28 de mayo de 2008

Cold shoulder, de Adele

Pacta sunt servanda, o lo que es lo mismo, los pactos están para cumplirse. En este caso no es un pacto, ni tan siquiera un contrato. Más bien un compromiso "laboral", a parte de otros mucho más compromisos, los que me tienen alejado del mundo bloggeril y en concreto de este blog. En los últimos tiempos, no ha habido grandes aportaciones musicales en Destripando terrones, y como es lo más fácil para mi (al menos lo que menos tiempo me lleva redactar... prometo que sigo leyendo libros, y en especial el de Pedrolo en catalán, que a este paso lo terminaré en 2016 o por ahí...), pues escribiré una entrada musical dedicada. En especial a los inminentes "empapelados" y a los integrantes de este singular espacio de internete (que hoy, no sé por qué, me va de culete... bonita consigna para una manifa). Se trata de lo último de lo último en la pérfida Albión, que harta de las farras de la Winehouse (I love you, Amy) y de la proliferación de cantantes similares (Duffy y otros etcéteras...), se fija en otros registros, como el que nos presenta Adele. Comparada con la Winehouse, porque hoy en día se compara a todo Dios con la Winehouse, Adele no canta soul, aunque lo podría hacer perfectamente gracias a su voz sensual y llena de matices, sino que se dedica al pop. Aquí se la ha escuchado en el anuncio de Heineken con el tema "Tired", que es también otro de los temas principales de su disco "19" (la edad que confiesa tener). Aquí os ofrecemos la canción "Cold Shoulder", quizás el corte que más me gusta del compacto (jajajaja, compacto digo... más bien mp3 [guiño, guiño, hace tiempo que no lo ponemos, guiño, guiño]).



Lo dicho, que ustedes la disfruten y a los aludidos, va por vosotros. Mientras tanto, prometo terminar, en cuanto pueda, la entrada de "Muero por dentro", de Robert Silverberg que comencé hace ya un par de semanas y que no he podido terminar. Abrazos para ellos, besitos para ellas. Wanchu-wanchu!!!

24 de mayo de 2008

Son of Rambow, de Garth Jennings

Pendiente de estreno en España, que esta película se promocione con la etiqueta de ser la “Littlle Miss Sunshine” o “Juno” de este año, no es una buena noticia. Por mucho que intenten colar este tipo de productos cinematográficos como género indie, cada vez cuela menos. Además, y para ser honestos, no creo que la vocación de esta película sencilla, con historia conocida y final predecible, vaya por ese camino. La que hoy comentamos se desarrolla en los años ochenta y nos cuenta el enfrentamiento de un niño criado en el seno de una familia extraordinariamente religiosa con una realidad desconocida. El niño protagonista, magníficamente elegido por el director de casting, es el típico retraído al que han metido tanto miedo en el cuerpo con supercherías religiosas que no se atrevería a dar un paso si creyese que Dios no le ha dado permiso. Sin embargo, en el dibujo, donde cree que Dios no puede verle, o al menos cree que puede ser libre, es capaz de desarrollar su inmensa imaginación como el último refugio a la desconsolada muerte de su padre. Una imaginación que queda plasmada, principalmente, en un libro que lleva siempre encima y en el enfrenta el rígido entorno que le rodea con las ansias que tiene de ser un niño normal y corriente.

Todo cambiará cuando conozca al peor chico del colegio. Elemento distorsionador en el habitual esquema de chico bueno conoce a chico malo. Will, que así se llama nuestro protagonista, se encuentra con Lee Carter, el típico medio-matón metido en mil problemas. Víctima de su propia familia desestructurada, Lee conducirá a Will a un mundo por descubrir. En uno de los numerosos detalles superfreakes que “Son of Rambow” nos regala, la puerta de entrada a este nuevo mundo será una cosa tan sencilla como una película: “Acorralado” (“Rambo”). La visión casual de esta película grabará en la mente del niño una serie de imágenes con las que dar forma a sus fantasías. Hecho que coincide con la intención del nuevo amigo del chico de grabar una película emulando las proezas del héroe que no se sentía las piernas. Del mismo modo que son millones los que cuelgan en youtube sus imitaciones o recreaciones de películas míticas, no debemos olvidar que en los años ochenta era algo más o menos habitual que los jóvenes emulasen sus títulos favoritos cargados con una de esas pequeñas cámaras, con las que grababan películas que después reproducían en el salón de su casa empleando una sábana a modo de pantalla. Un homenaje a toda esa generación que terminó por parir a directores como el de esta película. Así, con la excusa de rendir un tributo a todos aquellos que decidieron hacer lo que hoy ha hecho tan rico a los propietarios de youtube, parte esta historia en la que se cae en tópicos con la misma facilidad que nos regala buenos momentos de cine.

