“Glue”, Historia adolescente en medio de la nada, así se apostilla esta película argentina, una de esas historias de adolescentes, que si no en medio de la nada, al menos está en medio del rutinario cine sobre los chicos de esta edad. El sexo, las drogas, el sexo, las necesidades afectivas, el sexo, una banda de rock, encontrar un lugar en el mundo, las drogas… temas comunes que con más o menos suerte se han desarrollado en una infinidad de cintas. Problemas de los púberes que pueden pasar por el ficticio glamour de la típica teleserie al estilo Rebelde a el glamour de un chico sin ombligo como el amigo Kyle. Sin embargo, si nos metemos en el terreno del celuloide y nos alejamos de los habituales argumentos de chico busca chica que se enamore y con la que viva un bonito romance, nos encontramos con otro modelo tradicional: chicos marginales que se pasan el día trasteando por la calle, juegan con las drogas y a los que la idea del sexo ronda todo el día. Precedentes de este tipo hay muchos y de gran calidad. Sin duda el director que más y mejor ha explorado este campo ha sido Larry Clark, con la mítica “Kids” (muy mal envejecida, por cierto), pero si nos ponemos a recordar historias de adolescentes marginales podemos remontarnos hasta “Los olvidados” de Buñuel, pasando por la más actual “Barrio” de Fernando León de Aranoa, sin dejar de pasar por adolescentes menos marginales descubriendo el sexo en películas como “Y tú mama también” de Alfonso Cuarón.
El planteamiento de Glue, el título ya es un avance, parte de la típica presentación de una chico que trata de hacer bien las cosas, y cuya mayor preocupación es ser uno más del montón al tiempo en el que trata de encontrarse. El reto para ser uno más, es de lo más sencillo: entrar en la piscina de un club donde acuden sus amigos. No lo consigue. Y como no podía ser de otra manera, el chico es de una clase social desfavorecida, familia desestructurada, fuma y se masturba (más adelante dedicaremos algunas líneas al apartado sexo). Además anda con un amigo con el que tiene una relación de hermano y se porta como todo un caballero con una chica, mostrando su lado más sensible. Ni que decir tiene que el inexorable paso de los acontecimientos nos conducirá a la exploración de toda clase de sentimientos encontrados. Desarrollando el grueso de la carga del guión en los momentos en los que los personajes abandonan los corsés de sus mentes a través del olfato.
Rodada con esa textura que otorga cierta suciedad a la pantalla, la dirección de Alexis Dos Santos (conocido como el Larry Clark hispano) parte del principio científico de la observación participante. Contempla el proceso, descentrando los planos y la visión del espectador rodando con la cámara cargada al hombro con el objeto de dar un mayor realismo a la historia. Sin renunciar a la estética del 35 milímetros en algunos tramos de la película para dar una aparente familiaridad a las imágenes de quien se ve, años después, en su juventud en una de esas viejas películas que rueda tu padre. Además de contener algunos fragmentos con voz en off a modo de diario íntimo. Toda una estética y artificio para contar la vida de un muchacho sin nada de especial, que se ve obligado a drogarse para explorar lo que él cree su verdadero yo. Cualquier yo que esté alejado de una realidad que no le convence demasiado y de la que todo adolescente (de película) que se precie, debe huir.
A pesar de las muy buenas críticas que tiene Glue y algún que otro premio en festivales de cine independiente, lo cierto es que no nos ofrece nada nuevo. Ya sé que no sería preceptivo que en lugar de los habituales marginales drogándose situarán como protagonista a chicos cuyas vidas estuviesen dentro de los convencionalismos sociales. Es este punto marginal el que nos pone alerta de la contundencia de una película que trata por momentos de ser un fiel reflejo de una realidad que no termina de funcionar. Los personajes son demasiado tópicos y la historia no arranca, circulando alrededor de una relación que podría ser en cierta forma incestuosa (lean párrafos atrás para destripar parte de la película). Demasiada excusa, la búsqueda de una burbuja de droga, para tratar un tema que quizás podría haber planteado de otra manera, más directa, más sincera y más efectiva.
