27 de septiembre de 2007

El desierto de los Tártaros, de Dino Buzzati

Si echamos un vistazo hacia atrás en esta serie antibélica podremos encontrar diferentes registros. Descubriremos literaturas donde el humor relata lo bélico, literaturas en donde la guerra es simplemente el obstáculo entre un hombre y su vida y literaturas de ciencia ficción. También encontraremos será espacio para las narraciones reales sobre el conflicto. Hoy descubriremos una nueva manera de abordar el asunto: la literatura mágica. Esa que, mediante sus relatos, nos transporta a una realidad inexistente que tanto tiene que ver con la vida de cualquiera de nosotros.

Reconozco que El desierto de los Tártaros quizás pueda encajar un poco con calzador en esta serie. Sin embargo no puedo evitar destriparla por el simple motivo de que fue esta obra, junto con el soldado Schwejk, la que me dio la idea de hablar de la relación entre literatura y guerra mediante los diferentes personajes que muchos autores crearon.

Y digo que quizás no encaja a la perfección en el calificativo de antibelicista porque El desierto de los Tártaros no nos habla sólo de la guerra o de la vida castrense. Nos habla a todos y cada uno de nosotros del valor de nuestras vidas. Del valor de las ilusiones que todos tenemos y del precio a pagar por ellas. Pero vayamos desde el principio.

Este libro es la obra más conocida del periodista italiano Dino Buzzati. Se supone que éste decidió escribirla tras ser reportero de guerra, presumiblemente un aburrido y paciente reportero de guerra. En la estupenda edición que he manejado, de la editorial Gadir, hay un prólogo de Borges en que el textualmente dice “Hay, sin embargo, nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati”. Tras la lectura, entusiasta lectura he de decir, tuve la oportunidad de charlar con cuatro conocidos míos italianos de origen y de profesión. Personas sin duda cultas pero que no conocían a Buzzati, ni si quiera supieron decirme si era argentino o italiano. Tampoco hay que alarmarse, me dije, con todo lo que recomendaba Borges como para tener que preocuparse.

La puesta en escena del libro es sencillamente magnífica. Poco a poco Buzzati va destilando las claves de una novela que dejará en todo el que la lea una sensación de fortaleza provocada por la intensa sensación de fracaso que induce durante su lectura. No hay duda de que, al acabar, uno sale del relato sabiéndose poseedor de una gran verdad vital y que gracias a lo aprendido se va a ser capaz de responder a los caminos que se nos presentan de una mejor manera.

El protagonista y eje central del relato será Giovanni Drogo, un joven y nuevo oficial del ejército que ha dedicado sus años de juventud más inocente al estudio de la estrategia militar. Lejos de aprovechar las oportunidades juveniles Giovanni ha cosechado un éxito rotundo en sus exámenes y se dispone a partir, por tanto, hacia el que será su primer destino. Poca fortuna la del oficial Drogo, pues es enviado a la fortaleza más alejada del reino, al lugar donde nadie repara. Pero, por otra parte, podrá estar sólo un tiempo corto que le contará, por obra y arte de la burocracia, como un tiempo muy largo. La gran carrera militar que tiene por delante no se verá truncada en su paso por la fortaleza Bastiani, que así se llama, sino definitivamente reforzada. Con estas ilusiones magníficas parte a caballo Giovanni hacia el encuentro más fundamental de su vida.

La Fortaleza Bastiani tiene como característica más elemental la de ser el primer punto de defensa de la frontera del reino con el desierto. El llamado desierto de los tártaros. Más allá se extienden teóricas amenazas extranjeras que, sin embargo, nunca se han llegado a materializar. La esencia de la fortaleza, la de ser defendida o arrasada, queda suprimida desde el momento en el que la posibilidad de un ataque queda materialmente eliminada ya que nadie ataca un país entrando desde un desierto.

Giovanni Drogo comenzará su estancia en Bastiani pensando, como dije, en hacer de ésta lo más breve posible. Las pocas probabilidades de ser atacada hacen de la fortaleza el lugar menos apropiado para demostrar su valía como militar, para mostrar el heroísmo que se supone tiene que tener. La fortaleza hastía lo militar, le suprime la esencia misma del poder castrense dejándole para siempre en los extraños preliminares, la espera, la ensoñación, la vigilancia ridícula y absurda de un desierto que se extiende por donde abarca la vista. Pero al empezar a vivir la fortaleza ésta se vuelve conocida, familiar, rutinariamente propia, y salir de los muros que le acogen se vuelve complicado para Drogo. Avanzar en su carrera, dar un impulso a su vida, encontrar una mujer a la que querer, vivir en definitiva, es el precio a pagar por renunciar a la salida. Los muros de la fortaleza hastían e hipnotizan a la vez al bueno de Giovanni.

La composición del relato está hecha de manera poética y acompaña a una narración en donde ningún personaje expresa abiertamente lo que siente. Esa poesía de la narración hace sin embargo que el lector pueda entender y comprender los sentimientos de las distintas voces, la calidez que la rutina provoca en Giovanni o la sensación de descontrol e incertidumbre del primer permiso fuera de la fortaleza. La vida castrense es aquí tiernamente ridiculizada por Buzzati. Son muchas las escenas de cambio de guardia que se describen y en todas ellas se obtiene la doble sensación de ridículo sin sentido y de exasperada formalidad militar. Y si hablamos precisamente de eso, de la formalidad militar, no podemos dejar de lado la figura de nuestro protagonista, antihéroe castrense Giovanni Drogo que, por ser un buen militar se quedó al comienzo de camino de ser una verdadera persona. Leyéndola con ojos antibelicistas encontraremos un sin fin de referencias que conducen al hastío por el verde oliva y a la seguridad de que esa es una vida inferior a cualquier otra precisamente porque niega las posibilidades de cualquier otra.

Si algo nos deja esta novela es la advertencia frente a las rutinas, los miedos a la hora de aventurarse en otros caminos de vida y sensación de que las oportunidades no han de ser esperadas sino buscadas. Es un buen libro para cualquier tipo de estudiante, pero lo es aún mejor para cualquier persona incapaz de lanzarse hacia la consecución de su verdadera ilusión por culpa de las convenciones de cada día. La magia que Buzzati reparte en El desierto de los Tártaros es un lujo que nadie se puede permitir desperdiciar.

3 comentarios:

  1. Tengo en el despacho una figurita de plomo descabezada como la portada. Sé que es un poco estúpido recordar esto pero qué se le va hacer.

    Los periodistas de guerra recovertidos son legión. Afortunadamente no todos acaban escribiendo de Alatristes...

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  2. Afortunadamente, ottinger, Buzzati nada tenía que ver con Alatristes y demás. Él tuvo la oportunidad de trabajar en una profesión, la de reportero de guerra, que le condujo a la literatura mágica. Cuentan de él que fue mejor cuentista que novelista, así que suponemos que sería también un gran periodista.

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  3. Esta novela llegó a mi en el momento justo en el que yo estaba en mi propio desierto tártaro, y pasó a ser algo muy especial para mi.
    Solemos esperar un enemigo inexistente, para romper el espejismo cotidiano y definirnos por oposición.
    El estilo es Kafka sin el fárrago.

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