16 de noviembre de 2009

Galápagos, de Kurt Vonnegut

Volver a Kurt. Si tiene Ud. que hacer un largo viaje y requiere de un libro con el que perderse en sus pequeñas esquinas. Volver a Kurt. Si de lo que se trata es de correr hacia la carcajada. Volver a Kurt. Si apenas comprende el por qué de muchas cosas que suceden hoy día. Volver a Kurt. Si echa en falta que Mark Twain criticara la época en la que aún hoy todavía vivimos. Volver a Kurt.

No faltarán nunca motivos para regresar, o comenzar, a leer a Kurt Vonnegut. Acudir a sus novelas, a las más conocidas pero también a las más ocultas, siempre tiene recompensa. Exige un esfuerzo mucho mayor que otros libros menores: Kurt, en castellano, en España, es casi inédito por cuanto no existen ediciones a la venta de casi ninguna de sus obras. Hasta hace un par de meses sólo se podía encontrar Matadero 5 en cualquier librería y quizás Un hombre sin patria. Hoy, las estanterías de todo el país ya lucen Galápagos en la preciosa edición de Minotauro. Y además, los catalanoparlantes están de suerte: El bala perdida también ha sido recientemente reeditada. Cuatro obras, Cuatro y no más. Ese es el cómputo total de libros de Vonnegut que a día de hoy se pueden comprar. Para el resto hay que acudir a bibliotecas públicas que aún guarden viejos ejemplares de comienzos de los noventa o directamente esperar el milagro del librero antiguo. Y a veces ni aún así.

Deberían organizarse campañas de protesta, grupos de facebook y cualquier otra cosa inservible de esas, para reclamar a Anagrama, Minotauro, Alfaguara, o al grupo Random House Mondadori, que reeditaran cada una de las maravillas que conservan en sus sótanos. Las sirenas de Titán, El desayuno de los campeones, Barbazul, Madre Noche o Birlibirloque son sólo algunos de sus títulos que hoy permanecen ocultos, destacando sobremanera la inencontrable –incluso en los libreros viejos y en muchísimas bibliotecas- Cuna de gato.

Así pues, el día que apareció en una perdida librería un viejo ejemplar, pero nuevo y sin usar, de Galápagos, editado horriblemente por Booket –aún Minotauro no había dado señales-, no había más que preguntarse. Coja el libro y corra, decía la portada.

Tratándose de un libro con un título como éste, es imposible confundirse con la materia a tratar –la teoría darwiniana- e incluso con el lugar –Ecuador. Y si bien ésta última característica no es determinante, tener ante los ojos la perspectiva de conocer la visión de Vonnegut sobre la evolución de nuestra especie siempre, y se dice siempre, se agradecerá.

Como en todos los libros de Vonnegut, los personajes se van descubriendo en función de la historia. Todos tienen un pasado, un futuro y, por supuesto, un presente –que es precisamente lo que los ha traído hacia las páginas que se lee. Ninguno es tratado como un ser “utilizable”, todo lo contrario. Todos tienen una importancia vital en la vida de los demás. Incluso aunque no se conozcan, vivir en sociedad es vivir juntos y por tanto sus actos y sus planteamientos cambian y modifican la condición de existencia de los demás personajes. Nadie es un actor secundario.

La historia se sitúa en 1986. El libro fue escrito en 1985, de manera que ya se podría hablar de una novela de anticipación, o no. El mundo está sumido en una crisis económica global que lo ha colapsado -¿les suena?- y una de las consecuencias de esto es que la gente de Ecuador no tiene absolutamente nada que comer. Tampoco en Perú, y por este motivo, el nuevo gobierno militar ha decidido declararles la guerra a los ecuatorianos. Al otro lado de la frontera reina la calma tensa, calma ocasionada por la esperanza que en los corazones de todo ecuatoriano y ecuatoriana ha creado la perspectiva de que un proyecto pueda volver a alimentar las bocas de todos: el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza.

Este Crucero no es más que un viaje en un barco científico organizado para las celebridades del momento. Sus promotores han movido la idea de lo chic que sería avanzar hacia las Islas Galápagos todos juntos en compañía de una expedición científica. Sin embargo, las caras famosas se han ido acobardando una a una por diversos motivos, y en los días previos a zarpar el barco –desde las primeras páginas- sólo han acudido gentes de muy diversa índole y clase social, pero en absoluto celebridades. Contamos en el pasaje a sólo unas pocas personas y una máquina: un roba-viudas, vividor y delincuente en todos los sentidos, una viuda deprimida que pensaba en realizar el viaje con su ahora difunto marido, un matrimonio japonés invitado por un viudo norteamericano muchimillonario que, a su vez, se ha traído a su hija adolescente y a su perra. La máquina es un “Mandarax”, un prodigio inventado por el hombre japonés que es capaz de, con el tamaño de un bloc de notas, traducir todos los idiomas del mundo, acumular saberes, proporcionar citas, diagnosticar enfermedades y cientos de cosas más. Por supuesto que a este grupo se le irán uniendo más compañeros de viaje pero eso será más adelante.

