4 de diciembre de 2007

Un mundo feliz, de Aldous Huxley

La literatura utópica (y distópica), de la que ya hemos empezado a dar cuenta en Destripando, explora, como es sabido, un mundos ficticios de compleja constitución pero con una proximidad pasmosa. La imaginación necesaria para crear en la mente estos escenarios no resulta extraordinaria, pues a menudo la realidad ha superado la ficción. Mucho más en una generación como la nuestra que ha podido contemplar realidades televisadas más parecidas a un plató cinematográfico que a una realidad evidente. Guiones que empezaron a escribirse con todo lujo de detalles en los trazos de autores clásicos como Tomás Moro (con su “Utopía”), Francis Bacon como uno de los padres del positivismo o, muchísimo antes, el propio Platón (con su “República”). No obstante, será en momentos muy posteriores cuando nazca la literatura utópica de pleno derecho. Gracias a el notable esfuerzo de los Huxley, Orwell, Bradbury, Wells o Zamiatin (no dejen de leer en este mismo blog), a la hora de abstraerse de las convulsiones de su época para tomar los elementos de juicio necesarios que les permitiesen crear esos mundos en los que las condiciones ideales de aquello que muchos querían, eran llevados al extremo para someterlos a un juicio implacable.

Un mundo feliz” inicia sus páginas en el seno de un sofisticado centro de reproducción en algún año de un futuro que se data en la era Ford, en clara referencia a la revolución tecnológica y racional que supuso el inicio del fordismo. La creación del modelo Ford T, 1908, es el año 0 de la nueva civilización (incluso de toma la T como la nueva Cruz) y que sirve de excusa para presentar una brillante crítica a un orden social que no distaba mucho del deseado por algunos políticos. La división del trabajo en términos puramente científicos, racionalizando las funciones y limitando el campo de actuación de los individuos en la cadena de montaje, es tomada como el orden adecuado para realizar una estratificación social que garantice la supervivencia de la raza humana. Un nuevo orden social que no oculta una cierta referencia a un determinismo biológico de fácil explicación, “así naces y así te quedas”. Claro está que la técnica ha hecho mucho por este determinismo, en esta nueva sociedad los centros de reproducción poseen un sofisticado proceso de división celular, que garantiza la estandarización de toda la sociedad. A este determinismo biológico se le une el social (en realidad la ordenación ya no posee un carácter social o de dependencia de los medios de producción a lo marxista, sino que depende del tipo de sustrato que viertan en la probeta en la que se desarrolla el cigoto). Mediante un complejo sistema de condicionamiento se crean individuos que amarán determinadas cosas, no aspirarán a otras totalmente ajenas a su disposición genética y, por encima de todo, quedará grabado a fuego en su mente que lo importante no es la unidad sino el conjunto, esto es la sociedad.

Una estratificación social que no oculta la referencia directa a los convulsos años treinta en los que fue publicada esta novela. No podemos pasar por alto que las ideas de muchos científicos y políticos en relativo a la ordenación social por su condicionamiento biológico está presente a lo lago de toda la obra. Esa idea imperante en el fascismo (y otros totalitarismo) según la cual los pobres ciudadanos no deben preocuparse por nada porque ya existe un ente superior que se ocupa de su bienestar, se plasma con la presentación de una especie de consejo mundial que vela por el buen ritmo de una sociedad que vive feliz gracias a un condicionamiento que se refuerza con la dosis de una potente droga que termina por adormecer el más mínimo estímulo neuronal de un pensamiento propio.

Curiosamente este orden establecido lo ha sido tras los horrores de una ficticia guerra que acabó con el viejo modelo de civilización. Un conflicto mundial que bien pudiera recordar a la Primera Guerra Mundial y tras el que la Humanidad, la que sobrevive, decide establecer un nuevo sistema que garantice que esa conducta tendente a la autodestrucción de los hombres sea suprimida por la conservación de la especie. Y nada mejor para conservar un orden que ser feliz. Además de la mencionada droga que consumen para reforzar el condicionamiento en los momentos en los que falla, nada mejor que el sexo desinhibido. El autor centra su atención en las relaciones sexuales libres, a voluntad y sin compromiso como uno de los fuertes para el establecimiento de un orden estable (casi todo un antecedente a los hippies). La libre voluntad de hacer lo que uno quiere, que en realidad está recortada por lo que quiere que hagamos el orden establecido, termina quedando reducida al sexo como su máxima expresión. Algo que podría parecer escaso en nuestros días pero que tenemos que imaginar en el contexto de puritanismo en el que se escribió esta novela.

