30 de enero de 2008

Trampa 22, de Joseph Heller

Dicen, porque yo aún no he encontrado el momento oportuno, que leer a Pynchon es insufrible por su aparentemente ilógica narración. Que las líneas de un relato del ignoto escritor norteamericano destrozan al más pintado por su manía de mezclar personajes y acontecimientos en un novelón de casi mil páginas. Pero sin embargo, también dicen que Pynchon es adictivo. Que si uno es capaz de terminarse Maxon & Dixon o El arcoíris de la gravedad, no parará hasta acabar con toda su bibliografía. No cabe duda, así me he sentido mientras he leído Trampa 22 de Joseph Heller.

La sensación que traigo aquí no es la del lector entusiasmado que corre a recomendar el libro recién finalizado. Tampoco la del hastiado que pide encarecidamente que los quemen. Al libro, al autor y al lector ya de paso. Mi presencia aquí servirá como testimonio de una persona que se terminó Trampa 22, disfrutándolo a mandíbula abierta y detestando volver a él cada vez que se quería retomar la lectura. Porque hay que poner empeño. Tiene el libro momentos en los que uno no se entera bien de qué va la cosa, que hay dejarse entregar a la lectura sin confiar en el autor, simplemente dejando que la sátira o la crudeza de sus páginas se diluyan en la mente y salga de ahí una de las mejores novelas antibelicistas que mezclan humor –del bueno- y guerra.

Nos enfrentamos ante la vida de John Yossarian, un piloto de bombardero norteamericano que, en la Segunda Guerra Mundial –esa que ahoca causa obsesión, dicen-, sobrevuela el territorio italiano desde la base de Pianosa. Yossarian es un tipo normal, sin mucho valor, pero tampoco un cobarde. Es un tipo capaz de ver todo el descontrol al que está llegando el mundo de su alrededor y piensa que la mejor manera de salir con vida de allí es exactamente esa, salir de allí. Pero las dos únicas maneras de que lo manden para casa, una vez descartada la deserción, son bien la declaración de locura por parte del médico de la base, bien que lo licencien tras completar con éxito un número determinado de misiones. Obviamente estas dos maneras se le complican al bueno de John.

Para licenciarse el mayor inconveniente es la demencia de su superior. Éste ve amenazas a su carrera por todas partes y cada acto que realiza es altamente cuestionado por su otro yo, quien le advierte de que fulanito y menganito están al acecho para robarle el puesto y el protagonismo. Por eso se ve forzado a obligar a sus hombres a aceptar las misiones más peligrosas a realizar y aumentar constantemente el número mínimo de misiones para licenciar a los pilotos. Esto último siempre coincide con que Yossarian está a punto de cumplirlas, sumiéndolo en la desesperación más absoluta.

La segunda manera de salir de la guerra y olvidarse de todo cuanto antes conlleva la declaración de locura por parte del médico de la base. Éste se presta absolutamente al asunto y le dice que le firmaría la declaración de locura ahora mismo si no fuera por la Trampa 22. ¿Qué es la Trampa 22? Pues es una norma militar que indica que sólo los locos saldrían a combatir en la guerra, al tiempo que dice que sólo los locos tienen permiso para rehuirla. De manera que, si acudes al médico para que te declare loco, estás demostrando que eres mentalmente sano, pues sólo un cuerdo es tan listo como para hacerse pasar por loco y así librarse de la guerra. La otra alternativa es acudir, como un loco, al combate y así cumplir el número mínimo de misiones determinado por la jefatura y poder licenciarse. Pero como ese número no para de aumentarle al pobre de Yossarian, éste se ve atrapado entre miles de personas que tratan de matarle. El coronel, el capitán, los alemanes, su jefe de intendencia, quién ha organizado una empresa cooperativa de suministro de productos –cualquier producto- en cuyo accionariado están las tropas norteamericanas, las italianas, las alemanas, los civiles italianos y muchos más. ¿Han entendido ya por qué resulta tan desterníllate pero a la vez tan complicada?

Si a todo este engranaje le sumamos que el libro está escrito como si el lector ya supiera lo que le aconteció a tal o cual personaje, con un desorden en los capítulos tal que pareciera que Heller los escribió primero y luego los tiró al aire para que al caer se ordenaran solos, nos encontramos ante el reto postmodernista del mes. A buen seguro que complacerá a los que poseen un fino sentido del humor y una habilidad innata para dejarse torturar por las escenas más macabras.

Porque durante todo el libro se alterna eso, sátira y dolor. Son los dos sentimientos que Heller encuentra en la guerra. Sátira en la estructura burocrática del ejército, en lo que la guerra hace al interior de las sociedades, deformándolas como ningún otro acontecimiento social y propiciando que tanto el bien como el mal se den en sus más altos niveles, sin pasar por los climas templados. Y dolor, porque como bien dice Yossarian, todo el mundo trata de matar a todo el mundo. Porque un soldado muerto que salió a combatir sin firmar la hoja de registro no es un caído, sino un fugado. Más aún cuando la muerte que te espera es descomponerte en un instante en mil cachitos de ti mismo que caen incendiados sobre los pastos italianos.

A destacar sin duda el buen retrato de la sociedad castrense que Heller hace durante toda la novela. La describe ajena al conflicto, gestionando los inconvenientes a su carrera, permitiendo cuanto esté en su camino para el siguiente ascenso, presa de la opípara costumbre de la corrupción y del aparente éxito. Los personajes que rondan cerca de Yossarian son cada cual reflejo de las muchas tentaciones que ofrece la liberación de hombre a través de la guerra, la permisividad total ante la presencia de una muerte más probable y cercana que recóndita y heroica. Los acontecimientos más cercanos al campamento de Pianosa obtienen un plus de paroxismo que provoca que el relato no se olvide nunca.

Una importante adquisición sí. Y un importante reto también para todos aquellos que se aventuren en Trampa 22, porque desde luego la vida y los conflictos no serán los mismos desde entonces. Atrévanse con los postmodernistas como Heller y confíen en lo que les digo. Ya saben que yo no soy Thomas Pynchon.

“Había decidido vivir para siempre o morir en el intento”

Trampa 22, de Joseph Heller

28 de enero de 2008

Juno, de Jason Reitman

Que “Juno” se anunciese como la “La pequeña Miss Sunshine” de este año no me parecía ni mucho menos una virtud. Nunca encontré la gracia ni la genialidad a la película de Jonathan Dayton y Valerie Faris, por lo que decidí pasar de la promoción que insiste en proclamar lo independiente de una cinta que está producida por la FOX y lo crítica con la sociedad estadounidense que se muestra, cómo si fuese una novedad que en el cine Made in Hollywod se riesen de su arquetípica sociedad.

Al margen de estas primeras consideraciones, y centrados en el argumento, “Juno” cuenta la historia de una chica de dieciséis años que, tras tres tests de embarazo, se da cuenta, inevitablemente, de que está en estado de buena esperanza. El chico que le ha pegado la mayor enfermedad de transmisión sexual conocida, también llamada vida (mini homenaje para Allen), no es otro que el típico pringadete de película de instituto. En realidad toda la película lo es. Una serie de tópicos de las comedias adolescentes estúpidas y que la crítica desprecia hasta el hartazgo, a la que se la ha quitado los chistes fáciles y colocado el habitual reparto de chicos y chicas raros de cojones, con amiga calentorra persigueprofesores incluida y situaciones extrañas por doquier. Una protagonista, Juno, que es la típica chica resuelta y ágil de lengua, sensible y perdida, que encuentra en su presunta madurez la respuesta a las cosas que le tocan vivir. Diálogos de adultos pero desestructurados y con las habituales salidas de tono para darles un aire juvenil e independiente. Debe ser que si escribes las frases de tus personajes con un volcado de cuatro o cinco ideas y los haces actuar como si se encontrasen en medio de un ataque de afasia ganas un punto en la nota de la crítica.

