31 de enero de 2007

Buena Vista Social Club

Dado nuestro compromiso con la buena música y con el mejor cine, lo que a continuación les proponemos es adentrarnos en una de las mejores muestras del cine documental de género musical, de la mano del cineasta alemán Wim Wenders [ustedes lo recordarán de películas como París, Texas (1984); El fin de la violencia (1997); El cielo sobre Berlín (1998); Tierra de abundancia (2004) o Llamando a las puertas del cielo (2005), entre otras].

En 1996, el músico Ry Cooder, compositor de la banda sonora de París, Texas (de Wenders), viajó a Cuba para grabar un disco bajo el título de Buena Vista Social Club, en el que se recogía las interpretaciones de los grandes músicos de la denominada Vieja Trova cubana. Unos músicos que habían sido eclipsados por nuevos estilos y nuevos sonidos, como los de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o la Nueva Trova, incluso ya antes de la Revolución Cubana (1959), y que en en los años 90 eran ya unos perfectos desconocidos. Con su disco, Cooder, trata de recuperar el son y el guaguancó, esa especie de tradición musical que los hermana con otras músicas como el jazz o la bossa nova (a este respecto es muy recomendable ver la película "El milagro de Candeal" que ahonda en las relaciones entre la música cubana, la brasileña y la africana, y que trataremos en una próxima entrada).

Seducido por el proyecto de Cooder, Wenders le siguió hasta Cuba con un reducido equipo de grabación para retratar el redescubrimiento de músicos tan sublimes como Compay Segundo, Elíades Ochoa, Rubén González o Ibrahím Ferrer y Omara Portuondo (también conocidos como los Super-abuelos). En la película se nos muestran las sesiones de grabación, así como un seguimiento de la vida de los artistas octogenarios (alguno nonagenario como Compay) en La Habana, que se nos presentan, de forma muy humilde, como si de artistas neófitos se tratara. La película alcanza su punto culminante en dos actuaciones de los cubanos en Amsterdam y una inolvidable velada en el mítico escenario del Carnegie Hall de Nueva York.

En lo técnico, cabe destacar la utilización de cámaras betacam digitales, que posibilitan lo que el realizador alemán ha denominado como "democratización de las imágenes", ya que permite abaratar los costes de producción de las películas y en el tiempo de filmación, ya que no es necesario revelar las cintas.

La reacción surgida a raíz de la publicación del disco (se vendieron más de 12 millones de copias en todo el mundo), así como del estreno de la película, fue la manifestación de un entusiasmo a escala mundial por una música que no contaba hasta aquel momento de mucho predicamento y el surgimiento de toda una corriente comercial dedicada a lo que se ha denominado como "Jazz latino", a través de la edición de discos de tal género, restaurantes temáticos (alguno hay por estos pagos, donde te cobran casi por respirar), festivales de música (a precios prohibitivos, todo hay que decirlo) y millones y millones de descargas P2P [guiño, guiño, - Teddy y sus colegas - guiño, guiño].

Buena Vista Social Club, es sin duda un retrato de una Cuba que no dejó de existir a pesar de la política. Es una muestra magnífica de una música y un tiempo que se nos antojan pasados, pero que sin embargo están presentes durante todo el metraje de la película y logran emocionar a todo el que la ve y la escucha.



Chan chan, de Compay Segundo (interpretado por Ry Cooder y Buena Vista Social Club)

24 de enero de 2007

Éramos pocos, de Borja Cobeaga

Afortunadamente Penélope Cruz no es la única nominación que hemos tenido en esta edición de los premios Oscar. Esos premios de los que todo el mundo habla mal en España pero a los que acudes sin tardanza cuando te llaman. Este año, además de tener un cierta presencia técnica, por lo que nos toca de “El laberinto del Fauno”, han nominado dos cortometrajes españoles, “Éramos pocos” de Borja Cobeaga y “Binta y la gran idea” de Javier Fesser. Categoría en la que más experiencia tenemos en los últimos tiempos y en la que esperamos tener más suerte que en Mejor Actriz, que recibirá con toda justicia Helen Mirren.

Por tanto, y a pesar del fracaso (o no éxito) de Almodóvar, que ya sabía que este año el dinero de la promoción era para su actriz y que por tanto no tendría reconocimiento, podremos escuchar “…and the Oscar goes to…” y lo mismo es una producción española.

Por nuestra parte, rescatamos de la comunidad de videos Youtube [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño] uno de los cortos nominados. “Éramos pocos”, de Borja Cobeaga, ya ha ganado algún premio y cuenta con la participación de la genial Mariví Bilbao y Ramón Barea. Interesante relato que pone de manifiesto lo mal que nos va en el largometraje y lo mucho que dominamos esta disciplina.



