “Nueve cuentos”.

[…]

-Pero no es cierto que yo les dije cuándo se iban a morir. Es un rumor totalmente falso -dijo Teddy-. Podría haberlo hecho pero sabía que en el fondo no lo querían saber. Lo que quiero decir es que aunque enseñan religión y filosofía y cosas así, siguen teniendo bastante miedo de morir -Teddy, sentado, o reclinado, guardó silencio un minuto.- !Es tan tonto! -dijo-. Lo único que pasa es que cuando uno muere se escapa del cuerpo. Caramba, si todos lo hemos hecho miles y miles de veces. El hecho de que no se acuerden no significa que no haya ocurrido. Es tan tonto.

-Tal vez. Tal vez -dijo Nicholson-. Pero lo lógico sigue siendo que por mucha inteligencia que...

-Es tan tonto -dijo Teddy otra vez-. Por ejemplo, tengo una lección de natación dentro de cinco minutos. Podría bajar a la piscina y encontrarme con que no tiene agua. Podría ser el día en que cambian el agua, por ejemplo. Podría pasar, por ejemplo, que yo caminara hasta el borde, como para mirar el fondo, y que mi hermana viniera y me diera un empujón. Podría fracturarme el cráneo y morir instantáneamente -Teddy miró a Nicholson-. Podría ocurrir -dijo-. Mi hermana solo tiene seis años, y no hace muchas vidas que es ser humano, y no me quiere mucho. Podría pasar, desde luego. -Pero ¿qué tendría de trágico? ¿De qué podría tener miedo? Después de todo, yo no estaría haciendo más que lo que debo hacer, ¿verdad?

[…]
Hablamos de él en:

- “Hapworth 16, 1924

- “Nueve cuentos

No dejen de leer “El corazón de una historia quebrada”, traducido por Javier Marías.

4 de enero de 2010

Lo que queda del día, de James Ivory

Las que le gustan a Øttinger (LQLGAØ)

Todos aquellos que me conocen saben que esta es una de mis películas favoritas. No sólo por su enorme calidad cinematográfica, sino por la cantidad de grandes detalles que encierra. Y para un tipo como yo, que huye del romanticismo más ñoño (y pueril, no de puerco sino de niño de instituto) es de admirar lo magistralmente narrada que está la historia de amor callada entre los dos protagonistas. Impresionante. Pocas historias de amor pueden llegar a un clímax más alto que la escena en la que el ama de llaves trata de arrebatarle la novelilla de amor al mayordomo.

Podría parecer, para aquellos que ya han disfrutado de esta película, que el secreto de la misma está en las interpretaciones de Hopkins y Thompson. Sin embargo se equivocarían si juzgarán la flaqueza de un guión bien armado, una composición de escena excelente y una dirección brillante. Ivory, uno de los directores más relamidos y lentos del cine estadounidenses (aunque la mayoría le cree británico), venía de triunfar con “Regreso a Howards End”, un melodrama al más puro estilo inglés con la misma pareja protagonista y que le dio un buen número de premios y reconocimientos. La candidez de los planos abiertos, la búsqueda de las miradas y la progresividad en el establecimiento de las reglas de la sociedad para relacionarse se ven ampliamente superadas por la que hoy comentamos aquí.

Lo que queda del día” es una obra maestra cuyo argumento no es, aparentemente, más complejo que la narración de la dedicada vida de un mayordomo al servicio de un aristócrata inglés que coquetea con el nazismo en un Reino Unido que aún no tenía demasiado claro su posición en la Segunda Guerra Mundial. Pero no es esta una película de espías, por mucho que Ivory quiera dejar claro las ansias de buena parte de la aristocracia y nobleza británica por alcanzar un pacto de no agresión con la Alemania nazi. Y tampoco, pese a este aparente planteamiento, se trata de una película que trate de enseñarnos el funcionamiento de una casa de la época y el papel que desempeñaba el servicio, como más tarde haría de una manera más o menos interesante Altman con su “Gosford Park”. “Lo que queda del día” es un melodrama. Narra la historia de amor de un Hopkins, el Sr. Stevens (el mayordomo), tremendamente comedido y entregado a su obligación, el trabajo, la única pasión que ha encontrado en su vida, y que ve como su mundo se ve trastocado por la incorporación al servicio de la Sra. Kenton (Emma Thopmson). Una mujer que está deseando empezar a vivir y que desea que en su viaje le acompañe un Hopkins demasiado resguardado en su intimidad.