Después de mencionar a los amigos raros, y siguiendo con la colección de tópicos que “Juno” explora, no podía faltar el padre raro que resulta ser un gran conocedor de la filosofía vital de la comida basura (a problemas complejos, soluciones de mierda) y una madrastra obsesionada con los perros y que odia a Juno por ser alérgica a los animalillos, pero, qué duda cabe, terminará siendo la mejor persona del mundo mundial en la ayuda a su hijastra. Así, en el recuento, tenemos a los amigos y padres raros, faltando sólo un matrimonio raro. Incapaz de seguir su primer instinto, el aborto, Juno confiesa el embarazo a sus padres y decide buscar una pajera para que adopte al bebe. Ésta no es otra que la formada por una dominatrix con vocación maternal y un tipo sensible al que la paternidad asfixia más que una boa constrictor, un espíritu libre que no tardará en entrar en sintonía con la joven en una serie de situaciones que hemos visto tantas veces que se podían haber ahorrado los prolegómenos.

Configuradas las líneas fundamentales de la película no sería justo decir que se trata de una mala película, a pesar de lo que pueda parecer por mis primeros comentarios. No obstante, y alejado del beneplácito del que parece acompañarse, lo cierto es que “Juno” no es una película excepcional, claro que si han nominado al petardete de “Michael Clayton por qué no nominar a esta. Son demasiadas las situaciones que recuerdan a otras muchas. En realidad se trata de toda una estructura armada para parecer una película independiente o indie (no son sinónimos) y que no abandona, ni un solo instante, los raíles del más puro cine comercial y que se revela en todo su esplendor en un final que firmaría cualquier telefilme de mediodía. Si le quitamos la caspa de los trucos que se emplean para gustar a las abotargadas elites del cine, colándose en las alfombra roja de la mayoría de premios de este año, tenemos una película simplona que cumple lo que promete, aunque aburre un poco en el intrascendente dilema que se supone va a resolver la protagonista hacia la mitad de la película. Salvados los escollos y acompañados por una música y una estética extraordinariamente elegida para el circo de tres pista que Reitman monta, tendrá la virtud de mostrarnos ciertas caras “B” en las opiniones de la sociedad estadounidense respecto al embarazo adolescente, como la hipocresía de una madrastra que sugiere el aborto sin llamarlo por su nombre, se limita a mencionarlo como "la alternativa"".

Jason Reitman, el director de algunas películas con cierto peso en la crítica, como “Gracias por fumar”, ha venido perfeccionando su técnica para adecuarla al punto de cinismo ácido que tanto le gusta a los amantes de la sátira. Poco más se puede decir de este director irregular y que carece, al menos de momento, de la técnica (lo suyo no es talento, es técnica) suficiente para mantener sus películas en el nivel adecuado a lo largo de todo el metraje. Eso sí, sabe como buscar la sonrisa y la lagrimita en los finales emotivos, y no se le da mal dirigir a unos actores entre los que destaca, no podía ser de otra manera, Ellen Page, que interpreta a la protagonista y que se calza un personaje bien escrito por Diablo Cody y con la que sería imposible no llevarse bien. El chico o padre biológico accidental, Michael Cera, tiene una cara de empanado sólo superada por uno de sus amigos raros, Steven Christopher Parker, todo un maestro de las películas de instituto. Respecto al resto del reparto, destacan por encima de todos Allison Janney (alias C.J. Cregg) y Jennifer Garner, mucho mejor profesional que su marido, uno de los peores actores del mundo.

Muchos han criticado (y criticarán) que una de las películas del año sea esta, que trata de un tema como el embarazo adolescente y la hipocresía que circunscribe a una sociedad más que explorada en un sin fin de cintas anteriores. Se achaca la incapacidad del cine estadounidense a la hora de realizar una película decente sobre la guerra de Irak a pesar de las cintas que se han estrenado esta temporada. Sin embargo, diremos en su defensa, que Hollywood (y el Hollywood independiente) tiene la obsesiva manía de hurgar en los complejos desde el punto de vista cinematográfico. Por lo que lo único que sorprende es que esa capacidad crítica no se traslada a hechos mucho más relevantes y en los que el cine debería entrar más de lleno.

23 de enero de 2008

Pyongyang, de Guy Delisle

Novela gráfica. El nombre lo dice todo. Se trata de dignificar una cosa como es el cómic, el tebeo de toda la vida. La viñeta que cuenta una historia. Y no entiendo por qué se ha de dignificar algo que, pensamos, nunca ha perdido la dignidad. Si antes no leíamos cómics no era por perder nuestra honra y aparentar ser más inteligentes y sensibles que lo que nosotros pensábamos por llevar un libro de Dostojevski bajo el brazo. Igual que no leemos Las Benévolas porque esté de moda. Si no lo leíamos era, sencillamente, porque no nos habíamos acercado a él del todo. Ya son dos los cómics comentados con anterioridad, Maus y Aya de Yopougon y, mucho nos tememos, no tiene pinta de que el hoy destripado Pyongyang sea el último.

Escrito y dibujado por el canadiense Guy Delisle, el cómic versa sobre su estancia en la capital de Corea del Norte, Pyongyang, para la realización de una serie de dibujos animados. Nosotros, que pensábamos que sólo Los Simpsons se hacían en Asia, o que al menos todas las producciones se irían a montar en China, nos sorprendimos al ver que Corea del Norte les está quitando el trabajo de chinos a los chinos. Debe de ser que la paciencia asiática para realizar los más aburridos dibujos de los, valga la redundancia, dibujos animados se muestra como una habilidad sumamente útil y por eso hasta los franceses se van allá a terminar sus series de animación. Por eso y, claro, porque los regímenes comunistas, cuando se abren, son un terreno tremendamente generoso para con los capitalistas. No hay que hacer año de barbecho, oigan. Sólo ir allí, mandar algún experto y en un plazo determinado de tiempo tienes tus dibujos. Maravillas de la globalización: arroz para los niños coreanos y dibujitos a la hora del desayuno para los niños franceses. Y quien dice arroz dice misiles tierra-aire o ISBM´s.

Diatribas políticas aparte, Delisle marcha a Corea del Norte a trabajar y ya antes de su entrada en el país recibe una serie de instrucciones para mitigar el choque cultural que lógicamente hay entre un extranjero capitalista y un norcoreano de a pié. Contándonos cómo se integra con sus intérpretes, que no lo abandonan en todo momento, Delisle nos muestra la vida del extranjero en Corea del Norte con una ventaja enorme respecto a los escasos reportajes de televisión –Jon Sistiaga dixit-. Esta ventaja no es otra que Delisle no necesita cámara. Ni siquiera necesita recordar muy bien las cosas. Sino que con un poco de lápiz carbón y una hoja de papel él es capaz de hacernos ver la absurda incoherencia del pensamiento oficial norcoreano, la presión política que hay entre sus habitantes –que no ciudadanos- o la pomposidad de unos líderes políticos inalcanzables para sus súbditos, endiosados e inasequibles al desaliento. Porque Delise nos cuenta las interminables estadísticas sobre la actividad de los dos líderes norcoreanos Kim Il Sung y su hijo Kim Jong Il, capaces de lograr proezas inhumanas como el haber escrito cientos, qué digo cientos, miles de libros fundamentales para el desarrollo de la civilización sólo en su estancia en la Universidad. Lo que supone un record, ya que ninguno de los dos fue a la Universidad.