23 de enero de 2007

18 años sin un genio

Dalí

La comunicación es un arte complejo que en las manos de un genio, que se expresaba en todas las facetas, alcanza niveles extraordinarios. Pintura, bigote velezquiano, música, autoplagio, cine, un miserable anuncio publicitario por una buena suma, espectáculos que buscaban la relevancia con toda intención, joyero… provocación y surrealismo. Una vida consagrada a la exhibición de sí mismo y de su arte, que en suma era lo mismo.

Multidisciplinar en su actividad. Buena culpa de ello lo tenían las amistades que se procuró y la de los que se procuraron tenerla. En la Residencia de Estudiantes con otros genios a su altura como Lorca o Buñuel (“El perro andaluz”, se realizó con participación de Dali en el guión), al tiempo en el que se le quedaba pequeña la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Viajó a Paris donde conoció a Picasso (la imagen que aparece en esta entrada es un retrato que realizó en 1947) de la mano de Joan Miró. O el repudió de André Bretón (padre del surrealismo) a Dalí por sus ideas fascistas. Porque políticamente, revoloteó por todo tipo de exotismos hasta convertirse en el niño mimado de una España gris que deseaba dar un cierto empaque a su capacidad artística.

Una de esas joyas que nos dejó Dali, fruto de la colaboración con campos ajenos a la pintura, además del inmortal envoltorio de Chupa-Chups, fue un puñado de segundos de un cortometraje que Disney le encargó en 1946. “Destino” debía tener una duración de seis minutos, inspirada en la canción del mismo título de Armando Domínguez. La Disney, en el año 2003, tomando la historia original y las indicaciones de Dali, terminó el trabajo iniciado por el artista. Perdonen la calidad, pero es que no hay nada mejor, y la excusa lo merece.


21 de enero de 2007

One hit wonders

¿Recuerdas aquel grupo que cantaba aquella canción que tanto te gustaba? ¿te acuerdas de todas las veces que bailaste esa canción, la escuchaste en la radio o en la televisión? Probablemente, sepas el nombre de aquella canción, hasta incluso recuerdes el nombre del grupo que la interpretaba, aunque lo más seguro es que ignores qué fue de aquel grupo. Se trata de los One Hit Wonders, esos grupos que aparecen en el mercado musical con un tema o un disco que rápidamente se hace famoso y cuya fama se difumina cuando la canción o el álbum pasa de moda. La historia de la música pop está llena de grandes éxitos de grupos, que por razones cualquier tipo, desaparecen de los primeros puestos de las listas o del propio mercado. Una situación que es narrada en la película The Wonders, interpretada por el actor Tom Hanks, donde un grupo se convierte en famoso por una canción "That thing you do!", que con el paso del tiempo se convierte en uno de esos "one hit wonders" de los que hablamos.
Con esta entrada quisiéramos hacer un homenaje a todos esos grupos que alguna vez nos emocionaron con sus composiciones y que por azares de la vida desaparecieron o nunca más se supo de ellos (y si se supo, su impronta pasó desapercibida bajo la sombra del gran éxito). A continuación pondremos algunos ejemplos significativos, la lista de los que a nuestro humilde parecer son los mayores representantes de esta tendencia, aunque todo es relativo (en cada país las carreras musicales de cada grupo pueden tener mayor o menor fortuna). Una lista que dejamos abierta a vuestra participación, para recordar esas canciones que alguna vez nos emocionaron y cuyos intérpretes han caído en el olvido.

Nena - 99 Luftballoons (tb hizo una versión en inglés "99 red ballons")




Cornershop - Brimful of Asha (precisamente esta canción habla de uno de esos one hit wonders, en 45 r.p.m. y también terminó por convertirse en uno de ellos)




A-ha - Take on me



Softcell - Tainted love




The Knack - My Sharona




Survivor - Eye of the tiger





Europe - The final countdown



Creemos que hay muchas más canciones y como este es un blog participativo, ahora es vuestro turno para añadir más a la lista en vuestros comentarios. Aprovechamos esta entrada para presentaros nuestro podcast (esa radio que hay a la izquierda de vuestras pantallas) con canciones que nos gustan y que probablemente conozcáis, para que las disfrutéis mientras nos leéis y os hagan compañía durante vuestra navegación por otros blogs.

