Tal y como decíamos en la entrada dedicada a “Disparando a perros”, hay ciertos temas que por el mero hecho de plantearse ya cuentan con un cierto atractivo que invita a su lectura. El tema que propone este libro es uno de ellos, el holocausto en la Segunda Guerra Mundial. Aunque puede parecer que existe una cantidad tremenda de obras sobre este tema (de acuerdo con aquella máxima de Juan Manuel de Prada que decía que si revisábamos la programación de los canales de televisión podríamos comprobar como en una semana cualquiera había programados varios sobre la Alemania nazi y sus horrores, pero pocos o ninguno sobre otros genocidios), no es uno libro al uso. El autor, un psiquiatra reputado, trata de narrar su experiencia en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial desde un punto de vista psiquiátrico. Un punto de vista original en el tratamiento de los hechos que tenían lugar en estos campos, retratados en los más ínfimos detalles del horror nazi.
Aunque el planteamiento resulta un poco engañoso, el análisis psiquiátrico resulta de lo más liviano en la primera mitad de la primera parte de la obra, limitándose a describir ciertas actitudes psicológicas como las fases de adaptación a la nueva realidad, la ilusión del indulto, la pérdida de la consciencia, la necesidad de la evasión, la ausencia de sentimentalismo… toda una serie de descripciones de los síntomas propios de un prisionero de Auschwitz. Combinada con esta descripción, Frankl narra en este ensayo, en primera persona, su recorrido por este y otros campos, dibujando una realidad poco conocida. No podemos pasar por alto que los horrores de los campos de concentración se han dado a conocer en multitud de obras, testimonios de supervivientes, documentales y películas cinematográficas. Quizás la labor más importante, como no podía ser de otra manera tratándose del medio del que vamos a hablar, es la que ha venido realizando el cine (Hollywood). Desde “Tormenta mortal”, la primera película en la que aparecen los nazis persiguiendo a unos “no arios” (evitándose la palabra judío), hasta el siguiente y destacadísimo paso con “El gran dictador”, la primera película en la que se pronuncia la palabra “judío”, y así hasta la gran serie de televisión “Holocausto” y la película definitiva sobre los horrores nazis, “La lista de Schindler”. Toda una serie de cintas que han ido dibujando en nuestra cabeza la vida en los campos de exterminio, la más absoluta indiferencia a la vida de los prisioneros, la arbitrariedad de las decisiones de los guardianes, los paseos hacia la muerte de las cámaras de gas… todo un retrato en el que pocas piezas faltan. Por ello, El hombre en busca del sentido resulta tan novedoso (siendo un libro escrito hace más de cincuenta años) al narrarnos una serie de imágenes que permanecen lejanas a los ojos del gran público y cuya importancia no puede pasarse por alto. Desde la descripción de “los capos” (así los llama), una especie de prisioneros seleccionados por los guardianes y que realizaban las labores de control dentro de los territorios propios de los prisioneros, la denominación de “musulmán” a aquellos prisioneros que se encontraban desahuciaos de la vida y que morirían en pocos días, la existencia de enfermerías (en condiciones lamentables eso sí) a las que se enviaba a los prisioneros enfermos de tifus (principal enfermedad en estos campos), las reacciones de los prisioneros ante la muerte, la necesidad de perder cualquier dignidad para sobrevivir… Un retrato de los campos desconocido para una mayoría cuyo único conocimiento se ha derivado de lo visto en algunas de las películas mencionadas.
En la última parte de la primera mitad, la dedicada a la vida de los prisioneros después de su liberación, entra dentro del terreno psiquiátrico, apoyándose en la descripción de las situaciones vividas por él y sus compañeros de presidio para la explicación de los síntomas que él apreciaba. Síntomas de los que se vale para en una segunda parte, se dedique al desarrollo de las teorías de la logoterapia. Una modalidad de la psicoterapia fundada y desarrollada por el autor de este ensayo y que no consiste en otra cosa que en centrarse en la significación de los pequeños detalles para encontrar el sentido de la vida. Muy relacionada con la incesante lucha por la supervivencia de los prisioneros en los campos de exterminio y con la premisa: “La vida cobra más sentido cuanto más difícil se hace”.
Un libro entretenido en parte y experimentalmente científico en otra (aún falta mucho apoyo teórico a la logoterapia para su consolidación). Una lástima que la excusa para la presentación de esta teoría o modalidad de la psicoterapia se coma parte del libro, aunque según no explica el propio autor la segunda parte es una adenda a petición de las personas que deseaban un desarrollo de sus trabajos. Sin embargo, no resta interés a una primera parte en la que el autor narra las situaciones más comunes que vivían los prisioneros en los campos de concentración. Y si a lo largo de esta entrada se ha empleado el sustantivo “prisionero” para referirse a los judíos que se encontraban en los campos es únicamente porque es el término que el autor emplea. La existencia de otros prisioneros en los campos, como gitanos u homosexuales, no es, presumiblemente, el motivo por el que el autor evita el término. Puede que se deba al hecho de estar escrito poco después de la Segunda Guerra Mundial o a la anulación absoluta de la personalidad de todos aquellos que se encontraban encerrados en los campos. Un lugar en el que perdían toda identidad, despojado de sus documentos, únicamente se diferenciaban por un número, el número con el que los alemanes les clasificaban y realizaban sus macabros balances. Así nos lo cuenta el prisionero 119.104.
