Adaptación cinematográfica de la novela homónima del afgano Khaled Hosseini. “Cometas en el cielo” explora, a través de la mirada de un niño, el paso de un Afganistán pujante, en mitad de la década de 1970, a un Afganistán dominado por los talibanes en los primeros compases del año 2000. Sin centrarse demasiado en la carga política, y dejando que sea el espectador el que vaya juntando detalles, descubriendo la historia que se encunetra detrás.
Aunque, como ya hemos dicho, el fondo de la historia pesa lo suficiente para arrastrar toda la cinta, lo cierto es que el director maneja con gran habilidad a sus protagonistas para hacerles eso, protagonistas. Los dos niños, de caracteres muy diferentes, cumplen a la perfección con los roles simbólicos que nos ayudarán a distinguir el trasfondo político. El hijo de un potentado afgano contrario a todo arranque de religiosidad extrema o al comunismo, y el hijo del sirviente del primero. Uno sensible que sólo desea ser escritor y otro que no se sabe muy bien qué quiere ser pero que le sirve de fiel escudero. Con una misma afición, las competiciones de cometas, Amir y Hassan forman un equipo casi invencible que disfruta de su sólida amistad hasta que en un momento concreto la cobardía y la vergüenza de Amir los separen para siempre. Tras un suceso violento, que es incapaz de evitar por un paralizante miedo, buscará la manera de deshacerse de su fiel amigo. Haciendo uso, precisamente de esa lealtad de Hassan, para librarse de él por medio de la traición más baja.
Como evidentemente la evolución de Afganistán de mediados de la década de 1970 al 2000 no podría estar protagonizado por esos mismos niños, a no ser que éstos hubiesen sido vacunados con un remedio antienvejecimiento, crecen y continúan sus vidas. Centrados ya en el hijo del rico afgano que tuvo que huir tras llegada de los comunistas, podremos conocer algunos rasgos muy generales de la vida en el exilio hasta que éste recibe una noticia de su país natal, una deuda necesita ser saldada. Y, como es lógico, esa deuda tiene que ver con el pasado y con su amigo del alma Hassan, al que no ve desde su traición y por el que se trasladará a un Afganistán que no consigue encontrar entre sus recuerdos.
Marc Foster, el director, ya había dado buena muestra de su talento a la hora de contra buenas historias en sus anteriores trabajos. Desde la apreciada “Descubriendo Nunca Jamás” o “Más extraño que la ficción”, Foster ha demostrado que sabe trabajar con niños y hacerlos partícipes de sus historias, no como los habituales niños replicantes sino como parte fundamental del transcurso de los hechos. Hábil tras la cámara, fija su atención en aquellos puntos de fuga que nos permitan explorar, según seguimos la historia principal, la transformación de un Afganistán que es tan protagonista como cualquiera de los dos niños. Puede que por esta habilidad sea el elegido para dirigir la nueva entrega de la saga protagonizada por James Bond (Bond 22) y que aún no tiene título.
No he leído el libro y desconozco si la adaptación de las más de 350 hojas que contiene es correcta. Pero lo que no se escapa es el buen trabajo narrativo que desarrollo a lo largo de toda la película. A pesar de caer el ritmo, y el interés, tras la salida de escena de los dos niños protagonistas, se guarda para la última media hora toda la carga de acción (no es que lo haga intencionadamente, suponemos que la novela sigue esa estructura) y el punto álgido de las escenas sentimentales. La acción quedará enmarcada en el más que justificado e interesante retorno del protagonista a un país dominado por los talibanes. Y, por lo que respecta a la parte sentimental, como ya hiciera con su Peter Pan, huyendo de lágrimas fáciles, Foster plantea pequeñas heridas en el espectador para poco a poco doblar su resistencia a la emoción y dejarse llevar. Hábil, muy hábil.
Mención especial merece la labor de Kate Dowd, responsable del casting que ya tuvo un enorme acierto en la elección de Freddie Highmore como el Peter de “Descubriendo Nunca Jamás” (y al que nada más verle Depp gritó, mientras hablaba con Tim Burton, ya tenemos a Charlie), del mismo modo que resulta un extraordinario acierto la elección de Zekeria Ebrahimi y Ahmad Khan Mahmidzada en los papeles infantiles.
