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3 de marzo de 2007

Scorsese y el rock

[Publicado por El Confidencial, 3 de marzo de 2007]

Por Javier Pina

Desde que el rock comenzó a dar guerra en los cincuenta, el cine ha tenido con este género musical más desencuentros que encuentros. Martin Scorsese, reciente Oscar al mejor director, es uno de los pocos realizadores que ha sabido trasladar la emoción del rock al celuloide. Él es el responsable de algunos de los mejores reportajes cinematográficos de la historia del rock.

Con un master en cinematografía por la Universidad de Nueva York recién estrenado, Scorsese participó en el montaje de Woodstock - 3 Days of Peace & Music (1970), como ayudante de dirección de Michael Wadleigh y trabajando codo con codo con la editora Thelma Schoonmaker, ganadora de un Oscar por este trabajo, que se convertiría en la montadora habitual del cineasta en próximos proyectos.

En 1973 Scorsese rodó Mean Streets, su tercer largometraje. Martin necesitaba canciones potentes que reforzaran algunas escenas y para ello entró en contacto con Allen Klein, un duro tiburón de la industria discográfica, patrón de ABKCO Records y poseedor de todo lo que grabaron los Rolling Stones para Decca entre 1963 y 1970. Por un módico precio llegan al cuerdo por el que Klein le cede dos canciones de los Stones, Tell me y Jumping Jack Flash. Esta última subraya el momento en el que Johnny Boy, personaje interpretado por Robert de Niro, entra a cámara lenta en el club.

Su siguiente trabajo para la industria del rock es The Last Waltz (1978), rodado en directo el 25 de noviembre de 1976 en el Winterland Ballroom de San Francisco. Era el concierto de despedida de The Band tras 16 años de carretera. Por el escenario pasaron músicos como Bob Dylan, Eric Clapton, Van Morrison, Neil Young, Muddy Waters, Joni Mitchell o Ringo Star. El ego de los artistas invitados y el gran consumo de cocaína durante el rodaje pusieron en peligro el proyecto que se editó dos años más tarde.

Este trabajo forjó la amistad entre Scorsese y Robbie Robertson, guitarrista y compositor de The Band, que compartieron numerosas noches llenas de blues y clásicos del cine. Robertson se convirtió en el asesor de los sountracks de algunas de las películas de Scorsese como Ranging Bull, The King of Comedy, The Color of the Money, Casino, Gang of New York, The Aviator y The Departed. Todas ellas repletas de clásicos del rock de artistas tan famosos como los Roling Stones, Allman Brothers, Cream, The Who, Harry Nilsson o George Harrison.

Scorsese también trabajó para Michael Jackson, dirigiendo el videoclip de Bad (1987). Y en el 2003 produjo una serie de tres documentales-ficción en los que se cuenta la historia del blues remontándose a sus orígenes. Uno se lo cedió a Win Wenders, otro a Clint Eastwood y el tercero lo dirigió él mismo.

Se unió a Bob Dylan para montar No Direction Home, un documental autobiográfico compuesto por entrevistas, grabaciones y una montaña de material de archivo. Destacar la escena del concierto del 17 de mayo de 1977 en Manchester, en el que una persona del público llamó a Dylan “¡Judas!” mientras presentaba el tema Like A Rolling Stone en formato eléctrico acompañado de su banda The Hawks, más tarde The Band.

Lo penúltimo que ha hecho Scorsese, seguro que hará más, es un documental de la gira de A Bigger Bang, en el que se cuentan anécdotas que acompañan a un concierto grabado en el Beaton Theater de Nueva York en el que participaron invitados tan diferentes como Jack White, Christina Aguilera o el bluesman Buddy Guy.

Por todos estos trabajos, se podría afirmar que Scorsese ha montado, sin duda, las mejores combinaciones de imagen y rock que se han visto y oído en las pantallas.

21 de febrero de 2007

Infiltrados, de Martin Scorsese


En ciertas ocasiones uno se siente romántico. Romántico no de esos que festejan San Valentín o que pretenden sentir cómo el corazón se le sale por la boca mientras ven acercarse a su amado o su amada. Romántico como sinónimo de melancólico, echando de menos aquellos otros tiempos –ni buenos, ni malos, ni peores, simplemente otros- y echa de menos ir al cine con sus amigos a ver una película de alguien que nos gustó siempre. Así nos sentíamos todos el día que fuimos al cine a ver Infiltrados, el día que volvíamos a repetir viendo una de Martin Scorsese.