Como se puede adivinar, “Son of Rambow” no va mucho más allá del planteamiento clásico de película pseudoinfantil en la que se enseñan valores como la amistad o la solidaridad. Sin embargo, tiene bastante más calidad de la media, recordándonos a películas míticas de este género como puede serlo “Cuenta conmigo” (que supuso el estrellato de River Phoenix). De hecho, alguna que otra escena está casi plagiada de esta que citamos, y de otras muchas. Por que si siguiésemos escarbando podríamos encontrar hasta un agradable paralelismo entre el descubrir del mundo oculto de “Billy Elliot” y de Will. No obstante, y sumando estos detalles de paráfrasis freake, el terreno conocido no contribuye demasiado. Hacia la media hora de película, aproximadamente, cuando la cosa pinta bien y parece que se conduce hacia un buen puerto, se produce un momento de ruptura entre el espectador y lo que está viendo. Si no son capaces de cerrar los ojos y abririlos entendiendo que lo que se ve es la película que Will imagina y sólo toca la realidad cuando las circunstancias le obligan, levántensen del sillón de su casa y pongan otra a descargar. No les gustará. Tampoco les culparemos, pues la voluntad de perdonar errores para buscar el brillo debe ser constante.

Y es que Garth Jennings, el director, un exige esfuerzo enorme al espectador para aguantar los envites de demasiados tópicos. Ya estamos acostumbrados a ver como el típico pringado se hace popular y entra en los círculos guays olvidándose de su fiel amigo. Conducta que le enfrentará a las consecuencias de sus propias acciones y con la que madurará, por su puesto, a modo de moraleja. Unos anexos a la historia que no son necesarios en ningún momento y que perjudican gravemente a la solidez de la película. Porque podría haber rodado una película brillante. Sin embargo, no es capaz de mantener el rumbo fijo y termina llegando a un final lacrimógeno y facilón que será del gusto del gran público. [Sensibles, no olviden coger antes el rollo de papel higiénico.] Lástima, la película es buena y podía haberlo sido más. Pero como la etiqueta de independiente que tanto prestigio te otorga, se concede con un sencillo estreno en el Festival de Sundance, pues uno puede olvidarse de lo que quiere contar para terminar haciendo lo que otros quieren ver.

Sin duda, “Son of Rambow” será una de las películas del año. No pierdan la oportunidad de verla porque, por encima de las críticas de desecho que acaban de leer, la recreación de los ochenta, los momentos freake, el aire pícaro de los protagonistas… les hará pasar un buen rato. Y si tienen un hueco libre, enchufen su webcam y grábense con el mítico “¡Dios mío, no me siento las piernas!” que seguro han ensañado más de una vez.

22 de mayo de 2008

Los inmigrantes y un 1984 contemporáneo

El nexo que liga 1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, La máquina del tiempo, de H.G. Wells y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury es doble. De una parte, tales obras se inscriben dentro del género distópico, es decir, de esas fábulas que nos hablan de una sociedad futura en la que se proyectan las tendencias actuales más negativas, trazando un retrato de lo que nos espera si no damos solución a nuestros males. En segundo lugar, en todas ellas está presente de manera especial el tema de la población, como muestra el profesor de Geografía en la UAB y subdirector del Centre d’Estudis Demogràfics, Andreu Domingo en Descenso literario a los infiernos demográficos, obra finalista del premio Anagrama de ensayo 2008. El texto, “que nace de esa relación entre demografía y gobernabilidad tan evidente en nuestros tiempos”, subraya el habitual paralelismo entre los hechos de una época, las ideas que en ella operan, las acciones políticas que generan y lo que su literatura recoge.