Contando con estos personajes: los pasajeros, los tripulantes, el caos y la evolución, una extraña voz nos narrará los acontecimientos que lograron salvar a la raza humana. Porque, sí, escuchen bien, estamos ante la nueva arca de Noé, sólo con la salvedad de que no servirá para preservar las especies animales, sino para preservar a los seres humanos de extinguirse por su propia culpa y estupidez.

La voz que nos guía es la del fantasma de Leon Trout, hijo de Kilgore –encontraremos varias referencias a sus otras obras- quien nos cuenta todo con la perspectiva que da hallarse en el año 1.001.986. En todo este tiempo ha podido ver cuáles eran los problemas ingenieriles de la especie humana y cómo la naturaleza, una vez que dicha especie ha sido aislada en las Galápagos, ha ido perfeccionando el diseño hasta completar uno perfecto para el objetivo adecuado: la felicidad.

Existe un contraste entre un Hombre que se cree capaz de dominar a la Naturaleza mientras crea algo como el “Mandarax”, una máquina que acumula todo el conocimiento humano y, por tanto, es capaz de dominarle. Justo cuando esto va a ocurrir, justo cuando el ingeniero japonés va a vender la idea del “Mandarax” al empresario norteamericano que lo pondrá en los bolsillos de todo el mundo, la Naturaleza decide hacerse presente y finiquitar el mundo creado por los seres humanos. Con la quiebra de este sistema, acontecida por una pequeña falla en el mismo, la Naturaleza provoca la caída de la especie dominante enviando una infección que esteriliza a las mujeres y condena a la extinción.

Pero, no se alarmen, el mismo azar que provocó la existencia de esta plaga humana ha asegurado su continuidad y hace que las definitivas 10 personas que se embarcan (9 mujeres en su mayoría fértiles y un hombre) lleguen a las islas y, aislados, puedan continuar con la especie.

Tremendamente divertido, con los clásicos giros de Vonnegut, en donde el argumento es lo de menos y se busca reír y reflexionar a la vez. Encontramos juegos emocionantes como el que propone el autor nada más comenzar el libro: cuando sepa que uno de sus personajes va a morir, le añadirá a su nombre un *, dejando en vilo al lector sobre cuándo y cómo ocurrirá esa muerte. Un libro en donde asesinar a alguien, nos dirá Vonnegut, es “sobrevivirlo” y el problema central de la especie humana es “su voluminoso cerebro”, que le hace pensar más de lo debido para encontrar la felicidad. Palabra de Kurt.

15 de noviembre de 2009

Testigo de cargo, de Billy Wilder

Hace tiempo que venía pensando en empezar una serie de entradas en este blog. Una en la que, cómo no podía ser de otra manera, dé rienda suelta a mi ego y presente, como si le importase a alguien, algunas de mis películas favoritas. Esto no quiere decir que se trate de las mejores ni las más aclamadas por crítica y público, sino simplemente aquellas que más me han gustado. Pero claro, esto puede ser muy particular, es por ello que he decidido que además de despertar mi interés, la película debe tener una cierta calidad que la hace, a mi juicio digna de ser recomendada. Es decir, que al final termino haciendo mi propia lista de imprescindibles. Espero sea de su interés.

Las que le gustan a Øttinger (LQLGAØ)

Testigo de cargo, de Billy Wilder

Resultaría casi imposible elegir una entre las mejores películas de Wilder. La suma de genialidades que fue sembrando a lo largo de toda su carrera hace difícil decidir cuál de todas es más mejor. Sin embargo, “Testigo de cargo” siempre me ha gustado especialmente. Quizá por lo presuntamente alejado de sus temáticas habituales, por el increíble Laughton, las estupendas piernas de Dietrich, la perfecta distribución de la intriga a lo largo de toda la película o lo bien que están construidos los personajes. Lo cierto es que una cinta como esta no deja indiferente a nadie.