16 de enero de 2007

Morirse de gusto en Madrid (de noche)

[Publicado en ABC, 13 de enero de 2007]

Por Enrique Herrero

La noche comenzaba en tres sitios. Para empezar, el bar del Palace. La primera mesa de la izquierda estaba siempre reservada al antiguo embajador de Filipinas en Madrid, propietario de un apartamento decorado a lo película china, en pleno Paseo de Rosales. También lo frecuentaban los periodistas Ralph Forte, que jubilado se quedaría para siempre en su piso de Espalter, frente al atrayente Jardín Botánico, y Roberto L. Rooney, a quien se le conocía como «el marqués de Texas». Rooney, ya desvinculado de la United Press, residiría varios años en Madrid. El bar de Pedro Chicote ofrecía nada más traspasar la puerta giratoria la mesa de los humoristas Edgar Neville, Antonio de Lara, «Tono», los dos hermanos Mihura, Miguel y Jerónimo, y mi buen padre, que concurría menos debido a su vinculación cinematográfica y su vocación montañera. También acudían el realizador Antonio Román, y el director de fotografía Michael Kelber (el de «French can-can» y «Calle Mayor»). Una noche, los humoristas estaban preocupados porque el maravilloso «Tono» no aparecía. Cuando lo hizo, Miguel Mihura, con voz ronca y cortante, le preguntó: «¿Pero «Tono», de dónde vienes tan tarde?» Él, con su graciosa forma de expresarse, le respondió: «Vengo de ver la película «El retrato de Florián Rey»». Aclararemos que el verdadero título era «El retrato de Dorian Grey», basado en la novela de Oscar Wilde, cuya versión cinematográfica tenía mucho éxito. Al cachondo de Tono no se le ocurrió otra cosa que trastocar el nombre de Dorian Grey por el de Florián Rey, bromeando con el director de «Morena clara» y marido de Imperio Argentina en su día. Por otras mesas se repartía el «gran puteo», que velaba armas antes de lanzarse en busca del «chorlito» de turno.

Adosado a «Chicote» estaba su célebre museo de bebidas, por el que desfilaban muchas figuras como Robert Taylor, Ava Gardner, Tyrone Power y otros. Perico les ofrecía «un agasajo postinero con la crema de la intelectualidad», tal como decía Agustín Lara en su chotis.

En «Balmoral» se reunían Paco Urquijo; el piloto de Iberia Rafael Castillo, el de la varita; el escritor y crítico Miguel Pérez-Ferrero, premio Mariano de Cavia... Y un grupo de noctámbulos formado por el arquitecto Pepito Subirana, Carlos Stuyck, «el chanquete»; «el Procu», miembro de la carrera judicial; y Alfonso Fierro y sus amigos, entre los que figuraba el periodista Alfonso Sánchez. Por el bar del Castellana Hilton se asomaban los pescuezos de los actores americanos que estuvieran rodando alguna película en Madrid y sus alrededores. El vestíbulo estaba decorado con cuadros taurinos de un pintor llamado Bob Barnette, que te ofrecía una de sus obras o intentaba endosarte una cámara fotográfica Hasselbland. Allí alternaba don Jaime de Mora y Aragón buscando al yanqui «facilón» que se hiciera cargo de la cuenta. Robert Mitchum, mientras rodaba «Villa cabalga» se solía tomar allí la primera copa para abrir boca, y después cruzaba sin mirar la Castellana y se metía en el bar «San Jorge» del que el propio Mitchum aseguraba: «There are a lot of action!» («¡Hay mucha acción!»).

«Alejandro Magno»

A partir de 1955, cuando los americanos vinieron a rodar «Alejandro Magno», ese hotel se convirtió en centro del cine de Hollywood. Mi padre publicó en «La codorniz» una de sus muchísimas portadas, llamadas «Estampas españolas», que representaba la entrada del Hilton, aunque él lo llamaba «Milton», parodiando a Milton Goldstein, un alto ejecutivo en el entorno del productor Samuel Bronston. En el dibujo se veía la puerta abarrotada de coches (los «haigas»), muchos reflectores encendidos y llena de mirones. Entre aquella algarabía, dos castizos murmuraban entre sí y se leía este pie: «¡Co-producciones con Hollywood! Los españoles ponemos el co y los americanos la producción».

Los cómicos no podían (como ahora) hospedarse en el hotel Ritz. Sólo se habían hecho excepciones con Ritya Hayworth y Grace Kelly, pero se habían registrado, la primera como princesa Khan, y la segunda como la de Mónaco. Fuera de ellas, sólo se había podido alojar el actor James Stewart, aunque, previamente, se tuvo que meter en el retrete y salir vestido de general del Ejército de los Estados Unidos para que el conserje le entregara la llave. También se había colado el realizador Otto Preminger (el de «Laura»), pero sabe Dios lo que diría para que le admitieran. De todas formas, el bar del Ritz era un espacio silencioso que recordaba más a un elegante y frío sarcófago que a todo un caramanchel. La Parrilla del Rex era donde el venezolano Gonzalo González se tiró varias temporadas cantando aquello de «cabaretera, mi dulce arrabalera», que encandilaba a putas y decentes o viceversa.

«¡A Samba, vamos a Samba!»