Nuevamente un pero. Pese a esta descripción del argumento, que lo configuran como una de amor, no van a ver una historia convencional. Aquí el amor se destila en silencios, miradas y gestos. Resulta tan elegante la narración, y tan acertado el trabajo de los actores, que las dos únicas veces en la que los protagonistas tienen contacto, no ya de un modo físico sino puramente carnal, es puramente conmovedor y sin una cama de por medio. Pero a eso iremos más adelante. Pues como aderezo a esta pasión silenciosa e interiorizada le acompaña un segundo drama, el de Lord Darlington (James Fox). Un perfecto complemento con elementos de política internacional, conspiraciones, la visita de un alto dirigente de la Alemania nazi en suelo inglés, un sobrino periodista entrometido intentando enterarse de la suerte que corre Europa, en suma, puro ritmo como contrapunto a la tranquilidad que emana un mayordomo que no se ve alterado más que por aquello que siente se le escapa.

La película cuenta con una estructura clásica que parte de la memoria de un Stevens que se empeña en rememorar los detalles de una época pasada, la que vivió junto a la Sra. Kenton, mientras acude a su encuentro. Una especie de repaso a los errores cometidos y en el que, fiel a su estilo, Ivory opta por unas descripciones detalladas en lo estético y contenidas en las formas interpretativas, tejiendo de esta manera los contrapuntos necesarios para hacer más comprensible a ratos, patético otros muchos, el personaje del mayordomo protagonista. Desde la propia actividad frenética de una casa (un personaje más de la trama) en la que el único que parece estar siempre quieto y en su sitio es él (significando esto que es el mayordomo el que más se mueve), el futuro que le aguarda en la figura de su padre, la envidia en la joven pareja resultante de su ayuda de cámara y una doncella o, de modo mucho más cruel, su antítesis en el amigo de la Sra. Kenton. Elementos que irán configurando a Stevens como un perfecto ejemplo de una clase de hombre, quizás una clase social en sí misma (la escena del interrogatorio por parte de un invitado resulta clarificadora), que ocupaba el lugar que el nacimiento le había dado (como una especie de casta) y que no aspira a más de lo que tiene. Sólo el amor puede alterar sus prioridades pero ni siquiera éste es tan fuerte como para provocar el despertar de esta clase de hombre que se refugia en su obligación como un reflejo del miedo que tiene a perder su propio privilegio, ser el señor de los sirvientes.

Magníficas las descripciones y momentos que contiene esta película. Como la escenificación de la dualidad poder en el mundo de los señores y de los sirvientes: sensacional la escena del comedor del servicio en la que el mayordomo se permite juzgar la moralidad de su comunidad y erigirse en una especie de juez, mientras que, posteriormente, y al ser interrogado sobre política por un presuntuoso invitado, se quedará en blanco, no por no tener una respuesta sino porque no le corresponde tenerla. Pero no vamos a insistir en muchas más excepto en las dos principales que corresponden a la historia principal.

Si esta película hubiese tenido dos actores protagonistas extraordinariamente atractivos este romance sería uno de los más recordados del cine. Sin embargo, gracias al buen tino del casting y el respeto por la novela de Kazuo Ishiguro, los dos actores seleccionados tenían, a priori, tan poca pinta de hacer una romántica (pese a venir ambos de una) que no sólo contribuye a dotar de credibilidad la película, sino que además deja (esto gracias al talento de los mismos) explotar dos interpretaciones memorables. Emma Thompson es difícil que esté mal en alguna. Una de mis actrices favoritas, siempre correcta y dedicada, logra en esta que les recomiendo, una de sus mejores interpretaciones en un papel lleno de corsés con los que roza constantemente sin llegar a despenderse de ellos. Pero sin duda, sin ninguna duda, Hopkins está inconmensurable. No se puede realizar una interpretación mejor que esta. El poco espacio que le deja un personaje tan rígido como Stevens, en el que los gestos son limitadísimos incluso en sus pequeños tics, es suplido con maestría a través de su mirada. Unos ojos que lo dicen todo. Insisto, difícil encontrar una interpretación mejor que esta.

Y es que “Lo que queda del día” se hace grande gracias a las interpretaciones de sus dos protagonistas y a la perfecta disposición de cada una de sus escenas. Decíamos al principio que las dos escenas carnales, en las que no hay cama, resultan tan conmovedoras que entran dentro de la clasificación de “Gran Cine”. Sin duda, la más recordada es el encuentro entre el mayordomo y el ama de llaves, cuando ella trata de arrebatarle el libro que él lee mientras Hopkins recorre con su mirada el alma de su amada y siente, a través de ese mínimo contacto, como ella rompe su barrera y le invade en su intimidad para siempre (les aseguro que la escena no es tan ñoña como esta descripción). Y la segunda gran escena de este tipo es… mejor la ven y la disfrutan. No vamos a destripar el final de esta relación. Pero no pierdan detalle.

Disfrútenla si no la han visto. Y si ya lo han hecho, háganlo de nuevo.