El protagonista, Lucas, interpretado por Nahuel Pérez Biscayart, es el típico (demasiadas veces se ha empleado esta palabra y sinónimos) chico que ni fu ni fa, más que delgado enclenque, despeinado, desgarbado, al que sólo le faltan las legañas… y como en todas estas películas, uno no sabe si se trata de una buena interpretación o sólo hace de sí mismo. Si se trata del primer caso, y parece que así es, un buen trabajo. Si se trata de la segunda posibilidad, que mire en eBay una bonita incubadora para terminarse. Secundado por Nahuel Viale, con quien descubrirá el submundo y cuya importancia radica en que se trata de un personaje que ni empieza ni termina. Al contrario que Inés Efron, a la que hemos podido ver en “XXY” haciendo de hermafrodita junto a Ricardo Darín. Una chica que bien podría protagonizar la versión argentina de Betty La Fea (si es que no se está haciendo ya, disculpen la ignorancia culebronera) y que se erige como el contrapunto de otra realidad desgraciada por la que Lucas sentirá una enorme condescendencia, rebajando, en cierta forma, la percepción de su propio drama. Sin embargo, y pese a que los actores funcionan como trío, algo falta en esta artificialidad. Y ese algo es la valentía de una historia que quiere ser contada y que el director no termina de atreverse.
Todo ello se ve en el tratamiento de las escenas claves, las escenas de contenido sexual o erótico. No resulta grave ni arriesgado rodar como un chico de dieciséis años se coloca con un bote de pegamento. Pero si resulta incómodo rodar un magreo. Por eso, todas estas escenas se ruedan (intensificando el estilo de toda la película) en clave voyeur. Intentado parecer de lo más trasgresor cuando nos muestra al protagonista masturbándose en su cama, pero al que concede la intimidad de una sábana; o una escena en la que tres jóvenes colocados, dos chicos y una chica, se enrollan liberando su pasiones y cruzando los límites que no superarían sobrios, con planos medio-altos en los que sólo las manos desvelan las claves de lo que está pasando. Todo para redundar en un presunto realismo que no es tal. Si recordamos al citado Larry Clark (del que se supone que bebe Dos Santos), en una de sus últimas cintas, “Ken Park”, una de las películas con mejor inicio que recuerdo (y de desarrollo más intrascendente también), el polémico director incorpora el sexo explícito al cine comercial sin ningún rubor. Hecho que no sería especialmente significativo, no es el primero en hacerlo, pero que llama la atención al tratarse sus protagonistas de adolescentes a los que no coloca la mantita encima. Todos podemos ver como uno de los jóvenes se masturba antes de asesinar a sus abuelos o como el joven vecino de una joven esposa le practica un cunilingus en primer plano. Sexo como trasgresión y como parte del argumento, no sólo como parte de un pretendido realismo que termina por desvanecerse dentro de los convencionalismos más clásicos. Por tanto, la variable sexo y la tensión que le rodea, en la que se apoya gran parte del argumento de la película, resulta superada por un montón de precedentes. Hasta ese trío ebrio entre los dos chicos y la chica que pudimos ver en “Y tú mama también” es un calco del vivido en Glue. Podrían pedir una revisión de los derechos de autor [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño].
El planteamiento de Glue, el título ya es un avance, parte de la típica presentación de una chico que trata de hacer bien las cosas, y cuya mayor preocupación es ser uno más del montón al tiempo en el que trata de encontrarse. El reto para ser uno más, es de lo más sencillo: entrar en la piscina de un club donde acuden sus amigos. No lo consigue. Y como no podía ser de otra manera, el chico es de una clase social desfavorecida, familia desestructurada, fuma y se masturba (más adelante dedicaremos algunas líneas al apartado sexo). Además anda con un amigo con el que tiene una relación de hermano y se porta como todo un caballero con una chica, mostrando su lado más sensible. Ni que decir tiene que el inexorable paso de los acontecimientos nos conducirá a la exploración de toda clase de sentimientos encontrados. Desarrollando el grueso de la carga del guión en los momentos en los que los personajes abandonan los corsés de sus mentes a través del olfato.
Rodada con esa textura que otorga cierta suciedad a la pantalla, la dirección de Alexis Dos Santos (conocido como el Larry Clark hispano) parte del principio científico de la observación participante. Contempla el proceso, descentrando los planos y la visión del espectador rodando con la cámara cargada al hombro con el objeto de dar un mayor realismo a la historia. Sin renunciar a la estética del 35 milímetros en algunos tramos de la película para dar una aparente familiaridad a las imágenes de quien se ve, años después, en su juventud en una de esas viejas películas que rueda tu padre. Además de contener algunos fragmentos con voz en off a modo de diario íntimo. Toda una estética y artificio para contar la vida de un muchacho sin nada de especial, que se ve obligado a drogarse para explorar lo que él cree su verdadero yo. Cualquier yo que esté alejado de una realidad que no le convence demasiado y de la que todo adolescente (de película) que se precie, debe huir.