Aunque el planteamiento resulta un poco engañoso, el análisis psiquiátrico resulta de lo más liviano en la primera mitad de la primera parte de la obra, limitándose a describir ciertas actitudes psicológicas como las fases de adaptación a la nueva realidad, la ilusión del indulto, la pérdida de la consciencia, la necesidad de la evasión, la ausencia de sentimentalismo… toda una serie de descripciones de los síntomas propios de un prisionero de Auschwitz. Combinada con esta descripción, Frankl narra en este ensayo, en primera persona, su recorrido por este y otros campos, dibujando una realidad poco conocida. No podemos pasar por alto que los horrores de los campos de concentración se han dado a conocer en multitud de obras, testimonios de supervivientes, documentales y películas cinematográficas. Quizás la labor más importante, como no podía ser de otra manera tratándose del medio del que vamos a hablar, es la que ha venido realizando el cine (Hollywood). Desde “Tormenta mortal”, la primera película en la que aparecen los nazis persiguiendo a unos “no arios” (evitándose la palabra judío), hasta el siguiente y destacadísimo paso con “El gran dictador”, la primera película en la que se pronuncia la palabra “judío”, y así hasta la gran serie de televisión “Holocausto” y la película definitiva sobre los horrores nazis, “La lista de Schindler”. Toda una serie de cintas que han ido dibujando en nuestra cabeza la vida en los campos de exterminio, la más absoluta indiferencia a la vida de los prisioneros, la arbitrariedad de las decisiones de los guardianes, los paseos hacia la muerte de las cámaras de gas… todo un retrato en el que pocas piezas faltan. Por ello, El hombre en busca del sentido resulta tan novedoso (siendo un libro escrito hace más de cincuenta años) al narrarnos una serie de imágenes que permanecen lejanas a los ojos del gran público y cuya importancia no puede pasarse por alto. Desde la descripción de “los capos” (así los llama), una especie de prisioneros seleccionados por los guardianes y que realizaban las labores de control dentro de los territorios propios de los prisioneros, la denominación de “musulmán” a aquellos prisioneros que se encontraban desahuciaos de la vida y que morirían en pocos días, la existencia de enfermerías (en condiciones lamentables eso sí) a las que se enviaba a los prisioneros enfermos de tifus (principal enfermedad en estos campos), las reacciones de los prisioneros ante la muerte, la necesidad de perder cualquier dignidad para sobrevivir… Un retrato de los campos desconocido para una mayoría cuyo único conocimiento se ha derivado de lo visto en algunas de las películas mencionadas.
En la última parte de la primera mitad, la dedicada a la vida de los prisioneros después de su liberación, entra dentro del terreno psiquiátrico, apoyándose en la descripción de las situaciones vividas por él y sus compañeros de presidio para la explicación de los síntomas que él apreciaba. Síntomas de los que se vale para en una segunda parte, se dedique al desarrollo de las teorías de la logoterapia. Una modalidad de la psicoterapia fundada y desarrollada por el autor de este ensayo y que no consiste en otra cosa que en centrarse en la significación de los pequeños detalles para encontrar el sentido de la vida. Muy relacionada con la incesante lucha por la supervivencia de los prisioneros en los campos de exterminio y con la premisa: “La vida cobra más sentido cuanto más difícil se hace”.
Un libro entretenido en parte y experimentalmente científico en otra (aún falta mucho apoyo teórico a la logoterapia para su consolidación). Una lástima que la excusa para la presentación de esta teoría o modalidad de la psicoterapia se coma parte del libro, aunque según no explica el propio autor la segunda parte es una adenda a petición de las personas que deseaban un desarrollo de sus trabajos. Sin embargo, no resta interés a una primera parte en la que el autor narra las situaciones más comunes que vivían los prisioneros en los campos de concentración. Y si a lo largo de esta entrada se ha empleado el sustantivo “prisionero” para referirse a los judíos que se encontraban en los campos es únicamente porque es el término que el autor emplea. La existencia de otros prisioneros en los campos, como gitanos u homosexuales, no es, presumiblemente, el motivo por el que el autor evita el término. Puede que se deba al hecho de estar escrito poco después de la Segunda Guerra Mundial o a la anulación absoluta de la personalidad de todos aquellos que se encontraban encerrados en los campos. Un lugar en el que perdían toda identidad, despojado de sus documentos, únicamente se diferenciaban por un número, el número con el que los alemanes les clasificaban y realizaban sus macabros balances. Así nos lo cuenta el prisionero 119.104.
Aunque sea un libro de testimonios, en "Las voces olvidadas del holocausto" también aparece reflejada la idea de que, para sobrevivir, había que perder no sólo toda brizna de dignidad que pudieran mantener, sino directamente la conciencia de que tanto ellos como quienes les rodeaban eran humanos. Especialmente impactante es comprobar que hubo niños que, recluidos casi toda su vida en campos de concentración, creían que la vida era eso, y que todo lo que pasaba entraba dentro de "lo normal".
ResponderEliminarPor cierto, ¿sabe el_situacionista que citas impunemente a Juan Manuel de Prada?
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ResponderEliminarSí, lo se.. pero esta vez fue Ottinger
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