«El Madriles»; vestido de chispero (parecía arrancado de una crónica de Emilio Carrere), y su pintoresco simón tirado por un afable percherón aparcaba en la mismísima puerta del Palacio de la Prensa esperando pasear clientela. En verano, ante la puerta del teatro Fontalba, en la Gran Vía, un tío se subía sobre un pequeño autobús tocando una trompetilla y gritando: «¡A Samba, vamos a Samba!». «Samba» estaba abierto hasta muy tarde, pero si no encontrabas un taxi al regresar tenías que tomar el tranvía de la Ciudad Lineal hasta Cuatro Caminos, que se iba deteniendo en todas las paradas, evaporizando los efectos de la juerga. «Riscal» era lo más acogedor para morir de gusto en Madrid. Su dueño, el gran Alfonso Camorra, igual te ofrecía una de sus célebres paellas a las dos de la mañana que las transportaba a París o al mismo Vaticano. Las llevaba en unas cajas marrones de cartón. Tenía dos eficientes colaboradores, Manolo Palomero y Pepe Olabarrieta. En invierno funcionaba decorado con sobriedad y plagado de fotos de Ibáñez, el fotógrafo de las estrellas. En verano, subíamos a la terraza que era más amplia y rodeada de refrescantes macetas. Desfilaban desde Fernando Fernán-Gómez a Juanjo Menéndez, pasando por Peter O´Toole cuando rodaba «Lawrence de Arabia» y aún era un desconocido que mandaban de Sevilla para que se desbravara, vigilado por Rooney, «el marqués de Texas». El productor Cesáreo González y hasta un mariquita muy popular llamado «La Carrete», que la podía armar en la punta de una lanza.

«Casablanca», en la plaza del Rey, vibraba cuando actuaba Fernanda Montel, casi siempre escoltada por el conde de Villapadierna (el del pañuelo asomado al bolsillo de la chaqueta) y experto aficionado a las carreras de caballlos. Un buen día, Fernanda desapareció, pero volvería a las noticias del brazo de un gran jazzman, el pianista Duke Ellington, todo un duque de la música.

En el Retiro rivalizaban «Florida», regentado por Kurt Dogan, que ofreció la primera actuación de una jovencísima Olga Guillot, la gran cancionetera de Cuba, y «Pavillón», dirigido por Ricardo García «El Gasolina», que si te detallaba los pormenores de la noche de presentación de Marlene Dietrich acababas dormitando.

Dos lugares muy «finolis», con piscina y todo, eran «Villa Rosa» en Hortaleza, y «Villa Romana», en la carretera de La Coruña. Cuando llegó Jorge Negrete, la estación del Norte estaba invadida de mujeres y salió de allí en volandas. Por la noche, le llevaron a «Villa Romana», y Negrete comentando lo acontecido en la estación preguntó: «¿Pero aquí no hay hombres?». En la mesa contigua se hallaba un importante diplomático que al oírle se acercó y alegando hablar en nombre de los españoles le arreó tal puñetazo que los huesos del «Jarisco» acabaron en el suelo.

Flamenco

El flamenco era copioso en muchos lugares. Elegiré el «Corral de la Morería», donde una madrugada he visto bailar con bata de cola a Miiko Taka, la bella japonesita de «Sayonara», la película del llorado Marlon Brando. Y otra noche, disfrutar de lo lindo a la triste Romy Schneider. En «El Duende», Ava Gardner era toda una diosa y las noches que descendía desafiante por la escalera de la casa de Rafael Vega de los Reyes, «Gitanillo de Triana», daba gusto observarla. Yul Briner era todo un rey antes de que empinara demasiado el codo. Asimismo, se podía ver a Luis Miguel Dominguín, primero acompañando a Lucía Bosé en todo su esplendor y tiempos más tarde durante su idilio con su prima hermana, la deseada María Dominguín. «Manolo Manzanilla», en la carretera de Barcelona, era templo para el flamenco de cuarto. Allí mangoneaba «El Cojo de Madrid» cantando y cambiando palos sin parar a base de manzanilla y taquitos de jamón serrano. Cuando Maurice Ronet y Jorge Mistral rodaron «Carmen la de Ronda», de Tulio Demicheli, se metieron un sabado de «madrugá» y salieron el lunes por la mañana para seguir filmando su película. Aquel amanecer «El Cojo» le dijo a Ronet: «¡Don Maurisio no puedo ma; estoy afisiao!».

14 de enero de 2007

Morirse de gusto en Madrid (de día)

Por Enrique Herrero

Recordaremos como se divertía Madrid entre los años 1955 y 1965, pero sin inmiscuirnos en ningún color ni tendencia. Aquellos «marchosos», muchas veces sólo se conocían de vista -tal como se decía- pero manteniendo buenas formas. Escribiremos de dos madriles: el diurno y el nocturno. Sus personajes cambiaron poco, y todo girará bajo una lucecita que no abarcaba mucho más de doce brillos.

En marzo de 1961, Ava Gardner, el general Juan Domingo Perón y el notario Blas Piñar vivían en el mismo edificio en la calle del Doctor Arce número 11, aunque repartidos por tres pisos diferentes como fácilmente se comprenderá, ¿verdad?

