30 de septiembre de 2007

Crónica de una fuga, de Israel Adrián Caetano

Resulta difícil superar “Garage Olimpo” como crónica de las torturas que los militares argentinos infringían durante los años de la dictadura militar a todo aquel que considerasen sospechoso de ser un subversivo. Una excepcional película a la que “Crónica de una fuga” no hace sombra pero si se acerca en su dramatismo y realismo a la hora de contar lo cotidiano de una tortura institucionalizada. Un interrogatorio en un domicilio particular a plena luz del día, con una madre a la que trata de sacarse el paradero de su hijo, es el punto de arranque de esta película basada en hechos reales y que se ubica dentro del ya extenso cine argentino sobre los años de la dictadura militar. Un cine que ha dado buenas cintas y que no deja de ofrecer nuevos títulos que lejos de cansar, profundizan en la herida que aún supura en buena parte de la sociedad argentina. No obstante, Cronica se adelante en el tiempo (dentro de la ficción) a Garage en el retratado de uno de esos centros de detención clandestinos que se encontraban por todo Buenos Aires. Un lugar que escenifica el mayor horror de la historia argentina de las últimas décadas. Situada en 1977 y narrada cronológicamente como un diario carcelario, no pierde la oportunidad de confrontar la desesperación de los detenidos con la crueldad de los guardianes, que si pueden elegir y eligen ser así.

Una vez que Claudio, el joven buscado por el grupo de tareas (así se conocía a este particular grupo) y en posesión de un arma tan poderosa, en palabras de los agentes, como una pancarta que reza “El pueblo unido jamás será vencido”, aparece, es conducido a un infierno del que nunca creyó que formaría parte. El internamiento en un centro clandestino descrito con todo lujo de detalles y en el que la ambigüedad no cabe. Los personajes se dividen en el clásico esquema de malos y buenos. En los malos existe una aparente unidad descriptiva, dejando los matices para el grupo de los buenos. Respecto al primer grupo, no hay concesiones de ningún tipo. Mínimos gesto de una humanidad que no adolecen por ninguna parte. Descarnados, crueles y miserables, jugando con la vida de unos detenidos que nunca debieron serlo. Por su parte, dentro del grupo de los prisioneros, la dirección del uruguayo Israel Adrián Caetano, resulta del todo efectiva y sencilla. Una sencillez que no está reñida con la profundidad del drama que se vive y con la carga de matices que otorga a estos cuatro detenidos. Una personalidad que enfrentará la valentía con la prudencia, la desesperación con la necesidad de creer en el día siguiente, la cobardía con el espíritu de supervivencia… todo ello para llegar a una conclusión que les ronda desde el primer día que fueron arrastrados hasta allí, la muerte es el final que les espera.

Resulta especialmente interesante el papel de Claudio, hilo conductor de la película, un portero universitario que representa el auténtico drama de la sociedad argentina. Un joven que no milita en ningún tipo de iniciativa política y que se encuentra, o eso creía él, a salvo de esas cosas que, según contaban los rumores le pasaban a algunos. Sin embargo, el instinto de supervivencia de uno de los presos le conducirá al infierno de la detención y los interrogatorios de la Mansión Seré, quinto personaje principal de la trama. Una mansión que en la actualidad se encuentra señalizada como uno de los puntos del horror de la dictadura y a la que el director de la cinta le concede el rango de protagonista. Los sucios pasillos, el ambiente lúgubre, el eco de los gritos, los paseos de los guardianes, la presión del silencio… todo forma parte de esa tortura, convirtiéndose el centro de detención clandestino en un elemento más de la estrategia que emplean los torturados por obtener el máximo de información posible de los prisioneros. Una institucionalización que, junto al paseo que dan a uno de los detenidos en plena luz del día, pone de manifiesto lo cotidiano de un sistema de represión cuya única resistencia se limitaba a la mirada clandestina tras los visillos de una ventana vecina.

Una película que huye, a pesar de la cronología de los acontecimientos, del falso documental para ficcionar unos hechos que explotan por su realismo. No resulta necesario explotar esa fórmula, afortunadamente no son obligatorios los artificios ni los grandes despliegues para contar historias complejas en su fondo (y no en su forma). No duden en hacerse con una copia de esta cinta en su distribuidor habitual [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño].

29 de septiembre de 2007

Glue, de Alexis Dos Santos

Glue”, Historia adolescente en medio de la nada, así se apostilla esta película argentina, una de esas historias de adolescentes, que si no en medio de la nada, al menos está en medio del rutinario cine sobre los chicos de esta edad. El sexo, las drogas, el sexo, las necesidades afectivas, el sexo, una banda de rock, encontrar un lugar en el mundo, las drogas… temas comunes que con más o menos suerte se han desarrollado en una infinidad de cintas. Problemas de los púberes que pueden pasar por el ficticio glamour de la típica teleserie al estilo Rebelde a el glamour de un chico sin ombligo como el amigo Kyle. Sin embargo, si nos metemos en el terreno del celuloide y nos alejamos de los habituales argumentos de chico busca chica que se enamore y con la que viva un bonito romance, nos encontramos con otro modelo tradicional: chicos marginales que se pasan el día trasteando por la calle, juegan con las drogas y a los que la idea del sexo ronda todo el día. Precedentes de este tipo hay muchos y de gran calidad. Sin duda el director que más y mejor ha explorado este campo ha sido Larry Clark, con la mítica “Kids” (muy mal envejecida, por cierto), pero si nos ponemos a recordar historias de adolescentes marginales podemos remontarnos hasta “Los olvidados” de Buñuel, pasando por la más actual “Barrio” de Fernando León de Aranoa, sin dejar de pasar por adolescentes menos marginales descubriendo el sexo en películas como “Y tú mama también” de Alfonso Cuarón.