Partiendo de una obra de teatro de Agatha Christie, que obtuvo un enorme éxito en el momento de su estreno, Wilder conserva la estructura teatral en una pieza que mezcla el suspense, la intriga y el humor con su habitual maestría. Contaba el propio Wilder que admiraba profundamente a Hitchcock, y que le hubiese gustado hacer una película con él, pero que se aburría si siempre hacia la misma película. Es por ello que un día se dijo, voy a hacer una mejor que Hitchcock, e hizo “Testigo de cargo”. Seguramente, y sin entrar en una competición en la que la ellos mismo no entraron, podemos decir que la que presentamos hoy es, al menos, tan buena como las mejores del maestro Hitchcock, uno de los mejores directores que ha dado la historia del cine y que, sin duda, antes o después aparecerá en estas lista de imprescindibles.

La historia es sencilla, un prestigioso abogado inglés (Charles Laughton) entrado en años y enfermedades, padece del corazón, recibe a un galán de película (Tyrone Power) que ha sido acusado del asesinato de una anciana a la que visitaba por compasión. El acusado, que cuenta con la coartada de su mujer (Marlene Dietrich), una alemana a la que conoció durante la guerra, presenta un caso sin complicaciones hasta que es nombrado el máximo heredero de una sustancial suma de libras que le ha dejado la anciana. Una complicación a la que se une una esposa cuyo testimonio no parece demasiado sólido. Con estos elementos Christie construye una de sus habituales tramas en la que los giros argumentales van transcurriendo a su debido tiempo, para mantener al espectador en guardia en todo momento.

La construcción de las relaciones entre los personajes es tan brillante que le permite a Wilder crear atmósferas diferenciadas. La relación entre Power y Dietrich, una turbulenta historia de amor; Dietrich y Laughton, la lucha de dos titanes en busca de su propia verdad; Power y Laughton con su particular juego del ratón y el gato; y, por supuesto, la relación entre Laughton y su enfermera (Elsa Lanchester), la parte más cómica de la película y que se sostiene gracias a diálogos geniales y que termina en una suma de complicidades. Por supuesto, de fondo, planea la relación más importante de toda la película, la que se establece entre la Justicia y la verdad. Una dependencia que no tiene porque ser equidistante ni, necesariamente, directa. La verdad, en lo que se refiere a una sentencia, es algo totalmente prescindible. Sin embargo, no crean que se trata de una película en la que se presente un dilema moral o ético sobre la Justicia. Ni mucho menos. “Testigo de cargo” es, ante todo, una novela de suspense e intriga judicial, con los tintes justos de novela negra y que se torna en un estupendo melodrama, en la que las piezas se van colocando y moviendo para despistar al espectador e ir sorprendiéndolo hasta el minuto final. Es un juego. Una ratonera más en la que Wilder salva la moralidad de sus personajes creando escenarios de necesidad.

Técnicamente la película no supone un alarde, ni necesita serlo. Conserva la estructura teatral y deja a unos magníficos actores que hagan su trabajo lo mejor que saben, obteniendo alguna de sus mejores interpretaciones. Eso sí, Wilder, esconde bien sus cartas y juega la partida con suma maestría hasta conseguir una de las mejores películas de intriga que se pueden recordar. Y es que Wilder era así. Daba igual lo que hiciese, conocía todos los trucos del oficio y a nadie puede extrañarle que fuese la propia Dietrich la que, tras convencer a Christie para rodar una versión cinematográfica de su obra, y haber trabajado con él “Berlín occidente”, presionase para que fuese Wilder quien llevase a cabo “Testigo de cargo”. La alemana, decía, sólo trabajó para dos grandes directores: von Sternberg y Billy Wilder, y tan cómoda debió sentirse que logró una de sus mejores interpretaciones al crear una mujer gélida hasta el escalofrío que sólo encontraba algo cálido en el amor hacia su marido. Un Power seductor, encantador y perfecto hasta ser irritante. Menos mal que Laughton, perfecto y deseado en cada plano, contrapone lo inaccesible de Dietrich con pura socarronería, y lo repelente de Power con su más pura imperfección.

No dejen de ver esta sensacional película y comprenderán, cuando vean alguna de las que consideran obras maestras del género judicial, qué lejos están de lo que verdaderamente se considera genial. Eso sí, no rebelen el final a nadie, no dejen de hacer caso a la advertencia final.