La revista «Gaceta ilustrada» quería, indistintamente, reportajes de la Gardner y de Perón. El fotógrafo Luis H. Calderón y yo nos instalamos enfrente de la casa y estuvimos esperando varios días hasta que apareciese nuestra primera presa, que sería Ava Gardner. Una tarde salió de su portal vestida para jugar al tenis. Iba acompañada por Luis Figueroa, entonces conde de Quintanilla, y por su secretario, un tal Mr. Gallagher que había trabajado anteriormente para Tyron Power hasta que éste muriera a consecuencia de un infarto durante el rodaje de «Salomón y la reina de Saba» en un patio de los Estudios Sevilla films, enclavados en la avendia de Pío XII. Ava se dirigía a la lujosa mansión que el millonario Frank Ryan poseía en La Moraleja. Calderón y yo saltamos la valla de la finca y arrastrándonos llegamos hasta cerca de la pista de tenis, camuflados entre las matas pudimos captar, sin ser vistos, cuantas fotos nos dio la gana. Mientras oíamos los gritos, las risas y alguna que otra palabrotona que la bella mujer soltaba si perdía la pelota.

Aquellos calaveras -hoy son «vampiruelos»- dormían poco. Se acostaban a las tantas, mejor dicho, cuando los carros de los traperos y sus burros entraban en Madrid a recoger las basuras de los edificios. Cuando se celebró la III Semana del cine francés en Madrid; les acompañamos a merendar migas con chocolate a Alcalá de Henares; después, nos fuimos acoplando a la intensidad de una noche de flamenco y acabamos en la «garçonni_re» que yo tenía en Lagasca con avenida de América. Muy de mañana, llovía a mares y me había quedado sin gasolina, salí en busca de un taxi pero al no encontrarlo tuve que pedir al primer trapero que pasó que los subiera en su carro y los llevara hasta el Hotel Palace por trescientas pesetas.

De Serrano al Viejo Madrid

En Serrano se hallaba el bar «Roma» y, más abajo, «Embassy» en la Castellana; eran favoritos a la hora del aperitivo y después en la merienda. En el «Roma» se mezclaban los hombres de negocios que iban a picotear por el Ministerio de Comercio con las «niñas topolino» que se exhibían con más recato que frescura pasando por la calle Serrano. En «Embassy» florecían las señoras enjoyadas y ensombretadas a la hora del té, pero lo sorprendente era que en ese establecimiento durante la II Guerra Mundial salvaron el pellejo muchísimos judíos gracias a Margarita Taylor, su propietaria que llegó a tenerlos escondidos entre las paredes. Allí se alternó el espionaje con el pudding y las pastas. Los salones de té estaban en boga. Mencionaremos dos: «Loto» y «Coto», situados uno, en una esquina de Recoletos, y otro emplazado en un chaflán ajardinado de la Plaza de la Libertad, junto a la bolsa. Los madrileños solían corear: ¿Cuáles son los lugares más cursis de Madrid? Y respondían: «Coto, Loto y Gutiérrez Soto». Don Luis, un conocido arquitecto identificado con el estilo expresionista a finales de los años veinte, en los cincuenta militaba en los cánones más propagados del momento y, por lo tanto, apastelaba sus fachadas y terrazas-jardín en demasía.

Una tarde de junio de 1961, me encontré con Orson Welles mientras filmaba los rincones más significativos del Viejo Madrid; iba acompañado por su mujer Paoloa Mori, su hijita Beatriz y un ayudante llamado Sando Tossi que era el encargado de anotar todas sus sugerencias. Welles nos permitió fotografiarle con libertad. Muchos años después coincidí con él en el restaurante polinesio «Trader Vic´s» del Hilton de Beverly Hills, invitados por el increíble Espartaco Santoni. Orson Welles me preguntó si conocía a Joaquín Rodríguez; le contesté que al único que identificaba con ese nombre era al torero «Cagancho». Le gustó y se puso a hablar de toros con seguridad. Espartaco se hizo cargo de la cuenta con una tarjeta de crédito, cuya validez podía ser un tanto peligrosa.

En Madrid destacaban, principalmente, «Valentín», que regentaban Félix Fernández, «El Chuleta»; «Mayte», donde su dueña gobernaba en todos los rincones: María-Teresa Aguado, una pasiega muy lista que había llegado de Santander con una mano delante y otra detrás, y que acabó levantando ella sola su mito; «La Bola», propiedad de los hermanos Verdasco en cuyo ámbito brillaba Antonio, el mayor de todos ellos, por su casticismo y alegría, y «El Callejón de la Ternera», donde sobresalía la agradable y gordinflona sonrisa de Manolo Jiménez, que mantuvo siempre como culto la mesa favorita de Ernest Hemingway, conocida como «el rincón de D. Ernesto».