El planteamiento de Glue, el título ya es un avance, parte de la típica presentación de una chico que trata de hacer bien las cosas, y cuya mayor preocupación es ser uno más del montón al tiempo en el que trata de encontrarse. El reto para ser uno más, es de lo más sencillo: entrar en la piscina de un club donde acuden sus amigos. No lo consigue. Y como no podía ser de otra manera, el chico es de una clase social desfavorecida, familia desestructurada, fuma y se masturba (más adelante dedicaremos algunas líneas al apartado sexo). Además anda con un amigo con el que tiene una relación de hermano y se porta como todo un caballero con una chica, mostrando su lado más sensible. Ni que decir tiene que el inexorable paso de los acontecimientos nos conducirá a la exploración de toda clase de sentimientos encontrados. Desarrollando el grueso de la carga del guión en los momentos en los que los personajes abandonan los corsés de sus mentes a través del olfato.

Rodada con esa textura que otorga cierta suciedad a la pantalla, la dirección de Alexis Dos Santos (conocido como el Larry Clark hispano) parte del principio científico de la observación participante. Contempla el proceso, descentrando los planos y la visión del espectador rodando con la cámara cargada al hombro con el objeto de dar un mayor realismo a la historia. Sin renunciar a la estética del 35 milímetros en algunos tramos de la película para dar una aparente familiaridad a las imágenes de quien se ve, años después, en su juventud en una de esas viejas películas que rueda tu padre. Además de contener algunos fragmentos con voz en off a modo de diario íntimo. Toda una estética y artificio para contar la vida de un muchacho sin nada de especial, que se ve obligado a drogarse para explorar lo que él cree su verdadero yo. Cualquier yo que esté alejado de una realidad que no le convence demasiado y de la que todo adolescente (de película) que se precie, debe huir.

A pesar de las muy buenas críticas que tiene Glue y algún que otro premio en festivales de cine independiente, lo cierto es que no nos ofrece nada nuevo. Ya sé que no sería preceptivo que en lugar de los habituales marginales drogándose situarán como protagonista a chicos cuyas vidas estuviesen dentro de los convencionalismos sociales. Es este punto marginal el que nos pone alerta de la contundencia de una película que trata por momentos de ser un fiel reflejo de una realidad que no termina de funcionar. Los personajes son demasiado tópicos y la historia no arranca, circulando alrededor de una relación que podría ser en cierta forma incestuosa (lean párrafos atrás para destripar parte de la película). Demasiada excusa, la búsqueda de una burbuja de droga, para tratar un tema que quizás podría haber planteado de otra manera, más directa, más sincera y más efectiva.

El protagonista, Lucas, interpretado por Nahuel Pérez Biscayart, es el típico (demasiadas veces se ha empleado esta palabra y sinónimos) chico que ni fu ni fa, más que delgado enclenque, despeinado, desgarbado, al que sólo le faltan las legañas… y como en todas estas películas, uno no sabe si se trata de una buena interpretación o sólo hace de sí mismo. Si se trata del primer caso, y parece que así es, un buen trabajo. Si se trata de la segunda posibilidad, que mire en eBay una bonita incubadora para terminarse. Secundado por Nahuel Viale, con quien descubrirá el submundo y cuya importancia radica en que se trata de un personaje que ni empieza ni termina. Al contrario que Inés Efron, a la que hemos podido ver en “XXY” haciendo de hermafrodita junto a Ricardo Darín. Una chica que bien podría protagonizar la versión argentina de Betty La Fea (si es que no se está haciendo ya, disculpen la ignorancia culebronera) y que se erige como el contrapunto de otra realidad desgraciada por la que Lucas sentirá una enorme condescendencia, rebajando, en cierta forma, la percepción de su propio drama. Sin embargo, y pese a que los actores funcionan como trío, algo falta en esta artificialidad. Y ese algo es la valentía de una historia que quiere ser contada y que el director no termina de atreverse.