14 de noviembre de 2009

The pursuit, de Jamie Cullum

Mientras terminamos de poner en orden la plantilla del blog, esperemos que esta sea la última, aprovechamos para realizar una recomendación breve. Se trata del nuevo trabajo de Jamie Cullum, “The pursuit”. El músico británico acomete una nueva mezcla de composiciones propias y versiones de temas ajenos, desde el irrepetible Porter hasta la muy de moda pero insustancial Rhianna (aquí). Fiel a su estilo jazz más próximo al pop comercial que al blues que tanto idolatra, con toques dance influidos por su hermano, que para eso se dedica a pinchar discos, nos presenta una búsqueda en la que se encuentra muy cómodo. Casi tanto como el oyente.


11 de noviembre de 2009

Viajando en grupo, de Henry Green

Resulta triste y decepcionante toparse con un libro que termina por agotar física y mentalmente. Cuando a las pocas páginas –no más de 10- el lector ha de regresar al comienzo porque los –aún- pocos acontecimientos a los que ha sido invitado se le han escapado y es incapaz de hacerse un mapa mental de la situación pueden ocurrir un par de cosas. Que el autor sea un genio y por tanto requiera de la confianza de un lector entregado. O que sinceramente estemos ante los peores 18€ invertidos de toda la vida.

La obra de Pierre Bayard, que por su título –Cómo hablar de los libros que no se han leído- podría parecerse al manual del buen librero en época navideña, podría tener un duro competidor si el que firma esta entrada se propusiese escribir otro sobre Cómo hablar de los libros que se han abandonado. Y confieso en este punto que no sabría hasta las galeradas si colocar en el título definitivo … que nos han abandonado. Porque es bien fácil abandonar un libro. Devolverlo a su lugar a la estantería, o incluso relegarlo a otro peor –más abajo-, sólo porque no nos han dado lo que nosotros esperábamos de él. Siendo altivos con este libro que abandonamos, nos olvidamos muchas veces de los encuentros casuales que se producen a mitad de una página, de las ideas que sobrevienen en un párrafo y que nunca hubiéramos esperado toparnos. Es por esto por lo que nunca he abandonado un libro a medias. El empeño siempre me ha perseguido, unas veces por cabezonería –“algo encontraré”- y otras por simple y banal orgullo –“este tío barra tía no va a poder conmigo”.

Pero la cosa cambia cuando son ellos, los libros, quienes nos abandonan. Son momentos en los que los libros que habíamos decidido terminar, se largan hartos de que los abandonemos encima de la mesa y de que trunquemos nuestro habitual encuentro con la lectura. Leer algo que te aburre y te aplasta quita en cierta medida las ganas de disfrutar con uno mismo, las ganas de reflexionar. Y esto sólo se lo he consentido a Fukuyama… y porque me lo tenía que estudiar.

La novela de Henry Green, Viajando en grupo, se vende como algo así como una intrépida novela de situación, pero en realidad es un tedioso viaje que no lleva a ningún sitio. Su argumento consiste en situar a un grupo de niños y niñas ricas de la alta sociedad londinense frente a aquello que iguala a todas las clases de la vida moderna. No, no es la muerte, es el transporte público. Esta camarilla de ricos imbéciles, a los que uno no tardaría en mandar a la mierda nada más presentarse, se encuentran atrapados en el hotel de una estación de tren de Londres a causa de una niebla espesísima que impide su salida hacia París. Todos ellos han decidido emprender el viaje en grupo a propuesta del mayor imbécil de todos, el más rico y el más soltero, claro, y la niebla les pilla en una estación atestada de londinenses que, afinados en el vestíbulo, requieren un transporte para regresar a sus casas del extrarradio tras un día de trabajo.

Por supuesto, Green trata de hablarnos de las diferencias sociales y de clase que existen entre los protagonistas de la obra y la masa-rebaño que ante las ventanas del hotel se extiende. Sin embargo el experimento de dotar la obra con aires clasistas no funciona ni tan siquiera cuando Green da voz a algunos viejos sirvientes. Todo lo que consigue es que unas personas que ya nos caían mal nada más presentárnoslas, nos caigan aún peor. Y así hasta que nos da exactamente lo mismo qué suceda con ellas. Debió de ser ése el momento en que el libro, o más bien sus personajes, decidieron volver por sí solos a la estantería.

Con todo, llegué a la página 141 de 227. Demasiado tiempo nadando para ahogarse en la orilla. Sin embargo que cueste seguir con su lectura apenas quedando 80 páginas dice por sí solo qué clase de novela es. No sé cuánto dinero habrá cobrado Martin Amis, el hijo de Kingsley, para decir, según la contraportada, que Green era “Un maestro de la comedia”. O por qué diablos John Updike lo califica de “exquisito”. Puede que porque también ellos fueran niños-pera y se identificasen con estos personajes, pero está claro que el naufragio del viaje grupal es claro. Y eso que van en tren.

