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12 de marzo de 2010

Miguel Delibes, 1920-2010


Fallece Miguel Delibes Setién, autor de Cinco horas con Mario, El camino, Las ratas o Los santos inocentes.

Varios años después de que hubiera fallecido el escritor, murió el hombre.

20 de enero de 2009

La fórmula Omega. Una de pensar, de Rafael Reig

Hace un tiempo que sigo con mucho entusiasmo lo que Rafael Reig publica en la red, en su blog (que encuentro fantásticamente reflexivo, divertido y tierno) o en las Cartas con respuesta en Público (habitualmente divertido, no siempre tan reflexivo y, por descontado, poco tierno). Y aún así, me recaba mucho coger una novela suya. 

Fíjense:
“Hay poemas como largas tormentas: dejan demasiados charcos.”

“Leeremos a escondidas, como se debe leer: con placer culpable, con corazón alegre, sobresaltado e insurrecto, y para ir al infierno de cabeza.”

“Como suelo decir, para pensar hay que arriesgarse a no tener razón.”
“De Cali recuerdo el colegio, la casa, la colección de sombreros de mamá, una vez que jugaba en un parque, un libro de aventuras que leí una noche.

Me recordaba a mí mismo leyéndolo al lado de una ventana, pero hace unos años encontré el libro y me di cuenta de que ésa era una ilustración del propio libro (un niño leyendo bajo la ventana). Me había convertido en personaje de cuento.

-Cuando yo leía de niño libros ni se me pasaba por la cabeza hacerme escritor -explicaba el otro díaOrejudo en la universidad de los Andes-. Lo que yo quería era ser personaje. Yo quería ser Julián o Dick, tener mi perro Tim, y un viejo cobertizo, y merendar pastel de carne y cerveza de jengibre, pero mi madre no me la daba. En los años sesenta, en la calle Sáinz de Baranda, no se conseguía con tanta facilidad cerveza de jengibre. Un niño que lee quiere ser un personaje, es que ni se le pasa por la cabeza identificarse con el autor. ¡Cómo iba yo a identificarme con Enid Blyton, coño, tendría que haber sido un pervertido!

Sólo con los años uno se resigna a ser el autor, qué remedio, cuando comprueba que es imposible vivir aventuras con viejo cobertizo y cerveza de jengibre (que no es más que ginger ale, según deduje hace poco).”
(Espero que me perdonará el autor que no ponga más que un enlace a los artículos de los que extraje las frases, porque tengo la fea manía de conservar las frases anotadas pero no las referencias.)

Lo que quiero decir es que tengo la sensación de que escribe en píldoras concentradas. Ideas bien apretadas y envueltas en pocas palabras, son casi como viñetas de cómic. Son ideas a las que sólo les falta ponerse en pie y echarse a andar. 

Mi miedo era que 190 páginas de Reig me dieran un empache. 

Pero una no siempre controla sus lecturas y a veces acabas abriendo un libro como por casualidad. Por esta casualidad de visitar a un amigo y que te meta el libro en el bolso. La fórmula Omega. Una de pensar. Y mira que no lo parece. No lo parece porque no tiene esa pinta sesuda, no tiene miles de páginas y además la portada tiene color amarillo, que no es color de novela de pensar. No lo parece porque hace gracia y tiene esta forma de hablar y decir como quien no quiere la cosa. Pero sí. Va de pensar. Quiero decir que yo paseaba por el libro tan tranquila cuando de repente, a eso de la página 70, me di cuenta de que había que poner más atención. Había que leer en los márgenes, en el espacio que queda entre las letras y el borde de la hoja, y también en los pocos segundos que uno tarda en girar la página, porque justo cuando no miras es cuando pasan las cosas importantes. 


Normalmente, que me pase esto, que un libro exija mi atención hacia la mitad en lugar de llamar mi atención desde buen principio, es motivo suficiente para que lo abandone. Como este venía tan bien recomendado, le di una segunda oportunidad. Lo volví a empezar (no lo había hecho nunca, volver a empezar un libro, pero yo siempre estoy aprendiendo a leer). 

De manera que me senté bien, me recogí otra vez bien el pelo, y volví a abrir la “Carta de Ajuste”. O sea, el Capítulo Cero, atenta Eva, sintoniza, que te cuento de qué va eso.
La idea original del grupo de docentes partía de un hecho conocido: que la vida, esta vida, resulta inaguantable para la mayoría de las personas.