A pesar de las muy buenas críticas que tiene Glue y algún que otro premio en festivales de cine independiente, lo cierto es que no nos ofrece nada nuevo. Ya sé que no sería preceptivo que en lugar de los habituales marginales drogándose situarán como protagonista a chicos cuyas vidas estuviesen dentro de los convencionalismos sociales. Es este punto marginal el que nos pone alerta de la contundencia de una película que trata por momentos de ser un fiel reflejo de una realidad que no termina de funcionar. Los personajes son demasiado tópicos y la historia no arranca, circulando alrededor de una relación que podría ser en cierta forma incestuosa (lean párrafos atrás para destripar parte de la película). Demasiada excusa, la búsqueda de una burbuja de droga, para tratar un tema que quizás podría haber planteado de otra manera, más directa, más sincera y más efectiva.
El protagonista, Lucas, interpretado por Nahuel Pérez Biscayart, es el típico (demasiadas veces se ha empleado esta palabra y sinónimos) chico que ni fu ni fa, más que delgado enclenque, despeinado, desgarbado, al que sólo le faltan las legañas… y como en todas estas películas, uno no sabe si se trata de una buena interpretación o sólo hace de sí mismo. Si se trata del primer caso, y parece que así es, un buen trabajo. Si se trata de la segunda posibilidad, que mire en eBay una bonita incubadora para terminarse. Secundado por Nahuel Viale, con quien descubrirá el submundo y cuya importancia radica en que se trata de un personaje que ni empieza ni termina. Al contrario que Inés Efron, a la que hemos podido ver en “XXY” haciendo de hermafrodita junto a Ricardo Darín. Una chica que bien podría protagonizar la versión argentina de Betty La Fea (si es que no se está haciendo ya, disculpen la ignorancia culebronera) y que se erige como el contrapunto de otra realidad desgraciada por la que Lucas sentirá una enorme condescendencia, rebajando, en cierta forma, la percepción de su propio drama. Sin embargo, y pese a que los actores funcionan como trío, algo falta en esta artificialidad. Y ese algo es la valentía de una historia que quiere ser contada y que el director no termina de atreverse.
Todo ello se ve en el tratamiento de las escenas claves, las escenas de contenido sexual o erótico. No resulta grave ni arriesgado rodar como un chico de dieciséis años se coloca con un bote de pegamento. Pero si resulta incómodo rodar un magreo. Por eso, todas estas escenas se ruedan (intensificando el estilo de toda la película) en clave voyeur. Intentado parecer de lo más trasgresor cuando nos muestra al protagonista masturbándose en su cama, pero al que concede la intimidad de una sábana; o una escena en la que tres jóvenes colocados, dos chicos y una chica, se enrollan liberando su pasiones y cruzando los límites que no superarían sobrios, con planos medio-altos en los que sólo las manos desvelan las claves de lo que está pasando. Todo para redundar en un presunto realismo que no es tal. Si recordamos al citado Larry Clark (del que se supone que bebe Dos Santos), en una de sus últimas cintas, “Ken Park”, una de las películas con mejor inicio que recuerdo (y de desarrollo más intrascendente también), el polémico director incorpora el sexo explícito al cine comercial sin ningún rubor. Hecho que no sería especialmente significativo, no es el primero en hacerlo, pero que llama la atención al tratarse sus protagonistas de adolescentes a los que no coloca la mantita encima. Todos podemos ver como uno de los jóvenes se masturba antes de asesinar a sus abuelos o como el joven vecino de una joven esposa le practica un cunilingus en primer plano. Sexo como trasgresión y como parte del argumento, no sólo como parte de un pretendido realismo que termina por desvanecerse dentro de los convencionalismos más clásicos. Por tanto, la variable sexo y la tensión que le rodea, en la que se apoya gran parte del argumento de la película, resulta superada por un montón de precedentes. Hasta ese trío ebrio entre los dos chicos y la chica que pudimos ver en “Y tú mama también” es un calco del vivido en Glue. Podrían pedir una revisión de los derechos de autor [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño].
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