El interés por la demografía se popularizó tras la Segunda Guerra Mundial, con el comienzo de la descolonización, cuando el aumento del número de habitantes en el tercer mundo causó especial alarma, ya que se pensaba que no habría suficientes recursos en la Tierra para abastecer las demandas de una población que crecía a un ritmo excesivo. “En esos mismos instantes también se vive un boom demográfico en Europa y en EEUU, pero ese no se ve con preocupación, más al contrario”, asegura Domingo. Y es que el problema real era otro: “Lo que se entiende como peligroso es que exista una elevada natalidad en los países subdesarrollados, ya que eso producía las condiciones necesarias para que arraigasen las ideologías revolucionarias”. Demasiados hombres y pocos recursos, la ecuación perfecta, según los gobernantes de la época para que el comunismo se desarrollase. Por eso, muchos expertos apostaron por combatir el peligro “invirtiendo en el desarrollo de esos países, ya que se creía que si aumentaba el nivel de vida bajaría la fecundidad. Pero a partir de la revolución china (1949), el discurso torna en su opuesto, entendiéndose que lo más eficaz y sensato es planificar intervenciones que controlen el crecimiento de la población y que eso hará que mejore el nivel de desarrollo. Así se explican las políticas de intervención en fecundidad de EEUU y Naciones Unidas en el Tercer Mundo”.

Lo que Andreu Domingo constata es que esos mismos discursos son retomados y popularizados en las narrativas de la época. “Esas distopías aparecen en mucha pulp fiction de este tiempo, en la literatura barata destinada a públicos populares. En esas narraciones se nos suele hablar de situaciones catastróficas futuras y de qué hubiera debido hacerse para no llegar a esa situación; pero también del papel que debería jugar EE.UU en ese panorama y de cómo debería gobernar el mundo. Así, en muchas novelas los protagonistas reales son el miedo a la masa, a las revueltas sociales (que siempre se vinculan con la escasez) y a las hambrunas, coincidiendo asimismo en que el problema no es la distribución de la riqueza sino el crecimiento de la población. También suelen hablar contra el Papa y la Iglesia Católica, por su posición anticontrol de la natalidad…”

Pero este género distópico sufre una evolución, paralela a las transformaciones de los discursos institucionales. “Durante los 60-70 el debate estuvo marcado por la oposición entre maltusianos y desarrollistas. Pero cuando llega Reagan, la política americana cambia, pasando de ser el país campeón del intervencionismo a aplicar la política del “no vamos a controlar nada”. Pero eso lo dicen cuando África se está hundiendo bajo la epidemia del Sida, con lo que una política de no intervención significa abandonarles a su suerte. Claro que, si lo miras desde su perspectiva, esas epidemias ayudarán a que no haya tanta presión demográfica en el mundo…”

Frente a esta situación, el género distópico cobra nuevas expresiones, que pasan por obras que ejercen “de contestación a la política neoliberal de Thatcher y Reagan”. También se deja ver en la literatura una mayor preocupación por el cambio de papeles de género y por los roles de la mujer en este nuevo mundo. Además, se habla ya en algunas novelas de los desequilibrios por sexo en las poblaciones haciendo mención de la divergencia norte-sur e incluso hay autores que creen que ese proyecto de igualación que transforma el género también cambiará radicalmente el amor. Así, hasta llegar a las distopías del siglo XXI, como Globalia, de Jean-Christophe Ruffin”.

En todo caso, el género refleja, en esa pluralidad de tendencias, muchos de los miedos actuales, que se corresponden con nuevos problemas. Aunque la mayoría de ellos sigan bebiendo de fuentes añejas. Así, los temores del pasado a que la sobrepoblación construyera sociedades inestables en las que arraigarían las teorías revolucionarias han sido sustituidos por el miedo a sociedades inestables en las que habrían arraigado las organizaciones terroristas. En ese esquema se basa “el Choque de civilizaciones de Huntington, para quien la natalidad elevada es la causa de que en algunas zonas del planeta predominen poblaciones jóvenes (y, por tanto, y desde su perspectiva, más dadas a la violencia), lo que explicaría el crecimiento del fenómeno terrorista”.

Pero esa traslación de esquemas de otros tiempos a nuestra época no es patrimonio exclusivo de las teorías de Huntington. Si antes se afirmaba que el crecimiento de la población nos llevaría a la escasez de recursos, hoy se asegura que si los países emergentes siguen accediendo a mayores cotas de bienestar no tendremos energía para todos. O que si su mejora económica les lleva a una demanda creciente de productos alimenticios, tendremos un incremento generalizado de precios y, probablemente, a que los alimentos escaseen. Claro que, según Andreu Domingo, “esa insistencia en volver sobre antiguos modelos deja fuera el tema de discusión esencial, que es quién controla el mercado y quién hace que suban los precios. Porque ahora la fecundidad está bajando…”.