Los continuos choques culturales de Delisle por la capital norcoreana nos harán reírnos mucho. El personaje pictórico, más bien regordete y con cara de pillo, nos caerá bien en cualquier momento. Daría igual esto último, pero cuando alguien te está contando un secreto como es la vida en Corea del Norte siempre resultará agradable que te lo cuente un tipo simpático y amigable en lugar de un intelectual casposo –podría parecer que hablamos otra vez de Prada, pero no-. El cómic está dibujado en blanco y negro y agradablemente editado por Astiberri, con unas hojas un tanto gruesas que dan mayor empaque y gusto al placer de leerlo –eva, que sepas que huele bien-.

Los personajes, occidentales y norcoreanos, destacan por sus expresiones faciales y los divertidos juegos que Delise propone en varios momentos del libro encajan perfectamente con la historia –más abajo encontrarán uno en inglés.

Obviamente y como todos sabemos, la vida en Corea del Norte nos recuerda más al 1984 de Orwell que a Nosotros de Zamiatin, pero eso no es inconveniente para que aún así nos sorprendamos ante el paroxismo y la locura de las mentes autocomplacientes del sistema político norcoreano. Como bien dice el personaje de Delisle, llega un momento en que todo occidental desea hacer la misma pregunta a su guía oficial: ¿Pero todo esto que me estás contando te lo crees de verdad? Pareciera imposible que nadie se diera cuenta de lo catastrófico de vivir en un país como ese, de lo absurdo de su política, y sin embargo, dice Delisle, uno administra sus brotes de sublevación al comprender el sistema de represión. No te queda más remedio, o crees o crees. Y si no haber elegido muerte.

En definitiva un cómic muy recomendable. Es un muy buen libro de viaje, un relato de la vida política de Corea del Norte –que no abundan- con un interminable sentido del humor y que, como se lee rápido, se lo leerán más de una vez. De alguna manera hay que amortizar los 18€ que vale ¿no?

22 de enero de 2008

Cometas en el cielo, de Marc Foster

Adaptación cinematográfica de la novela homónima del afgano Khaled Hosseini. “Cometas en el cielo” explora, a través de la mirada de un niño, el paso de un Afganistán pujante, en mitad de la década de 1970, a un Afganistán dominado por los talibanes en los primeros compases del año 2000. Sin centrarse demasiado en la carga política, y dejando que sea el espectador el que vaya juntando detalles, descubriendo la historia que se encunetra detrás.

Aunque, como ya hemos dicho, el fondo de la historia pesa lo suficiente para arrastrar toda la cinta, lo cierto es que el director maneja con gran habilidad a sus protagonistas para hacerles eso, protagonistas. Los dos niños, de caracteres muy diferentes, cumplen a la perfección con los roles simbólicos que nos ayudarán a distinguir el trasfondo político. El hijo de un potentado afgano contrario a todo arranque de religiosidad extrema o al comunismo, y el hijo del sirviente del primero. Uno sensible que sólo desea ser escritor y otro que no se sabe muy bien qué quiere ser pero que le sirve de fiel escudero. Con una misma afición, las competiciones de cometas, Amir y Hassan forman un equipo casi invencible que disfruta de su sólida amistad hasta que en un momento concreto la cobardía y la vergüenza de Amir los separen para siempre. Tras un suceso violento, que es incapaz de evitar por un paralizante miedo, buscará la manera de deshacerse de su fiel amigo. Haciendo uso, precisamente de esa lealtad de Hassan, para librarse de él por medio de la traición más baja.

Como evidentemente la evolución de Afganistán de mediados de la década de 1970 al 2000 no podría estar protagonizado por esos mismos niños, a no ser que éstos hubiesen sido vacunados con un remedio antienvejecimiento, crecen y continúan sus vidas. Centrados ya en el hijo del rico afgano que tuvo que huir tras llegada de los comunistas, podremos conocer algunos rasgos muy generales de la vida en el exilio hasta que éste recibe una noticia de su país natal, una deuda necesita ser saldada. Y, como es lógico, esa deuda tiene que ver con el pasado y con su amigo del alma Hassan, al que no ve desde su traición y por el que se trasladará a un Afganistán que no consigue encontrar entre sus recuerdos.

Marc Foster, el director, ya había dado buena muestra de su talento a la hora de contra buenas historias en sus anteriores trabajos. Desde la apreciada “Descubriendo Nunca Jamás” o “Más extraño que la ficción”, Foster ha demostrado que sabe trabajar con niños y hacerlos partícipes de sus historias, no como los habituales niños replicantes sino como parte fundamental del transcurso de los hechos. Hábil tras la cámara, fija su atención en aquellos puntos de fuga que nos permitan explorar, según seguimos la historia principal, la transformación de un Afganistán que es tan protagonista como cualquiera de los dos niños. Puede que por esta habilidad sea el elegido para dirigir la nueva entrega de la saga protagonizada por James Bond (Bond 22) y que aún no tiene título.

No he leído el libro y desconozco si la adaptación de las más de 350 hojas que contiene es correcta. Pero lo que no se escapa es el buen trabajo narrativo que desarrollo a lo largo de toda la película. A pesar de caer el ritmo, y el interés, tras la salida de escena de los dos niños protagonistas, se guarda para la última media hora toda la carga de acción (no es que lo haga intencionadamente, suponemos que la novela sigue esa estructura) y el punto álgido de las escenas sentimentales. La acción quedará enmarcada en el más que justificado e interesante retorno del protagonista a un país dominado por los talibanes. Y, por lo que respecta a la parte sentimental, como ya hiciera con su Peter Pan, huyendo de lágrimas fáciles, Foster plantea pequeñas heridas en el espectador para poco a poco doblar su resistencia a la emoción y dejarse llevar. Hábil, muy hábil.

Mención especial merece la labor de Kate Dowd, responsable del casting que ya tuvo un enorme acierto en la elección de Freddie Highmore como el Peter de “Descubriendo Nunca Jamás” (y al que nada más verle Depp gritó, mientras hablaba con Tim Burton, ya tenemos a Charlie), del mismo modo que resulta un extraordinario acierto la elección de Zekeria Ebrahimi y Ahmad Khan Mahmidzada en los papeles infantiles.

21 de enero de 2008

Los Crímenes de Oxford, de Alex de la Iglesia

Esta película está basada en la homónima novela de Guillermo Martínez. Como no la hemos leído no podemos decir que sea mejor que la película pero las leyes de la probabilística incitan a pensar que debimos empezar por el principio y ponernos primero con el librillo. Total, son apenas 200 páginas que hubiéramos leído en un pis-pas de no estar enjaulados con Las Benévolas. De manera que consideraremos al film como algo único, sin antecedentes novelísticos a ver qué tal le va.

Empezando por el final de la cinta diremos que en mitad del silencio sepulcral de la sala se escuchó un “¡por fin!” en el instante que apareció el primer título de crédito. Esto me induce a pensar que muchos de aquéllos que se acercaron a ver la película podrían estar pensando que iban a ver una de asesinatos. Ese grito de uno de los espectadores se une al lastimero tono de otra que, al comienzo de la proyección, descubrió algo que su acompañante le había ocultado. La intención de susurrar para no ser escuchada era evidente, pero la desesperación hizo que todos nos enteráramos de que lo que preguntaba era: “¿Es una película del puto Alex de la Iglesia?”. Así que vamos a desmentir a los dos espectadores mal informados. Ni es una de asesinatos –al menos al uso- por mucho que se llame Los Crímenes de Oxford ni es una típica película de Alex de la Iglesia. De hecho, respecto a esto último, la película parece cualquier otra cosa menos una de Alex de la Iglesia. Y aunque pudiera parecer lo contrario, le sienta bien a la historia. Quizá atado por la guionización del libro –que no contiene ninguna caída por las escaleras, de esas que tanto le gustan a de la Iglesia- la dirección de la película permite mantener la tensión en los momentos claves de la historia y, sobretodo, proyecta todas las visiones en John Hurt, el mejor de todo el elenco de actores allí metido.