Sus investigaciones revelaron que lo que hacía la existencia tan difícil de soportar no eran las adversidades, como se había creído hasta entonces. Al contrario, comprobaron que las personas eran capaces de sobreponerse a n+1 magnitudes de tragedia. Enfermedades, muerte de seres queridos, irreparables pérdidas materiales y morales, bancarrotas, divorcios, conflictos bélicos..., lo mismo daba. Siempre salían adelante.

A lo que no sabían cómo enfrentarse, en cambio, era a la vida corriente de todos los días. No podían con ella. Curioso, ¿verdad? Pues los experimentos no dejaban lugar a dudas: era la vida lo que no tenía arreglo.

La propuesta del grupo informal consistía en convertir a la totalidad de la población en agentes secretos. A cada individuo se le asignaría una peligrosa misión y una falsa identidad para llevarla a cabo. Según sus hipótesis, si alguien actuaba, por ejemplo, como albañil, en lugar de ser de hecho albañil, no se sentiría tan descontento de sí mismo. Ventaja adicional (que no pasó inadvertida al DS): a un agente secreto no se le iba a ocurrir nunca ponerse a organizar una huelga. El albañil de nuestro ejemplo viviría su vida corriente (inaguantable), pero lo haría por motivos de seguridad (con el entusiasmo que despiertan las auténticas aventuras).
Y esta viene a ser un poco la idea. Unas cuantas historias, a cuál más disparatada, que van tomando sentido (o perdiéndolo definitivamente) a medida que se van entrelazando y encontrando. Con habilidad, con sentido del humor, y con este estilo que les contaba: ideas en pocas palabras y sin acabar de desarrollar, como para dejarte espacio para pensar, ideas aparentemente poco ordenadas, como una sobremesa demasiado larga, de esas que cuando te vas con tu pareja en el coche todavía vas discutiendo algunas de las ideas que has recogido del mantel manchado de café y cava. 


De hecho, resumir la novela me es totalmente imposible. Es demasiado complejo. Si me preguntas de qué va, no lo sé decir. Hay una revolución en la televisión. Los personajes secundarios han tomado el país por la fuerza, ahora imponen sus leyes, han decretado la abolición de los primeros planos, y los personajes protagonistas, incluso los secundarios resultones que les seguían el juego por unos minutos más de pantalla, son perseguidos y se tienen que exiliar en Madrid, que es un lugar lleno de telespectadores, esos seres incomprensibles y medio ciegos, tan cocodrilos, tan primitivos, que viven sin banda sonora, sin saber si este preciso instante está determinando su futuro para siempre, sin imágnes ralentizadas que les indiquen que la camarera que les sirve el café ahora será la madre de sus hijos. En el Madrid de los telespectadores, los habituales de Club Gambito de Dama, comandados por Don Claudio Carranza von Thurns, Maestro Internacional de la FIDE, buscan, como todo el mundo (incuyendo a la CIA), la Fórmula Omega, la que ha de desvelar todos los secretos, la verdad definitiva, que por lo visto estaba escondida en el ADN de Cristo que la humanidad dejó perder por tontos y de nuevo en los movimientos de las negras de una partida de ajedrez, ahí tan tranquila, esperando a ser encontrada. Enmedio de todo esto, el pobre antihéroe Antonio Maroto, que juega solo a ajedrez y compone problemas de mate en tres, se une al Club en la búsqueda, que acaba teniendo una inverosímil relación con los revolucionarios de la televisión. 

¿Han entendido algo? Pues por esto en la página 70 tuve que volver a empezar. 

Y aún así, excesivamente compleja, artificiosa, se diría, me ha gustado bastante. Porque algunas ideas me parecieron transgresoras (¿lo son?), porque efectivamente me hizo pensar y me dejó espacio para hacerlo, y porque es muy muy divertida. Reconozco que no recomendaré esta novela con el entusiasmo con el que me vino recomendada. Pero les diré que si caen en ella por casualidad, abran bien los ojos y agárrense, que vienen curvas. Ah!, insisto, no se pierdan el blog de Reig.
 

7 de junio de 2008

El integrado, el apocalíptico

Por Antonio Muñoz Molina, leído en Babelia, 7 de Junio de 2008.


