1994, en 100 días, 800.000 vidas aproximadamente. El punto geográfico en el que se centra la película no es otro que Rwanda y los acontecimientos que tuvieron lugar en aquel año. Un genocidio que ya ha sido tratado en el cine con más o menos suerte. Si tenemos que destacar una cinta por encima del resto esta es sin duda la magnífica “Hotel Rwanda”, en la que se evita todo dramatismo (los miles de cadáveres sólo se sienten en una escena) para centrarse en la desesperación de un solo hombre incapaz de contener con sus manos el río que se está desbordando a su alrededor como mejor ejemplo de lo sucede. Para algunas otras películas que han despertado la conciencia en el cine internacional sobre el continente africano, no dejen de leer la entrada que el_situacionista dedicó en su blog sobre África.
La película trascurre lentamente, presentado el genocidio poco a poco, como en un documental, fechando los hechos y tratando de explicarlos en términos occidentales, como si la lógica vital o política de ambos mundos fuese la misma. Un desajuste argumentativo que se entiende porque la película no va dirigida a las personas que han padecido el genocidio sino a las que pudimos verlo con más o menos atención a través de nuestros televisores a miles de kilómetros. Con este objeto, la acción se centra en una pequeña escuela protegida por un contingente de Naciones Unidas (lo cierto es que recordando las imágenes del genocidio uno se pregunta dónde estaban las NN.UU. en aquellas fechas) dirigida por un viejo cura blanco que lleva toda la vida en la zona sobreviviendo a todo tipo de coyunturas y que tiene callo, ayudado por un joven e idealista blanco que no entiende el idioma, la situación y que casi cree en la inocencia del mundo. Secundado a su vez, el joven, por un lugareño que hace lo posible por hacerle entender que la diferencia étnica supone algo más que una reminiscencia del pasado colonial (y que finalmente le hará entender que en el máximo de la brutalidad humana no hay lógica que haga valer ninguna razón).
Como no podía ser de otra manera, y al igual que sucede con la película que mencionábamos al principio, la escuela se convierte en un campo de refugiados improvisado en el que las Naciones Unidas tienen demasiada prisa por lavarse las manos y salir por patas. Una supervivencia del Arca de Noé que se torna en un complicado equilibrio en el que se la atención médica, los alimentos y la seguridad escasean a la misma velocidad en el que el conflicto crece y la tensión de los refugiados aumenta. La diplomacia o falla o no se intenta, señalando directamente a los culpables. Pese al código occidentalizado del conflicto, hecho que facilita su comprensión en grandes rasgos, no se emplea tanto para la disculpa del papel de nuestros países sino para tratar de dar una pequeña puntilla, con situaciones tales como el joven idealista diciendo “iremos a buscar la televisión para que el mundo se entere de lo que pasa aquí y nos envíen ayuda” o el responsable de Naciones Unidas con un “vamos a informar a todo el mundo (la escuela) de la situación. -¿Todo el mundo? (replica el cura)- Los europeos quiero decir”, o un “Jamás emitirán esto (mientras un reportero toma imágenes de cuerpos desmembrados”, etc. y así hasta llegar a una de las escenas más inteligentes y descarnadas de la película que transcurre sin darle mayor importancia, como debe ser, y en la que se ve como en medio de la evacuación de la población europea de la escuela prefieren subir al camión a un perro antes que a un rwandés.
Los actores principales completan un papel más que correcto. John Hurt en su habitual buen registro y Hugh Dancy que evoluciona efectivamente, son dirigidos por este extraño director, Michael Caton-Jones. Un realizador que es capaz de dirigirte una de las peores películas del año 2006 como lo es “Instinto básico 2” o la más que reconocida por la crítica “Memphis Belle” (mira que es aburrida), la épica “Rob Roy” (me sigo quedando con Gibson en “Breaveheart”) o la revisión del clásico “The Jackal”. Centrándonos en la película, cuenta con la ventaja de tratar un tema que por el mero hecho de tratarse ya cuenta con un crédito adicional. Una terrible historia basada en unos hechos que no lo fueron menos y en los que en su recreación, sin abusar de ellas, no se huye de las escenas violentas llenas de salvajismo que se justifican por la situación que describen. Aunque seguramente nuestro destripador experto en África encuentre fallos, falacias y abusos de los tópicos, lo cierto es que se trata de una película interesante, bien rodada y en la que el final, desgraciadamente, se toca con las manos desde la primera escena. El silbido de los machetes hutus no está en nuestro registro sonoro, como no lo estaba la palabra genocidio, sin embargo, pronto nos acostumbramos a ella. Por lo que este previsible desenlace no es un defecto de “Disparando a perros”, sino una problemática que surge con este tipo de películas, documentales y hasta telenoticias, en las que la imagen-denuncia han aniquilado nuestra capacidad de sorprendernos ante unos hechos que no deberían dejarnos indiferentes. Claro que si nos dejaron así en su momento, ¿por qué habríamos de cambiar ahora?