La verdad es que tampoco tiene mérito alguno ser el mejor actor de esta película, pero en realidad John Hurt se trabaja ese aire socarrón, engreído y chulesco que tiene su personaje. Nos hace pensar incluso que cuando le da lecciones de lógica matemática al resto de personajes, también se las está dando de interpretación, lo que facilita mucho su protagonismo. Y es que los actores que le tienen que dar la réplica son un Elijah Wood que siempre será Frodo –o Huckleberry Finn, como lo prefieran-, una Julie Cox más que correcta en su pequeño papel y una horrorosa –no se fíen de las paradas de autobús- Leonor Watling, quien debía de matar con sus propias manos al director de maquillaje de esta película.

Así que tenemos, básicamente, una historia de misterio que en realidad es ella misma la protagonista de la película, dejando poco espacio para los actores. Si ese espectador que suspiraba hacia el final de la proyección hubiera leído la cartelera o visto alguna crítica –como esta que hoy les ofrecemos-, hubiera sabido que no iba a ver una de muertos y tensión emocional –que Seven sólo hay una y Morgan Freeman no pudo actuar aquí por problemas de agenda-, sino una película de esas en las que las explicaciones de cosas que no pasan en pantalla son lo importante. Resumidamente, esto no va de psicópatas sino que la película es una diatriba de logística matemática aplicada a la criminología concreta del mundo de la matemática universitaria. ¿Aburrida? En absoluto. Para quienes disfrutamos de las explicaciones de conceptos científicos que apenas conocíamos –vean a Eva explicar los colores- Los Crímenes de Oxford supone una oportunidad de disfrutar con retos mentales entremezclados con misterio del bueno. Y no nos digan que eso no se disfruta porque antes de Seven nadie se sabía los pecados capitales.

Bien ambientada, con una interpretación sostenida por John Hurt y un final a lo Jessica Fletcher que hace sufrir al corazón, la única pega que se le puede poner a esta película es la misma que a todas las adaptaciones de novelas que se hacen para el cine a día de hoy. Y no es otra que la excesiva rapidez en la presentación de los personajes. Un comienzo rápido por la previa de los asesinatos hace que los prolegómenos sean demasiado poco naturales. Se entra muy veloz en la faena de los crímenes y por eso cuando empezamos a elucubrar quién fue lo hacemos sin demasiados datos. Es esa primera parte la que merecía un poco más de metraje a favor de la segunda, quien se lo agradecería. Habrá que esperar al montaje del director.

No digan que no les avisamos.

20 de enero de 2008

The girl next door, de Gregory Wilson

The girl next door”, que también podría llamarse “La vecina”, no debe confundirse con otra película que, con el mismo título, no pasa de la típica comedia adolescente de chico de instituto con calentón y vecinita calentorra del Play Boy. La que sometemos al juicio de este blog la podemos calificar de cine independiente, y parte de la novela que Jack Ketchum escribió basándose en los trágicos sucesos que aquí se cuentan.

Partiendo del habitual espacio reflexivo que se abre tras presenciar un hecho trágico, el atropello de un anciano, el protagonista intenta poner orden en sus pensamientos realizando una retrospectiva sobre un momento concreto de su vida, el verano de 1958. La película puede llevar a engaños, una historia de terror o gore, protagonizada por unos adolescentes en un verano. Pero no hay sustos ni música de suspense. Ni siquiera se trata de una película al uso. Puede que te deje un poco descolocado por lo malo del arranque de la película (y lo sorprendente es que se recupera como si nada hubiese pasado). Una presentación de unos personajes tan arquetípicos que rozan lo cutre. La chica alegre y radiante, pese a una desgracia reciente, ante la que cualquiera quedaría prendado. El chico tímido y sencillo que atrapa cangrejos en la orilla del río para luego soltarlos, aunque no haría nada por evitar una pelea a muerte entre los cangrejos en su tarro de cristal. Y el malévolo niño, en representación de toda su familia, que suelta una inocente lombriz al fondo de un hormiguero para ver como los insectos la devoran ferozmente. Ante esta presentación de personajes, el argumento de la película parece peligrar.

Las chicas recién llegadas tras el mortal accidente de sus padres a una casa dominada por los chicos y con una madre ultraposesiva y llena de rencores del pasado. Probablemente por el fin de la relación con el padre de los chicos, que en ningún momento aparece. Con la habitual técnica de darles cerveza a los chicos, enseñarles a bailar, permitirles acampar en el jardín y concederles alguna que otra licencia, Ruth aparece como la madre perfecta con la que compartir experiencias y a la que pedir consejos. En la casa de al lado vive David, el chico que atrapa los cangrejos, amigo de los chicos con los que forman toda una pandilla. Enamorado de Meg, la chica risueña y huérfana, poco a poco descubre que los juegos y actitudes de sus amigos y de la madre de sus amigos sobrepasan lo que podría considerarse normal. Ruth no soporta la presencia de Meg, ni de su hermana, por lo que poco a poco va haciéndole, ayudada por sus hijos, la vida imposible. ¿Cómo someter a un espíritu alegre? Pues castigando, en primer lugar, lo que más quiere, a su hermana, y, posteriormente, a la propia Meg.

David poco a poco empieza a entender que Meg corre peligro en esa casa. Sin embargo, la pasividad de un crío de once años no reúne la suficiente valentía para actuar. El maltrato de Ruth a la hermana pequeña de Meg es el primer síntoma manifiesto que encuentra y ante el que permanece en silencio. No se trata tanto de una cobardía como de una falta de valor. Presentando de una manera perfecta una de esas acciones que podemos contemplar en el día a día y ante la que no hacemos nada. David lo sabe y trata de sobreponerse pero es incapaz de evitar la nueva y definitiva crisis, el secuestro de Meg. Atrapada en el sótano de la casa de Ruth, y con la presencia de su hermana pequeña, queda a merced de los caprichos de Ruth y de sus hijos, sin dejarse ni una sola de las formas

Gregory Wilson dirige una estupenda película de terror psicológico, no sé si el término será el acertado, que capitaliza la actriz principal y que juega brillantemente con los roles de unos chicos que bien podrían representar a toda una sociedad. Ya hemos dicho que los hechos que aquí se narran están basados en una historia real, pero la cercanía con la que dibuja a los personajes los hace tan cotidianos como fácil de identificarlos. Desde la pasividad del que mira y no actúa, la mosquita muerta que se revela como un ser despiadado y cruel, el joven educado en el rencor que no deja pasar la oportunidad para infringir más daño… Además de la perfecta construcción de los personajes y sus relaciones, que darán un soporte firme a una cinta que podría haber pasado inadvertida, la dirección concentra sus esfuerzos en mostrar la historia en una tercera persona inoperante. No intenta, en ningún momento, hacer participe al espectador de los dramáticos hechos, sino que deja que los contemple desde una lejanía segura que le permita preguntarse por qué nadie hace nada.

En lo relativo al reparto, nos encontramos a los habituales chicos y chicas en sus primeros papeles desarrollando una labor llena de inocencia y sin los habituales vicios de los niños actores resabiados. Respecto a los papeles adultos, son cuatro, la madre y el padre del chico protagonista, y el policía, tres secundarios que carecen de toda importancia. El último de estos papeles, es para la madre de los “malos”. Ruth, es la típica madre con un pasado lleno de traumas y un presente lleno de odio. El resentimiento está presente en cada una de sus miradas y el odio en todos sus gestos. Blanche Baker logra una interpretación extraordinaria en el papel de esta mujer de mediana edad que educa a su manera a sus chicos, cerveza y moralidad a partes iguales. Sin compasión ninguna, guía a sus hijos en una crueldad que no debe cruzar el límite de sus propios prejuicios, como si en medio del caos ella encontrase algún tipo de orden.

