22 de noviembre de 2008

El último voto, de Joshua Michael Stern

Kevin Costner, al que ya no se le recuerdan las horas altas, muy a pesar de la bastante decente “Open Range”, protagoniza una película de corte político-electoral en año político-electoral en los Estados Unidos. La trama parte de una idea más propia de Disney que de una película seria, pero es lo que hay. Una niña extraordinariamente madura hace de madre con su padre, un Costner que pasa de todo y es un absoluto desastre. Para colmo, la niñita tiene que hacer un trabajo sobre el voto de su padre, y claro, es el día de las elecciones. Faltaría más que para completar el cuadro de protagonistas no estuviesen los dos candidatos a la Presidencia, un mediocre republicano que sólo se preocupa por el blanco de sus dientes y por prometer, en plena campaña, la cura del cáncer, y un asesor demócrata un tanto cínico que no tiene ningún reparo para enmierdar a los que le enmierdan.

Por su puesto, esta película no pasa por un complejo drama político en el que cada escena y cada elemento está perfectamente medido. Aquí lo importante es la moralizante historia que se presenta a base de una casualidad al más puro estilo Mickey Mouse: justo cuando la niña va a votar por su padre, que está de borrachera, se desenchufa la canceladota del voto electrónico, con lo que queda atrapado. Nada demasiado importante si no fuese porque el resultado que arrojan las urnas es un empate y ese voto mal cancelado decidirá el resultado de las Presidenciales. Un solo hombre elegirá el Presidente de los Estados Unidos. A partir de aquí veremos como la maquinaria electoral estadounidense desfila con toda su potencia para conquistar el favor de una sola persona.

La película transcurre como un carrusel, con sus subidas y sus bajas. Rápida en los tramos en los que la política devora al infeliz elector y más pausada en los momentos de reflexión con su pequeña hija o con la ávida periodista que descubre la historia. Nada que no resulte del todo conocido en la típica y habitual estructura del videoclip. Una lástima que los juegos, las idas y venidas de la trastienda de las campañas y la complejidad del sistema, se muestren de una manera tan laxa. Aún así, teniendo en cuenta que la película se dirige al gran público, no deja de tener su gracia que se muestre como se organiza, alrededor de una sola persona, toda una campaña electoral para conseguir su voto (grupos de presión, deportistas, causas humanitarias, etc., incluidos). Imagínense que visita su casa el señor Rodríguez Zapatero y Rajoy para pedirle su voto. Y que en función de sus preferencias ellos cambian de opinión para satisfacerle, pero que al mismo tiempo cabrean a todo su electorado con estos cambios. Por supuesto, como los otros ya han votado, no importa en absoluto.

A través de esta metáfora, se evidenciará como los políticos se mueven sólo por el interés de un voto. Cada discurso, cada acción, cada propuesta está pensada para convencer a los ilusos votantes. Lo que ocurre que es que en esta ocasión, en lugar de disimularlos con miles de mensajes lanzados a millones de electores, se pone el microscopio para ver como todo se centra en un solo elector. Y claro, éste se convierte en toda una estrella, pasando a ser lo más importante de la campaña. Kevin Costner hace memoria sobre sí mismo, y sus ruinas tras sus fracasos como director en sus últimas películas, para encajar un personaje más de perdedor de los muchos que arrastra a lo largo de su carrera. No es mal actor. Pero lleva tanto en el mismo registro que resulta un poco intrascendente. Por su parte, destaca el siempre eficiente Nathan Lane en el papel de tenebroso asesor demócrata y, no podía faltar, el malévolo Stanley Tucci al frente de la campaña republicana. Los candidatos son interpretados por Frasier, Kelsey Grammer, al que siempre apetece ver en la gran pantalla, y Denis Hopper, que debería cambiar de cirujano plástico.

Sin duda, lo más destacado de la película es que de no ser tan intrascendente, habría sido una gran película. El cinismo político, el engaño a los electores… todo queda un tanto desdibujado por el aire precocinado que todo tiene. Y no es que no resulte gracioso ver a los republicanos volverse ecologistas porque a Costner le gusta pescar en un río, o defender el matrimonio homosexual. Del mismo modo en el que los demócratas aparecen persiguiendo a los inmigrantes o manifestándose contra el aborto. Pero la toma de conciencia del solitario elector, gracias a la voz de Pepito grillo de su hija, que de repente se preocupa por el futuro de su país, termina por estropear el argumento. Al final, después del desarrollo clásico, todo se resuelve con otro clásico del cine, el mito del buen ciudadano que hace lo correcto. Mucho más peligroso resulta cuando de repente, los candidatos emergen como buenas personas que se sobreponen a sus malévolos asesores de campaña. Las marionetas se cortan sus hilos y el sistema funciona, con lo que esta fábula termina por convertirse en un (nuevo) homenaje a las excelencias del sistema estadounidense. Que curiosamente no deja de tener su gracia el año en el que Obama ha devuelto la fe al mundo.

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