“La gran estafa” es una de esas películas de planteamiento inteligente que no termina de desarrollarse como debería. Con un planteamiento ciertamente interesante, un escritor en la más absoluta de las ruinas creativas y sin ninguna consideración por parte de sus editores, se inventa una bonita historia: posee los derechos en exclusiva para escribir una biografía mano a mano con el hombre más poderos del planeta, el misterioso multimillonario Howard Hughes. Y así, un Richard Gere casi desconocido en un cuerpo que no parece el suyo, o eso opinaban las fieles seguidoras que me rodeaban, se mete en la piel de Clifford Irving, el escritor que tomando la técnica de resolución de problemas made in Spain, “la huida hacia delante”, improvisa la redacción de unas memorias de un tipo con el que nunca ha hablado. Algo que sería fácil de detectar por parte de los responsables de la editorial si no fuese porque Hughes lleva años sin aparecer en público presa de sus temores psicológicos (para más información “cinematográfica” sobre el personaje, no dejen de ver la biografía onírica y casi onanista que Scorsese le dedicó en su “El aviador”), por lo que el sistema de comunicación es complejo y pasa siempre por las manos de un Irving habilidoso en la falsificación de la letra de Hughes. Además, y para evitarse la demanda, el escritor cuenta con una enorme ventaja: el multimillonario tiene un fallo judicial en contra por valor de más de 120 millones de dólares por asuntos relacionados con su compañía aérea que se haría efectivo en caso de pisar un juzgado. Toda una suerte para un hombre que se propone crear una biografía de la nada.
Con todos estos ingredientes, la dirección de Lasse Hallström, que resulta muy efectiva en la presentación de los giros arguméntales que van llevando a Gere a tensar la cuerda que sostiene la trampa que ha colocado sobre su editorial, es un poco fallida en el desarrollo del argumento. Sin bien es cierto que podemos poner el cine de engaño como una materia dominada por el director sueco, no podemos decir que domine la continuidad. En algunos momentos el ritmo decae y sólo se recupera por el interés que tiene el espectador en descubrir el final del engaño, más cuando se empieza a desvelar las implicaciones políticas de la historia. Un tramo final que abandona el halo de comedia inteligente (o intelectual) que pretende mantener a lo largo de todo el metraje para sincerarse consigo mismo y formular un desenlace dentro de la óptica comercial para cagarla, como sucede en una infinidad de películas, con un final-pegote sentimentaloide y desprovisto de toda lógica cinematográfica fuera del empeño Disney. ¿Cómo pudo rondar ese terreno Florian Henckel Von Donnersmarck en “La vida de los otros” y bordar el acabado de su historia? Que le pregunte alguien y que luego se lo cuente a Stephen Daldry.
Gere es lo que es. Un actor al que recientemente el festival de Donosita le ha concedido un premio para asegurarse su cuota de pantalla en las televisiones internacionales (cuándo se darán cuenta que lo importante en un festival no es que a un actor le den un premio sino que a la película premiada, el festival le dé un valor añadido y al año siguiente todos intenten colarse en el palmarés, como sucede en Cannes o Venecia) pero que lejos de su profesionalidad dice poco o muy poco. Y créanme, esto de la profesionalidad está lejos de ser un defecto. Muchos no llegan ni a eso, aunque también hay actores y actrices que siendo lo menos profesional de la industria son lo mejor de la misma. En cualquier caso, Gere está correcto, se enfada cuando hay que enfadarse, da la réplica en su marca, se desespera cuando debe, etc. Más o menos igual que sucede con Alfred Molina, al que el gran público recuerda por su paso en la magnífica “Spiderman 2” (sí, he escrito magnífica), pero que cuenta con una dilatada carrera que le hace estar siempre bien y esta no es una excepción. Su personaje, el documentalista torpe de un escritor tramposo, es el típico papel simpático con el que el patio de butaca sintoniza rápidamente y que Molina aprovecha en cada una de sus escenas hasta el punto de dejar en evidencia en más de una a Gere. Del resto de actores y papeles poco que decir, el mundo editorial es retratado con los habituales clichés a los que nos acostumbra el cine (y que seguramente se ajusten a la realidad de manera pasmosa), por lo que en un acartonado mundo, acartonados actores.