Todo ello se ve en el tratamiento de las escenas claves, las escenas de contenido sexual o erótico. No resulta grave ni arriesgado rodar como un chico de dieciséis años se coloca con un bote de pegamento. Pero si resulta incómodo rodar un magreo. Por eso, todas estas escenas se ruedan (intensificando el estilo de toda la película) en clave voyeur. Intentado parecer de lo más trasgresor cuando nos muestra al protagonista masturbándose en su cama, pero al que concede la intimidad de una sábana; o una escena en la que tres jóvenes colocados, dos chicos y una chica, se enrollan liberando su pasiones y cruzando los límites que no superarían sobrios, con planos medio-altos en los que sólo las manos desvelan las claves de lo que está pasando. Todo para redundar en un presunto realismo que no es tal. Si recordamos al citado Larry Clark (del que se supone que bebe Dos Santos), en una de sus últimas cintas, “Ken Park”, una de las películas con mejor inicio que recuerdo (y de desarrollo más intrascendente también), el polémico director incorpora el sexo explícito al cine comercial sin ningún rubor. Hecho que no sería especialmente significativo, no es el primero en hacerlo, pero que llama la atención al tratarse sus protagonistas de adolescentes a los que no coloca la mantita encima. Todos podemos ver como uno de los jóvenes se masturba antes de asesinar a sus abuelos o como el joven vecino de una joven esposa le practica un cunilingus en primer plano. Sexo como trasgresión y como parte del argumento, no sólo como parte de un pretendido realismo que termina por desvanecerse dentro de los convencionalismos más clásicos. Por tanto, la variable sexo y la tensión que le rodea, en la que se apoya gran parte del argumento de la película, resulta superada por un montón de precedentes. Hasta ese trío ebrio entre los dos chicos y la chica que pudimos ver en “Y tú mama también” es un calco del vivido en Glue. Podrían pedir una revisión de los derechos de autor [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño].

28 de septiembre de 2007

Pictures, de Katie Melua

Katie Melua, idolatrada por mi mismo y mi mecanismo, publica nuevo álbum este mes de octubre. Algunos destripadores de este blog hemos tenido acceso, en un pase privado [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño], a “Pictures”. Un disco muy en la línea de sus anteriores trabajos (quizás un poco más folk y más orquestado, aunque ya apuntaba en “Piece by piece”), que contiene 12 canciones llenas de emoción. Todas ellas listas para ser compartidas. Especial atención para “Spellbound”, “What I Miss About You” y para “In My Secret Life ” (si pinchan en el enlace podrán escuchar un extracto que se encuentra en la página oficial de la cantante. Todo muy legal.)

If you were a sailboat” es el single de presentación. No lo duden, encarguen ya este disco en su distribuidor habitual y disfrútenlo.

27 de septiembre de 2007

El desierto de los Tártaros, de Dino Buzzati

Si echamos un vistazo hacia atrás en esta serie antibélica podremos encontrar diferentes registros. Descubriremos literaturas donde el humor relata lo bélico, literaturas en donde la guerra es simplemente el obstáculo entre un hombre y su vida y literaturas de ciencia ficción. También encontraremos será espacio para las narraciones reales sobre el conflicto. Hoy descubriremos una nueva manera de abordar el asunto: la literatura mágica. Esa que, mediante sus relatos, nos transporta a una realidad inexistente que tanto tiene que ver con la vida de cualquiera de nosotros.

Reconozco que El desierto de los Tártaros quizás pueda encajar un poco con calzador en esta serie. Sin embargo no puedo evitar destriparla por el simple motivo de que fue esta obra, junto con el soldado Schwejk, la que me dio la idea de hablar de la relación entre literatura y guerra mediante los diferentes personajes que muchos autores crearon.

Y digo que quizás no encaja a la perfección en el calificativo de antibelicista porque El desierto de los Tártaros no nos habla sólo de la guerra o de la vida castrense. Nos habla a todos y cada uno de nosotros del valor de nuestras vidas. Del valor de las ilusiones que todos tenemos y del precio a pagar por ellas. Pero vayamos desde el principio.

Este libro es la obra más conocida del periodista italiano Dino Buzzati. Se supone que éste decidió escribirla tras ser reportero de guerra, presumiblemente un aburrido y paciente reportero de guerra. En la estupenda edición que he manejado, de la editorial Gadir, hay un prólogo de Borges en que el textualmente dice “Hay, sin embargo, nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati”. Tras la lectura, entusiasta lectura he de decir, tuve la oportunidad de charlar con cuatro conocidos míos italianos de origen y de profesión. Personas sin duda cultas pero que no conocían a Buzzati, ni si quiera supieron decirme si era argentino o italiano. Tampoco hay que alarmarse, me dije, con todo lo que recomendaba Borges como para tener que preocuparse.

La puesta en escena del libro es sencillamente magnífica. Poco a poco Buzzati va destilando las claves de una novela que dejará en todo el que la lea una sensación de fortaleza provocada por la intensa sensación de fracaso que induce durante su lectura. No hay duda de que, al acabar, uno sale del relato sabiéndose poseedor de una gran verdad vital y que gracias a lo aprendido se va a ser capaz de responder a los caminos que se nos presentan de una mejor manera.

El protagonista y eje central del relato será Giovanni Drogo, un joven y nuevo oficial del ejército que ha dedicado sus años de juventud más inocente al estudio de la estrategia militar. Lejos de aprovechar las oportunidades juveniles Giovanni ha cosechado un éxito rotundo en sus exámenes y se dispone a partir, por tanto, hacia el que será su primer destino. Poca fortuna la del oficial Drogo, pues es enviado a la fortaleza más alejada del reino, al lugar donde nadie repara. Pero, por otra parte, podrá estar sólo un tiempo corto que le contará, por obra y arte de la burocracia, como un tiempo muy largo. La gran carrera militar que tiene por delante no se verá truncada en su paso por la fortaleza Bastiani, que así se llama, sino definitivamente reforzada. Con estas ilusiones magníficas parte a caballo Giovanni hacia el encuentro más fundamental de su vida.

