30 de septiembre de 2007

Crónica de una fuga, de Israel Adrián Caetano

Resulta difícil superar “Garage Olimpo” como crónica de las torturas que los militares argentinos infringían durante los años de la dictadura militar a todo aquel que considerasen sospechoso de ser un subversivo. Una excepcional película a la que “Crónica de una fuga” no hace sombra pero si se acerca en su dramatismo y realismo a la hora de contar lo cotidiano de una tortura institucionalizada. Un interrogatorio en un domicilio particular a plena luz del día, con una madre a la que trata de sacarse el paradero de su hijo, es el punto de arranque de esta película basada en hechos reales y que se ubica dentro del ya extenso cine argentino sobre los años de la dictadura militar. Un cine que ha dado buenas cintas y que no deja de ofrecer nuevos títulos que lejos de cansar, profundizan en la herida que aún supura en buena parte de la sociedad argentina. No obstante, Cronica se adelante en el tiempo (dentro de la ficción) a Garage en el retratado de uno de esos centros de detención clandestinos que se encontraban por todo Buenos Aires. Un lugar que escenifica el mayor horror de la historia argentina de las últimas décadas. Situada en 1977 y narrada cronológicamente como un diario carcelario, no pierde la oportunidad de confrontar la desesperación de los detenidos con la crueldad de los guardianes, que si pueden elegir y eligen ser así.

Una vez que Claudio, el joven buscado por el grupo de tareas (así se conocía a este particular grupo) y en posesión de un arma tan poderosa, en palabras de los agentes, como una pancarta que reza “El pueblo unido jamás será vencido”, aparece, es conducido a un infierno del que nunca creyó que formaría parte. El internamiento en un centro clandestino descrito con todo lujo de detalles y en el que la ambigüedad no cabe. Los personajes se dividen en el clásico esquema de malos y buenos. En los malos existe una aparente unidad descriptiva, dejando los matices para el grupo de los buenos. Respecto al primer grupo, no hay concesiones de ningún tipo. Mínimos gesto de una humanidad que no adolecen por ninguna parte. Descarnados, crueles y miserables, jugando con la vida de unos detenidos que nunca debieron serlo. Por su parte, dentro del grupo de los prisioneros, la dirección del uruguayo Israel Adrián Caetano, resulta del todo efectiva y sencilla. Una sencillez que no está reñida con la profundidad del drama que se vive y con la carga de matices que otorga a estos cuatro detenidos. Una personalidad que enfrentará la valentía con la prudencia, la desesperación con la necesidad de creer en el día siguiente, la cobardía con el espíritu de supervivencia… todo ello para llegar a una conclusión que les ronda desde el primer día que fueron arrastrados hasta allí, la muerte es el final que les espera.

Resulta especialmente interesante el papel de Claudio, hilo conductor de la película, un portero universitario que representa el auténtico drama de la sociedad argentina. Un joven que no milita en ningún tipo de iniciativa política y que se encuentra, o eso creía él, a salvo de esas cosas que, según contaban los rumores le pasaban a algunos. Sin embargo, el instinto de supervivencia de uno de los presos le conducirá al infierno de la detención y los interrogatorios de la Mansión Seré, quinto personaje principal de la trama. Una mansión que en la actualidad se encuentra señalizada como uno de los puntos del horror de la dictadura y a la que el director de la cinta le concede el rango de protagonista. Los sucios pasillos, el ambiente lúgubre, el eco de los gritos, los paseos de los guardianes, la presión del silencio… todo forma parte de esa tortura, convirtiéndose el centro de detención clandestino en un elemento más de la estrategia que emplean los torturados por obtener el máximo de información posible de los prisioneros. Una institucionalización que, junto al paseo que dan a uno de los detenidos en plena luz del día, pone de manifiesto lo cotidiano de un sistema de represión cuya única resistencia se limitaba a la mirada clandestina tras los visillos de una ventana vecina.

Una película que huye, a pesar de la cronología de los acontecimientos, del falso documental para ficcionar unos hechos que explotan por su realismo. No resulta necesario explotar esa fórmula, afortunadamente no son obligatorios los artificios ni los grandes despliegues para contar historias complejas en su fondo (y no en su forma). No duden en hacerse con una copia de esta cinta en su distribuidor habitual [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño].

2 comentarios:

  1. Este gran comenatrio sobre el film confirma que tengo que verlo porque en todos lados he leído cosas buenas sobre el mismo. Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Los buenos y los malos... una herida que supura (no cierra, los efectos duran todavía y no se ve el final muy cerca: hay hijos sin identidad propia todavía).
    Esa persecución de las ideas, esa necesidad de borrar del mapa cualquier cosa que oliera a izquierda prendió la mecha de una locura. La película así lo muestra. Buena reseña.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.