A pesar de la resolución facilona que propone Wilson, la suma de toda la película salvan un resultado más que destacable. Si tienen la ocasión no dejen pasar la oportunidad. No esperan grandes escenas de sangre ni una música llena de agudos que adviertan de la presencia de los malos. El terror y la violencia en la casa de los vecinos de David no vienen en forma de sierras mecánicas ni cuchillos jamoneros, se basa en la profundidad de un sótano en medio del silencio de un barrio residencial. La tortura física y psíquica no necesita de grandes artificios que uno no pueda encontrar en cualquier crónica de sucesos.

16 de enero de 2008

American Gangster, de Ridley Scott

Nueva York es una ciudad peliculera. Sólo los norteamericanos han conseguido arrebatarle a los franceses el mito de ciudad universal que, en detrimento de Paris, ha acabado a manos de la ciudad de los rascacielos. La nueva ola artística siempre reside allí. No hay moda ni tendencia neoyorkina que no pase a ser considerada imprescindible de inmediato. Si en NY –ya saben, Nueva York- no se utiliza algún cachivache es porque no resulta apropiado para nuestros tiempos. Y si no que se lo pregunten a los fabricantes franceses de patinetes callejeros –lo de franceses es un decir, que estaban todos hechos en China.

De entre tanto glamour que empalaga y de entre tanta modernidad que me asusta, también han salido montañas de basura que inundaron el país norteamericano y el resto del mundo de dinámicas que hicieron esta vida un poquito peor. Sobre una de ellas está basada esta película, hoy destripada, que traté de ver antes de que se estrenara [guiño-guiño-Teddy Bautista-guiño-guiño], pues para eso pago el puto canon, pero que terminé viendo en una sala de cine por aquello de hacer del visionado un acto social y compartido. No les quiero reventar ya esta crítica, pero lo mejor de la noche fue la cena.

Nos enfrentamos a la historia de Frank Lucas (Denzel Washington), de afición mafioso de Harlem, que cansado de ver cómo los herederos de su antiguo y difunto jefe, el capo negro de Harlem, destrozan los viejos valores y convierten el honrado negocio en un continuo despilfarro zafio y lacerante del buen gusto, termina por dar un golpe de timón al asunto. Y el quid de la cuestión estará, obviamente en las últimas palabras de su capo: un alegato frente a la modernidad del comercio capitalista y la reivindicación de la pequeña y mediana empresa. ¿Les suena todo esto de algo?

Frente por frente a Mr. Lucas tenemos a Richie Roberts (Russell Crowe), policía de Nueva Jersey que ve cómo su reputación en comisaría cae enteros al devolver cientos de dólares encontrados por ahí como quien no quiere la cosa. Se supone que el departamento de policía estaba completamente corrupto, y el bueno de Richie es el único con valor moral para rechazar su parte de la tajada, aislándolo en su trabajo cotidiano. Quizás por eso estudie derecho. No es la primera vez que Crowe y Washington comparten cartel. Ya protagonizaron, en 1995, Virtuosity -¿alguien se puso a verla?

Y ahí están. Ahí acaban todos los personajes de la cinta. Era de esperar que contando con dos superestrellas de tal calibre, los papeles de los demás actores quedaran en poco o nada. Pero lo que no era tan esperable era el encasillamiento de los dos principales, dejándolo todo en las manos de la interpretación. Y así les ha ido. Bien es cierto que ninguno de los dos me cayó en gracia nunca. Washington siempre me resultó inexpresivo más allá de su media sonrisa cautivadora (¿?) y Crowe siempre me recordará a un romano que sigue sin entender qué significan esos garabatos que hay escritos en lo que para él es papel higiénico. Pero es que en esta película los corsés que el guión les ofrece son tan típicos que no permiten ninguna esperanza de sorpresa. Respecto a los secundarios, por no ser maleducados y mencionarlos, diremos que nos encontramos ante la mujer mafiosa metepatas, la madre gallina-protectora, el hermano joven que siempre la caga, etc. Podríamos estar una hora citando y describiéndolos, pero seguro que ya los conocen de alguna película de éstas de sobremesa.

La dirección del film corre a cargo de Ridley Scott. Desconozco si este señor tiene algo personal conmigo, pero yo estoy empezando a tenerlo con él. Cada vez que pago por entrar a ver una película suya salgo escaldado. Vi Gladiator y terminé deseando que el negro le tapara la boca el dichoso romano. En Hannibal no entendí qué había hecho con uno de los personajes clásicos del cine. Y del Reino de los cielos sólo se salvaba el palillo que Orlando Bloom utilizaba en los descansos. Un modelo de palillo que, me consta, sólo se vende en una tiendita de NY y que Marlon Brando llevaba en una de sus películas. Caprichos de niño tonto. Total, que junto con American Gangster me debe ya casi 18€, unas 3000 pelillas de las de antes. Eso sí, cuando se decide ver una película de Scott por televisión, la sensación es la contraria. Buenas películas como Black Hawk Derribado o Los impostores fueron vistas casi de casualidad un día y resulta que son grandes películas de su género. Debe de ser que al bueno de Scott no le gustó que me metiera con su tediosa versión de Blade Runner, pero no se lo tomaremos en cuenta.

Y eso que American Gangster se hace por momentos insoportable. Larga como ella sola, tratando de explicar qué motivaciones tienen los personajes en un intento de decirnos que no, que no son los de siempre, que de arquetipos nada de nada. Pero, como le dijeron a aquél, lo siento pero no cuela. Por muchas escenas familiares que veamos a Crowe nos seguirá pareciendo el tipo que nos tiene que resultar simpático, pero que no lo hace. La familia de Washington nos resultará más propia del capítulo en el que Los Simpson viajan al sur y Bart y Lisa se quieren casar entre ellos que cualquier cosa parecida a la realidad. En fin, que zozobra por todos lados un metraje que deja las posaderas con la huella del hierro sobre el que se asentaron hacía casi dos horas.

No sean bobos, no se dejen engañar por ningún evento social que conlleve ver esta película. Menos aún si tienen que pagar por ello. Yo, por mi parte, me iría antes de tertulia con Prada que repetir. Y eso es mucho decir.

15 de enero de 2008

La guerra de Charlie Wilson, de Mike Nichols

Esta es, sin duda, una de las películas que más deseaba ver este año (ya pasado), únicamente igualada por “En el Valle de Elah”, de Paul Haggis y que tendrá, como platos fuertes, el reencuentro de Susan Sarandon y Tommy Lee Jones tras “El cliente” y la guerra de Irak como telón de fondo. Pero volviendo a la película que ocupa esta entrada, hace más de un año que se anunció el cruce de tres grandes. Por un lado Julia Roberts, que volvía a la interpretación tras su maternidad (de hecho estaba embarazada de su tercer hijo mientras rodaba). Por otro, la nueva unión de esta actriz y el director Nichols, que repetían tras la magnífica “Closer”. Y por último, un guión, en la adaptación del libro de George Crile, de Aaron Sorkin, del que no hemos dejado de hablar bien en este blog y muy bien de su “El ala oeste de la Casa Blanca” y “Studio 60”. Por tanto, y ya desde el primer momento, y sin poner un pie en el plató, la cosa pintaba bien. Más aún si tenemos en cuenta que para completar el casting eligieron para el papel de Charlie Wilson a Tom Hanks, un actor que no me gusta demasiado pero que difícilmente está mal en alguna película, y a un Philip Seymour Hoffman de secundario todopoderoso.