Más popular que Times Square

Otro restaurante de mucho público era «Casa Botín», que llegó a rivalizar con la neoyorquina Times Square dada la afluencia de turistas americanos que lo frecuentaba. Antonio, el dueño, siempre tenía una mesa para sus amigos. El día que llegó George Sanders (el de «Eva al desnudo») cenamos allí con la publicista Lois Weber y me sorprendió que hablara un perfecto español con acento tan porteño, debido a sus años de permanencia en Argentina. Era fácil comprender que «Jockey» y «Horcher» se hallaban en otro plano invulnerable que no participaba del ruido.

La Cervecería de Correos era bien concurrida. Pegada a La Cibeles, la clientela podía dejar aparcados sus coches en la misma puerta; por allí aparecían las modelos de Pedro Rodríguez, con la huesuda Vicky a la cabeza, porque el modisto tenía su taller frente por frente. Era corriente ver a Alfredo Di Stéfano -entonces gran jugador de fútbol en plena forma-, acomodado al final de la barra, junto a la pared, tomándose unas cañas depués de un duro entrenamiento, acompañado entre otros por su gran amigo Cuqui Comas. Un poco más arriba se hallaba el café «Lion de´Or», aposento de una peña literaria a la que pertenecían José María Cossío, Antonio Díez-Cañabate y Sebastián Miranda, entre otros.

En el número 67, antes de llegar a la Puerta de Alcalá, existía una pequeña tienda de modas, «Grif», propiedad de una tal Mª Loli, en quien, según se rumoreaba, Darío Fernández Flores se había inspirado para escribir «Lola, espejo oscuro», un verdadero «best-seller» de la época, que después interpretaría en el cine Emma Penella, en plenitud de su despampanante belleza, y lejos aún de convertirse en viuda nacional.

Había que oír y ver el estruendo que levantaba el célebre «Chiquito» (Antonio Díez de Gainza), descamisado hasta la cintura en invierno, dándole al puño de su apabullante moto Harley-Davidson, con la que se recorría la Gran Vía en un santiamén, al tiempo que era saludado por los «guardias de la porra», antes llamados cariñosamente «guindillas», mientras los peatones le observaban asombrados. «Chiquito» aparcaba la moto en la acera, tal como hacen ahora los mensajeros aunque él lo hacía con más estilo, y se metía en «Chicote» o en «El Abra», saludando al personal y preguntando si habían visto a Antonio Rey, otro de los grandes protagonistas, tanto de día como de noche, de aquel Madrid que estaba para morirse de gusto.

Después se preparaban para «hacer la noche». En el ínterin, los teléfonos de los asiduos chirriaban sin cesar. Las disposiciones vigentes, afortunadamente, no podían controlar el trasiego misterioso lleno de sorpresas que se avecinaba.

(Continuará...)

12 de enero de 2007

Window in the Skies, U2


Window in the Skies”, de U2. Simplemente genial.

Banderas de nuestros padres, de Clint Eastwood

Banderas de nuestros padres”, nos desvela uno de esos engaños o artificios de los que muchas veces hemos hablado, la propaganda y la manipulación de la historia como instrumento persuasivo. La célebre foto tomada, por los corresponsales de la agencia Associated Press, durante la batalla de Iwo Jima, es el punto de partida para este singular relato que Clint Eastwood, con la colaboración del mago Spielberg, intenta contar.

Con la propaganda como telón de fondo, la película nos narra la historia de una ficticia foto de una conquista que no se produjo hasta treinta días después. Los protagonistas de la misma son enviados de vuelta a casa con el firme propósito de llevarlos de gira por todo EEUU como reclamo para la venta de bonos. Protagonistas que lo fueron por casualidad y que se acompaña de un soldado que ni siquiera aparece en la instantánea. Todo sea por la recaudación.

La película resulta muy prometedora en su inicio y muy decepcionante en su desarrollo. Con saltos en el tiempo, y con el remordimiento-recuerdo de uno de los soldados en el momento actual, se construye la revisión histórica pretendida por el dúo director-productor. Lo más interesante de la misma, además del descubrimiento de la manipulación que realizó el Gobierno de los EEUU para utilizar a estos soldados en la recaudación de bonos de guerra, es la excelencia en las secuencias bélicas. Después de la impresionante “Salvar al soldado Ryan”, una de las mejores películas bélicas en su realización, “Banderas” sin ser netamente bélica (contiene muy pocas escenas de estas características) mantiene el nivel alcanzado por Spielberg. Desplegando todo el talento de Eastwood a la hora de montar el escenario pero fallando en la construcción del desarrollo. Imposible no mencionar la dirección artística, que ya que la protagonista es una fotografía, la de la película es inmejorable.