Otro problema que se manifestará de forma creciente en los próximos años es el ligado al mercado matrimonial, “que antes estaba constituido para que hubiera exceso de mujeres mientras que ahora hay un exceso de varones. Y eso se va a traducir de manera distinta en el norte y en el sur. Mientras que en los países desarrollados se dará una situación idónea para que las mujeres negocien su propio estatus, la escasez producirá en el sur enfrentamientos de tipo machista para obtener una mujer e irá en detrimento de los hombres más pobres, que no podrán encontrar pareja”.

Aunque, desde luego, el asunto que con más frecuencia se trata en los medios de comunicación y el que resulta políticamente más visible es el ligado a las migraciones internacionales, que se ven en habitualmente con temor en las sociedades de recepción. Así, que existan novelas como El campamento de los santos, de Jean Raspail, o que se hable de Eurabia (es decir, de la conquista de Europa por los musulmanes) son buena prueba de que, en una parte de la población europea, los miedos a un futuro tiránico gobernado por los musulmanes, una suerte de 1984 hoy, funcionan como expresión última de los cambios que están operando en sociedades mucho menos cerradas que en el pasado reciente.

Pero esa intranquilidad respecto de los inmigrantes no la tienen quienes gobiernan, que los ven como la solución a muchos problemas. Y “esa contradicción entre lo que pasa y lo que la política oficial quiere reconocer define la situación presente. Hay que tener en cuenta que no hay manera de subir la tasa de fecundidad de los países desarrollados en la medida adecuada para que no sean necesarios los inmigrantes. Y los políticos son conscientes de ello: las sociedades sin inmigrantes no son económicamente viables. Sin embargo, algunos de ellos siguen jugando con los discursos anti inmigración. Incluso cuando saben que las acciones que prometen, como expulsar a todos los inmigrantes irregulares, no son materialmente factibles."

13 de mayo de 2008

Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez

Son pocos los escritores que cuentan con la bendición de publicar un único libro y triunfar de lo lindo. Y pocos son los que pueden decir que su gran éxito ha llegado pasados los sesenta años de edad. Menos aún los que pueden añadir la trágica historia de morir pocos meses después de publicar este primer libro. Ya, como final, son escasísimos los casos en los que además de todo esto, la obra tiene una enorme calidad. Sí, tristemente, la matoría de estos primeros pelotazos editoriales encierran un buen trabajo de marketing o todo un talento desbordado y finito que nunca vuelve a repetirse en un segundo libro.

Los girasoles ciegos” reúne cuatro relatos cortos que giran alrededor de la postguerra civil española. Evidentemente, se trata de relatos que se centran en cuatro historias de cuatro derrotados (de hecho, enumera sus relatos por derrotas). Nada como el bando de los muertos, y no de los caídos, para mostrar las más profundas reflexiones. Presentando a personajes más o menos identificables, Méndez da buena cuenta de miles de historias que se sucedieron en los años inmediatos al fin de la Guerra Civil. Es la sencillez con la que los presenta, su absoluto manejo de una realidad dramática, la que hace que comprensible lo irracional. No es poco el mérito de este autor.

La primera derrota es la del capitán Alegría. Un hombre de firmes convicciones que lucha en el bando nacional y que desde su trinchera divisa un Madrid a punto de ser vencido en su resistencia. Justo antes de que ese momento llegue, Alegría traspasa las líneas enemigas y se declara rendido al bando republicano. Las razones que esgrime no son otras que el deseo de no permanecer ni un día más en un ejército que no quiere ganar la guerra sino aniquilar a su adversario. Esta razón de ser le lleva a la incomprensión del bando republicano, que no entiende como un soldado de un ejército vencedor se rinde a uno vencido, y del bando nacional, que tras la conquista de Madrid, juzgará a un desertor, condenándole a una muerte que no termina de aliviar su pena. Será en la segunda derrota en la que cambiará el modelo de relato lineal para introducir una narración directa a través de las páginas de un diario. Un joven huye en 1940 camino de la frontera, junto con su mujer embarazada. Las montañas asturianas dan cuenta del nacimiento de un bebe y la muerte de una madre en lo más profundo y asilado de una cabaña en torno a la que establecerá sus reflexiones más íntimas. Desde el aceptación de su propio hijo hasta la preparación de su muerte. Probablemente sea el relato en el que la Guerra Civil se encuentre presente de un modo más descarnado a pesar de permanecer en un segundo plano.