La Fortaleza Bastiani tiene como característica más elemental la de ser el primer punto de defensa de la frontera del reino con el desierto. El llamado desierto de los tártaros. Más allá se extienden teóricas amenazas extranjeras que, sin embargo, nunca se han llegado a materializar. La esencia de la fortaleza, la de ser defendida o arrasada, queda suprimida desde el momento en el que la posibilidad de un ataque queda materialmente eliminada ya que nadie ataca un país entrando desde un desierto.

Giovanni Drogo comenzará su estancia en Bastiani pensando, como dije, en hacer de ésta lo más breve posible. Las pocas probabilidades de ser atacada hacen de la fortaleza el lugar menos apropiado para demostrar su valía como militar, para mostrar el heroísmo que se supone tiene que tener. La fortaleza hastía lo militar, le suprime la esencia misma del poder castrense dejándole para siempre en los extraños preliminares, la espera, la ensoñación, la vigilancia ridícula y absurda de un desierto que se extiende por donde abarca la vista. Pero al empezar a vivir la fortaleza ésta se vuelve conocida, familiar, rutinariamente propia, y salir de los muros que le acogen se vuelve complicado para Drogo. Avanzar en su carrera, dar un impulso a su vida, encontrar una mujer a la que querer, vivir en definitiva, es el precio a pagar por renunciar a la salida. Los muros de la fortaleza hastían e hipnotizan a la vez al bueno de Giovanni.

La composición del relato está hecha de manera poética y acompaña a una narración en donde ningún personaje expresa abiertamente lo que siente. Esa poesía de la narración hace sin embargo que el lector pueda entender y comprender los sentimientos de las distintas voces, la calidez que la rutina provoca en Giovanni o la sensación de descontrol e incertidumbre del primer permiso fuera de la fortaleza. La vida castrense es aquí tiernamente ridiculizada por Buzzati. Son muchas las escenas de cambio de guardia que se describen y en todas ellas se obtiene la doble sensación de ridículo sin sentido y de exasperada formalidad militar. Y si hablamos precisamente de eso, de la formalidad militar, no podemos dejar de lado la figura de nuestro protagonista, antihéroe castrense Giovanni Drogo que, por ser un buen militar se quedó al comienzo de camino de ser una verdadera persona. Leyéndola con ojos antibelicistas encontraremos un sin fin de referencias que conducen al hastío por el verde oliva y a la seguridad de que esa es una vida inferior a cualquier otra precisamente porque niega las posibilidades de cualquier otra.

Si algo nos deja esta novela es la advertencia frente a las rutinas, los miedos a la hora de aventurarse en otros caminos de vida y sensación de que las oportunidades no han de ser esperadas sino buscadas. Es un buen libro para cualquier tipo de estudiante, pero lo es aún mejor para cualquier persona incapaz de lanzarse hacia la consecución de su verdadera ilusión por culpa de las convenciones de cada día. La magia que Buzzati reparte en El desierto de los Tártaros es un lujo que nadie se puede permitir desperdiciar.

25 de septiembre de 2007

Take on me, de A-ha





Para aquellos que, como yo, son de la generacion del "video kill the radio star" los recuerdos de la prmera música va asociada inevitablemente a programas ochenteros de televisión en donde los videos musicales solían ser auténticas obras del arte pop. Debido a esto todas las veces que escucho determinadas canciones no puedo por menos que asociarlas a imágenes en mi retina infantil. Aprovechando la oportunidad que brinda youtube trataremos de recordar y destripar los videos que más recuerdo, sean antiguos o nuevos.

El primero, como no podía ser de otra forma, tiene que ser este del grupo noruego A-ha. Si bien no recuerdo ninguna otra canción de la formación, sigo asociando la imágenes del comic en movimiento a una felicidad pueril y trascendente. La historia del video es la de una muchacha sola, en una cafetería, leyendo un comic en el que el personaje principal es Morten Harket, vocalista de A-ha. En un momento determinado, Morten invita a la chica a entrar en el comic y el resto ya es Historia de la música.

Que lo disfruten con el mismo ansia que lo he disfrutado yo siempre.

23 de septiembre de 2007

Después de la boda, de Susanne Bier

después de la boda
Con las primeras escenas, rodadas en las calles de la India, uno ladea la cabeza y fija su atención en esta aparente extraña cinta danesa. Un cooperante que ayuda en un orfanato a punto de cerrar, recibe la llamada de un magnate que desea realizar una donación de 4 millones de dólares a cambio de una visita a Dinamarca y la asistencia a la boda de su hija. Una película rodada al estilo Dogma que se centra en la aparición de secretos del pasado que esconden los personajes principales y la situación por la que atraviesan. Un argumento y similitud estética que no puede pasar por alto un enorme parecido, casi plagio [guiño, guiño –Teddy Bautista– guiño, guiño], con la piedra angular del cine Dogma, “Celebración”, aunque poco a poco “Después de la boda” construirá su propia espacio.

