Paul Auster pertenece a esa generación de escritores que han convivido y vivido en la frontera que existe entre los literatos y los guionistas de cine. Aunque le sobrepasan nombres mucho más célebres como Arthur Miller, por su talento y matrimonio con uno de los mayores mitos de la industria cinematográfica, o Truman Capote, más destacado últimamente por los biopic que por sus obras. No obstante, la reciente concesión del premio Príncipe de Asturias (un premio cuya relevancia la pone el premiado y no el galardón) le ha dado lustre a su nombre en nuestro país. Como digo, el interés por el cine de Auster ha sido siempre manifiesto. Cuando se encontraba en Paris huyendo de los reclutamientos de Vietnam hizo todo lo posible por trabajar en ese medio. Llegó a participar como actor en una película titulada “The Fall” en 1969. Trabajo que repetiría en “The music of chance”, adaptación de una de sus novelas y en la que se reservó un papel.
Paso a paso, novela a novela, poema a poema, obra de teatro a obra de teatro, se ha ido convirtiendo en uno de los autores de habla inglesa más respetados de las últimas décadas del siglo XX. Sin abandonar su gran pasión, el cine. Wayne Wang director de cine, le da la oportunidad de adaptar uno de sus relatos breves para la gran pantalla. Oportunidad que no deja pasar por alto y que continúa con el guión de la genial película “Smoke”, en cuya dirección participó pese a encontrarse fuera de créditos. Prosigue en la continuación no continuada de “Blue in the face”, en la que ya aparece en los créditos como director. “Lulu on the bridge” sería su siguiente contribución de otras tantas en forma de adaptación de sus novelas, guiones o dirección. La última de sus incursiones es “The inner life of Martin Frost” que pronto se estrenará.
Recientemente, con motivo de esa macabra celebración que algunos llaman cumpleaños, los otros dos destripadores de este blog tuvieron a bien regalarme la obra de Auster “Creía que mi padre era Dios”, publicada en nuestro idioma en 2002. Para contarlo de una manera sencilla, el autor en su programa de radio pidió la colaboración de sus oyentes. Envíen relatos y si son buenos los leeremos en antena. Cosa sencilla porque el éxito de la convocatoria fue considerable. Miles de personas enviando sus escritos, todos ellos publicados nominalmente [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño].
Con la compilación de 180 historias de “Creía que mi padre era Dios”, Auster recoge estas contribuciones en la pretendida construcción de una radiografía de la vida estadounidense. Al menos así es como se postilla el título del volumen, claro que el contenido del mismo no puede entenderse como una huella social de la vida americana. Los localismos y particularidades de los escritos, en muchas ocasiones en primera persona, no ofrecen las suficientes pistas como para realizar trazas maestras de un boceto de ninguna sociedad. A pesar de ello, da pistas de la existencia de una voluntad por contar cosa que aprovecha cualquier excusa para lanzarse.
Pese a realizar una selección entre más de cuatro mil relatos, que presenta por categorías temáticas: animales, muertes, guerra, amor… la irregularidad es la nota más destacada de esta obra. Narraciones de poca trascendencia se cuelan entre algunos relatos cortos con una enorme calidad, de esos que dejan buen sabor de boca y a los que se pide un par de líneas más. No obstante y pese a lo que pueda parecer, el trabajo de Auster como editor es de una considerable valía al aunar toda esta masa de relatos informes consiguiendo una extraña pero palpable continuidad. Quizá sea la mayor virtud de esta obra en la que Auster coloca cada pieza en su lugar del álbum, presentándolo de una manera tramposa pero acertada, como toda una colección de imágenes. Si tienen ocasión no pierdan la oportunidad de leer al menos algún fragmento, no podrán pasar por alto ninguno.
