15 de enero de 2008

La guerra de Charlie Wilson, de Mike Nichols

Esta es, sin duda, una de las películas que más deseaba ver este año (ya pasado), únicamente igualada por “En el Valle de Elah”, de Paul Haggis y que tendrá, como platos fuertes, el reencuentro de Susan Sarandon y Tommy Lee Jones tras “El cliente” y la guerra de Irak como telón de fondo. Pero volviendo a la película que ocupa esta entrada, hace más de un año que se anunció el cruce de tres grandes. Por un lado Julia Roberts, que volvía a la interpretación tras su maternidad (de hecho estaba embarazada de su tercer hijo mientras rodaba). Por otro, la nueva unión de esta actriz y el director Nichols, que repetían tras la magnífica “Closer”. Y por último, un guión, en la adaptación del libro de George Crile, de Aaron Sorkin, del que no hemos dejado de hablar bien en este blog y muy bien de su “El ala oeste de la Casa Blanca” y “Studio 60”. Por tanto, y ya desde el primer momento, y sin poner un pie en el plató, la cosa pintaba bien. Más aún si tenemos en cuenta que para completar el casting eligieron para el papel de Charlie Wilson a Tom Hanks, un actor que no me gusta demasiado pero que difícilmente está mal en alguna película, y a un Philip Seymour Hoffman de secundario todopoderoso.

Sobresaliente e inteligente película que se inicia con el reconocimiento al congresista Charlie Wilson por su trabajo decidido en la lucha contra los soviéticos en los duros años de la Guerra Fría, para remontarnos rápidamente a 1980. Charlie es un congresista hábil, algo pícaro y que sabe dibujar un mapa de Oriente Medio con la misma habilidad que tiene para sobrevivir a cinco reelecciones seguidas (en la vida real se retiró en 1997 tras doce reelecciones). Lo que se dice la elite del Congreso de los Estados Unidos. Un día, lee un reportaje la agencia Associated Press sobre los refugiados afganos que se han desplazado por la invasión soviética (en la película será un reportaje televisivo). Interés que se cruza con el que también siente Joanne Herring, una rica texana que promociona la carrera de Wilson a golpe de talonario y que no duda en recurrir a él a sabiendas de los servicios que le debe por el número de ceros que contiene su contribución.

Creado el interés por Afganistán, aparece el tercer personaje, un miembro de la CIA de la vieja escuela, en 1980 ya había vieja escuela, lo que hoy sería el pleistoceno más o menos, que no se encuentra demasiado cómodo en una Agencia que ha dejado los antiguos procedimientos por lo que el nuevo responsable denomina “diplomacia”. Gust Avrakotos, así se llama, es experto en la zona y en la situación política, carece de toda habilidad y poder para poner en práctica ningún tipo de operación que le permita intervenir. Es por eso que rápidamente se interesa por Wilson, un congresista del que casi no ha oído hablar pero que acaba de doblar el presupuesto de Defensa para Afganistán. Juntos, trazarán la estrategia a seguir para intervenir en una guerra en la que Estados Unidos no podía estar formalmente pero en la que no dudó en apoyar al pueblo afgano en contra del ocupante soviético. Cosas de la Guerra Fría.

Imagino que a la hora de montar el trailer de publicidad, éste se llenará de imágenes de guerra. Abuso innecesario porque las escenas son a modo documental y porque la auténtica guerra se establece entre el espectador y el guión. Rápido, ágil, lleno de ironía, tremendamente complicado de seguir por la velocidad con la que se desarrolla en algunos tramos, pero bien organizado… el espectador disfrutará enormemente construyendo el puzzle que le lleve a desarrollar la estrategia que ayude a Wilson a triunfar en su empresa. Nichols no duda en dar rienda suelta al protagonista y utilizarlo como hilo conductor en esta especie de inmersión en la alta política de Washington. Mención especial merece su recurso a la steadey cam, que emplea para moverse como pez en el agua por los pasillos del Congreso. ¡Cómo recuerda a los pasillos del ala oeste de la Casa Blanca! Aunque se trata de una película de contenido político, la crítica (y seguro que la producción también) no ha dudado en calificarla de comedia. Y lo es, en muchos aspectos, una comedia dentro de la elegancia y la inteligencia de las comedias de los cincuenta pero actualizada a nuestros días (vamos, que hay sexo, drogas, palabrotas y mujeres desnudas). Frases de ida y vuelta, personajes respondones y un cinismo que contribuirá de manera determinante a entender por qué en la alta política las cosas pasan de ese modo. Sí, puede decirse que es una comedia, pero no se reirán a carcajadas. Únicamente se sonreirán al captar la inteligencia con la que se dispone cada escena, cada frase, cada intención. Mucho más estimulante que una sesión del Brain Training.