Los escritores de vez en cuando enuncian las leyes universales de la literatura, las cuales suelen corresponderse con el caso particular de cada uno. A los escritores, en las mesas redondas o en las entrevistas, les entra a veces un curioso afán legislador: explican que la literatura ha de ser de una cierta manera y no de otra y apelan para demostrarlo al ejemplo de algunos grandes nombres, que casualmente son los modelos que a ellos los inspiran. No te engañes, me avisa la presencia querida: cuando un escritor dice admirar mucho a un maestro lo que está haciendo es admirarse y vindicarse por su mediación a sí mismo; ¿no te has dado cuenta de que sólo admiran a los que creen parecerse?

Estaría bien admirar a aquellos de cuyas virtudes carecemos. Leer los cuentos de Chéjov, los de Bernard Malamud, los de Rulfo, los de Alice Munro o Raymond Carver si tenemos una tendencia excesiva a las amplitudes de la prosa; incluso, para mayor disciplina, frecuentar la poesía más estricta. Cuando de manera casi automática nos inclinemos por las tramas laboriosas y cerradas, haríamos bien en fijarnos en los maestros de lo insinuado, de lo dicho a medias, porque a la ficción le pedimos que nos cuente un cuento y que nos cuente el mundo, que transmita la experiencia en el estado más puro posible y a la vez que le dé forma, y entre esos dos polos magnéticos andamos a tientas buscando el punto inseguro de equilibrio. Algunas veces, por pudor o por cobardía, o por miedo al exceso, o por no molestar, nos sometemos con demasiada mansedumbre al decoro: entonces está bien que admiremos a los grandes desvergonzados, a los que han llamado a las cosas por sus nombres más crudos, atreviéndose a contar lo que siempre se calla, con el júbilo del niño que repite palabras obscenas atragantándose con sus propias carcajadas. El gusto cambia, modificado en parte por el influjo de las obras más innovadoras: lo muy minoritario puede hacerse masivo, lo abrumadoramente popular desaparece sin rastro, lo que fue distinguido y exquisito se queda fósil, lo desdeñado por vulgar resulta ser lo más sofisticado con el paso del tiempo.

Por eso cansan tanto los axiomas de los escritores, que cuando se repiten mucho revelan una herida que no quiere mostrarse. En los mismos días y en este mismo periódico se entrecruzan dos voces, la de Juan Goytisolo y la de Carlos Ruiz Zafón, y aunque parece que no tienen nada en común uno reconoce al escucharlas ese tono del escritor que se vindica a sí mismo convirtiendo en ley la circunstancia personal, anticipándose a mostrar su desdén precisamente hacia lo que cree que sin justicia se le niega. Ruiz Zafón vende a toda velocidad no sé cuántos millones de libros, y considera que la literatura ha de contar historias claras y directas, que los personajes, igual que en una buena película o en una serie de televisión, "deben definirse a través de sus acciones y de sus palabras, no echando un rollo patatero en un párrafo inmenso". Zafón celebra la cultura de masas y detesta los "mundillos literarios" españoles, habitados por críticos rancios y por novelistas tristemente obsoletos que escriben -escribimos- rollos patateros en párrafos inmensos, alimentando un resentimiento disfrazado de superioridad hacia quienes sí conectan con el público.

Juan Goytisolo también se ve a sí mismo como un forastero en el mundo literario español, que le parece tan desolador como a Ruiz Zafón, pero por razones distintas: salvo él, Goytisolo, y alguno más, los escritores están entregados a la comercialidad más baja, a los caprichos del mercado, a la fabricación de groseros bestsellers escritos en una prosa que él mismo parodiaba hace poco en estas mismas páginas con sus conocidas dotes humorísticas. Juan Goytisolo viene repitiendo desde hace tiempo las siguientes leyes de la literatura universal: los grandes escritores -el Arcipreste de Hita, Blanco White, Jean Genet, el propio Goytisolo, por poner unos cuantos ejemplos- son heterodoxos y renegados que sufren persecución por su rebeldía, y que escriben obras tan rompedoras, tan arriesgadas, tan radicales, que no hay sitio para ellas en sociedades literarias regidas por el borreguismo y por la venalidad comercial, y que por lo tanto sólo son apreciadas plenamente por una minoría exquisita de lectores. Goytisolo es generoso: juzga que está bien que existan escritores de masas como Carlos Ruiz Zafón, ya que gracias a los beneficios económicos que producen sus libros las editoriales pueden costearse el privilegio de publicarlo a él.