Jacob, el cooperante, se ve envuelto a la primera de cambio en un tremendo follón. Lo que él creía que sería la típica foto acalla-conciencias de un rico realizando un gran donativo, deriva en un encuentro con las piezas perdidas de su pasado. Aunque algo previsible a los primeros intercambios de miradas entre dos de los protagonistas, el argumento se revela en pequeñas cápsulas para que el espectador pueda ir dosificando la historia en su justa medida al tiempo en que realiza la cuadratura del círculo. Demasiados culebrones y telefilmes para no efectuar los cálculos mentales que muestren el camino por el que transcurrirá el drama. Más aún cuando Susanne Bier, directora de la película, no pierde ni un instante en ir sirviendo un poquito más de aquello que quiere mostrarnos cada vez que resuelve una de las historias que esconden los personajes.

En el párrafo anterior ya hemos hecho una mención a las miradas. Puede que esa sea la nota más destacada de la película, muy por encima de la narración equilibrada o la cuidada estética del movimiento en el que se autoubica. Las interpretaciones de estos desconocidos (para el gran público internacional) actores, poseen una calidad en cada uno de sus matices que no pasan inadvertidos en ni una sola de las escenas (más cuando hace un uso y abuso del primer plano al rostro). Manejados hábilmente por la directora, los silencios nos muestran el compromiso de un abrazo entre dos desconocidos, la explicación a un todo que justifica lo estúpido de una vida injustificada, lo arriesgado de un error, los sentimientos desbordados al llegar a la línea de no retorno, la desesperación de aquello que se espera, las dudas por aquello que se imagina…

Interesantísima película que se escapada de lo más comercial que asola nuestras pantallas aunque no renuncia a una estructura made in Hollywood para no perder el tirón del público menos experimentado en este tipo de género. Un argumento sencillo más propio de un culebrón que de una película de culto, que sin embargo, plantea el drama, la traición y la reconciliación con tanta naturalidad, que esta autenticidad hace que los momentos sentimentales y lacrimógenos no resulten extraños. Una narración lineal que mantiene en todo momento la coherencia que termina por convertirse en una violenta sinceridad que no deja indiferente a nadie. Para lo más reticentes, y a modo de ayudar en la recomendación de esta película, recordaremos que estuvo nominada al Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa, que le arrebató una de las últimas obras maestras que hemos podido ver (“La vida de los otros”). Además de cosechar éxitos en distintos festivales de cine independiente, lo que para las personas que buscan este tipo de cine, es toda una garantía.

12 de septiembre de 2007

Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut

La mañana pesaba y el camino iba a ser largo. Era uno de esos días en los que uno amanece aquí pero se acostará muchos kilómetros más lejos, allí. Fue precisamente por eso, porque acababa de terminar el libro que tenía entre manos y aún me quedaban dos trayectos en metro y un viaje en tren desde una ciudad a otra. Entré en la librería con mi libro recién terminado y rebusqué en las estanterías. La presa habría de ser barata, pues la cartera no estaba llena y aún me tenía que sobrar para un breve almuerzo y la cena. Cuando todo parecía ser descartado la mente empezó a trabajar –como casi siempre a última hora- y corriendo me llevó hacia la sección de bolsillo. ¿Estaría Matadero Cinco en ella? No hubo dudas cuando el lomo rojo del ejemplar de Anagrama apareció ante mis ojos. “Me llevo éste”.

Y es que tenía ganas de leer algo de Kurt Vonnegut. Tenía comprado en casa El desayuno de los campeones pero aún no le había echado el ojo. Me lo compré cuando un buen amigo me dijo que era su “autor vivo favorito”. Yo le contesté que no tenía ningún autor vivo favorito, pero que me leería El desayuno de los campeones para poder decir lo mismo. Justo al día siguiente Kurt Vonnegut murió en su casa de Nueva York y desde entonces teníamos una deuda pendiente. Aún no le había echado mano al desayuno pero la oportunidad que me dio aquella pequeña librería no la podía dejar escapar. Ese regate que Kurt me hizo había de ser vengado, daba igual que el nuevo “autor vivo favorito” fuera Ian McEwan, “¡Vonnegut! Tú y yo en la estación del tren… ¡YA!”. No podían hacerse prisioneros.

La lectura de Matadero Cinco se hace de manera ágil. Si cierto es que muchos la llaman obra maestra de la literatura, yo no se si llegaría tan lejos aunque es buena, muy buena. Tiene una profundidad mucho más amplia de lo que la primera lectura proporciona. A primera vista parece una novela de ciencia ficción de serie B, con los despropósitos humorísticos característicos de Vonnegut. Como en todas sus novelas mezcla personajes de otras historias, lo que algunas veces parece tener importancia y otras ni mucho menos. Sale, eso sí, el personaje fetiche de Vonnegut; Kilgore Trout, autor de libros de ciencia-ficción –estos sí, de serie B- que acostumbran a leer los personajes centrales de sus historias. Las breves descripciones de los relatos de Trout que uno encuentra hacen desear que existieran pues, como con Matadero Cinco, todo parece más profundo de lo que se muestra.

El título de Matadero Cinco sirve para explicar la sinopsis del libro así como el leitmotiv de su escritura. Kurt Vonnegut sirvió en territorio europeo durante la Segunda Guerra Mundial y fue hecho prisionero por el ejército nazi. Durante su cautiverio fue trasladado a Dresde, ciudad famosa por el acontecimiento que Vonnegut estaba a punto de vivir. El ejército norteamericano decidió ejercer su poderío aéreo sobre la ciudad y el bombardeo de Dresde es desde entonces recordado como el momento en el que absolutamente toda la ciudad fue arrasada por aviones norteamericanos. Como Gernika, Colonia o las japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en Dresde no quedaron edificios en pié y la exterminación de seres humanos llegó a un punto pocas veces recodado por la Historia. Vonnegut pudo salvarse refugiándose en su prisión, en un edificio que había servido de matadero en una fábrica y que correspondía con el quinto edificio de la industria. El matadero número cinco.