El libro tiene alguna cosa buena, para qué negarlo. La primera escena, con la señorita Fellowes deambulando por la estación con una paloma muerta recién lavada en papel de estraza hace reír. El discurso de que estos niños ricos viven por y para su estilo de vida, siendo unos esclavos de éste y, por tanto, más condenados que la masa de trabajadores que espera en el vestíbulo sería hasta interesante si no fuera porque vivimos en un mundo en que la libertad se compra con dinero y entre ser un esclavo de mi decorador y ser un trabajador de la industria londinense de la década de 1930, pues prefiero claramente lo primero. Sin duda, lo mejor de todo, es la extraordinaria portada del libro en la edición de la editorial Lumen. Como siempre, su labor editora es buenísima, aunque el libro se hace un tanto incómodo de leer y a cada página uno se pregunte por qué han traducido esto habiendo tantas obras de Vonnegut por reeditar.

De manera que ahí se queda, en su sitio de la estantería. Yo me voy a leer a Rafael Reig, aunque sólo sea por mera salud mental. Primero porque este tipo es siempre divertido. Y segundo porque, ya que Público me ha privado de disfrutarlo todos los días, pues qué mejor que reivindicarlo haciendo lo que más le gusta a un escritor que hagan con él: leyendo uno de sus libros.

2 de noviembre de 2009

José Luis López Vázquez, 1922-2009



Fallece José Luis López Vázquez (1922-2009),
un gran actor de una inmensa generación de actores españoles.

Desde aquí, este pequeño homenaje a quien nos hizo reir, llorar y tantas otras cosas.

el_situacionista, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo.

5 de octubre de 2009

Ébano, de Ryszard Kapuscinski

[Publicado originariamente en El Señor Kurtz]

Cae la lluvia tropical y torrencial. Jamás has visto llover así. Se supone que deberías estar afuera, haciendo todo lo que se supone que se hace aquí. Pero lejos de convencerte a ti mismo de que desperdicias un tiempo valioso colocas la silla para acompañar a esa lluvia. Te rodeas del Relec, coges el ajedrez de viaje -como el pescador que lleva la caña, por si se tercia-, la libreta para apuntar, la cámara de fotos -no sea que hoy pase por allí el lagarto de todos los días presto para posar un poco. Y por supuesto: el libro. Jamás leer te llevó tanta preparación ni tanto equipaje. Estarás de vacaciones, pero la tensión emocional no te la quita nadie.

Y te sumerges. Esta vez, quién lo iba a decir, precisamente él, precisamente este libro, no te lleva a una situación muy lejana. Hace mucho tiempo que lo tenías, mucho que lo compraste, incluso lo has regalado varias veces y recomendado cientos de miles, pero jamás pensaste que estarías aquí mismo leyendo lo que estás viendo.

Kapuscinski es muchas veces poco riguroso con la Historia. Sus libros están escritos a la manera de reportajes periodísticos clásicos y, si de pasada toca un tema que tú conoces bien, puedes advertir cierta laxitud en sus aseveraciones políticas, cierta dejadez por reflejar los hechos tal y como fueron. Sin embargo, lo dejamos pasar encantados de la vida. El valor de sus libros no se refleja en su rigurosidad científica, ni en sus descubrimientos. Sus libros son valiosos porque están llenos de humanidad, de personas que se pasean por las páginas siendo ellos mismos sin necesidad de que nadie las interprete, verdadero periodismo antropológico. Son como esos compañeros de nuestra infancia, algo más mayores que nosotros, más maduros, y por tanto más seguros de sí mismos. Pero sin la arrogancia que valoriza la ignorancia. Son como son, y no te piden que los comprendas.

Ébano es un libro de reportajes que tienen como protagonista principal a la región de África Subsahariana. Son 29 artículos que Kapuscinski va a escribir durante sus corresponsalías para un periódico polaco. Podemos encontrar artículos algo más ensimismados sobre el autor, y otros más preocupados por saber captar la esencia del personaje que describen, pero siempre nos trasladarán un pequeño aprendizaje sobre cómo podemos situarnos para comprender al diferente. Aunque muchas veces el diferente puedas ser tú mismo.