Paso a paso, novela a novela, poema a poema, obra de teatro a obra de teatro, se ha ido convirtiendo en uno de los autores de habla inglesa más respetados de las últimas décadas del siglo XX. Sin abandonar su gran pasión, el cine. Wayne Wang director de cine, le da la oportunidad de adaptar uno de sus relatos breves para la gran pantalla. Oportunidad que no deja pasar por alto y que continúa con el guión de la genial película “Smoke”, en cuya dirección participó pese a encontrarse fuera de créditos. Prosigue en la continuación no continuada de “Blue in the face”, en la que ya aparece en los créditos como director. “Lulu on the bridge” sería su siguiente contribución de otras tantas en forma de adaptación de sus novelas, guiones o dirección. La última de sus incursiones es “The inner life of Martin Frost” que pronto se estrenará.
Recientemente, con motivo de esa macabra celebración que algunos llaman cumpleaños, los otros dos destripadores de este blog tuvieron a bien regalarme la obra de Auster “Creía que mi padre era Dios”, publicada en nuestro idioma en 2002. Para contarlo de una manera sencilla, el autor en su programa de radio pidió la colaboración de sus oyentes. Envíen relatos y si son buenos los leeremos en antena. Cosa sencilla porque el éxito de la convocatoria fue considerable. Miles de personas enviando sus escritos, todos ellos publicados nominalmente [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño].
Con la compilación de 180 historias de “Creía que mi padre era Dios”, Auster recoge estas contribuciones en la pretendida construcción de una radiografía de la vida estadounidense. Al menos así es como se postilla el título del volumen, claro que el contenido del mismo no puede entenderse como una huella social de la vida americana. Los localismos y particularidades de los escritos, en muchas ocasiones en primera persona, no ofrecen las suficientes pistas como para realizar trazas maestras de un boceto de ninguna sociedad. A pesar de ello, da pistas de la existencia de una voluntad por contar cosa que aprovecha cualquier excusa para lanzarse.
Pese a realizar una selección entre más de cuatro mil relatos, que presenta por categorías temáticas: animales, muertes, guerra, amor… la irregularidad es la nota más destacada de esta obra. Narraciones de poca trascendencia se cuelan entre algunos relatos cortos con una enorme calidad, de esos que dejan buen sabor de boca y a los que se pide un par de líneas más. No obstante y pese a lo que pueda parecer, el trabajo de Auster como editor es de una considerable valía al aunar toda esta masa de relatos informes consiguiendo una extraña pero palpable continuidad. Quizá sea la mayor virtud de esta obra en la que Auster coloca cada pieza en su lugar del álbum, presentándolo de una manera tramposa pero acertada, como toda una colección de imágenes. Si tienen ocasión no pierdan la oportunidad de leer al menos algún fragmento, no podrán pasar por alto ninguno.
deberíamos poner anti-spam, no creeis???
ResponderEliminarLeer la autobiografía de Auster llamada "A salto de mata" es un placer. Pocos cuentan la desgracia propia de una manera tan poco trágica. La verdad es que este Señor tiene una manera de contar las cosas "típicamente norteamericana" en el buen sentido.
ResponderEliminarMe alegro de que el libro merezca la pena -al menos partes de él.
Y sí, Harry. Ya estamos tardando en poner antispam.
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ResponderEliminarEs verdad, situacionista,Paul Auster relata la desgracia de un modo tan brillante y desprendido que parece español.
ResponderEliminarAñado una recomendación personal: las tres novelas de la Trilogía de Nueva York: 'La habitación cerrrada', 'Fantasmas' y sobre todo 'Ciudad de Cristal'; tanto la novela como -o incluso más- la versión en comic por David Mazzucchelli: la que ha salido en Anagrama, creo, con formato de libro o -todavía mejor- la que publicó a mayor tamaño 'La Cúpula' en tres volúmenes allá por 1998. Es una obra maestra de la narrativa gráfica y, para mí, la mejor puerta imaginable al universo Auster. Todo empezó con un número equivocado...
ResponderEliminarYo me uno a las recomendaciones y menciono (además de la Trilogía, claro está) el Palacio de la luna, La estrategia del azar y Leviathan.
ResponderEliminarAuster es un buen compañero de ruta. Con la lectura de toda su obra te vas haciendo la idea del personaje, se va metiendo en tu vida, como un amigo... como el contador de cuentos de cada noche.