El libro tiene un pequeño prólogo narrativo en el que se explican los motivos por los que tuvo que ser escrita. En él dos veteranos de la Segunda Guerra Mundial que coincidieron en Dresde se reúnen y de ese encuentro y sus actividades surge en subtítulo de la novela: La cruzada de los inocentes, donde los inocentes no son otros que todos aquellos hombres enviados como niños a una más que probable muerte en las batallas ideadas por los políticos de buena mesa y educados modales. Vonnegut publica la novela en 1969, cuando las críticas a la Guerra de Vietnam son más que masivas y quizá por ello recaba la atención de un público que muy probablemente no hubiera ido a por sus libros de no vivirse ese momento histórico. Por fortuna la novela de Vonnegut era más que fruto de un día, era fruto de la experiencia y eso queda reflejado y se agradece infinitamente.

Pero aún relatando los momentos más crudos de su propia vida, Vonnegut resolvió que le era imposible abstraerse de su sentido irónico y de la sátira más cruel y velluda que he leído en mucho tiempo. Por eso cuenta la historia a través de un personaje ridículo, cercano al odio para todo espectador que tenga un mínimo de instinto de supervivencia: Billy Pillgrim. Este ser pasea por la vida con una indolencia enfermiza que provoca en todo el que lo acompaña una sensación de desconcierto. No se sabe qué pasa con Billy pero éste es incapaz de actuar cuando todo ser humano lo haría. Se queda paralizado en el peor de los casos y cualquiera de nosotros no hubiera escatimado llamarle sencillamente tonto al ver su comportamiento. Sin embargo lo que no saben quienes le rodean es que Billy es así debido a una extraña cualidad: es capaz de viajar en el tiempo. Pero no en cualquier espacio-tiempo, sino en su espacio-tiempo, en el espacio y el tiempo que acompañan a su existencia, desde el momento de nacer hasta en el que va a morir. Vonnegut utiliza esta cualidad de manera narrativa y trascendente. Narrativamente permite que el relato avance de una secuencia a otra, de adelante hacia atrás en la vida de Pillgrim y otra vez hacia delante. Trascendentemente porque expone Vonnegut que los actos de nuestra vida son todos parte de nuestra vida misma. Nada hay independiente en un hecho, sino que éste está conectado con el pasado, con el presente y con el futuro, todo a la vez y de manera holísitica. Esta interesante declaración filosófica de intenciones hace que Vonnegut lleve a Pillgrim de un momento a otro de su vida en un aparente devenir vital pero que, bien interpretados, son un mismo hilo narrativo indisoluble que nos habla por sí mismo. Para terminar de complicarlo se añade además un nuevo componente en la novela. Pillgrim será, en un momento crucial de su vida, abducido por unos extraterrestres de otra novela de Vonnegut: los Trafalmadorianos. Éstos poseen una sabiduría sobre la vida no alcanzable a la raza humana y secuestran a Pillgrim con la intención de exhibirlo temporalmente en su zoo. La sabiduría trafalmadoriana que abiertamente se expone en la novela terminará por completar la visión de Vonnegut sobre las percepciones humanas y lo holístico de la vida.

Si hablamos de las cualidades antibelicistas del texto no podemos dejar pasar los momentos en los que Pillgrim es contrapuesto a sus compañeros de cuadrilla militar. Las secuencias donde Pillgrim está en el hospital militar y donde tan interesantes cosas parece querernos decir sólo con los títulos de las obras de Kilgore Trout. En fin, que la esencia anticastrense, presente a lo largo de toda la novela, es indiscutible y las importantes referencias a este tipo de literatura no se pueden permitir el lujo de no reseñarla. Aquí se la destripa para todos Uds. para continuar con nuestra serie de literatura antibelicista y se propone su lectura. Habrán leído a uno de los grandes autores, uno de los favoritos aunque ya no esté vivo.

Pd. Curiosamente también se hizo una interpretación cinematográfica del texto de Vonnegut que, con el mismo nombre, fue estrenada en 1972. Nos pondremos a trabajar cuanto antes [guiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño] para destriparla en nuestra sección de cine. Y hablando de películas, no me resisto a invitarles a ver una buena película africana: Moolaadé.

