“The girl next door”, que también podría llamarse “La vecina”, no debe confundirse con otra película que, con el mismo título, no pasa de la típica comedia adolescente de chico de instituto con calentón y vecinita calentorra del Play Boy. La que sometemos al juicio de este blog la podemos calificar de cine independiente, y parte de la novela que Jack Ketchum escribió basándose en los trágicos sucesos que aquí se cuentan.
Partiendo del habitual espacio reflexivo que se abre tras presenciar un hecho trágico, el atropello de un anciano, el protagonista intenta poner orden en sus pensamientos realizando una retrospectiva sobre un momento concreto de su vida, el verano de 1958. La película puede llevar a engaños, una historia de terror o gore, protagonizada por unos adolescentes en un verano. Pero no hay sustos ni música de suspense. Ni siquiera se trata de una película al uso. Puede que te deje un poco descolocado por lo malo del arranque de la película (y lo sorprendente es que se recupera como si nada hubiese pasado). Una presentación de unos personajes tan arquetípicos que rozan lo cutre. La chica alegre y radiante, pese a una desgracia reciente, ante la que cualquiera quedaría prendado. El chico tímido y sencillo que atrapa cangrejos en la orilla del río para luego soltarlos, aunque no haría nada por evitar una pelea a muerte entre los cangrejos en su tarro de cristal. Y el malévolo niño, en representación de toda su familia, que suelta una inocente lombriz al fondo de un hormiguero para ver como los insectos la devoran ferozmente. Ante esta presentación de personajes, el argumento de la película parece peligrar.
Las chicas recién llegadas tras el mortal accidente de sus padres a una casa dominada por los chicos y con una madre ultraposesiva y llena de rencores del pasado. Probablemente por el fin de la relación con el padre de los chicos, que en ningún momento aparece. Con la habitual técnica de darles cerveza a los chicos, enseñarles a bailar, permitirles acampar en el jardín y concederles alguna que otra licencia, Ruth aparece como la madre perfecta con la que compartir experiencias y a la que pedir consejos. En la casa de al lado vive David, el chico que atrapa los cangrejos, amigo de los chicos con los que forman toda una pandilla. Enamorado de Meg, la chica risueña y huérfana, poco a poco descubre que los juegos y actitudes de sus amigos y de la madre de sus amigos sobrepasan lo que podría considerarse normal. Ruth no soporta la presencia de Meg, ni de su hermana, por lo que poco a poco va haciéndole, ayudada por sus hijos, la vida imposible. ¿Cómo someter a un espíritu alegre? Pues castigando, en primer lugar, lo que más quiere, a su hermana, y, posteriormente, a la propia Meg.
David poco a poco empieza a entender que Meg corre peligro en esa casa. Sin embargo, la pasividad de un crío de once años no reúne la suficiente valentía para actuar. El maltrato de Ruth a la hermana pequeña de Meg es el primer síntoma manifiesto que encuentra y ante el que permanece en silencio. No se trata tanto de una cobardía como de una falta de valor. Presentando de una manera perfecta una de esas acciones que podemos contemplar en el día a día y ante la que no hacemos nada. David lo sabe y trata de sobreponerse pero es incapaz de evitar la nueva y definitiva crisis, el secuestro de Meg. Atrapada en el sótano de la casa de Ruth, y con la presencia de su hermana pequeña, queda a merced de los caprichos de Ruth y de sus hijos, sin dejarse ni una sola de las formas
Gregory Wilson dirige una estupenda película de terror psicológico, no sé si el término será el acertado, que capitaliza la actriz principal y que juega brillantemente con los roles de unos chicos que bien podrían representar a toda una sociedad. Ya hemos dicho que los hechos que aquí se narran están basados en una historia real, pero la cercanía con la que dibuja a los personajes los hace tan cotidianos como fácil de identificarlos. Desde la pasividad del que mira y no actúa, la mosquita muerta que se revela como un ser despiadado y cruel, el joven educado en el rencor que no deja pasar la oportunidad para infringir más daño… Además de la perfecta construcción de los personajes y sus relaciones, que darán un soporte firme a una cinta que podría haber pasado inadvertida, la dirección concentra sus esfuerzos en mostrar la historia en una tercera persona inoperante. No intenta, en ningún momento, hacer participe al espectador de los dramáticos hechos, sino que deja que los contemple desde una lejanía segura que le permita preguntarse por qué nadie hace nada.
En lo relativo al reparto, nos encontramos a los habituales chicos y chicas en sus primeros papeles desarrollando una labor llena de inocencia y sin los habituales vicios de los niños actores resabiados. Respecto a los papeles adultos, son cuatro, la madre y el padre del chico protagonista, y el policía, tres secundarios que carecen de toda importancia. El último de estos papeles, es para la madre de los “malos”. Ruth, es la típica madre con un pasado lleno de traumas y un presente lleno de odio. El resentimiento está presente en cada una de sus miradas y el odio en todos sus gestos. Blanche Baker logra una interpretación extraordinaria en el papel de esta mujer de mediana edad que educa a su manera a sus chicos, cerveza y moralidad a partes iguales. Sin compasión ninguna, guía a sus hijos en una crueldad que no debe cruzar el límite de sus propios prejuicios, como si en medio del caos ella encontrase algún tipo de orden.
A pesar de la resolución facilona que propone Wilson, la suma de toda la película salvan un resultado más que destacable. Si tienen la ocasión no dejen pasar la oportunidad. No esperan grandes escenas de sangre ni una música llena de agudos que adviertan de la presencia de los malos. El terror y la violencia en la casa de los vecinos de David no vienen en forma de sierras mecánicas ni cuchillos jamoneros, se basa en la profundidad de un sótano en medio del silencio de un barrio residencial. La tortura física y psíquica no necesita de grandes artificios que uno no pueda encontrar en cualquier crónica de sucesos.
