27 de mayo de 2007

Piratas del Caribe III. En el fin del mundo, de Gore Verbinski


Piratas del CaribeCómo lo logró Coppola es un secreto al que pocos han accedido y por lo que parece, Gore Verbinski no ha conseguido averiguar cómo hacer una tercera parte que resulte igual de buena y efectiva que la primera de una trilogía. “Piratas del Caribe III. En el fin del mundo”, es la última parte de una primera que sólo continuó cuando el productor de los “huevos de oro” (aunque con algún que otro fracaso) recibió la recaudación de “Piratas del Caribe. La maldición de la Perla Negra” y se dio cuenta que lo histriónico de Deep, lo fabuloso de los efectos especiales y el buen trabajo de todo un equipo, había rehabilitado un género, el de los piratas, que permanecía postrado desde los últimos intentos por revivirlo. Eso sí, desde el parque de atracciones de Disney desde el que nació Sparrow hasta el resultado final del metraje, la renovación del género es lo más destacado de la apuesta de Bruckheimer. Los piratas ya no son como los corsarios de Errol Flint, y aún alejados de los piratas del P2P [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño], mar por el que ya navegan, tienen una frescura que le han permitido no sólo la identificación con el momento actual, sino la envidia de no poder embarcar en la Perla Negra y poder navegar junto a esa tripulación más parecida en muchas escenas al autobús de Priscilla que a la nave de Barba Negra.

La película es mucho más película que las anteriores. Más argumento, más guión, más personajes, más efectos y, sobre todo, más duración. En el clásico giro argumental tras giro argumental, pacto y repacto, réplica y contrarréplica, etc. al final, todo resulta demasiado recargado y termina causando una falta de ritmo en la que se agradece que, dentro de tanta acción, pase algo. Que la tercera parte resultaría un tanto fallida después de una segunda aventura tan preparatoria, era algo más o menos previsible. Por lo tanto, no decepciona tanto como confirma el hecho de que explotar por explotar una película es muy rentable desde el punto de vista económico (no olviden que el gasto de la segunda y tercera parte se pagó con la recaudación de la segunda, por lo que la tercera es todo de beneficio) pero no cinematográfico.

El Capitán Sparrow es uno de los personajes más agradecidos del cine de los últimos años. El problema es que con el paso de cada nueva película pierde un poco de esa espontaneidad, histrionismo, originalidad y el buen hacer de Deep, que le llevó a una nominación al Oscar por la primera parte, ya no es suficiente para sostener una película que gira en torno a él y en la que en cada escena todos parecen mirarle en busca de la réplica ingeniosa. No todos los personajes pueden contar a su servicio con un David Shore que le haga crecer en cada una de las intervenciones en las que participa. (Qué envidia debe dar el Dr. House a los Sparrow y cía.) Aún así, y pese a la absurda e innecesaria multiplicación de Capitanes, Deep es un gran actor que está a la expectativa de lo que se espera de él, incluso cuando el personaje está al borde de la estrangulación argumental como ocurre en esta ocasión. Acompañado de Geoffrey Rush interpretando al Capitán Barbossa, en un personaje que sí que crece y que resulta del todo imprescindible en la contención y ánimo de Sparrow. Magnífico como siempre Rush. Como no podía ser menos, acompañan al héroe, el justo y bueno de Orlando Bloom, realizando un gran esfuerzo para situarse en su marca al lado de tantos buenos actores al tiempo en el que se limpia el blanqueador de los dientes para lucir una bonita sonrisa. Y… la maravillosa Keira Knightley, joven pero talentosa actriz (y guapa, no, muy guapa) que no se luce todo lo que debería pero que sí brilla todo lo que debe. Bill Nighy, el malo malísimo, gran actor que se esconde tras un calamar que no oculta unos ojos que dan más matices que los múltiples brillos de los blanqueados dientes de Bloom en el soleado Caribe. La última incorporación es la del actor oriental Yun-Fat Chow, más conocido por sus películas de acción o algunos medio-éxito como “Ana y el Rey”, en la que compartía protagonismo con la niña prodigio Foster. El chino hace lo que puede en su papel, y el papel le deja hacer lo que puede. Así de sencillo.

Respecto al resto de secundarios, el guión les reserva un lugar destacado dentro de la parte cómica que Deep no ocupa con su grandilocuencia y la maldad que deja David Jones. El “bajito cabreado” y su amigo del ojo de madera, el mono y el loro, los dos soldados aristotélicos británicos, los oficiales británicos al acecho del tesoro, el propio padre de Turner… en los clásicos roles que toda película de estas características tienen. Por encima de todo el Sr. Gibbs, interpretado por Kevin McNally, uno de esos actores que a uno siempre le suenan pero que sin una de estas películas con las que pasará a la memoria colectiva, quedaría injustamente olvidado. Disfrútenlo, a la altura del propio Rush. De la intervención de Keith Richards dejaremos a el_situacionista juzgar su paso por la piratería… en el cine.

De la cuarta entrega depende la recaudación de esta y el ánimo de los actores. Ánimo que ya ha sido condicionado en muchos de ellos, algunos con sus declaraciones y su final en la cinta, a los que el productor deja claro quién es el protagonista de la serie y quién es el único imprescindible para repetir. Por cierto, Deep (“el imprescidible”) ha dicho sí a la cuarta al tiempo en el que Keira y Orlando han dicho que les gustaría dedicarse a la vida contemplativa, bien en un teatro, bien en un monasterio. Así que, a la espera de averiguar si Johnny Deep se anima a la porno para luchar contra su popularidad, volveremos a verle enfundado en su traje de canalla socarrón y ocultamente noble. ¡Vivan los piratas!

1 comentario:

  1. La verdad que me pone muy contento leer este muy buen post sobre la película porque ya pensé que todo el mundo la iba a maltratar, así que me ha inspirado ir a verla. Saludos!

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