La tercera derrota se ubicará en lo profundo de una cárcel donde los prisioneros son sometidos a consejos de guerra. Juicios sumarísimos con un mismo destino, la muerte. El coronel al cargo de este sombrío tribunal pregunta siempre, a todos aquellos que van a ser ajusticiados, por un joven prisionero de las cárceles republicanas. Sólo Juan Serna identifica al joven y afirma conocerle. El interés del coronel no es por otro que por su hijo. Muerto por el bando republicano tras ser condenado por cometer distintos delitos. Penas que Juan Serna obvia, transformando al hijo del coronel, un vulgar ladrón y asesino, en un héroe para la nueva patria. Un héroe para el coronel y su esposa. Hecho que permite al soldado republicano prolongar su vida y mostrarnos el día a día de una celda hacinada en una fila de hombres que sólo esperan ser nombrados para subir a un camión con un destino conocido. Por último, en su cuarta derrota, Méndez nos cuenta el transcurrir de una familia en una opresiva condena a muerte que se cumple en vida. Rompiendo con el relato lineal, la historia es narrada por las cartas que un diácono escribe a su confesor y en las que relata su más intenso pecado, cruzadas por los recuerdos del hijo de la familia protagonista, sin perder el transcurso de la acción contada por el autor y que termina confirmando lo que antes nos han contado los otros protagonistas.

La compilación de estos cuatro relatos responde a la intención de mostrar la postguerra española en cuatro actos. En cuatro matices, diferentes, pero con un mismo destino. Aún tratándose, así reza la publicidad y la mayoría de las críticas leídas, de relatos nada guerracivilistas, el peso de los hechos es tan evidente que no escapa. Sin embargo, es en el relato en el que presuntamente la guerra y los años de la postguerra pierden más su presencia, el de la segunda derrota, en el que la irracionalidad de lo vivido se muestra con mayor fuerza. Méndez, del que nunca sabremos si habría repetido un segundo éxito, tiene un perfecto dominio de la prosa. Sin embargo, quizás le falta ritmo a algunos tramos. Del mismo modo en el que presenta unos personajes excesivamente estereotipados. Es cierto que los personajes, más si se trata de un relato corto, de cualquier obra literaria, presentan unas características que les hacen perfectos para protagonizarlas. Pero que todos los protagonistas sean tan extremadamente reflexivos, racionalizando cada uno de sus sentimientos, es un mérito difícil de esconder. Y no es que al final no exista asomo para la venganza, el final buscado, por ejemplo, en el tercer relato, es tan racional que merece pasar a la historia de las grandes venganzas de la humanidad.

Desde la publicación de “Los girasoles ciegos”, el boca a boca y las buenas críticas, acompañaron el respaldo del público. Poco después llegaron los primeros premios literarios que se acumularon hasta obtener, de forma póstuma el premio de la Crítica y Nacional de Narrativa. En la actualidad, José Luis Cuerda tiene pendiente el estreno de una adaptación cinematográfica de estos cuatro relatos.

11 de mayo de 2008

La Mano de la Buena Fortuna, de Goran Petrovic

¡Sois las cinco personas que conoceré en el infierno! Esta broma, incluida en el capitulo-película de Los Simpson provoca en quien se ría una doble sensación. Por un lado, entenderla es un acto de carcajada segura. Por otra, tras comprobar que nadie en la sala –o casi nadie- se ha reído con ella o ni siquiera la recuerda, la broma se convierte en la constatación de que uno ha leído más de lo que socialmente debería. De que los libros, esos fajos de páginas escritos por alguien, impiden muchas veces relacionarse con las personas, esos fajos de historias que no tienen por qué tener un sentido. Bueno, generalmente no lo tienen.

El acto mismo de la lectura aísla al lector del resto del mundo e impide la comprensión de sus experiencias por parte de los demás. Es un acto tremendamente individualista que provoca la necesidad de compartir con los demás aquellos pensamientos que la lectura nos suscita. Generalmente, la necesidad de transmitir las sensaciones que acuñamos con una lectura se traducen en el impulso de regalar un libro. Provocar o incitar a sentir lo mismo que nosotros sentimos por un libro que leímos, o esperar que la persona reciba las mismas sensaciones que pensamos que nosotros tendríamos de haberlo leído. Por eso mismo existe este blog y tantos otros, por eso mismo existe la serie de Literatura antibelicista, por eso existe esta entrada o la serie que inaugura la misma, la de Autores Balcánicos. Y aunque sigamos pensando que debimos haber hecho justicia histórica y lanzar la serie con Un puente sobre el Drina de Ivo Andric, La Mano de la Buena Fortuna se disfruta tanto que nunca nos sentiremos avergonzados por que sea ella la que abra el camino.