11 de septiembre de 2007

La jungla de cristal 4.0, de Len Wiseman

La última del Detective John Mclane es lo que parece. Sin duda esa es la mejor virtud de la saga, que no engaña a nadie. “La junga de cristal 4.0” es una de acción aderezada con los habituales toques del humor socarrón y descarado de un Willis en mejor forma de lo que cabría esperar (y los especialistas suponer). Un argumento para meter el miedo a la gente, unos ciberterroristas (vaya pista la del 4.0) incomunican Estados Unidos y se dedican a hundir el país en la más absoluta de las miserias. Por su puesto, estos cierterroristas le dan mucho a la tecla pero no cuentan con uno que le da mucho al gatillo. Nuestro héroe, de reputada experiencia, interviene una vez más por pura casualidad al ir a buscar a un super pirata de la red, uno de esos que sí hicieron el curso de CCC y no de esos que están al final de las escaleras de las estaciones de Metro vendiendo los CDs de María Jiménez (qué ya es vender!) [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño]. El caso es que como era de esperar, todo se complica y el muchacho informático, que cree que Mclane es un dinosaurio primitivo que acabará por enviarle a la cárcel, termina por entablar una bonita amistad con su salvador. Corriendo juntos la aventura para desenmascarar a los malos y salvar al mundo, esto es, a Estados Unidos. Objetivo que por supuesto, y esto no destripa nada de nada, consiguen.

La película no se sale ni un momento de los raíles, siguiendo la ruta trazada por las anteriores de la saga, con la única novedad de incorporar algunas nuevas escenas de acción. Eso sí, no carentes de imaginación, como el coche volador o el avión coche. Puede que el mérito de esta originalidad sea del director Len Wiseman (de la saga “Underworld”), porque algo debió hacer para justificar su sueldo, digo yo, que lo que es poner empeño en contener aquella marea no parece que mucho. Que viendo el desarrollo de la cinta y recordando algunas de las mejores escenas de la precedente, uno se pregunta si a Mclane (y por extensión a los EEUU) se las dan todas en la frente, una y otra vez, como en un capítulo de teleserie barata de los ochenta. Lástima de VHS, con el presupuesto que les podía haber ahorrado en guionistas. Aunque, lejos de ser un defecto, el espectador se encuentra cómodo al averiguar, a medida que se desgrana el argumento, que todo lo que sucede le resulta familiar. Una calidez con la que se perdona que a Willis le haya crecido una hija con forma corpórea de adolescente y con una lengua que anda metiéndose en la boca de jovencitos a los que él, abnegado padre, se encarga de espantar conforme su hija aprende a odiarle por su parecido a un orangután. Si Los Soprano pudieron ir al psiquiatra a tratar sus problemas, por qué Mclane no puede mostrarnos sus riñas domésticas.

Un Willis en su peso, acude obediente a las marcas de producción y lee con eficacia sus frases en un papel que no requiere mucho ensayo por su parte. Media vida cargando con el detective es demasiada vida para no conocer todos sus gestos y muecas. Y no teman, aunque se supone que él ha evolucionado, no terminara convirtiéndose en un genio de la informática. Que haya aprendido a pilotar helicópteros cargando los datos en el cerebro a lo “Matrix” no ha sido suficiente para borrarle esa célebre risita que tanto le gusta exagerar a Ramón Langa (actor de doblaje de Willis). Otra cosa en la que no cambia este hombre es esa manía, no sé si suya o de los productores, de colocarle al lado un niño para reforzar su interpretación (y luego terminar robándosela como ya hiciera el grimoso niño – cabezón – con pinta de viejo de “El sexto sentido”). En esta ocasión un niño podía ser algo exagerado, aunque se conocen muchos casos de piratas informáticos muy jóvenes, como los malos van matando a todos estos expertos, ver morir a un niño en las superproducciones de Hollywood queda mal. Así que la solución ha sido encontrar a un actor bajito y con pinta de necesitar un cuarto de hora más en la incubadora. Justin Long, actor especializado en productos de baja calidad de la clase “chico busca chica”, entra dentro del canon del informático retraído, sin vida social, buen chico… y al que sólo le faltan las gafas de culo vaso. Poco más de él, que el protagonista es el calvo de los chistes. Ni siquiera la hija de Mclane, Mary Elizabeth Winstead, que a pesar de lo poco que sale aprovecha bien el patrón de estúpida chica peleona a la que el héroe salvará antes de que sea demasiado tarde, le roba medio plano. Ni que decir de los malos, como si no estuviesen. Sólo dos: Timothy Olyphant, el jefe de la banda y al que pronto veremos interpretando a un personaje con menos recursos emocionales que su informático, la versión cinematográfica del videojuego “Hitman”. Y en segundo lugar, Maggie Q, que además de ser uno de los mejores blancos para los chistes de Mclane, demuestra que las mujeres orientales, con eso del tai chi, el yoga o el Sr. Miyagi, lo que ustedes prefieran, han desarrollado una fuerza y una flexibilidad en sus músculos y huesos que les permite sobrevivir a una parálisis medular por aplastamiento o rotura de una docena de vértebras. ¿Puede que sea la soja?