Hay imágenes que se quedan clavadas en la retina del lector. Las palabras incrustadas en el cerebelo provocando que se rinda la voluntad ante la imagen de un joven Kapuscinski subido en un bidón de gasolina junto con su compañero de viaje, tratando de aguantar las sacudidas de una cobra que, debajo, trata de sobrevivir y matar a su vez. Podemos ver cómo se tambalea afectado por la malaria, preocupado porque su médico lo quiera enviar de vuelta a Polonia en lo que sería su primer reportaje en el continente. Asustado por si a su jefe le da por anular la corresponsalía por el mero hecho de que su primer reportero hubiera enfermado de gravedad.

Podemos sentir un pánico que Ryszard aparentemente no sufre, cuando leemos cómo es despojado en Monrovia de ese manto de protección que cubre a todo occidental que atraviesa una frontera africana: el pasaporte. Sin él, el europeo se siente golpeado, sin argumento que demuestre la necesidad de ser arrancado de cuajo de situaciones de inseguridad relativa. No digamos ya si en lugar de europeo es estadounidense. Las fronteras son el reino de los privilegiados; siempre que tengas el papel adecuado. Y sin embargo terminamos por sentir aún más pánico cuando nos describe el tamaño de las cucarachas de aquella habitación en donde pernoctará despierto.

Un pero, bastante grave, para la editorial Anagrama y para la persona que ha editado a Kapuscinski en España, es que hay algunos artículos -creo recordar que dos- que están doblemente reproducidos. En Ébano y en el divertidísimo La guerra del fútbol, Kapuscinski nos cuenta su día a día en Lagos, la capital de Nigeria. El relato de los personajes del barrio se disfruta y los hace cercanos y presentes a cualquiera que haya decidido entregarse a la narración. Estamos hablando de la dueña del bar, que sirve cerveza casera caliente. De los ladrones que siempre acuden a su piso cuando él no está, y que le agradecen el no llamar a la policía no entrando cuando él sí que está. Y otros tantos.

En este mismo artículo, Kapuscinski nos enseña que, aún a pesar de la voluntad, un blanco en África es siempre un blanco en África, y que mientras exista la posibilidad de tener aire acondicionado en una barriada de Lagos cualquiera, las diferencias siempre estarán ahí. Al fin y al cabo, como bien dice en las primeras páginas de Ébano, los africanos y las africanas tienen una vida que es un "martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos".

19 de septiembre de 2009

No es que nos hubiésemos ido...

Tras unas semanas de vacaciones, y tras otra de cambios en la plantilla, volvemos para seguir destripando libros, películas, discos… esperemos que nos sigan acompañando.



22 de julio de 2009

Alta fidelidad, de Nick Hornby

Nick Honrby es uno de esos escritores con los que aún mantengo una deuda enorme. En realidad no soy el único. Todos aquellos quienes durante el final de los años 90 y el comienzo del siglo han pasado –o están pasando- el paso de la juventud –la veintena- a la madurez –pongamos que a partir de la treintena- son deudores de sus novelas, de sus historias. Ellas contribuyen a una mejor transición y a la carcajada inteligente –más que a la risa- de uno mismo. Lo cual es muy sano, ya les advierto.

La deuda que el_situacionista tiene con este autor británico es que nunca reseñó debidamente un libro suyo. Cierto es que dos de sus obras fueron reseñadas en un ejercicio de aquellos, tipo pastiche, que practicábamos antes en el blog. Pero aunque estuviera tan bien acompañado en la entrada por Thurber y por Carroll, Hornby se merecía un espacio mucho más grande. Fever Pitch era suficientemente entretenido como para que alguna vez me anime a leer la traducción –Fiebre en las gradas- y En picado nunca será lo suficientemente bien reseñada por este que suscribe, pues la mezcla de diversión, humor negro y realismo crudo y dulce excede enormemente mis capacidades. Eso sí, al menos lo regalo –e invito a regalarlo- cada vez que puedo. Es una apuesta segura.

Pero vayamos a lo que nos ocupa; Alta fidelidad. La mayoría ya conoce el título por la estupenda película del genial Stephen Frears, en la que el papel protagonista recae en manos de John Cusack y que consagró a Jack Black como uno de los cómicos norteamericanos de la década. El guión cinematográfico es sorprendentemente fiel al libro, y eso dice mucho de una novela. Nick Hornby mezcla los clásicos temas de la crisis de los 30 –amor, compromiso, fracaso profesional, quiebra de las ilusiones juveniles- a ritmo de soul, rock y algo de blues. Y carajo qué divertido es.