Goran Petrovic es un bibliotecario serbio de 41 años. Su biblioteca no es una biblioteca cualquiera sino que él custodia los libros almacenados en el monasterio de Zica situado en el corazón de Serbia, en la ciudad de Kraljevo. Allí, en ese Monasterio, la Iglesia Ortodoxa serbia estableció su sede principal tras la ruptura de las Iglesias en 1210. Comenzó a construir el lugar Stefan Prvovencani, hijo de Stefan Nemanja, y fue finalizado por su hermano, San Sava. Pero Goran no sólo se dedica a custodiar sus centenarias obras. Acompañado de los rituales ortodoxos, de los lamentos de los ministros de Dios en la tierra, él además ha decidido compartir sus secretos con nosotros. Goran, no se lo cuenten a nadie, es escritor y oculta en su novela un mensaje muy importante que ha de ser transmitido, un gran secreto que quizás pueda destruir el mundo tal y como lo conocemos.

Así visto, Goran podría ser el mejor de los protagonistas. Un guardián de libros con un secreto demoledor que revelar. Sin embargo, el rol de Goran es otro. Goran Petrovic es el autor de este precioso libro titulado La Mano de la Buena Fortuna, por el que ganó el Premio NIN de las letras serbias, la Champions League de todos los premios literarios serbios ya ganado por autores como Milorad Pavic, Aleksandar Tisma o el gran Danilo Kis.

Goran decidió situar como protagonista principal de su libro al propio hecho de leer. La lectura forma parte de la gran aventura de esta novela y en ella reside el secreto de toda la estructura. Hacer de un verbo el protagonista principal y sin igual de una historia conlleva varias decisiones, algunas tan delicadas como la de alcanzar el reto de la metaliteratura llegando a proponer un libro al cargo de actor principal.

La tesis de la novela, que no es una novela de tesis, permite comprobar que leer es un gusto sólo permitido a los más avezados. Se puede leer de corrido, casi sin detenerse en aquellos matices que se escapan porque el escritor los situó justo al lado, para que no nos diéramos cuenta. Y se puede leer como propone Goran Petrovic y prepararse –literalmente- para el viaje que propone la lectura, siendo cuidadosos de dónde ponemos el pié y en qué lugar torcemos la esquina. Previendo el fin del capítulo en la página siguiente o asombrándonos por la interminable secuencia que acabamos de presenciar.

Ese actor principal es un libro titulado Mi legado y escrito por Anastas Branica. Fue un libro escrito con sumo cuidado, con la recolección de todas las palabras adecuadas para cada momento, con la intensidad justa en las importantes decisiones y conocedor de todo cuanto puede emocionar. Goran Petrovic nos cuenta la ardua tarea de la escritura del mismo y la peculiar forma de finiquitarlo poco después del fin de la Gran Guerra. Al tiempo nos traslada a los días más actuales, donde el libro toma otra significación y nos permite conocer a otro tipo de gente. Un libro como este, nos dice Goran, no es el mismo libro siempre, sino que cambia según sean sus lectores unos u otros. Puede unir a las personas, puede separarlas, puede desaparecerlas, enamorarlas. Puede hacerlas creer que ellas son las dueñas del libro, puede emitir un sentimiento de colectividad frente a la propiedad de sí mismo. Un libro, en concreto este Mi legado, escrito por un escritor novel que se ahogó en el Danubio poco después de leer su primera y última crítica literaria, puede tener tantas vidas como lectores. Un libro, es una biblioteca entera. Como esa que sin duda debe custodiar Goran Petrovic en su Kraljevo natal pero que ahora nos deja ver a todos. Jamás un libro cambió tanto los significados de los siguientes.

Este libro que hoy destripamos no sólo es capaz de emocionar. Es, como Mi legado, un libro capaz de unir a las personas unas con otras. Capaz de transmitir esa necesidad de comunicar las emociones que el hecho de la lectura te ha provocado y que, casi puerilmente, el lector lo coloque allá en donde quiera transmitir algo que lleva dentro. Es, en definitiva un legado que una de tantas personas con las que te cruzas me pasó una mañana. Y es, por conclusión, todo eso que te empeñas en transmitir a las personas que gustan por leer.