Sin bien es cierto que la mayoría de las películas de Eastwood tienen unos diez minutos de lapsus en los que parece perderse, para retornar de los mismos con más fuerza para tomar el desenlace, esta no es la ocasión. El director parece tomarse muchos minutos más de descanso para regresar en el tramo final cuando ya resulta intrascendente que lo haga o no. Más que nada porque la película se desinfla sola ya que no se trata de una revisión valiente. Si lo es que nos descubra, sitúense en la óptica estadounidense, que uno de esos momentos heroicos de su historia no es más que fruto de la coincidencia y la manipulación. Pero no profundiza en el mismo. Se limita a presentar el hecho, contar como reaccionaban los ciudadanos de puntillas, como les llevaban y les traían, y realiza una reflexión sobre los protagonistas más propia de una teleserie que de las acostumbradas del director de “Medianoche en el jardín del Bien y del Mal”.

Una decepción. Aunque puede que se compense con la segunda parte no continuada de “Banderas de nuestros padres”, rodada sin la producción de Spielberg, “Cartas desde Iwo Jima”, que nos muestra la batalla de Iwo Jima en su versión original desde el lado japonés. Como aún no la han estrenado, no procede su comentario, que ya resulta muy sospechoso que se comentase en su momento “Apocalypto”, sin que se haya estrenado oficialmente en España [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño].


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Me tomo este último párrafo para recomendarles una película de esas que de vez en cuando aparecen en la cartelera. “Cándida”. La crítica de cine del dúo de humoristas-periodistas Gomaespuma, es retratada en un falso biopic (la palabra está de moda) que sirve de excusa para un homenaje particular de los hermanos Fesser a su asistenta y a todas esas mujeres con las que la desgracia se ha cebado y que no han parado de luchar. Ya me temía que la película no sería la pretendida comedia con la que los publicistas la regalan. Aunque tiene momentos épicos dentro de la comedia, el drama de esta mujer es lo suficiente potente e interesante como para realizar esta película, que no pasará a lo anales de la historia de la cinematografía, pero que es una de las más recomendables de la cartelera. Ya saben, si tienen ocasión, no dejen de verla.

7 de enero de 2007

Vinícius de Moraes

Marcus Vinícius da Cruz de Melo Morais (más conocido como Vinicius de Moraes), nació y murió en la ciudad brasileña de Río de Janeiro. Junto con Antonio Carlos Jobim (Tom Jobim) y João Gilberto, revolucionó la música brasileña a través de sus diversas colaboraciones musicales. De hecho se les atribuye la paternidad del género de la bossa nova en 1958 con el disco Canção do Amor Demais, de la cantante Elizeth Cardoso. De Moraes, quien se consideraba a sí mismo como "el negro más blanco de Brasil en línea directa con Xangô, dedicó gran parte de su vida a la poesía, escribiendo las letras para innumerables canciones compuestas por grandes músicos como los antes citados o como Baden Powell o el guitarrista Toquinho. En solitario, también compuso algunas canciones que son consideradas como clásicos. Sin duda se le recordará por su participación como intérprete en diversos discos, entre los que destaca el álbum proveniente de las sesiones de grabación en el café "La Fusa" de Buenos Aires junto con Maria Creuza y Toquinho, donde se puede escuchar la voz de De Moraes dirigiéndose al público en mitad de la actuación (cuentan que Vinícius recomendó la grabación de las canciones en el estudio alternandolas con el sonido del público y sus palabras en directo para una mejor audición de la música, y para darle un toque más íntimo). En este disco se pueden escuchar las canciones más representativas de una época y de un estilo, la bossa nova, que se ha convertido en una de las señas de identidad de Brasil. Un disco áltamente recomendable para regalar y para amenizar esas veladas tranquilas y que pueden encontrar en su distribuidor de discos habitual [guiño, guiño, T.B. guiño, guiño]. Vinícius de Moraes también ejerció de diplomático representando a su país en las legaciones de Los Ángeles, París y Montevideo. Sin duda se trata de una figura muy interesante cuyo ejemplo representa a la perfección la forma de entender la vida del brasileño.




"Eu sei que vou te amar", una de las composiciones más bellas del poeta Vinícius de Moraes en la voz de la cantante Elis Regina y el teclado de Tom Jobim

2 de enero de 2007

Babel, de Alejandro González Iñárritu

"Babel", película para ver en V.O.S. y lograr de esta manera el efecto que pretende el director, González Iñárritu, a la hora de separar las historias por ambientes, mostrando la multiculturalidad y la comunicación e incomunicación de la palabra, el signo y la mirada. Un hecho casual marca el inicio y el argumento central de la trama, con su propio espacio temporal, que se acompaña con otras tres historias que se derivan de la primera. Una turista estadounidense es herida en Marruecos y todo se pone en contra de los personajes que aparecen en la cinta. Buenas personas en lugares y situaciones equivocadas y a las que las circunstancias arrastran, inevitablemente, hacia la tragedia. Sólo la buena fe de las personas marcará la diferencia entre los buenos y los malos. Malos que no aparecen en primera persona pero que se les adivina.