Además, claro, todo el mundo tiene una función asignada. En función del nivel que se ocupa en la escala social se desarrollará un trabajo. Quedando encargada la clase genéticamente superior de supervisar la reproducción de nuevos individuos. Es decir, quedando al cargo la clase dirigente de perpetuar su poder a través de la producción en serie de seres humanos condicionados en la debida obediencia. Únicamente se hace una referencia a pequeñas zonas del planeta donde viven unos pocos hombres que han sobrevivido a la guerra y que no optaron por el nuevo modelo. Marginados y considerados como enemigos de la modernidad. Y, como contrapunto a la utopía, existe una reserva salvaje llamada Malpaís. Una reserva no muy distinta de cualquier zoo cuya visita no está recomendada pero sí permitida para ver como viven los hombres sin este sofisticado sistema. Para no confundirse, la historia está prohibida. Nada del pasado. Incluso la vejez se ha prohibido mediante un precursor del botox que tanto gusta ahora y gracias al que la gente permanece con un aspecto joven. Nada de religión, nada de reflexiones filosóficas, nada de literatura clásica… sólo una excepción, Bernard Shaw. El único autor autorizado en el mundo feliz.

La obra, que sigue una estructura teatral clásica con su planteamiento, nudo y desenlace, presenta a unos personajes habituales en este tipo de desarrollo. Para poder comprender mejor en qué consiste este mundo feliz, se toma como protagonistas a varios especimenes de la clase superior genética. Situados en lo más alto de la cadena evolutiva (o de la selección científica), tendremos la oportunidad de conocer sus reflexiones sobre lo que les rodea: Cosa que hubiese sido imposible si Huxley hubiese optado por un personaje de la más baja de las clases biológicas. Helmholtz Watson, un distinguido miembro de la sociedad que se pregunta por qué el mundo es así. Bernard Marx, que tiene las mismas dudas pero que en lugar de tomarlo como un elemento reflexivo no dejan de tomarlo como un punto más a su favor de su superioridad. La joven Lenina, impulsiva y que aunque tiene alguna dudas trata de ahogarlas rápidamente en droga mientras repite las frases de su condicionamiento para no dejar de ser una buena ciudadana. Y los dos personajes clave. Mustafá Mond, dirigente mundial que conoce el pasado y maneja en su vocabulario palabras tan obscenas como madre o padre (tengan en cuenta que todos nacen de una probeta, nada de ombligos ni relaciones familiares). Posee una colección de libros prohibidos como la Biblia o las obras de Shakespeare, ha sido un antiguo escéptico y jugará un papel fundamental en el revelado de la realidad en el tramo final del desenlace. El otro personaje clave será John El Salvaje, encontrado por Lelina y Bernard durante su visita a la reserva, supondrá la contraposición total del orden establecido con el mundo salvaje. Nacido de forma natural del vientre de una mujer de clase superior genética que se perdió durante una visita a la reserva y que, por tanto, pone en duda ambos sistemas. No es aceptado por el mundo de la reserva en el que ha nacido y tampoco al que pertenece genéticamente. Sin condicionamiento podrá decidir su destino.

Sólo los tontos han creado los progresos del mundo, porque los listos se han adaptado a lo que había sin necesidad de inventar”. George Bernard Shaw.

4 comentarios:

  1. No sé si me acuerdo muy bien del libro, pero una cosa que me interesó de la historia es cómo plantea, como tu comentas, que para conservar el orden se obliga a todo el mundo a ser feliz. Pero una felicidad totalmente superficial, basada en la no-preocupación, como una pax romana del alma. Y justo por eso, porque la sociedad ha eliminado toda inestabilidad, miedo, esperanza, ilusión, ansia, toda implicación emocional queda eliminada, no existe el arte. Recuerdo largas charlas sobre esto con un compañero.

    Por cierto, alguien más cree que Huxley era un mal escritor con una idea buenísima?

    Y gracias a Harry por explicarme qué significa distópica. :D

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  2. Sí, la verdad es que lo parece. Ha envejecido muy mal el libro. La entrada de lospersonajes de la reserva, el personaje de Bernard Marx, como precipita el final...

    Y lo símiles no son todo lo bueno que deberían. Al fin y al cabo seguro que había oído hablar de los grandes salones de opio como para lograr una mejor descripción de esas gran masa dormida en un estado de inopia.

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  3. Pues sí, la verdad es que Huxley es un escritor tremendamente sobrevalorado. Recuerdo que me compré esta novela junto con otra suya menos conocida Viejo muere el cisne. Comencé por esta última y me dejó de tal manera que ya no recuerdo ni de qué va Un mundo feliz. Tendré que echarla otro ojo para que no se diga que el_situacionista no entiende de distopías.

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  4. De la obra literaria de Huxley sólo conozco este libro, y la verdad es que me pareció bastante bueno, al menos cuando lo leí en su día. Curiosamente lo que mejor recuerdo es que para referirse a una mujer guapa los personajes utilizaban la expresión "está neumática"; quizá sea porque mi profesor de economía del instituto lo dijo como chiste una vez en clase, y sólo yo pillé la gracia...

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