No dejen de ver La gran estafa, quédense con lo bueno que se ha dicho aquí y no olviden que la historia está basada en hechos reales y que está contada desde la adaptación de la novela “The hoax”, escrita por Irving (puede que por eso él sale también parado) tras su paso por el mundo de los biógrafos y que resulta sumamente interesante por lo circunstancial. De ser cierta la teoría que describe en la película, ésta serviría para recuperar títulos míticos del cine como “Todos los hombres del Presidente”, y ahí queda este terrón medio destripado. No sea que algún productor termine por denunciarnos por violar los derechos de autor [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]. Así que si no les gusta, al menos podrán especular sobre alguna teoría de la conspiración nueva al margen de las habituales divagaciones sobre los infortunios que nos trae la prensa diaria.
Con todos estos ingredientes, la dirección de Lasse Hallström, que resulta muy efectiva en la presentación de los giros arguméntales que van llevando a Gere a tensar la cuerda que sostiene la trampa que ha colocado sobre su editorial, es un poco fallida en el desarrollo del argumento. Sin bien es cierto que podemos poner el cine de engaño como una materia dominada por el director sueco, no podemos decir que domine la continuidad. En algunos momentos el ritmo decae y sólo se recupera por el interés que tiene el espectador en descubrir el final del engaño, más cuando se empieza a desvelar las implicaciones políticas de la historia. Un tramo final que abandona el halo de comedia inteligente (o intelectual) que pretende mantener a lo largo de todo el metraje para sincerarse consigo mismo y formular un desenlace dentro de la óptica comercial para cagarla, como sucede en una infinidad de películas, con un final-pegote sentimentaloide y desprovisto de toda lógica cinematográfica fuera del empeño Disney. ¿Cómo pudo rondar ese terreno Florian Henckel Von Donnersmarck en “La vida de los otros” y bordar el acabado de su historia? Que le pregunte alguien y que luego se lo cuente a Stephen Daldry.
Gere es lo que es. Un actor al que recientemente el festival de Donosita le ha concedido un premio para asegurarse su cuota de pantalla en las televisiones internacionales (cuándo se darán cuenta que lo importante en un festival no es que a un actor le den un premio sino que a la película premiada, el festival le dé un valor añadido y al año siguiente todos intenten colarse en el palmarés, como sucede en Cannes o Venecia) pero que lejos de su profesionalidad dice poco o muy poco. Y créanme, esto de la profesionalidad está lejos de ser un defecto. Muchos no llegan ni a eso, aunque también hay actores y actrices que siendo lo menos profesional de la industria son lo mejor de la misma. En cualquier caso, Gere está correcto, se enfada cuando hay que enfadarse, da la réplica en su marca, se desespera cuando debe, etc. Más o menos igual que sucede con Alfred Molina, al que el gran público recuerda por su paso en la magnífica “Spiderman 2” (sí, he escrito magnífica), pero que cuenta con una dilatada carrera que le hace estar siempre bien y esta no es una excepción. Su personaje, el documentalista torpe de un escritor tramposo, es el típico papel simpático con el que el patio de butaca sintoniza rápidamente y que Molina aprovecha en cada una de sus escenas hasta el punto de dejar en evidencia en más de una a Gere. Del resto de actores y papeles poco que decir, el mundo editorial es retratado con los habituales clichés a los que nos acostumbra el cine (y que seguramente se ajusten a la realidad de manera pasmosa), por lo que en un acartonado mundo, acartonados actores.
No dejen de ver La gran estafa, quédense con lo bueno que se ha dicho aquí y no olviden que la historia está basada en hechos reales y que está contada desde la adaptación de la novela “The hoax”, escrita por Irving (puede que por eso él sale también parado) tras su paso por el mundo de los biógrafos y que resulta sumamente interesante por lo circunstancial. De ser cierta la teoría que describe en la película, ésta serviría para recuperar títulos míticos del cine como “Todos los hombres del Presidente”, y ahí queda este terrón medio destripado. No sea que algún productor termine por denunciarnos por violar los derechos de autor [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]. Así que si no les gusta, al menos podrán especular sobre alguna teoría de la conspiración nueva al margen de las habituales divagaciones sobre los infortunios que nos trae la prensa diaria.
Sí, yo también me asombré cuando a Gere le dieron el premio en Donosti. Tendré que volver a ver Novia a la fuga para ver si se me ha escapado la otra lectura.
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