Existen libros a los que resulta complicado acercarse precisamente por todos los elogios que se han escuchado sobre ellos. “El corazón de las tinieblas catalán”, le llamaban. Un libro de aventuras capaz de soslayar la moral puritana y complaciente de la mentalidad occidental de comienzos del siglo XXI. Y cosas por el estilo. Pero, además, los susurros sobre libros que a todos nos llegan decían que La piel fría, de Albert Sánchez Piñol, era un relato emocionante, terrorífico e impactante que te dejaba pegado a la silla desde el primer momento. Demasiados elogios para atreverse con él así como así. Demasiadas decepciones anteriores como para soportar una nueva. Y así, acumulando miedo sobre la decepción, el ejemplar de La piel fría se fue haciendo más y más pequeño dentro de la estantería. Fue perdiendo peso rápidamente a favor de otras lecturas que prometían menos y de las que, por tanto, su decepción iba a ser menor.
Pero como siempre en esta vida, al final uno termina por decidirse, dejar de mirar a aquella morena que se sienta en la cuarta fila de clase de Etnología Regional -por ejemplo- y acercarse a decirle al oído lo que durante meses llevas pensando que le dirías de tener el valor suficiente. Puede que te suelte el bofetón. Puede que no te haga caso. O puede, incluso, que te cuente un relato emocionante, una fábula moral y psicológica que te tenga varias semanas después aún pensando en ella. Sánchez Piñol es esa morena.
La piel fría, premio Ojo crítico de RNE, comienza con un oficial atmosférico llegando en barco a una remota isla del Atlántico Sur. La isla, en forma de L y de apenas unos kilómetros cuadrados, no está habitada y sólo cuenta con dos construcciones: un faro construido en una de las puntas y una casa habilitada para el técnico, en la otra. El técnico ha llegado para pasar un año entero de trabajo en solitario midiendo la intensidad y dirección del viento en una época en la que no existen ni ordenadores ni teléfonos. Es un trabajo para alguien que huye de algo y que no tiene miedo de sí mismo.
Sin embargo los acontecimientos se precipitan. El técnico deberá compartir la isla con un habitante del faro, huraño y poco dado al diálogo. Y además también deberá sobrevivir a ellos.
Este ellos constituye el verdadero tema de la novela. Son muchos, más de los que jamás nadie hubiera podido imaginar, y tienen motivos inexplicables. Bárbaros y salvajes unas veces, lógicos cartesianos otras, no dejan de insistir en sus empeños contra estos dos habitantes extraños de la isla. No conceden un solo descanso a la mente del técnico, quien intenta interpretar la realidad con todos los principios que le entraron en el baúl de equipaje.
Sánchez Piñol es antropólogo y conocedor de la realidad africana a través del Centre d’Estudis Africans de Barcelona. Las simetrías entre la conquista de la isla por estos dos personajes y la colonización de África o los discursos del encuentro colonial y el barbarismo son evidentes. Existen muchos puntos de reflexión sobre la interpretación del otro –o en este caso del ellos- a través de puntos de vista europeos. Es por este motivo por lo que se compara la novela con la genial obra de Conrad. El técnico atmosférico sería el equivalente al personaje de Conrad llamado Marlow, mientras que en el arisco farero se pueden encontrar rasgos de un Kurtz alejado hace tanto de la civilización que es incapaz de volver a pensar como ella.
Evidentemente la obra de Sánchez Piñol ni es una copia de la de Conrad ni tiene la envergadura de ésta. Sin embargo, a la disquisición moral y de encuentro que le son comunes a las dos, La piel fría añade un componente humano de deseo, miedo y venganza. Esta fábula nos pone en el pellejo del técnico atmosférico y nos hace comprender los giros, al comienzo tan absolutamente impensables y sorprendentes, que su mente termina dando, enseñándonos cómo el deseo es el arma más potente que existe, el que abre guerras, continua luchas y no concede ningún respiro a la mente.
Al terminar la lectura, una lectura que ya aviso es difícil abandonar, las imágenes de terror, ternura y las discusiones morales que nos ha proporcionado el libro son difíciles de olvidar. Resulta complicado hablar más de este emocionante relato sin descifrar nada más de la emocionante trama, por eso tan sólo añadiremos que nunca volveremos a mirar con los mismos ojos una gatera [glups]. Que la disfruten.
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