Nos situamos en una tienda de discos, al norte de Londres. No una tienda de música cualquiera, no. De discos, de vinilos que tratan de sobrevivir en la época de esplendor del CD. En el momento donde aún convivían con nosotros los cassettes y, por tanto las cintas grabadas. Su dueño es un treintañero llamado Rob Fleming, quien montó la tienda como salida profesional tras abandonar la universidad y debido a su amor –hasta límites rayanos en la secta- por los vinilos y la buena música. Rob malvive como puede mientras sostiene una relación especial con su novia, Laura, una abogada de éxito pero que tampoco asume muy bien esta pequeña crisis de edad. Hasta que Laura lo abandona. Eso sucede al comienzo del libro. De hecho, el comienzo del libro es una carta de Rob a Laura que marcará el discurrir de gran parte de la novela.

En este primer capítulo, Rob muestra todo su resentimiento a Laura por haberle abandonado. Y, como lo primero en el rencor es restar importancia, Rob hace una lista con las cinco rupturas más importantes de su vida. Entre las que, lógicamente, no está Laura. Estas cinco chicas han marcado, con sus diferentes formas de romper, la vida de Rob de algún modo u otro. Le han transformado hasta lo que es hoy y, según su manera de verlo, le han abocado al fracaso que es hoy.

Rob se siente en el momento más dulce de su vida. Se ha vuelto a quedar soltero y aunque echa de menos a Laura, perdón, echa de menos tener a alguien, sabe positivamente que la mujer que revolucione su vida está a punto de aparecer. Además, la tienda de discos va francamente mal, pero tampoco tiene duda de que pronto habrá un golpe de suerte. Y él es un tipo inteligente que sabe de lo que habla, es un experto en música y gracias a sus conocimientos logrará salvar su vida. Hasta que se da cuenta de que no conoce a ningún grupo de música actual. Que hace tiempo que perdió el interés por la música que hacen los jóvenes y eso, inevitablemente, le coloca al otro lado. No en el de las personas mayores, claro está. Pero sí en un lugar medio a la deriva que, al no estar relleno de éxito profesional y personal tipo Mtv, ni le llena ni le vacía. Aunque puestos a sentirse medio lleno o medio vacío, Rob se encuentra completamente hueco.

Hueco pero no solo. Este Don Quijote de la música tiene dos lugartenientes que le acompañan por su tránsito a la acepción de su fracaso. Dick es un tipo tímido, que le tiene un cariño extremo a Rob, pero que sería incapaz de demostrárselo físicamente. Barry –sin duda mi preferido- es un tipo mezquino, que desprecia a quienes no saben de música y que siempre tiene el hacha preparada para cortarle la cabeza a la autoestima de Rob en cuanto se atreva a asomar. Y también la de Dick. Y esta vez no me refiero a la autoestima. Ambos trabajan para Rob en la tienda de discos. Su vida es aún más fracasada que la del Caballero Rob y quizás por eso se sienten tan unidos a la tienda y a él. Y juntos, los tres, se pasan las horas del día haciendo listas Top 5 o Top 10 de todas las cosas inimaginables. Las 5 canciones que sonarían en mi funeral, Los 5 mejores libros de la historia, Las 5 mejores caras A de la historia de la música

Y con estos andamios se construye el paso al resto de su vida. Rob ha de solucionar todo lo urgente que le acucia –la compañía íntima, la compañía no íntima, la supervivencia de la tienda, soportar a Barry- mientras trata de discernir qué es lo verdaderamente importante en su vida.

De un frikismo irremediable, pero sirviendo también como antídoto a este frikismo, Alta fidelidad es bien divertido y gamberro, candidato a clásico de una generación. Es una novela realmente original en cuanto a su modo de narrar aquello que pasa y por supuesto en cuanto a su discurrir divertido. Aunque se haya visto la película, su lectura debería ser obligatoria para poder pasar de los 29 a los 30.

5 de julio de 2009

The musical is back, por Baz Luhrmann

Han pasado ya unos meses desde que este número musical fuese estrenado en riguroso directo en la 81 gala de los Oscar. Pero como en este blog hemos rescatado algunos de los mejores videos de la historia de la música, cortos e incluso la presentación de unos dibujos animados, por qué no rescatar este montaje al más puro estilo Hollywood (sí, también al más puro estilo Broadway).

