

En ciertas ocasiones uno se siente romántico. Romántico no de esos que festejan San Valentín o que pretenden sentir cómo el corazón se le sale por la boca mientras ven acercarse a su amado o su amada. Romántico como sinónimo de melancólico, echando de menos aquellos otros tiempos –ni buenos, ni malos, ni peores, simplemente otros- y echa de menos ir al cine con sus amigos a ver una película de alguien que nos gustó siempre. Así nos sentíamos todos el día que fuimos al cine a ver Infiltrados, el día que volvíamos a repetir viendo una de Martin Scorsese.
No es que uno se prodigue mucho en las salas cinematográficas. El elevado precio de una botella de agua en un recinto extremadamente caluroso -¿se podría denunciar?- y las alternativas cinéfilas [quiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño] han desviado el rumbo de un grupo de amigos que está empezando a considerar seriamente la inversión de los ¡más de 6€! por visionado que se ahorra cada uno, en un proyector de cine común con su Home-Cinema incorporado. La otra alternativa consistirá en acudir en masa a la sala el Día del Espectador, esto es, los miércoles que no sean festivos ni víspera de los mismos sin perjuicio de que la dirección decida considerar ese Martes como día del Cinematógrafo y aniversario de la invención de cine con lo que, y por lo tanto, los descuentos no acumulables queden suprimidos en todas las sesiones exceptuando la de las 16 horas, salvo que tú decidas acudir a la de las 16 horas, claro. (Desde aquí invito a aquellos lectores que hayan conseguido entrar en un cine el día del Espectador a que me lo cuenten, que yo llevo ya más de 3 intentos en distintos cines y lo único que he encontrado es que han subido la entrada para todos los días excepto para uno, llamándolo erróneamente día del Espectador cuando lo lógico sería llamar al resto de días Día del Empresario de los MiniCines).
Pero polémicas aparte, hablaremos ahora de la película Infiltrados ¿Y por qué? Pues porque está nominada al Oscar como Mejor Película junto con las ya comentadas en este blog Babel, The Queen y Pequeña Miss Sunshine y también junto con Cartas desde Iwo Jima, que aún no está comentada por problemas con el servidor –aunque si queréis os comento la porno chusquera que se encontraba tras el prometedor archivo [guiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño] y van dos.
Entrando en materia, cuando uno se sienta en la butaca pensando que va a ver a Leonardo DiCaprio jamás puede estar tranquilo. Sin embargo te vas autoconvenciendo de que, al fin y al cabo, vas a ver lo que ha hecho Scorsese, vas a ver a un Jack Nicholson que, quizás, hoy no vuelva a hacer de sí mismo, y otras múltiples excusas para que no prospere tu sentimiento de pánico y no salgas gritando de la sala antes de que llegue el anuncio del bar de Calamares que hay en la esquina –que si pago más de 6€ ya podrían ahorrarse los anuncios ¿o es que pagan antigüedad al quinceañero de pajarita que me ha llevado hasta la butaca?
No cabe duda de que el planteamiento inicial suena emocionante. Un policía infiltrado en una banda mafiosa ya habría bastado para poner a este que escribe rumbo al servidor más próximo [guiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño] -¡tres!- pero el que además haya un mafioso metido en la policía que persigue al Jefe de la Mafia, mejor. Y si la Mafia es irlandesa y no italiana, todos salimos ganando. El argumento es demasiado rebuscado, lo sabemos, pero al fin y al cabo esto es cine y no política, aquí sí pueden suponer que nos lo creeremos todo a cambio de ver un buen espectáculo.
El devenir de la película nos sitúa frente a los dos personajes principales, los dos infiltrados haciendo ver que uno, el policía mafioso –Matt Damon-, es sonreído por la vida mientras que el otro, el mafioso policía –Leonardo DiCaprio-, es siempre un desgraciado. A todos nos va a dar más pena el pobre mafioso policía –es decir, el bueno- que el policía mafioso –el malo- y, para que así conste en acta, una mujer se entremezclará en sus vidas amando más al malo que al bueno –ergo todas las mujeres son tontas y eligen siempre al que no les conviene. La película podría parecer aburrida mientras va transcurriendo pero Jack Nicholson -¡que esta vez no hace de sí mismo!- logra que ciertas escenas cobren una hilaridad tremenda y lleguen momentos de buen cine -pero del bueno, bueno- como la escena en la que aprieta las clavijas a DiCaprio para saber si está con él o no.
Sin embargo las posibilidades de salir del cine pensando que se ha visto una película relativamente buena se desvanecen con los sucesivos giros, regiros y revueltas de argumento que el guión da una y otra vez. Se han pasado de rosca y lo peor es que no han tenido la decencia de disimular. Por el escenario aparecen personajes surgidos de la nada que, en una o dos escenas, provocan que todo el guión cambie. Personajes que creíamos acabados vuelven a resurgir en la argumentación para dejarte claro que no, que no sabes cómo acabará la película por mucho que creas adivinarlo. ¡Pero es que da la sensación de que no lo saben ni ellos mismos!