Partiendo del habitual espacio reflexivo que se abre tras presenciar un hecho trágico, el atropello de un anciano, el protagonista intenta poner orden en sus pensamientos realizando una retrospectiva sobre un momento concreto de su vida, el verano de 1958. La película puede llevar a engaños, una historia de terror o gore, protagonizada por unos adolescentes en un verano. Pero no hay sustos ni música de suspense. Ni siquiera se trata de una película al uso. Puede que te deje un poco descolocado por lo malo del arranque de la película (y lo sorprendente es que se recupera como si nada hubiese pasado). Una presentación de unos personajes tan arquetípicos que rozan lo cutre. La chica alegre y radiante, pese a una desgracia reciente, ante la que cualquiera quedaría prendado. El chico tímido y sencillo que atrapa cangrejos en la orilla del río para luego soltarlos, aunque no haría nada por evitar una pelea a muerte entre los cangrejos en su tarro de cristal. Y el malévolo niño, en representación de toda su familia, que suelta una inocente lombriz al fondo de un hormiguero para ver como los insectos la devoran ferozmente. Ante esta presentación de personajes, el argumento de la película parece peligrar.
Las chicas recién llegadas tras el mortal accidente de sus padres a una casa dominada por los chicos y con una madre ultraposesiva y llena de rencores del pasado. Probablemente por el fin de la relación con el padre de los chicos, que en ningún momento aparece. Con la habitual técnica de darles cerveza a los chicos, enseñarles a bailar, permitirles acampar en el jardín y concederles alguna que otra licencia, Ruth aparece como la madre perfecta con la que compartir experiencias y a la que pedir consejos. En la casa de al lado vive David, el chico que atrapa los cangrejos, amigo de los chicos con los que forman toda una pandilla. Enamorado de Meg, la chica risueña y huérfana, poco a poco descubre que los juegos y actitudes de sus amigos y de la madre de sus amigos sobrepasan lo que podría considerarse normal. Ruth no soporta la presencia de Meg, ni de su hermana, por lo que poco a poco va haciéndole, ayudada por sus hijos, la vida imposible. ¿Cómo someter a un espíritu alegre? Pues castigando, en primer lugar, lo que más quiere, a su hermana, y, posteriormente, a la propia Meg.
David poco a poco empieza a entender que Meg corre peligro en esa casa. Sin embargo, la pasividad de un crío de once años no reúne la suficiente valentía para actuar. El maltrato de Ruth a la hermana pequeña de Meg es el primer síntoma manifiesto que encuentra y ante el que permanece en silencio. No se trata tanto de una cobardía como de una falta de valor. Presentando de una manera perfecta una de esas acciones que podemos contemplar en el día a día y ante la que no hacemos nada. David lo sabe y trata de sobreponerse pero es incapaz de evitar la nueva y definitiva crisis, el secuestro de Meg. Atrapada en el sótano de la casa de Ruth, y con la presencia de su hermana pequeña, queda a merced de los caprichos de Ruth y de sus hijos, sin dejarse ni una sola de las formas
Gregory Wilson dirige una estupenda película de terror psicológico, no sé si el término será el acertado, que capitaliza la actriz principal y que juega brillantemente con los roles de unos chicos que bien podrían representar a toda una sociedad. Ya hemos dicho que los hechos que aquí se narran están basados en una historia real, pero la cercanía con la que dibuja a los personajes los hace tan cotidianos como fácil de identificarlos. Desde la pasividad del que mira y no actúa, la mosquita muerta que se revela como un ser despiadado y cruel, el joven educado en el rencor que no deja pasar la oportunidad para infringir más daño… Además de la perfecta construcción de los personajes y sus relaciones, que darán un soporte firme a una cinta que podría haber pasado inadvertida, la dirección concentra sus esfuerzos en mostrar la historia en una tercera persona inoperante. No intenta, en ningún momento, hacer participe al espectador de los dramáticos hechos, sino que deja que los contemple desde una lejanía segura que le permita preguntarse por qué nadie hace nada.
En lo relativo al reparto, nos encontramos a los habituales chicos y chicas en sus primeros papeles desarrollando una labor llena de inocencia y sin los habituales vicios de los niños actores resabiados. Respecto a los papeles adultos, son cuatro, la madre y el padre del chico protagonista, y el policía, tres secundarios que carecen de toda importancia. El último de estos papeles, es para la madre de los “malos”. Ruth, es la típica madre con un pasado lleno de traumas y un presente lleno de odio. El resentimiento está presente en cada una de sus miradas y el odio en todos sus gestos. Blanche Baker logra una interpretación extraordinaria en el papel de esta mujer de mediana edad que educa a su manera a sus chicos, cerveza y moralidad a partes iguales. Sin compasión ninguna, guía a sus hijos en una crueldad que no debe cruzar el límite de sus propios prejuicios, como si en medio del caos ella encontrase algún tipo de orden.
A pesar de la resolución facilona que propone Wilson, la suma de toda la película salvan un resultado más que destacable. Si tienen la ocasión no dejen pasar la oportunidad. No esperan grandes escenas de sangre ni una música llena de agudos que adviertan de la presencia de los malos. El terror y la violencia en la casa de los vecinos de David no vienen en forma de sierras mecánicas ni cuchillos jamoneros, se basa en la profundidad de un sótano en medio del silencio de un barrio residencial. La tortura física y psíquica no necesita de grandes artificios que uno no pueda encontrar en cualquier crónica de sucesos.
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