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2 de diciembre de 2010

Pluja Constant, de Pau Miró

Pocas, muy pocas veces nos viene el teatro a visitar a este espacio. No será porque los destripadores no vayamos a este espectáculo que ya casi cuesta menos que una tarde de palomitas y cine y que, además, siempre promete cosas interesantes. O bien risas, o reflexiones o charlas nocturnas de regreso a casa. Por eso, porque vamos muchas veces, es importante hacer el esfuerzo de plasmar aquí trabajos teatrales tan bien hechos como “Pluja Constant”.

Esta obra está siendo representada en la sala La Villarroel de Barcelona, bajo la dirección de Pau Miró. El libreto es de Keith Huff y ha sido un éxito de taquilla en EE.UU. pasando a ser representada de Chicago a Los Ángeles o Broadway. Aquí nos llega sin cambios de ambientación o adaptaciones del libreto a la cultura local en tanto en cuanto la globalización del imaginario cultural americano nos hace comprensibles cualquiera de los elementos que se representan.

El género del thriller o de la novela negra al estilo americano no está muy plasmado en las tablas. No es habitual ver una obra de teatro sobre una historia de policías y que, a pesar de lo que se piensa sobre el arte teatral, represente la acción de una manera tan trepidante. En épocas del 3D y demás modernidades, poder disfrutar y encogerse en el asiento de impresión por una obra de teatro significa que alguien hace muy bien su trabajo.

Y más si se paran a pensar que sólo hay dos actores sobre el escenario. Joel Joan y Pere Ponce, dos conocidos de las cámaras de televisión, se plantan en la piel de los policías Danny y Joey, un italoamericano y un irlandés –los irlandeses no dejan nunca de ser irlandeses para pasar a ser americanos. Entre ellos dos nos cuentan la clásica historia de policías de barrios bajos de una ciudad norteamericana en decadencia, durante la década de los 70. Una historia de Starsky & Hutch.

Joey y Danny son dos niños hijos de inmigrantes que han crecido en los barrios pobres de Chicago. Allí traban una amistad que continúa hasta el momento en que nos presentan a los dos personajes, adultos, siendo compañeros en el cuerpo de policía de la ciudad. Joey –Pere Ponce-, irlandés, no tiene familia. Vive agarrado a la botella, desilusionado porque siempre le deniegan el ascenso a detective y a la sombra física de su compañero. Danny –Joel Joan- tiene mujer y dos hijos, una casa grande en donde ver la televisión con su familia, una manera poco ortodoxa de ejercer su profesión y el único problema de buscar una salida para la vida de su amigo Joey. A partir de aquí iremos entrando en una historia en donde se mezclan infidelidades, prostitución, drogas y un tiro perdido.

En la versión americana los actores que representaron la obra fueron Daniel Craig –Joey o Pere Ponce- y Hugh Jackman –Danny o Joel Joan. No sé hasta qué punto estos actores eran capaces de hacer sobre el escenario todo aquello que los dos actores catalanes hicieron durante la representación de anoche. La obra está contada a base de monólogos o pequeños diálogos entre los dos personajes. Ellos solos son capaces de contar la historia, de hacer que te imagines a todos los personajes, que, a pesar de que estés sentado en una silla escuchando cómo te cuentan una historia en pasado, saltes inquieto y te estremezcas ante las situaciones de tensión que nos representan.

Joel Joan, un actor que despierta tantas simpatías como odios, está estupendo. Siendo él mismo, es capaz de hacerte sentir el dolor a través del retorcimiento de su cuerpo, de comprobar cómo la podredumbre se va abriendo paso a través de su cuerpo. Pere Ponce está al mismo nivel o más que él. Dos actores complementarios que interpretan papeles distintos y que evolucionan durante la representación. Incluso, en un momento dado, son capaces de interpretar a dos voces una rock que deja en el peor lugar a muchos de los mal llamados artistas de la canción.

Más allá de la historia y de las excelentes representaciones de Ponce y Joan, la obra deja ese regusto amargo que llega tras la derrota. Una derrota que llega cuando el círculo de la vida se convierte en espiral descendente y el personaje se ve incapaz de ponerle freno a su caída. Algo que da tanto miedo porque todos estamos siempre muy cerca de ese abismo que nos refleja la historia. Lo que ocurre es que siempre encontramos escalones a los que agarrarnos en mitad de la caída, escalones que se pueden llamar familia, ahorros o seguridad social. Pluja Constant es la historia de dos manos que se agarran a varios escalones durante una caída, y la historia de cómo, uno a uno, con deferente carencia, éstos se rompen dejando al vacío como único testigo de la tragedia.