La Mano de la Buena Fortuna –brillante título, por cierto- es además un libro de tal complicidad literaria con el lector que una mala edición podría haber quebrado ese sentimiento. Sin embargo el editor ha logrado saber transmitir la magia del realismo literario de Petrovic y provocar momentos de ternura entre el libro en sí mismo y el lector. Debemos agradecer, entonces, a la editorial Sexto Piso su tremenda labor. Una editorial, por cierto, digna de ser ojeada de vez en cuando por la peculiaridad de sus títulos. Confieso que muchas de sus propuestas no son de mi agrado, al menos desde el inicio, pero su presentación es tan sugerente que anima a acercarse a la librería a comprobar in situ las cualidades de la novedad del mes. Sólo un reproche que hacer a la parte española de esta editorial hispanomexicana. Publiquen de una vez la otra novela de Petrovic traducida al castellano, Atlas descrito por el cielo, porque no todos podemos hacernos un viajecito a México cada vez que queramos hacernos con un ejemplar. Sin duda en esta obra de Petrovic se esconden lectores muy interesantes de conocer.

6 de mayo de 2008

Invierno en Madrid, de C.J Sansom

Me encuentro en deuda con este blog, puesto que si pude lanzarme a leer Invierno en Madrid es justamente gracias y por gentileza de sus creadores. ¡Y no sólo esto! Encima han tenido la gran amabilidad de invitarme a participar en él. Así que, cuanto menos, tenía que hacer llegar mi opinión sobre este best-seller para completar la reseña que publicó Ottinger antes de la aparición de la versión en español de esta novela.

Terminé con él hace unos días, y tengo que decir que lo he devorado, a pesar de que no se trata precisamente de un libro corto.

A mí lo que me pasa con los best-seller es que no consigo deshacerme de la sensación de que el escritor está más pendiente de que me guste que de lo que venía a decir. Pero a pesar de esto, tengo que reconocer que he leído y, es más, disfrutado un montón de best sellers, entre ellos este.

Se trata, como indicaba la reseña ya publicada, de una novela de amor y de espías. Yo diría que de amor, sí, pero que los espías son un poco de pacotilla. Y justamente este es el encanto que tiene, porque los personajes son comprensibles, no como en la mayoría de novelas del género.

En 1940 Harry Brett es un profesor de español en Inglaterra y es reclutado por los servicios secretos para ir a Madrid y cumplir una misión. No se puede negar a ir, pero lo cierto es que no tiene ganas ningunas. Harry estuvo en Madrid en 1931 con su amigo comunista Bernie, que más tarde se hizo brigadista y fue dado por muerto durante la Guerra Civil. Los recuerdos que le trae Madrid son tristes, teñidos de pérdida. Los días de República vividos con Bernie, y después la desesperación de su segunda visita a Madrid: la búsqueda infructuosa tras desaparecer su amigo.

Pensó que tenía que deshacer la maleta, pero dejó que su mente regresara a 1931, a su primera visita a Madrid. Él y Bernie, ambos de veinte años, habían acabado cerca de la estación de Atocha un día de julio con sus mochilas a la espalda. Recordó que, al salir de la estación y dejar atrás el olor a hollín que la impregnaba, había visto bajo la luz radiante del sol la bandera roja, amarilla y morada de la República ondear en el ministerio de la acera de enfrente, contra un cielo azul cobalto tan brillante que lo había obligado a cerrar los ojos.

En 1940 su llegada es muy distinta. Se tiene que encontrar casualmente con Sandy Forsyth, excompañero del colegio y actualmente empresario acomodado, simpatizante del régimen franquista, y averiguar qué hay de cierto en los rumores que hablan del descubrimiento de una mina de oro cerca de Madrid. Gran Bretaña está manteniendo un duro bloqueo y todas sus artimañas diplomáticas para evitar que España entre en la Guerra, y el acceso del gobierno a grandes cantidades de oro podría hacer que Franco decidiera respaldar a Hitler.

Esta misión de aprendiz de espía resulta arriesgada pero aparentemente sencilla. Sin embargo, el reencuentro con Barbara, la novia del brigadista desaparecido, y conocer a Sofía, hija de un republicano muerto tras la Guerra Civil, llevará a Harry a conocer el Madrid que hay más allá de la embajada británica y el barrio en el que vive Sandy. Un Madrid que vive hundido en la miseria, el miedo y la represión.

