Existen novelas que, por haber sido llevadas al cine con basante éxito, desaparecen con el tiempo de las estanterías de obras imprescindibles. El mundo editorial las camufla como vetustas novelas de quisco y las termina arrinconando en aborrecibles ediciones de bolsillo con baratas portadas que hacen referencia a la película. Son productos pensados más para la nostalgia del cinéfilo que para el avezado lector. Así es como se abandonó Matar a un ruiseñor, de Harper Lee.
La novela, ganadora del Pullitzer en 1961, es la única obra de su autora. Haper Lee pertenecía al círculo de Truman Capote y, en parte, éste tuvo que ver con el desarrollo de la novela. Pero de eso hablaremos más adelante. Lee, como otros grandes escritores, optó por desaparecer de la vida pública tras el éxito de Matar a un ruiseñor. Sin entrevistas ni nuevos textos de ella, la obra se ha convertido en un clásico de lectura obligada en Estados Unidos. Magistralmente llevada al cine por Robert Mulligan –con Oscar para Gregory Peck como protagonista-, la fuerza del medio cinematográfico ha hecho que se le reconozca al director la valentía por plantear los temas de la película en un momento como el que vivía los Estados Unidos en la década de los 60, olvidándose de la propia autora. En parte, es una novela fagocitada injustamente por la película. Porque si es cierto que en el cine la historia está extraordinariamente llevada, tampoco nos faltará razón si decimos que el libro es uno de los más impresionantes que hemos leído.
Lee cuenta la historia de Atticus Finch, abogado de la ciudad sureña de Maycomb. Hombre de bien, correcto con todos sus vecinos e de inquebrantables principios morales, Atticus es consciente de la época y el lugar que le ha tocado vivir –la gran depresión-, pero no por ello está dispuesto a renunciar a lo que considera correcto. Tiene dos hijos, el mayor es Jem, y la pequeña se llama Jean Louise, pero todos le dicen Scout. Ella es el alter ego de Harper Lee y quien nos cuenta la historia de su infancia y el caso más importante que llevó su padre durante aquellos años.
A través de estos personajes, y de la sirvienta de color llamada Calpurnia que hace las veces de madre para los dos pequeños, Lee nos desmenuza los conflictos vecinales de una población donde no todo el mundo podía encontrar un trabajo. Atticus se muestra comprensivo con todo aquello que no alcanzan a entender los dos pequeños y muestra su saber estar y consideración para con todos sin renunciar por ello a su firmeza. Es un personaje que, visto a los ojos de Scout, se nos aparece como interesante y esperanzador. Siempre que nos parece reconocerle en algún arquetipo, Atticus termina por mostrarnos un nuevo perfil aún más enigmático que antes y su presencia llena la novela incluso cuando está ausente.
El libro nos cuenta las peripecias de los dos niños, junto con su amigo de los veranos, el intrigante Dill, sobrino de una de las vecinas y personaje que está inspirado en Truman Capote. Esta parte de la novela, que podría parecer insustancial, es realmente dulce y se disfruta por todas partes. Los viejos fantasmas que nuestra infancia nos ha dejado a todos, son recordados y traídos a colación en cada una de las páginas de Scout. Las distintas travesuras de este trío de chavales pasan más allá de la novela de aventuras para dejarnos un mapa claro de los conflictos sociales, económicos y políticos que se respiraban en cualquier pueblo o ciudad durante la gran depresión.
Y así llegamos al punto central de la novela. Dentro de su trabajo de abogado, Atticus se encontrará ante la oportunidad de defender a un hombre de color, un negro al que un hombre blanco de condición baja acusa de haber violado y golpeado a su hija mayor. Harper Lee es capaz de reflejar la tensión social que termina por revestir el pueblo en la cara de todos los personajes. El racismo latente de una sociedad, que aún no había sabido ver a los hijos de los antiguos esclavos como hombres libres e iguales a ellos, marca las relaciones de todo el vecindario y modifica las percepciones de Scout y de su hermano.
El desarrollo de esta trama, ya tan manida por películas de serie B o producciones millonarias, sigue sorprendiéndonos al ritmo que Lee nos va desmenuzando la historia. Por mucho que uno crea que “esto ya lo he visto”, la novela nos sigue sorprendiendo hasta llevarnos a situaciones, como la del juicio, de verdadera crudeza y de una gran tensión.
Un libro que merece mejor trato por parte de las editoriales españolas, una película que merece ser vista aunque sólo tras haber leído el libro. Su paso a la gran pantalla –guión que mereció otro Oscar- no le resta protagonismo a un texto por el que no pasan los años. La película, y el genial Gregory Peck, no desmerecen la altura de la obra de Lee. Tampoco los niños, casting siempre difícil de realizar, aunque el personaje de Dill resulta repelente en la película y emocionante en el libro. Una gran manera de comenzar una nueva serie en Destripando Terrones, la de los Libros que fueron película.
Y todo esto siendo el último libro que Homer Simpson reconoce haber leído en un capítulo en el que Marge se convierte en escritora.
ResponderEliminarTras “Matar a un ruiseñor” Homer dejó de leer porque con este libro aprendió mucho sobre la igualdad entre hombres blancos y negros, pero no le dijo nada de cómo matar a un maldito pájaro.
La película es excelente, me imagino que el libro será extraordinario.
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