Al acabar, uno termina la película dando gracias a los títulos de crédito pero esperando que al finalizar éstos alguien aparezca en la pantalla y vuelva a cambiar el final. Lo peor no es que no parezca una película de Scorsese, sino que parece una película de DiCaprio. No se confundan pensando que ha sido nominada para Mejor Película o para mejor Director. Una nominación para Scorsese no significa que se lo vayan a dar, sino que va a hacer más grande el ego de quien lo gane. Ya le pasó a Sylverter Stallone cuando le dieron en 1976 el Oscar por Rocky y entre los nominados se encontraba la genial Taxi Driver. Al final 6€ menos y el proyector un poquito más lejos.
“Esa guitarra que se ríe y llora, guitarra con voz humana”
Jean Cocteau sobre Django Reinhardt
No me resisto a caer en la tentación de hablar de Jazz en este blog aprovechando la ocasión que El País me ha dado con su colección de clásicos del Jazz. Colección que, sin embargo, ni siquiera he sopesado comprar; los recursos hoy día dan para más y la ingente cantidad de grabaciones que esos monstruos que salen en la colección dejaron tras de sí permiten optimizar de mejor manera [guiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño].
Hoy nos vamos a meter con una maravilla de guitarrista; Django Reinhardt. A quienes hayan visto la película de Woody Allen Acordes y Desacuerdos, el nombre de Django les sonará de algo. El protagonista de la película –perfectamente representado por Sean Penn-, músico de Jazz, es llamado el “Segundo mejor guitarrista del mundo”, delante de él sólo está Django y, cada vez que lo ve, el protagonista sufre un desmayo. No cabe duda de que la admiración que Allen tiene a Django es más que justificada.
Nacido en tierra belga en el año 1910, este gitano pronto recorrió el mundo de la mano de su familia. El espectáculo gitano de la cabra y el oso era amenizado por un niño de 9 años y su banjo. Django parecía destinado a ser recordado como un músico de banjo, pero cuando la caravana donde duerme sufre un incendio sus manos se queman y es trasladado al hospital. Allí le regalan su primera guitarra y el milagro ocurre. Django Reinhardt se hace amigo de ese nuevo instrumento, inventa una nueva manera de tocar más acorde con sus capacidades –debido a las quemaduras su movilidad era limitada- y, a través de Duke Ellington y Louis Armstrong, se acerca a la música Jazz que en esos días copaba París. En este estilo encontró la seriedad de la música clásica con el divertimento de la popular. El Jazz no volvería a ser el mismo tras su paso.
Django conoció al violinista Grapelli en una de sus funciones y, junto con un hermano y dos músicos más, formaron el Quintette du Hot Club de France, una banda de Jazz tenazmente dirigida por Django que asombraría a toda Europa.
La Segunda Guerra Mundial separó a la banda y Django vio cómo su gente, los gitanos, eran perseguidos por las tropas nazis. Sin embargo, en una de esas carambolas que sólo las guerras provocan, Django coincidió con un oficial nazi enamorado de su música, el cual lo protegió en el París alemán. Allí, prosiguió su carrera amenizando clubes y fiestas privadas. Cuenta la Historia que, en una de esas fiestas privadas organizada por las señoras ricas de París, Django tocaba tras el maestro Andrés Segovia. Allí llegó Django, tarde y sin guitarra, pues se le había olvidado en la habitación del hotel. Preguntó al maestro si le prestaría la suya para la actuación pero, ante la negativa de éste, Django tuvo que mandar a buscar en taxi la suya. Cuando llegó, Django tocó de tal manera que al acabar Andrés Segovia se le acercó rogándole que le prestara las partituras de tan brillante actuación. Django sólo pudo decirle la verdad: no había partituras, era una improvisación. Nuestro gitano no sabía leer ni escribir, así que mucho menos sabía interpretar una partitura. Todo lo hacía de memoria, con el sentimiento puesto en una guitarra que sonaba como si fueran dos o tres.
Su personalidad era la de un genio propio de una música como el Jazz. Cuentan que, en 1946 durante su gira americana, Django tenía que acudir a un concierto con el mismísimo Duke Ellington. Por el camino se toparon con unos billares, juego al que naturalmente era aficionado y partida tras partida Django olvidó que tenía una actuación. Cuando llegó al teatro, ésta ya había dado comienzo sin él. En esta gira americana sufrió alguna decepción que otra al no sentirse tan querido como le habían hecho creer. Regresó a su Paris donde retomó la Quintette du Hot Club de France y donde solía tocar con cualquier grande del Jazz que pisara sus calles.
Tras una carrera de fama, Django decidió descansar de nuevo en su localidad natal en territorio belga, pintando y disfrutando de lo conseguido. Sin embargo el Jazz lo perdió en 1953, a los 48 años de edad, por culpa de una hemorragia cerebral. Dejó tras de sí una infinidad de grabaciones, en estudio y en directo, en donde las generaciones siguientes hemos podido comprobar que la perfección con una guitarra existe.
Django Reinhardt representó la genialidad y el sentimiento del Jazz. Vivió la música como sólo los de su raza saben hacerlo, sabiéndose libres de interpretaciones y logrando que aún hoy sus conciertos revolucionen los oídos de muchos y sirvan de inspiración a los más grandes. Si no lo conocían antes, descúbranlo, se harán un favor a sí mismos. Ahí les va una primera pieza.