6 de agosto de 2007

El perfume de la Dama de Negro, de Gaston Leroux

Tras la relectura de “El jugador”, novela con la que se inspira y expira uno, me topo con “El perfume de la Dama de Negro” de Gaston Leroux. Libro propio de eso que llaman literatura juvenil, es la segunda parte de “El misterio del cuarto amarillo”, una novela de misterio en la que la protagonista había sufrido un intento de asesinato en un cuarto que estaba cerrado por dentro y al que nadie, aparentemente, había accedido. Un misterio que sólo el ingenioso reportero Rouletabille pudo resolver. Leído muchos años atrás y quizás por ese recuento de años de la lectura del primer volumen me hizo caer en la necesidad de terminar de completar el misterio (y retomar lo juvenil de la colección) e inicié la búsqueda del aroma de la Dama de Negro. Ni que decir tiene que esta segunda parte, no prevista por el autor y escrita únicamente a tenor de la fama del Cuarto amarillo, contiene un sin fin de referencias a la primera historia (la regresión necesaria ha sido importante, pero a medida que el libro avanza uno se acuerda más y más de la historia), pues es una falsa continuación que arranca con la boda de la protagonista (siento que los que no han leído la primera parte se hayan percatado de la salvación de la Sra. Stangerson, protagonista femenina). Un inicio que bien podía haber sido el final de la primera parte y que lejos de lo idílico del momento no es más que el arranque del drama que está por llegar. El asesino al que creían muerto aparece de pronto ante la estupefacta mirada de la Sra. Stangerson. Una llamada de auxilio hace que todos los personajes principales se reúnan de nuevo para hacer frente al terrible malandrín. Y no se reúnen en comisaría sino en un castillo que encuentran de lo más conveniente para hacer frente a la amenaza que les ronda. Además de la habitual estupidez de encerrarse en un lugar aislado y hundido en las rocas de una pequeña península cuando el asesino te persigue, la novela desarrolla todo un abanico de tópicos de las novelas de misterio que el cine se ha encargado de contarnos machaconamente una y otra vez. Por lo que la disculpa de la fecha de escritura, principios del siglo XX, en la reiteración de tópicos queda un poco descolgada ante la ansiedad de saber dónde se esconde el malo malísimo. Personajes misteriosos, posibles embaucadores, sospechas sobre citas impensables, sombras en la noche, secretos del pasado, confesiones inconfesables, complejos de Edipo… giro argumental y giro y giro hasta retorcer al lector y provocarle una tortícolis en el juego de espejos en el que termina convirtiéndose la Dama.

Contado en un diálogo o conversación entre el lector y Sainclair, el mejor amigo de Rouletabille, el Perfume está lejos o lejísimos de las grandes novelas policíacas (categoría del que el autor huye todo lo que puede hasta que termina, en ese diálogo que mantiene con el lector, confesando que el relato que leen se ubica en este género literario) de Chandler (aunque él iba más por la novela negra), Christie (de la que sólo he leído una) o el propio Poe (que te mete el miedo en el cuerpo con sus terroríficos cuentos). Sin embargo la historia está bien tejida y nos conduce de manera envolvente hacia el fondo de un misterio que se complica hasta el punto de mantenernos atentos a los detalles y buscar (referencia de Científico Social Avanzado) la pista que delate al culpable. Claro está, como sucede en todas estas novelas, que el final será sorprendente y cogido por los pelos. Mucha imaginación en el discurso final de un Rouletabille que nuevamente resolverá el misterio y que nos presentará una consecución de mínimas pistas en las que aparece, como por arte de magia, el culpable.

Una novela entretenida y ligerita que se convirtió en un éxito total. Uno más de este autor francés que ha logrado colar en varias versiones cinematográficas sus obras, tanto el Cuarto como la Dama o incluso alguna serie televisiva. Aunque, claro está, la más famosa y que más éxito le ha reportado a este periodista es “El fantasma de la ópera”, basada en una novela anterior “Trilby” del británico George du Maurier (eso dicen). Adaptada en todo tipo de formatos, el Fantasma ha obtenido mucha más fama que el joven reportero Rouletabille, y eso que el personaje se estiró y estiró es otros relatos.