Sobresaliente e inteligente película que se inicia con el reconocimiento al congresista Charlie Wilson por su trabajo decidido en la lucha contra los soviéticos en los duros años de la Guerra Fría, para remontarnos rápidamente a 1980. Charlie es un congresista hábil, algo pícaro y que sabe dibujar un mapa de Oriente Medio con la misma habilidad que tiene para sobrevivir a cinco reelecciones seguidas (en la vida real se retiró en 1997 tras doce reelecciones). Lo que se dice la elite del Congreso de los Estados Unidos. Un día, lee un reportaje la agencia Associated Press sobre los refugiados afganos que se han desplazado por la invasión soviética (en la película será un reportaje televisivo). Interés que se cruza con el que también siente Joanne Herring, una rica texana que promociona la carrera de Wilson a golpe de talonario y que no duda en recurrir a él a sabiendas de los servicios que le debe por el número de ceros que contiene su contribución.

Creado el interés por Afganistán, aparece el tercer personaje, un miembro de la CIA de la vieja escuela, en 1980 ya había vieja escuela, lo que hoy sería el pleistoceno más o menos, que no se encuentra demasiado cómodo en una Agencia que ha dejado los antiguos procedimientos por lo que el nuevo responsable denomina “diplomacia”. Gust Avrakotos, así se llama, es experto en la zona y en la situación política, carece de toda habilidad y poder para poner en práctica ningún tipo de operación que le permita intervenir. Es por eso que rápidamente se interesa por Wilson, un congresista del que casi no ha oído hablar pero que acaba de doblar el presupuesto de Defensa para Afganistán. Juntos, trazarán la estrategia a seguir para intervenir en una guerra en la que Estados Unidos no podía estar formalmente pero en la que no dudó en apoyar al pueblo afgano en contra del ocupante soviético. Cosas de la Guerra Fría.

Imagino que a la hora de montar el trailer de publicidad, éste se llenará de imágenes de guerra. Abuso innecesario porque las escenas son a modo documental y porque la auténtica guerra se establece entre el espectador y el guión. Rápido, ágil, lleno de ironía, tremendamente complicado de seguir por la velocidad con la que se desarrolla en algunos tramos, pero bien organizado… el espectador disfrutará enormemente construyendo el puzzle que le lleve a desarrollar la estrategia que ayude a Wilson a triunfar en su empresa. Nichols no duda en dar rienda suelta al protagonista y utilizarlo como hilo conductor en esta especie de inmersión en la alta política de Washington. Mención especial merece su recurso a la steadey cam, que emplea para moverse como pez en el agua por los pasillos del Congreso. ¡Cómo recuerda a los pasillos del ala oeste de la Casa Blanca! Aunque se trata de una película de contenido político, la crítica (y seguro que la producción también) no ha dudado en calificarla de comedia. Y lo es, en muchos aspectos, una comedia dentro de la elegancia y la inteligencia de las comedias de los cincuenta pero actualizada a nuestros días (vamos, que hay sexo, drogas, palabrotas y mujeres desnudas). Frases de ida y vuelta, personajes respondones y un cinismo que contribuirá de manera determinante a entender por qué en la alta política las cosas pasan de ese modo. Sí, puede decirse que es una comedia, pero no se reirán a carcajadas. Únicamente se sonreirán al captar la inteligencia con la que se dispone cada escena, cada frase, cada intención. Mucho más estimulante que una sesión del Brain Training.

En esta trama complicada de seguir, no pierdan un instante de atención pues la acción es rápida y no se deja ni un detalle al azar (ya sé que me repito), nadie mejor que el actor más querido de Estados Unidos, Tom Hanks, para interpretar a Charlie Wilson. Auténtico heredero de James Stewart, el papel le va como anillo al dedo, logrando una buena interpretación aunque abusando, quizás, de demasiados viejos gestos y muecas que ya hemos visto en anteriores ocasiones. Entre otras cosas por su facilidad para colocar sus películas entre las más vistas. Mérito que también puede aportar su compañera, una Julia Roberts que aparece poco en un papel que no permite un excesivo lucimiento pero que sin duda aprovecha. [Eso sí, no deja pasar la oportunidad de descargar su sonrisa (carcajada) del millón de dólares.] Más que bien elegido su regreso al cine con esta cinta, y más que bien conservada la Roberts, si tenemos en cuenta que en la vida real el personaje tiene 60 años en 1980. La rica texana tiene una gran importancia en el desarrollo de la trama y ella le concede el aire señorial, presuntuoso y seductor que Joanne Herring requiere. Para completar el trío de protagonistas un inmenso Philip Seymour Hoffman. No sólo por la obesidad que luce, sino por completar uno de los personajes mejor escritos del año. Impecable su actuación, la nominación a los Globos de Oro que ha cosechado el trío protagonista sabe a poco sin, al menos, una estatuilla, aunque habrá que ver el resto de trabajos. Muy bien tiene que estar Bardem, o muy de moda, para haberle arrebatado el honor a un Hoffman insuperable.

Lejos de convertirse en un panfleto propagandístico, “La guerra de Charlie Wilson” es lo más parecido que uno puede encontrarse a una clase de política práctica desde que dejó de emitirse el “El ala oeste de la Casa Blanca”. La candidez que puedan tener los personajes, los pretendidos buenos fines o la bondad con la que parece actuar Wilson a la hora de ayudar a los pobres refugiados, es sólo parte de la creación de unos personajes que actúan como deben. No se trata de una película que intente ensalzar los valores estadounidenses tan repetidos y machacados en infinidad de producciones. Si los personajes actúan así, lo hacen porque es lo que se supone que se espera de ellos. Juzgándolos no por lo que dicen o hacen, sino por el peso de los acontecimientos. Será el cinismo el que nos ayude a discernir el tufillo que suelta la política y que, justo cuando parece que Nichols va a colocar el pedestal para que la gloria sea eterna, muestre el hedor que ha dejado, de manera tradicional, la política exterior estadounidense que se basa en el mucha acción y poca conclusión.

Es cierto que Sorkin tiene dos notas características en sus guiones, personajes demasiado arquetípicos en el uso de su honestidad, ya sea para bien o para mal, pero que disfrutan de unos diálogos inteligentes llenos de contenidos; y el debate religioso en todos sus personajes más conservadores, o aparentemente conservadores, dejando una nueva dosis de sus habituales píldoras. Además, claro, de formar el tánden perfecto entre el técnico de la CIA y el perfecto político, complementándose y jugando a ganar en una guerra en la que saben que no hay ganadores. Y como en todo buen capítulo del “El ala oeste de la Casa Blanca”, permítame la suplantación del título, contiene grandes momentos. Imprescindible el diálogo que mantienen Hanks y Roberts sobre el poder de los judíos en las elecciones, el congresista más rancio gritando Allah Akbar en Afganistán o la espera de Gust Avrakotos en la sala contigua al despacho de Wilson. Y como es año (pre)electoral en los Estados Unidos, no se pierdan tampoco las referencias a un joven Giulani que intenta formar una comisión de investigación para inculpar al congresista Wilson en un asunto de sexo y drogas…

Esas cosas pasaron. Fueron gloriosas y cambiaron el mundo, y luego la jodimos en el final del juego”, Charlie Wilson.

14 de enero de 2008

El Desayuno de los Campeones, de Kurt Vonnegut

Escribimos la anterior reseña de un libro de Kurt Vonnegut sencillamente porque estábamos deseando escribir ésta sobre El desayuno de los campeones. Lanzarnos a escribir sobre Matadero 5 o La cruzada de los inocentes era la invitación que necesitábamos para arrojarnos sobre la estantería y recorrer las páginas de esta genial obra del autor estadounidense.