La película trascurre lentamente, presentado el genocidio poco a poco, como en un documental, fechando los hechos y tratando de explicarlos en términos occidentales, como si la lógica vital o política de ambos mundos fuese la misma. Un desajuste argumentativo que se entiende porque la película no va dirigida a las personas que han padecido el genocidio sino a las que pudimos verlo con más o menos atención a través de nuestros televisores a miles de kilómetros. Con este objeto, la acción se centra en una pequeña escuela protegida por un contingente de Naciones Unidas (lo cierto es que recordando las imágenes del genocidio uno se pregunta dónde estaban las NN.UU. en aquellas fechas) dirigida por un viejo cura blanco que lleva toda la vida en la zona sobreviviendo a todo tipo de coyunturas y que tiene callo, ayudado por un joven e idealista blanco que no entiende el idioma, la situación y que casi cree en la inocencia del mundo. Secundado a su vez, el joven, por un lugareño que hace lo posible por hacerle entender que la diferencia étnica supone algo más que una reminiscencia del pasado colonial (y que finalmente le hará entender que en el máximo de la brutalidad humana no hay lógica que haga valer ninguna razón).
Como no podía ser de otra manera, y al igual que sucede con la película que mencionábamos al principio, la escuela se convierte en un campo de refugiados improvisado en el que las Naciones Unidas tienen demasiada prisa por lavarse las manos y salir por patas. Una supervivencia del Arca de Noé que se torna en un complicado equilibrio en el que se la atención médica, los alimentos y la seguridad escasean a la misma velocidad en el que el conflicto crece y la tensión de los refugiados aumenta. La diplomacia o falla o no se intenta, señalando directamente a los culpables. Pese al código occidentalizado del conflicto, hecho que facilita su comprensión en grandes rasgos, no se emplea tanto para la disculpa del papel de nuestros países sino para tratar de dar una pequeña puntilla, con situaciones tales como el joven idealista diciendo “iremos a buscar la televisión para que el mundo se entere de lo que pasa aquí y nos envíen ayuda” o el responsable de Naciones Unidas con un “vamos a informar a todo el mundo (la escuela) de la situación. -¿Todo el mundo? (replica el cura)- Los europeos quiero decir”, o un “Jamás emitirán esto (mientras un reportero toma imágenes de cuerpos desmembrados”, etc. y así hasta llegar a una de las escenas más inteligentes y descarnadas de la película que transcurre sin darle mayor importancia, como debe ser, y en la que se ve como en medio de la evacuación de la población europea de la escuela prefieren subir al camión a un perro antes que a un rwandés.
Los actores principales completan un papel más que correcto. John Hurt en su habitual buen registro y Hugh Dancy que evoluciona efectivamente, son dirigidos por este extraño director, Michael Caton-Jones. Un realizador que es capaz de dirigirte una de las peores películas del año 2006 como lo es “Instinto básico 2” o la más que reconocida por la crítica “Memphis Belle” (mira que es aburrida), la épica “Rob Roy” (me sigo quedando con Gibson en “Breaveheart”) o la revisión del clásico “The Jackal”. Centrándonos en la película, cuenta con la ventaja de tratar un tema que por el mero hecho de tratarse ya cuenta con un crédito adicional. Una terrible historia basada en unos hechos que no lo fueron menos y en los que en su recreación, sin abusar de ellas, no se huye de las escenas violentas llenas de salvajismo que se justifican por la situación que describen. Aunque seguramente nuestro destripador experto en África encuentre fallos, falacias y abusos de los tópicos, lo cierto es que se trata de una película interesante, bien rodada y en la que el final, desgraciadamente, se toca con las manos desde la primera escena. El silbido de los machetes hutus no está en nuestro registro sonoro, como no lo estaba la palabra genocidio, sin embargo, pronto nos acostumbramos a ella. Por lo que este previsible desenlace no es un defecto de “Disparando a perros”, sino una problemática que surge con este tipo de películas, documentales y hasta telenoticias, en las que la imagen-denuncia han aniquilado nuestra capacidad de sorprendernos ante unos hechos que no deberían dejarnos indiferentes. Claro que si nos dejaron así en su momento, ¿por qué habríamos de cambiar ahora?
La verdad que no había sentido nombrar acerca de este film y parece interesante o del estilo que puede llegarme a atraer. A propósito que bueno el post anterior sobre este genio de la literatura francesa que también me gusta mucho. Saludos!
ResponderEliminarPues sí, el atasco de mi mula aún no me ha posibilitado el visionado. ¡Qué malo es sacarse de la biblioteca el libro ese de las 1001 películas que hay que ver antes de morir! Tengo a la mula escuálida de trabajar día y noche, pero en cuanto la vea dejaré caer toda mi ira hacia la película.
ResponderEliminarPor cierto, comentando sobre el genocidio de Rwanda. Al Gore, ese que ahora es paradigma del progresismo, estaba en aquellas fechas inaugurando el museo judío de Washington como Vicepresidente de EEUU. Ante el respetable foro hebreo prometió que jamás volvería a suceder nada parecido sin que el gobierno de su nación actuara para impedirlo. Debe ser que, o bien no veía lo poco que pasaban en la CNN porque estaba sintonizando documentales de animalitos en la BBC como aquel ilustre español o bien se refería que sólo se movería para evitar otro genocidio judío... que los negros no importan porque llegaron como esclavos y no como empresarios. tracatrá
Ottinger, parece que has pillado carrerilla. Ánimo con el Sr. Shaw.
budokan ya sabes, no pases sin verla.
ResponderEliminarel_situacionista ¿1001? Todo un exceso que resulta mínimo si hacemos una lista nosotros.
Respecto a Al Gore ya he hablado (mal) de él en el síndrome, así que me ahorro el comentario del memo.
El Sr. Shaw está en la lista de espera, además de la de morosos.