Tras unos años en los que los grandes estudios han vuelto a apostar por los musicales, los Oscar se rinden y recuperan una costumbre que tenían un tanto abandonada en sus últimas ediciones, la de colocar espectaculares números musicales para animar las transiciones de la entrega de premios. “The musical is back” es un montaje realizado por Baz Luhrmann, el creador de la admirada u odiada “Moulin rouge!”, y protagonizado por una Beyonce que, simplemente, debería ser elevada a los altares, y un Hugh Jackman, el hombre vivo más sexy del planeta que si bien puede hacer de hombre rudo como Lobezno o Van Helsing, no le llama el ritmo. Completan el número los insoportables siameses de “High school musical” y la pareja de “Mamma mia!”.

Como curiosidad, Lurman, después de ver el resultado pensó en hacer un musical con Jackman y Beyonce como protagonistas. Habrá que esperar. Mientras tanto disfruten de esta pequeña maravilla musical.

30 de junio de 2009

El Pentateuco de Isaac, de Angel Wagenstein

[Nota aclaratoria: Después de casi un año de lectura de este libro, procedo a la breve crónica de aquellos aspectos que aún recuerdo del mismo, no sin la ayuda de algún vistazo para copiar y pegar un par de chistes.]

Se presenta este libro como una obra muy modesta que se limita a recoger algunos de los chistes mas conocidos protagonizados por judíos mientras se desgrana la historia de Europa a lo largo del siglo XX. Evidentemente, la combinación de judíos y la historia de Europa en el siglo XX nos mostrará las cloacas de la Humanidad de forma inevitable. Pues aún cuando el objetivo de este libro no es otro que el humor, no puede evitar pasar por el Genocidio o las purgas soviéticas. Como decimos, en Europa, el siglo XX, la cloaca de la Humanidad.

Un personaje modesto, Isaac Jacob Blumenfeld, nos llevará de la mano a través de una vida cargada de anécdotas y de humor judío. Un estilo de humor hecho desde la más profunda de las amarguras que han padecido a lo largo de la historia y que no hace sino mostrar la mejor cara del espíritu de supervivencia. Sencillo, lleno de matices y totalmente descarnado en cualquier boca que no sepa recitar la Torá (el Pentateuco). Por eso nos hace tanta gracia escuchar de su propia voz todo tipo de chistes y chascarrillos sobre lo avaro, lo respetuoso con la ley de Dios o la enorme habilidad para el comercio de los judíos. Nos reímos y decimos, sí, es verdad, estos judíos….

Quizás por ello en lugar de sentir interés alguno por la historia que este polaco, austriaco, alemán o ruso, depende del momento de la historia en la que se encuentre, nuestro verdadero interés está en la búsqueda del próximo chiste. Cómo hará para encajar uno más. Despreciando, en gran medida, el verdadero interés de este libro que intenta, en cierto modo, contar algunas de las persecuciones que durante todo el siglo XX vivieron los judíos. Y es lo malo de esta obra, que no llega a ninguno de los dos extremos. Ni termina siendo un libro de historia ligero, en el que se presenten una serie de hechos históricos de una manera novelada en la que el lector tenga un seguimiento constante de ver a dónde te lleva la acción pese a conocer de sobra el destino. Y tampoco es un gran libro de humor. Es decir, no se trata de un libro cómico en exceso. Sí, la historia es amable, el tono es entrañable y los detalles más dramáticos se dejan al recuerdo del lector, pero no termina de entrar en el terreno del humor para convertirse en una historia desternillante que nos enganche. Son más bien golpes de una narración demasiado larga para un monólogo de los viejos club de comedia estadounidense.


Dos judíos de dos pueblos cercanos que ponen a discutir sobre cuál de sus rabinos respectivos tiene relaciones más estrechas con Dios y, por lo tanto, es más capaz de hacer milagros. “Por supuesto que es el nuestro”, dice el primero, “El pasado sabbat nuestro rabí se encaminó a la sinagoga, pero de repente empezó a llover a cántaros. No es nuestro rabí no tuviera paraguas, pero ya que el sábado no se debe hacer nada: ¿cómo lo iba a abrir? Miró al cielo, Jehová lo entendió enseguida y se hizo el milagro: por un lado, lluvia, por el otro, lluvia, y en el medio, ¡un pasillo seco hasta el propio templo! A ver, ¿qué me dices sobre esto?”.
Pues escucha lo que voy a contar: el sabbat pasado nuestro rabí regresaba a casa después de rezar. En el camino se encontró un billete de cien dólares. ¿Cómo recogerlo, si es un pecado tocar dinero? Mira al cielo, Jehová se dio cuenta y se hizo el milagro: por un lado, sabbat, por otro lado, sabbat, y en el medio, no me lo vas a creer, ¡era jueves!”.