A nadie en su sano juicio le sorprendería este libro. Vonnegut lo escribió para todos lo que no lo están, para todos aquellos que ven en la vida y en la literatura –y básicamente en todo lo que se tercie- un inmenso juego en el que merece la pena divertirse. La costumbre de Vonnegut de escribir introducciones en sus libros, donde explica por qué ha escrito el libro o por qué ha tardado tiempo en sentarse en su mesa de escritura, ayuda a que cualquiera que se adentre sepa con lo que se va a encontrar. Nosotros sencillamente nos rendimos cuando Vonnegut dijo “A mis cincuenta años estoy programado para comportarme como un niño: reírme del himno nacional de mi país, garabatear con un rotulador banderas nazis, culos y muchas otras cosas. Para que se vayan haciendo una idea de la edad mental de las ilustraciones de este libro, he aquí un dibujo del agujero de un culo:

Ante dibujos así, es difícil resistirse, y Ud. sólo puedes hacer dos cosas, temblar de miedo por lo que van a hacer con Ud. o pasarse a su bando. Vamos, como la vida misma. O mejor, porque esta vez sí que tenemos bando y estamos convencidos de que llevamos la razón por delante. Muy por delante. De hecho estamos tan lejos de la razón que ella es para nosotros un puntito en la lejanía. Y el surrealismo es lo único que te queda en la vida. Y las teteras te dicen que te quieren. Y hay siempre una señora dispuesta a darte un beso de tornillo. Y no sabemos por qué, pero nos he mos acordado de Gómez de la Serna disfrazado de negro.

La novela tiene un doble hilo narrativo. Por una parte está el psicótico de Dwayne Hoover, del que Vonnegut dirá ya al comienzo que se va a volver loco hacia el final de la novela y que la culpa de esto va a ser del segundo hilo narrativo, Kilgore Trout, el escritor de ciencia ficción de serie B que aparece siempre en las novelas de Vonnegut –y haciendo comentarios en este blog- y que, en esta ocasión, ha escrito un libro muy peculiar. El libro de Trout está escrito como la carta que Dios manda a la única criatura de este mundo a la que decidió conceder el libre albedrío. Para ella creo las montañas, los ríos, el mar, las infinitas criaturas que hay en la Tierra, al resto de los seres humanos. Dios creó para esta criatura un ser como el humano, capaz de dotarse de una Historia para que su criatura tuviera un pasado. Todo, absolutamente TODO, fue creado para que su criatura se pudiera comportar con el libre albedrío que le diera la gana. Ella era la única que no estaba predestinada por Dios. Y esta criatura surgida del libro de Kilgore Trout se llama Dwayne Hoover. Se pueden imaginar el follón que le va a sobrevenir al bueno de Dwayne cuando lo lea.

Pero realmente en las novelas de Vonnegut el hilo narrativo no importa. En Matadero Cinco éste resaltaba por lo inexistente. Y es probable que meses después de haberlo leído cualquiera haya podido olvidar su final –que no el libro en sí-, pues carece de importancia para todo lo que en él se cuenta. Lo mismo pasa con El desayuno de los campeones. La narración es sólo la excusa de Vonnegut para ponernos frente a un espejo, desnudarnos, golpearnos y que aún así queramos seguir riéndonos con él. No hay invento de la vida moderna, prejuicio adormilado en nuestra mente o miedo atroz que Vonnegut no zarandee y satirice. Está claro que él escribía el humo de nuestras cenizas y ante eso sólo podemos reconocerle lo inevitable: estamos en sus manos desde el mismo momento en que abrimos el libro.

Nos vamos a meter en los recorridos que tanto Kilgore Trout como Dwayne Hoover hacen para llegar a un punto predeterminado que Vonnegut ha escogido para enfrentarlos, para que tengan su encuentro y se justifique la novela. Por el camino iremos conociendo más del pasado y del futuro de ambos personajes así como su situación presente. Vonnegut emplea una técnica narrativa singular. Y es que todos los personajes que conocemos, por muy secundarios que sean para la trama, tienen una personalidad definida y un pasado que nos es presentado siempre por el autor, de la manera más clara y más directa. Esto, revelará Vonnegut en una de las paginas, no es sino una opción de escritor que convierte a cada personaje en persona, en ser humano que no ha de ser utilizado por nadie –esto es, por el escritor- para un fin –el de contar una historia. Brillante Vonnegut nos pone ante una obra de arte cuyo mensaje es precisamente ese: todo el mundo es importante y lo que sobra es la sociedad, el mundo del progreso y la fealdad de una vida malgastada produciendo y produciendo. La lectura, por otra parte, está salpicada de ilustraciones en ocasiones innecesarias en ocasiones imprescindibles. Muchas de ellas son verdaderos poemas postmodernos que hacen que la narración de Vonnegut sea aún más disfrutable.

Las probabilidades de que Vonnegut nos sorprenda en cada párrafo son impresionantes. Sólo el lector que esgrima aburridas corbatas y que se enclaustre en sus concepciones morales por miedo a perder lo que no tiene sentirá que le han engañado. Vonnegut libera al ser que hay en el interior de quien lo lee, le provoca nervios histéricos y le hace reír como todos los días quisiera reír. Puede que debiéramos hacer mención a la estructura de la novela, proponer un interesante análisis sobre por qué debieron haberle dado todos los premios habidos y por haber, así como la presidencia del gobierno de Estados Unidos si se tercia, pero me temo que nos falta voluntad. Nos falta porque la novela se ha leído sólo una vez, y no queremos sentirnos como una pieza más del engranaje cuando repitamos, que repetiremos. Porque queremos que en cada momento de la relectura, Vonnegut siga saliendo de la esquina gritando: “¡te pillé!”. Porque aún hoy perseguimos a los libreros de lo viejo en busca de las últimas ediciones de su obra –hace ya tanto tiempo que son casi inencontrables. Porque leímos Un hombre sin patria en menos de una hora, nada más acabar El Desayuno de los Campeones y riendo abiertamente en público, despertando con nuestras carcajadas a los demás viajeros de aquél autobús Bilbao-Madrid.

Una manera de demostrarnos que arriesgarse en literatura es imprescindible para causar emoción. Tantos libros aburridos, tostones donde sólo la historia no justifica el uso indiscriminado de papel provocan que cuando llegue alguien que arriesga, y que además lo haga con tanta intención, la mente lo agradezca. Quemen todos sus libros, olvídense de lo que hasta ahora han aprendido. Vonnegut les regala 269 páginas en donde nada va a quedar a salvo. Ningún libro volverá a ser el mismo entonces. Entenderán que Kafka no era el bueno, que el bueno era Melville. Que el Manga es aburrido y Forges lleva más razón que el roto. Que los sueldos son bajos porque sus jefes quieren cambiar de coche. Que no hay derecho que obligue a trabajar hasta las 8 de la tarde. Que es mejor salir pitando que salir quemado. Y tantas y tantas cosas que jamás estarán de nuevo en paz consigo mismo ni con el mundo en el que viven. Pero que no les engañen los eslóganes. No estarán más en paz pero sí serán más felices. Porque habrán conocido a Vonnegut, porque ahora sabrán que detrás de cada tendero, de cada barrendero de su calle, de cada conductor de autobús, se encuentra el poeta que les dibuja en las páginas de El Desayuno de los Campeones, el loco que se piensa que él es el único con libre albedrío o el genio marginado que escribe novelas de ciencia ficción. Habrán descubierto que hay gente al lado suyo y que la vida no es manera de tratar a un animal.