La última, por ahora (ya han prometido otra), de la jungla entretiene y divierte. Los buenos ganan y los malos son castigados sin piedad, sin posibilidad de arrepentimiento ni redención. Mucho más si tenemos en cuenta que lo que atacan son los EEUU, toma propaganda. Claro que tampoco puede faltar, y eso que es la FOX la que pone el dinero, las referencias a las críticas a Bush. Una moda nada pasajera con los presidentes republicanos, o no han visto a Nixon en Futurama, como tampoco pasa la alegre ilusión de los productores estadounidenses de presentarnos a este tipo de superhombres capaces de vencer a un ejercito con una pistola y un taburete de bar para sus mejores monólogos. Lástima que la realidad diste tanto de esta ficción y luego no peguen un tiro en el blanco, aunque vacíen el cargador en el…

7 de septiembre de 2007

L´Avventura, de Dean y Britta

Dean Wareham era el líder de Luna y Britta Phillips la bajista de su último álbum. Ni que decir tiene que se juntaron y decidieron que la melancolía en pareja sonaba mejor bajo el nombre de Dean y Britta. Y así fue, editaron “L´Avventura” (2003), un disco con un pop elegante y equilibrado a lo largo de los once temas que contiene y entre las que se incluye alguna versión capturada y con síndrome de Estocolmo. Tuvo su continuación con “Sonic Souvenirs”, una revisión de seis de los temas de “L´Avventura”, y “Words You Used To Say”, un aperitivo de cinco temas para abrir boca a su segundo álbum “Back Numbers” (2007), algo más evolucionado pero muy pegado a su esencia: un pop cálido y sin demasiadas pretensiones.



4 de septiembre de 2007

Tearing Sky, de Piers Faccini

Piers Faccini es un cantante inglés de padre italiano, criado en Francia y casi desconocido para el gran público. Además de dedicarse a la pintura, es uno de esos casos de compositor que cansado de escuchar a otros con sus temas se lanza a probar suerte. Una música que posee un estilo tranquilo, reposado, emotivo (casi trascendental) que se abre hueco entre los ruidos del día a día. Algunos lo llaman rock alternativo, otro identifican los toques folk… yo directamente lo enlazo con Ben Harper, con el que ha cantado y con el que casi no se le distingue. Tiene dos discos en el mercado de abastos, “Leave no trace”, magnífico trabajo y “Tearing Sky”, del que extraemos el single, en forma de psicodélico video musical, “Uncover my eyes”.


1 de septiembre de 2007

Concursante, de Rodrigo Cortés

En un inicio habitual, demasiado abuso de esta fórmula, de las historias que empiezan por el final para ser contadas desde el principio, arranca “El concursante”, una película atípica en su forma dentro del cine español. La dirección de Rodrigo Cortés se plantea, como ya hemos dicho, en un feedback con saltos a lo “Ciudadano Kane”, eso sí, actualizado en una fórmula videoclip publicitario con mucho ritmo, y a veces poco sentido (a semejanza del formato de un concurso televisivo). Todo un despliegue técnico y de continuidad que tiene como excusa la historia de un afortunado concursante que obtiene unos premios valorados en 500 millones de las antiguas pesetas. ¿El truco? Que no es dinero líquido sino propiedades tales como una casa, un yate, una avioneta, coches… Toda una fortuna que en realidad no lo es, porque ni saben pilotar la avioneta ni tienen dinero para pagar el amarre del barco. Además, claro está, de los costes de los seguros de los coches o de la visita de hacienda, que somos todos y más si tienes un aumento de 500 millones en tu patrimonio. Por tanto, un montón de infortunios y de los caros. Así que sólo se plantea una solución, deshacerse de todos los bienes a la mayor brevedad posible.

Una comedia negra con un Leonardo Sbaraglia (Martín Circo Martín, todo un nombre de tres pistas) como víctima de este embrollo. Omnipresente, el actor argentino está a la altura de un personaje que nos servirá como conejillo de indias para una magistral clase de economía. Y no es que se moleste en darla el mismo, que interpreta a un profesor de Historia de la Economía (que termina por caer inevitablemente en las garras del tópico modelo profesoral de “El club de los poetas muertos”), sino porque toda la película está orientada a ello: a la revelación de los grandes secretos de la economía (con la excusa de un concurso de televisión) y la manera de vencerlos. No será fácil pero tiene de su lado a Edmundo (Chete Lera), un personaje en la línea de un Gandalf con toques a lo Quintero (la escena en su despacho es sumamente descriptiva), y a la curiosidad del espectador, que termina por querer averiguar la solución a tan enorme desafío con tanta ansia que si pudiera, tomaría nota entre bramido y bramido, asentimiento y asentimiento, de las explicaciones que se van dando del sistema financiero y bancario.

Aunque la película empieza por el tejado, con el consiguiente trabajo del espectador (que tendrá que recomponer su esquema mental de planteamiento - nudo - desenlace), las anotaciones a cámara del protagonista, apostillando la historia que él mismo narra en off, pronto nos situamos. Y ese momento en el que nos ajustamos el cojín del sofá [guiño, guiño – Teddy Bautista – guiño, guiño] llega justo a tiempo para el segundo tercio de la película, en el que más flojea el guión pese copar la mayor parte del argumento. Una flojera, en honor a la verdad, que se salva por esa estética de radio fórmula a la que sólo le falta la cortinilla de estrellas pero que, lejos de desentonar, se ajusta perfectamente al desarrollo. Un planteamiento cuya resolución se precipita cumpliendo con la máxima que dice que este tipo de películas no saben terminarse. Sin desvelar el final, y a pesar de esta prontitud por salvar el trámite de las escenas que llegan antes de los títulos de créditos, todo concluye como debe, como debe dentro de la lógica explicada, negra realidad. Y es que si algo debemos agradecerle a Cortés es la dosis de humor negro que nos sirve en el “Concursante”, aunque podía habernos sabido a más si Edmundo hubiese llevado un bastón en su mano derecha.


Ser millonario, es caro”, no lo olviden.