La miseria de post-guerra, que nos contaron los abuelos, los campos de prisioneros, la iglesia represora, vengativa y mezquina, la débil resistencia, velada y atemorizada, apenas susurrada, incluso los diplomáticos británicos haciendo descaradamente el juego a los sectores monárquicos del régimen,… tengo la sensación de que el retrato del momento está muy logrado.

En la plaza del pueblo había unos grandes carteles de Franco en todas las agrietadas y despintadas paredes, con los brazos confiadamente cruzados mientras su mofletudo rostro miraba el infinito con una sonrisa en los labios. ¡HASTA EL FUTURO! Harry respiró hondo. Vio que los carteles cubrían otros más antiguos cuyos bordes destrozados asomaban por debajo. Reconoció la mitad inferior del viejo lema ¡NO PASARAN! Pero habían pasado.

Seguro que mis buenos amigos matritenses van a disfrutar aún más que yo de este libro. Creo que encontrarán en él un Madrid que fue, y que en parte, seguramente, sigue siendo. Supongo que Madrid también tenía derecho a su “Sombra del viento”.

2 de mayo de 2008

Trenes rigurosamente vigilados, de Bohumil Hrabal

Por Eva.

Estoy a medio leer Invierno en Madrid, pero aprovecho un viaje en tren a Córdoba y a Madrid para leer este libro. El criterio de elección es pobre: creo que se ajusta el balance peso/horas de lectura para el viaje que realizo. ¡Y me equivoqué de muy poco!

La foto del autor en la solapa del libro me impresiona. Tiene el rostro envejecido y severo, las manos fuertes con dedos gruesos. Aspira intensamente, un poco desesperadamente, un cigarrillo y mira fijamente algún punto que está a la izquierda de la cámara. Pienso en que me resulta extraño ver las manos de un escritor.

Leo en la misma solapa que murió a los 83 años, ya senil. Se cayó del quinto piso del hospital en el que se encontraba mientras daba de comer a las palomas. Me parece un detalle acojonante, no sé muy bien por qué. Empiezo el libro casi con nervios. Tengo la sensación de que Hrabal tiene mucho que contarme.

Se trata de una novela muy breve, casi un cuento largo, pero relleno de personajes entrañables y divertidísimos. Un hipnotizador que intenta parar a los tanques alemanes cuando entran en el pueblo: ¡dad la vuelta y regresad!; un factor de estación mujeriego, pícaro y vividor que estampó todos los sellos de la estación en el trasero de la telegrafista, haciendo que se abriera una investigación; el jefe de estación que sólo se lleva bien con sus palomas y que cuando se enfada grita desde el segundo piso para no tener que decir las cosas a la cara.

En 1945 Milos es aprendiz de factor de estación. Casi toda la acción del libro se desarrolla en una pequeña estación de tren en Checoslovaquia, alrededor del aparato de telégrafo, las agujas y las vías, los semáforos estropeados y el palomar del jefe de estación.

Milos se reincorpora al trabajo en la estación después de los meses en los que se ha estado recuperando de su intento de suicidio. Se cortó las venas porque aquella noche en la que se tenía que convertir en un hombre, escondido con Masa debajo de la manta del estudio fotográfico de su tío, dio un nuevo sentido al cartel de la entrada de la tienda de revelado: en cinco minutos, listo.

Los trenes rigurosamente vigilados son los que circulan llevando soldados y armamento alemanes, hacia el frente, o de regreso a casa. De este a oeste, por las vías 2, 4, 6, 8, 10 y de oeste a este por las vías 1, 3, 5, 7, 9.

Los alemanes eran unos locos. Yo también estaba un poco loco, pero a mi propia costa, en cambio los alemanes estaban siempre locos a costa de los demás.

Ninguno de los trabajadores del ferrocarril siente demasiada simpatía por los alemanes, pero la resistencia tiene muchas formas, incluso para Milos. La del joven ilusionado e ingenuo, la del mordaz vigilante de trenes, la del hombre que arriesga su vida.

Cómo se lo hace Hrabal para mezclar en tan pocas páginas tanta ternura, ironía mordaz y un drama tan grande, no me lo preguntéis a mí, porque todavía no lo entiendo. Corred a buscar el libro, porque merece la pena.