No es que uno se prodigue mucho en las salas cinematográficas. El elevado precio de una botella de agua en un recinto extremadamente caluroso -¿se podría denunciar?- y las alternativas cinéfilas [quiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño] han desviado el rumbo de un grupo de amigos que está empezando a considerar seriamente la inversión de los ¡más de 6€! por visionado que se ahorra cada uno, en un proyector de cine común con su Home-Cinema incorporado. La otra alternativa consistirá en acudir en masa a la sala el Día del Espectador, esto es, los miércoles que no sean festivos ni víspera de los mismos sin perjuicio de que la dirección decida considerar ese Martes como día del Cinematógrafo y aniversario de la invención de cine con lo que, y por lo tanto, los descuentos no acumulables queden suprimidos en todas las sesiones exceptuando la de las 16 horas, salvo que tú decidas acudir a la de las 16 horas, claro. (Desde aquí invito a aquellos lectores que hayan conseguido entrar en un cine el día del Espectador a que me lo cuenten, que yo llevo ya más de 3 intentos en distintos cines y lo único que he encontrado es que han subido la entrada para todos los días excepto para uno, llamándolo erróneamente día del Espectador cuando lo lógico sería llamar al resto de días Día del Empresario de los MiniCines).

Pero polémicas aparte, hablaremos ahora de la película Infiltrados ¿Y por qué? Pues porque está nominada al Oscar como Mejor Película junto con las ya comentadas en este blog Babel, The Queen y Pequeña Miss Sunshine y también junto con Cartas desde Iwo Jima, que aún no está comentada por problemas con el servidor –aunque si queréis os comento la porno chusquera que se encontraba tras el prometedor archivo [guiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño] y van dos.

Entrando en materia, cuando uno se sienta en la butaca pensando que va a ver a Leonardo DiCaprio jamás puede estar tranquilo. Sin embargo te vas autoconvenciendo de que, al fin y al cabo, vas a ver lo que ha hecho Scorsese, vas a ver a un Jack Nicholson que, quizás, hoy no vuelva a hacer de sí mismo, y otras múltiples excusas para que no prospere tu sentimiento de pánico y no salgas gritando de la sala antes de que llegue el anuncio del bar de Calamares que hay en la esquina –que si pago más de 6€ ya podrían ahorrarse los anuncios ¿o es que pagan antigüedad al quinceañero de pajarita que me ha llevado hasta la butaca?

No cabe duda de que el planteamiento inicial suena emocionante. Un policía infiltrado en una banda mafiosa ya habría bastado para poner a este que escribe rumbo al servidor más próximo [guiño, guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño, guiño] -¡tres!- pero el que además haya un mafioso metido en la policía que persigue al Jefe de la Mafia, mejor. Y si la Mafia es irlandesa y no italiana, todos salimos ganando. El argumento es demasiado rebuscado, lo sabemos, pero al fin y al cabo esto es cine y no política, aquí sí pueden suponer que nos lo creeremos todo a cambio de ver un buen espectáculo.

El devenir de la película nos sitúa frente a los dos personajes principales, los dos infiltrados haciendo ver que uno, el policía mafioso –Matt Damon-, es sonreído por la vida mientras que el otro, el mafioso policía –Leonardo DiCaprio-, es siempre un desgraciado. A todos nos va a dar más pena el pobre mafioso policía –es decir, el bueno- que el policía mafioso –el malo- y, para que así conste en acta, una mujer se entremezclará en sus vidas amando más al malo que al bueno –ergo todas las mujeres son tontas y eligen siempre al que no les conviene. La película podría parecer aburrida mientras va transcurriendo pero Jack Nicholson -¡que esta vez no hace de sí mismo!- logra que ciertas escenas cobren una hilaridad tremenda y lleguen momentos de buen cine -pero del bueno, bueno- como la escena en la que aprieta las clavijas a DiCaprio para saber si está con él o no.

Sin embargo las posibilidades de salir del cine pensando que se ha visto una película relativamente buena se desvanecen con los sucesivos giros, regiros y revueltas de argumento que el guión da una y otra vez. Se han pasado de rosca y lo peor es que no han tenido la decencia de disimular. Por el escenario aparecen personajes surgidos de la nada que, en una o dos escenas, provocan que todo el guión cambie. Personajes que creíamos acabados vuelven a resurgir en la argumentación para dejarte claro que no, que no sabes cómo acabará la película por mucho que creas adivinarlo. ¡Pero es que da la sensación de que no lo saben ni ellos mismos!

Al acabar, uno termina la película dando gracias a los títulos de crédito pero esperando que al finalizar éstos alguien aparezca en la pantalla y vuelva a cambiar el final. Lo peor no es que no parezca una película de Scorsese, sino que parece una película de DiCaprio. No se confundan pensando que ha sido nominada para Mejor Película o para mejor Director. Una nominación para Scorsese no significa que se lo vayan a dar, sino que va a hacer más grande el ego de quien lo gane. Ya le pasó a Sylverter Stallone cuando le dieron en 1976 el Oscar por Rocky y entre los nominados se encontraba la genial Taxi Driver. Al final 6€ menos y el proyector un poquito más lejos.