Aunque, como ya hemos dicho, el fondo de la historia pesa lo suficiente para arrastrar toda la cinta, lo cierto es que el director maneja con gran habilidad a sus protagonistas para hacerles eso, protagonistas. Los dos niños, de caracteres muy diferentes, cumplen a la perfección con los roles simbólicos que nos ayudarán a distinguir el trasfondo político. El hijo de un potentado afgano contrario a todo arranque de religiosidad extrema o al comunismo, y el hijo del sirviente del primero. Uno sensible que sólo desea ser escritor y otro que no se sabe muy bien qué quiere ser pero que le sirve de fiel escudero. Con una misma afición, las competiciones de cometas, Amir y Hassan forman un equipo casi invencible que disfruta de su sólida amistad hasta que en un momento concreto la cobardía y la vergüenza de Amir los separen para siempre. Tras un suceso violento, que es incapaz de evitar por un paralizante miedo, buscará la manera de deshacerse de su fiel amigo. Haciendo uso, precisamente de esa lealtad de Hassan, para librarse de él por medio de la traición más baja.
Como evidentemente la evolución de Afganistán de mediados de la década de 1970 al 2000 no podría estar protagonizado por esos mismos niños, a no ser que éstos hubiesen sido vacunados con un remedio antienvejecimiento, crecen y continúan sus vidas. Centrados ya en el hijo del rico afgano que tuvo que huir tras llegada de los comunistas, podremos conocer algunos rasgos muy generales de la vida en el exilio hasta que éste recibe una noticia de su país natal, una deuda necesita ser saldada. Y, como es lógico, esa deuda tiene que ver con el pasado y con su amigo del alma Hassan, al que no ve desde su traición y por el que se trasladará a un Afganistán que no consigue encontrar entre sus recuerdos.
Marc Foster, el director, ya había dado buena muestra de su talento a la hora de contra buenas historias en sus anteriores trabajos. Desde la apreciada “Descubriendo Nunca Jamás” o “Más extraño que la ficción”, Foster ha demostrado que sabe trabajar con niños y hacerlos partícipes de sus historias, no como los habituales niños replicantes sino como parte fundamental del transcurso de los hechos. Hábil tras la cámara, fija su atención en aquellos puntos de fuga que nos permitan explorar, según seguimos la historia principal, la transformación de un Afganistán que es tan protagonista como cualquiera de los dos niños. Puede que por esta habilidad sea el elegido para dirigir la nueva entrega de la saga protagonizada por James Bond (Bond 22) y que aún no tiene título.
No he leído el libro y desconozco si la adaptación de las más de 350 hojas que contiene es correcta. Pero lo que no se escapa es el buen trabajo narrativo que desarrollo a lo largo de toda la película. A pesar de caer el ritmo, y el interés, tras la salida de escena de los dos niños protagonistas, se guarda para la última media hora toda la carga de acción (no es que lo haga intencionadamente, suponemos que la novela sigue esa estructura) y el punto álgido de las escenas sentimentales. La acción quedará enmarcada en el más que justificado e interesante retorno del protagonista a un país dominado por los talibanes. Y, por lo que respecta a la parte sentimental, como ya hiciera con su Peter Pan, huyendo de lágrimas fáciles, Foster plantea pequeñas heridas en el espectador para poco a poco doblar su resistencia a la emoción y dejarse llevar. Hábil, muy hábil.
Mención especial merece la labor de Kate Dowd, responsable del casting que ya tuvo un enorme acierto en la elección de Freddie Highmore como el Peter de “Descubriendo Nunca Jamás” (y al que nada más verle Depp gritó, mientras hablaba con Tim Burton, ya tenemos a Charlie), del mismo modo que resulta un extraordinario acierto la elección de Zekeria Ebrahimi y Ahmad Khan Mahmidzada en los papeles infantiles.
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