12 de enero de 2008

Atonement, de Dario Marianelli

atonement
Tras publicar en este mismo blog una crítica de la película “Atonement”, procedemos a la recomendación de su banda sonora original. Infinitamente mejor trazada y con mejor resultado que la película a la que ofrece soporte musical, la partitura escrita por Dario Marianelli tiene toda la consideración para convertirse en un moderno clásico del cine. A medio ritmo, con la cadencia necesaria para acompañar una historia de amor, mezcla, de manera no original pero sí acertada, el sonido del teclado de una vieja máquina de escribir para darle la importancia que requiere la historia que compone una de las protagonistas. Incluye una magnífica interpretación de Jean-Yves Thibaudet del “Claro de Luna” de Claude Debussy.

11 de enero de 2008

Beat it - Amy Winehouse y Charlotte Church



Hoy tengo el día Winehouse, pero qué le vamos a hacer. Y en un nuevo homenaje a este ángel caído de la música actual, colgamos aquí esta versión que junto con la no menos controvertida Charlotte Church (de vida disoluta también... qué es lo que pasa en el Reino Unido???) hace de la inolvidable "Beat it" de ese otro ángel caído de la música de los 80, que amenaza con volver con sus hermanos a destruir el mundo conocido. En esta versión, mi idolatrada Amy (la chica que prefiere "fumar" a "soplar" - nótese aquí la sutilidad del inglés), emite más gallos que Enrique Iglesias en la misa del ídem... probablemente, dicen las malas lenguas, fruto de una ingestión desmesurada de bebidas espirituosas, algún que otro canuto, raya o similares en comprimidos. La Church, que también debe ser lo mejor de su casa, no le va a la zaga, y esa voz angelical que cantaba música clásica en sus años mozos (me refiero a su infancia, que la joven tiene sólo 21 tacos) y grababa discos de villancicos, suelta algún que otro berrido. Y con respecto a esa foto robada de la Church que rula por los internetes, hemos de indicar que un sostén no tiene esa forma, por mucho que ella jure y perjure que es un sujetador. Chiquilla, se te ha visto la trigonometría!!!

8 de enero de 2008

Expiación: más allá de la pasión, de Joe Wright

Expiación, más allá de la pasión”, ridícula y cursi coletilla la que la han buscado a “Atonement”, título original de la película, y novela en la que se basa, para darle un mayor halo de dramatismo rosa a esta historia. Basada en la multiventas, mucho más bonita esta palabra no registrada por la RAE que bestseller, “Atonement” de Ian McEwan, puede sufrir el efecto Código DaVinci. Es decir, que todo el mundo sepa que es una mierda el final que le aguarda y que no la vaya a ver nadie. Como en España la novela se ha leído poco o nada, no se corre el riesgo de escuchar los estúpidos comentarios al salir de la sala de, “el libro es mejor”…

No hay nada que se le dé mejor a los británicos que rodar complejas historias de amor en tiempos convulsos y en lujosos escenarios. Si hacemos memoria recordaremos un buen número de películas que se han realizado bajo estas tres sencillas características. “Expiación” presenta la historia de Cecilia, hija de una importante y poderosa familia que busca la pasión dentro de los límites de lo que ella entiende que es su posición, pero sin renunciar, desde un primer momento a decir verdad, a la victoria sobre sus remilgos y entregarse de lleno al amor. Por supuesto no puede faltar el chico que le atormenta su corazón. Éste no es otro que Robbie, el hijo del criado al que el padre de Cecilia paga los estudios para que no se quede en criado y al que está a punto de subvencionar la Facultad de Medicina. Él se esfuerza en encontrar el modo de acceder a Cecilia. Bien sea encontrando los palabras adecuadas en una nota de disculpa que trata de componer mientras se inspira con La Bohème o en el comportamiento adecuado en una cena de gala. Una pareja que necesita el imprescindible elemento distorsionador en forma de hermana pequeña feucha y repelente. Personaje clave para la historia de sufrimiento que se presenta bajo esta seudocopia de equívocos trágicos a lo Jean Austin [guiño, guiño –Teddy Bautista– guiño, guiño]. Historias de celos, amores no correspondidos, equívocos y venganzas inútiles. Solo falta la adaptación de Emma Thompson.

Joe Wright, en parte heredero de James Ivory, toma ciertas reglas del buen relato inglés y mantiene el estilo con sobrada maestría. El amor contenido en el corsé de las clases sociales, la intimidad compartida más allá de los gestos, las miradas que lo dicen todo… y, cómo no, una banda sonora auténticamente prodigiosa que imprime en los pasos del espectador el ritmo adecuado para no perder ni un fragmento del argumento. Como dato a tener en cuenta, y aunque se desarrollará en más escenarios, la primera mitad de la película transcurre en la habitual mansión británica a la que se saca todo el partido posible y que, plano a plano, parece el escenario común a toda una saga. Buen trabajador, cada detalle está perfectamente rodado. La riqueza de cada plano no deja lugar a dudas del cuidado de un director que concede, sin complejo alguno, plena libertad a sus actores para que se luzcan. Especialmente a Knightley, con la que ya trabajó en “Orgullo y prejuicio”.

La historia transcurre en un ritmo lento pero sin detenerse en casi ningún momento. Podemos distinguir tres partes dentro de la historia a modo de pieza teatral clásica. La mayor parte de ella se desarrolla en el planteamiento de la historia. La presentación de los personajes, el error y la culpa que se atribuye al inocente. Rodada con gran maestría en cada uno de sus detalles. Cautivando al espectador en cada uno de los planos magníficamente preparados que Wrigth presenta en pantalla. Sin embargo, y justo cuando nos encontramos en el nudo que decidirá la suerte de los protagonistas, el interés se diluye en una serie de intrascendentes escenas que aunque avanzan en el argumento no parecen llevar a ninguna parte. Especialmente cuando se encuentran ciertas reminiscencias, en la búsqueda del camino de retorno del amante, con aquella que iniciaba Jude Law en su reencuentro con Kidman en “Cold Mountain”. Carente, por cierto, de toda lógica una vez que descubrimos cómo nos tratan de colar el truco final, y lleno de artificiosidad, en el desenlace de la historia para explicar el por qué del título. Una resolución que no está a la altura de tan brillante primera hora de película. Lástima que, y seguramente la culpa sea de la novela que se adapta, el guión no se viese interrumpido por la huelga de guionistas.

Keira Knightley, una de las más jóvenes y prometedoras actrices, y ante la que me encuentro absolutamente postrado, realiza una interpretación brillante, como nos tiene acostumbrado en todos sus papeles serios. Alejada de la sombra de su inseparable Elizabeth Swann de la saga “Los piratas del Caribe”, ensaya nuevos gestos y matices que le dan más personalidad que en su papel nominado al Oscar de Elizabeth Bennet. Su sensualidad trasluce mucho más que su vestido mojado, del mismo modo que la pasión no le deja lugar a dudas a su pareja, Robbie, James McAvoy, el amante, no es el actor protagonista de la televisiva “Everwood ni es familia suya, por mucho que se parezcan. Más que correcto, languidece frente a la belleza de una Knightley que acapara cada uno de los planos. Incluso cuando ella no sale te estás acordando… Por último, la hermana repelente y feucha a la que Wrigth exprime obteniendo un magnífico resultado. Interpretada por Saoirse Ronan a los trece años y por Romola Garai a los dieciocho, desvelará el petardo que le espera al espectador en la encarnación de otra actriz, Vanessa Redgrave, una de las grandes damas del cine.

Abstenerse si vieron películas como “Lo que queda del día”, “Regreso a Howard End” u “Orgullo y prejuicio” y no les gustaron.

2 de enero de 2008

Esperando el 2008

Bueno, venga, va... que la estrenen ya...

Magnífica imagen que recuerda al rodaje de una de las mejores películas de aventuras de la historia del cine. ¡Qué viva Indiana! Y que el botox se lo permita muchos años.

Aunque Connery ya no repite, que no el padre de Indy, que sí repite.