El ritmo de la película es irregular y no todas las historias transcurren con el mismo desarrollo narrativo (o no despiertan el mismo interés). De hecho, y puede que sea sólo un prejuicio, la que protagonizan Pitt y Blanchett parece que tiene un aire diferenciado al resto. Como si el glamour de Hollywood marcase su propio estilo. Aún así, la película es bastante compacta en su tratamiento de los distintos personajes, aunque algunos resulten más perjudicados que otros en la óptica con la que se les presenta. Una homogeneidad de la tragedia que en este “Escucha”, que recomienda la promoción, se percibe que las diferencias no la marca el lenguaje sino las personas.

El atentado es el artificio que el director organiza para armar su crítica contra la soberbia del lenguaje de Occidente. Denuncia a la política antiterrorista de Bush, que tergiversa unos hechos casuales identificándolos como un ataque terrorista contra sus ciudadanos en un país árabe; la incomunicación de una persona discapacitada que no entra en los estándares; la salvaje crítica a la política anti-inmigración estadounidense respecto a México (“Ves que fácil es entrar en mi país” de Gael García Bernal cruzando la frontera de su país es un buena muestra de donde le aprieta el zapato a González Iñárritu); toda una lista de agravios contra aquellas cosas que le molestan al director y que constituyen su particular lista.

Sin embargo, y a pesar de la voluntad de llevar "Babel" por el camino de la justicia con los más desfavorecidos y los ajusticiados, resulta un producto demasiado tópico. En primer lugar, la acción se sitúa en un país árabe de los considerados como moderados, Marruecos. En el que se deja ver un enfrentamiento diplomático entre EEUU y Marruecos como consecuencia del incidente, cuando es uno de los pocos países amigo de los norteamericanos en la zona. No resulta casual tampoco que la llegada con la herida a una aldea perdida en el desierto en el que los únicos personajes negativos son los propios compañeros de viaje de los estadounidenses que, por culpa de sus prejuicios, sólo piensan que van a ser asesinados por integristas. Y así, una sucesión de hechos en los que los desfavorecidos hacen siempre lo correcto, aunque se encuentren al límite de sus posibilidades. Y es que es el gran problema de “Babel”, planear la disyuntiva entre los que intentan hacer el bien y los que no. Resolviendo la cuestión con la bondad de todos, que es recompensada con el castigo a los mismos y el triunfo de las inevitables circunstancias de la vida. Perdiendo el realismo pretendido porque:
en la realidad, ¿la gente siempre se comporta de una manera tan honesta?

En cuanto a los actores hacemos la siguiente reflexión. Suele ser habitual que en este tipo de películas de varias historias con trasfondo, que se coloque en la nómina de actores a alguna estrella de Hollywood. Quizá por la voluntad del director de reconvertir a alguna, por la relevancia que da su nombre en el póster de promoción o porque el estudio te obliga para asumir el riesgo de la producción [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]. Y suele ser habitual que el actor elegido sea uno de esos de fama internacional que triunfa por muchos motivos menos el de su talento, y que busca un papel para demostrar su talento interpretativo. Este es el caso de Brad Pitt, el actor que mejor posa del cine. Elegido para uno de los papeles protagonistas y sobre los que gira la película, tiene en contra a su par, que no es otra que Cate Blanchett, actriz de enorme talento y que le roba cada secuencia (pese a su escaso diálogo y mucho sufrimiento). El esfuerzo de Pitt es notable, aunque ya no sorprende que las estrellas aparezcan menos maquilladas de lo habitual, desaliñadas y con barba (definitivo lo de la barba, que se lo digan a Robin Williams). El resto del reparto es menos conocido que estas dos estrellas, con la excepción de Gael García Bernal, que aparece en un pequeño pero importante papel para la denuncia de la política inmigración. El actor mexicano más que correcto en su huida hacia delante, es acompañado por otros muchos actores y actrices, que con menos nombre, no desmerece a la pareja protagonista.

Como ya es una de las películas del año, buena parte de la crítica le acompaña y las nominaciones a los premios la secundan, no dejen de verla. No termine ocurriendo como “Crash”, que muchos despreciaron por no ser la película de moda del año pasado pero que terminó llevándose el gato al agua en Los Oscar, y luego no tenían que comentar. Referencia intencionada a la producción de Paul Haggis. Más que nada porque él si plantea la honestidad como la diferencia entre buenos y malos, los que hacen lo correcto y los que no, y reparte la redención entre aquellos que se la ganan y condena a aquellos que, pese a parecer como bondadosos, no lo son en absoluto. Sin necesidad de construir finales bonitos, que en la vida real hay pocos.