En esta trama complicada de seguir, no pierdan un instante de atención pues la acción es rápida y no se deja ni un detalle al azar (ya sé que me repito), nadie mejor que el actor más querido de Estados Unidos, Tom Hanks, para interpretar a Charlie Wilson. Auténtico heredero de James Stewart, el papel le va como anillo al dedo, logrando una buena interpretación aunque abusando, quizás, de demasiados viejos gestos y muecas que ya hemos visto en anteriores ocasiones. Entre otras cosas por su facilidad para colocar sus películas entre las más vistas. Mérito que también puede aportar su compañera, una Julia Roberts que aparece poco en un papel que no permite un excesivo lucimiento pero que sin duda aprovecha. [Eso sí, no deja pasar la oportunidad de descargar su sonrisa (carcajada) del millón de dólares.] Más que bien elegido su regreso al cine con esta cinta, y más que bien conservada la Roberts, si tenemos en cuenta que en la vida real el personaje tiene 60 años en 1980. La rica texana tiene una gran importancia en el desarrollo de la trama y ella le concede el aire señorial, presuntuoso y seductor que Joanne Herring requiere. Para completar el trío de protagonistas un inmenso Philip Seymour Hoffman. No sólo por la obesidad que luce, sino por completar uno de los personajes mejor escritos del año. Impecable su actuación, la nominación a los Globos de Oro que ha cosechado el trío protagonista sabe a poco sin, al menos, una estatuilla, aunque habrá que ver el resto de trabajos. Muy bien tiene que estar Bardem, o muy de moda, para haberle arrebatado el honor a un Hoffman insuperable.

Lejos de convertirse en un panfleto propagandístico, “La guerra de Charlie Wilson” es lo más parecido que uno puede encontrarse a una clase de política práctica desde que dejó de emitirse el “El ala oeste de la Casa Blanca”. La candidez que puedan tener los personajes, los pretendidos buenos fines o la bondad con la que parece actuar Wilson a la hora de ayudar a los pobres refugiados, es sólo parte de la creación de unos personajes que actúan como deben. No se trata de una película que intente ensalzar los valores estadounidenses tan repetidos y machacados en infinidad de producciones. Si los personajes actúan así, lo hacen porque es lo que se supone que se espera de ellos. Juzgándolos no por lo que dicen o hacen, sino por el peso de los acontecimientos. Será el cinismo el que nos ayude a discernir el tufillo que suelta la política y que, justo cuando parece que Nichols va a colocar el pedestal para que la gloria sea eterna, muestre el hedor que ha dejado, de manera tradicional, la política exterior estadounidense que se basa en el mucha acción y poca conclusión.

Es cierto que Sorkin tiene dos notas características en sus guiones, personajes demasiado arquetípicos en el uso de su honestidad, ya sea para bien o para mal, pero que disfrutan de unos diálogos inteligentes llenos de contenidos; y el debate religioso en todos sus personajes más conservadores, o aparentemente conservadores, dejando una nueva dosis de sus habituales píldoras. Además, claro, de formar el tánden perfecto entre el técnico de la CIA y el perfecto político, complementándose y jugando a ganar en una guerra en la que saben que no hay ganadores. Y como en todo buen capítulo del “El ala oeste de la Casa Blanca”, permítame la suplantación del título, contiene grandes momentos. Imprescindible el diálogo que mantienen Hanks y Roberts sobre el poder de los judíos en las elecciones, el congresista más rancio gritando Allah Akbar en Afganistán o la espera de Gust Avrakotos en la sala contigua al despacho de Wilson. Y como es año (pre)electoral en los Estados Unidos, no se pierdan tampoco las referencias a un joven Giulani que intenta formar una comisión de investigación para inculpar al congresista Wilson en un asunto de sexo y drogas…

Esas cosas pasaron. Fueron gloriosas y cambiaron el mundo, y luego la jodimos en el final del juego”, Charlie Wilson.

4 comentarios:

  1. Coincido contigo en la brillantez de los diálogos y la estructura de la película. La caracterización de los personajes es bastante buena, porque hay personajes, como el de Julia Roberts, que se me hacen odiosos o, como el (espectácular) de Phillip Seymour Hoffman, que caen simpáticos al estilo House (son unos hijos de puta, pero resultan divertidamente incorrectos).

    No obstante ante tan alto nivel, no me gustó como se ridiculiza a los soviéticos, aunque sea más que probable que no se comportarán como santos. Me parece un subjetivo ejércicio de hipocresía.
    Imagino que forma parte de esta visión particular de la historia, vista desde ojos estadounidenses.

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  2. muy buena pelicula --------------------- le daria un 10 si ubuese puntuacion bueno estados unidos no me agrada su gobierno que todo se envuelve en mentiras pero bueno ahora todos los gobiernos son iguales incluso por aqueos que son antiamericanos pero bueno para luchar es importante saber por que se lucha .........

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  3. en realidad esta pelicula nos muestra como somos marionetas de un poder que es estados unidos viva america latina libre no ser esclavos de un gobierno que nos manipula para ganar sus guerras o ganar proesas

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