En los términos inventados por Umberto Eco, Goytisolo sería un apocalíptico, y Ruiz Zafón un integrado. Para el uno, la maestría y la popularidad son incompatibles; el éxito de una obra es su argumento definitivo contra ella. Al otro no le basta haber vendido más de cien millones de libros con sus historias claras, de párrafos bien medidos y personajes que se definen por sus palabras y sus actos: quiere que esa sea la vara de medir la literatura. En el caso de Zafón, la prueba irrefutable de su talento sería que lo lee todo el mundo; en el de Goytisolo, que no lo lee casi nadie. Goytisolo prefiere no acordarse de la extraordinaria popularidad que disfrutaron casi instantáneamente muchas obras maestras, prolongada a lo largo de los siglos, resistente a la ignorancia y a las malas traducciones, incluso a la desaparición de la cultura en la que fueron originadas. Un novelista puede ser grande y tener mucho éxito, incluso impúdicamente ambicionarlo: Balzac, Dickens. Otro igual de grande puede no tener ninguno, al menos en vida: Stendhal. Con mucha frecuencia hay más gente que lee una novela infame que una novela magnífica. Pero también hay novelas magníficas que seducen a millones de lectores -Lolita, Vida y destino, Bella del Señor, Anna Karenina- y su número no es inferior al de las novelas infames que fracasan.

Historias transparentes que se leen en unos minutos pueden tener profundidades y matices que no agota ninguna lectura; otras parece que sólo se nos entregan después de un largo asedio, exigiéndonos una atención obstinada y ferviente, revelándose de pronto en su intensidad cegadora. Los muertos se lee en un viaje corto con una placidez estremecida de melancolía: El ruido y la furia sólo empieza a penetrarse después de leerla dos veces. Una requiere claridad y sugerencia: la otra tinieblas, arrebato y delirio. Que una obra de arte tenga mucho éxito dice tan poco sobre ella como que no tenga ninguno. John Coltrane urdió algunas de sus improvisaciones más desaforadas sobre un vals tan inmensamente popular como My favorite things. Bajo el volcán estuvo una o dos semanas en la lista de los libros más vendidos del New York Times.

Que cada uno haga su trabajo, pues, según pedía Camus, como sepa o como pueda, porque más allá de la página y del gusto o el desaliento de escribir no hay nada seguro, ni la calidad de lo que hacemos, ni la resonancia que tendrá. Sólo dos cosas son ciertas para casi todos los que nos dedicamos a este oficio: nunca venderemos ni una ínfima parte de lo que vende Ruiz Zafón; nunca nos consagrarán tantas tesis doctorales, congresos, homenajes, como a Juan Goytisolo.

3 de marzo de 2008

Un bloguero llamado Pla


"No sé lo que es el amor. Me he enamorado de un paisaje, una ciudad, pero tratándose de los seres humanos tengo una idea bastante contraria", partiendo de esta premisa es fácil comprender que Pla describiese los paisajes como nadie, los amaba. Su narrativa directa, impregnada de realismo poético tenía el fin de ser inteligible, llegar a la gente más sencilla buscando el adjetivo preciso. El adjetivo es algo demasiado serio, adjetivar en exceso puede causar la misma sensación que que viene el lobo. Pla mantuvo esa búsqueda en más de 30.000 páginas que aportó a la literatura.

Fue un 8 de marzo de hace 90 años cuando el periodista comenzó a escribir El quadern gris, un diario que reúne las condiciones necesarias para ser publicado en formato blog. De ahí que la Fundació Josep Pla para conmemorar el aniversario de la obra estrene el blog de El quadern gris. Una bitácora que respetará escrupulosamente las fechas de publicación de los post con las que Pla establece en su libro. Por lo que la duración del blog será del 8 de marzo, primera anotación de Pla, al 15 de noviembre, último día de la novela.

El quadern gris, el diario que relata las vivencias de Pla en su último curso en la Universidad ha sido quizás su obra más emblemática, la que más calado ha tenido entre aquellas personas a las que iba dirigido, la gente más sencilla. El mérito de la obra es que Pla lo escribe haciendo examen de memoria, no es un diario que nace del día a día como cualquier diario al uso. El quadern gris nace de los recuerdos de Pla, de ahí la inexactitud de algunas fechas que menciona. Quizás como el mismo decía lo más profundo que tiene el hombre es su superficie, de ahí que un dietario no necesite la retroalimentación diaria de uno mismo, la profundidad según el periodista nunca se alcanza.