31 de diciembre de 2008

Los libros de 2008

Lo quiso así el destino y nos sentó en la misma mesa –o deberíamos decir barra- a mi librero, a J. D. Salinger y a mí mismo. Los tres sentados y discutiendo justo el día en que Salinger cumple 90 años. Números redondos. Y justo el día en que un editor anónimo nos deja un comentario en la magnífica entrada sobre un cuento de Salinger que en verano nos regaló Ottinger en este mismo blog. Quiso la casualidad también que el amable editor comentarista y anónimo nos preguntara la manera de contactar con el genial escritor norteamericano para materializar una futura edición en castellano de sus libros. Un gran reto este, sin duda, pues es bien sabido que Salinger no concede entrevistas desde 1980 y que su última publicación data de 1965. Eso sí. Que no publique no significa que no tenga blog. Incluso cabe la posibilidad de que escriba a diario sin, además, necesitar blog ni comentarios agudos de nicks raros o evidentes. Sea como sea, y esto lo sabemos porque Salinger mismo lo dijo en su día, la obra del autor norteamericano sigue creciendo a diario pues no ha parado de escribir. Su trabajo está profundamente bien editado y delimitado. Sobre la mesa de trabajo descansan dos pilas de cuadernos, unos azules y otros rojos. La clasificación por colores corresponde a aquellos textos que habrán ser quemados el día de su muerte y aquéllos que podrán ser publicados cuando él ya no esté entre nosotros.

Como es de mala educación desearle la muerte a alguien, y más cuando nos ha regalado grandes momentos con su trabajo –aunque lo consideremos escaso-, habrá que conformarse con lo que sí se puede leer y editar. Así se ha hecho esta entrada, buscando los libros editados en 2008 –año que se nos va para siempre-, que quisimos haber leído nada más salir al mercado pero que, por unas cosas o por otras, no se han podido leer. He buscado y rebuscado en la biblia un número mágico que me sirviera para hacer un Top X, pero al final me he quedado con la originalidad de proponerles un libro para cada mes del año 2009 –el que viene, apúrense.

Enero. Entre Mareas de Joseph Conrad.

Este libro fue editado justo en Enero de 2008 por una editorial de muy buen gusto, El Olivo Azul. En este libro se incluyen cuatro relatos o novelas cortas –nunca he sabido bien distinguirlo- en el que podemos disfrutar del genial autor. No merece la pena gastar mucha tinta en alabanzas a quien fue capaz de escribir El corazón de las tinieblas, pero por si acaso nunca han leído algo de él, abaláncense sobre este precioso libro del que otros hablan maravillas.

Febrero. Misa Negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía de John Gray.

Este libro llevaba todo el año dando que hablar por los países de lengua inglesa y justo a finales de 2008 ha sido editado por Paidos. Tras haber leído Las dos caras del liberalismo y Al-Qaeda y lo que significa ser moderno puedo decir que Gray es un tipo al que uno gusta de llevar la contraria pero que bien podría estar en nuestro bando. Sus argumentos son siempre demoledores para nuestra conciencia humana moderna y, salvando que muchas veces no nos convenza de sus pensamientos, se discute muy amigablemente con él de cualquier cosa. En esta ocasión Gray mete sus zarpas en la línea de flotación de los científicos laicos o ateos por encontrar sospechosas similitudes entre sus argumentos y las estructuras de razonamiento religioso que ellos mismos han defenestrado. He buscado blogs en castellano que reseñaran la obra, pero parece ser que ninguno de quienes lo critican han abierto una página. Promete.

Marzo. Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Raoul Vaneigem.

Paseando en unas vacaciones por la orilla del Sena contraria a Notre Dame en París, rebusqué entre varios libros antiguos en el único puesto al que me había acercado. Allí, esperándome con infinita paciencia, estaba el único ejemplar de la segunda obra del situacionismo: Traité de savoir-vivre à l’usage des jeunes générations, escrito en 1967 por este autor belga. Ha sido reeditado en castellano por la celebración del aniversario de Mayo del 68 –y alguien me lo regaló ya, con lo que lo tengo obsesivamente repetido. El documento resultará imprescindible para conocernos a nosotros mismos como individuos y como sociedad. Ahí es nada.

Abril. El eco de los pasos, de Joan García Oliver.

Cuando el gran Alberto García-Alix se decidió a investigar la figura del anarquista madrileño Felipe Sandoval animado por la descripción que de él hacía Oliver en su obra, alguien debió de ser muy listo en la editorial Planeta y propuso recuperarla. Esta obra actúa a modo de memoria del gran líder del anarquismo barcelonés, miembro del gobierno de la República en mitad de la Guerra Civil y compañero de Durruti. No tiene que tener ningún desperdicio aunque, como en todas las memorias políticas, toda coincidencia entre los hechos narrados y la realidad pueda ser fruto de la casualidad. Por cierto, no dejen de ver el documental de García Alix sobre Felipe Sandoval si tienen oportunidad. Imprescindible.

Mayo. En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano.

¿Una novela con personajes que pertenecen a la Internacional Situacionista? ¿Qué habla de los sucesos del Mayo del 68 tergiversándolos al tiempo que dice unas cuantas verdades? ¿Necesitan algo más para empezar a leer?

Junio. Fiebre en las gradas de Nick Hornby.

Bueno, exactamente esta novela sí la he leído. Y exactamente novedad, tampoco es, pues lo que ocurre es que estaba descatalogada y ahora está siendo, como toda la obra de Hornby, recuperada por Anagrama. Para los amantes del fútbol, que verán en Junio cómo se acaban los partidos y cómo no hay Eurocopa ni Mundial, será un gran descubrimiento y un divertimento con el que llegar a la nueva temporada sin haber perdido la forma. Para quien no les guste el fútbol… siempre quedará Julio.

Julio. Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural, de Boris Groys.

Esta ha sido la primera de las dos novedades que en 2008 ha publicado la editorial Pre-Textos del autor Boris Groys. La segunda tiene el sugerente título de Obra de arte total. Stalin. Un profundo análisis de la realidad dominante hoy día que no nos va a dejar de una pieza. Ideal para esos días en que la mitad de los compañeros de oficina se han ido de vacaciones. Y de aperitivo pueden leer una entrevista reciente.

Agosto. Andanzas de Joe Speedboat contadas por el luchador de un solo brazo, de Tommy Wieringa.

Con este título ya nos dan ganas de abrir el libro. Cuando además leemos que se trata de una historia contada por un chaval de 15 años que sólo puede mover el brazo izquierdo y con un tétrico sentido el humor, no queda más remedio que rendirse.

Septiembre. Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Bayard.

¿Se puede tener algo más pretencioso que el título de este libro? Sí, se puede escribir una entrada como esta. Pues lo dicho. Para aprender a hacer reseñas en sus blogs, no se lo pueden perder.

Octubre. Los relatos del Padre Brown, de G. K. Chesterton.

El genial autor inglés que nos vuelve locos con sus crímenes y sus criminales tuvo el acierto de crear al personaje del Padre Brown. Por fin todos los relatos los han unido en un solo libro que, si bien tiene un precio elevado, hay que fijarse lo que nos ahorraríamos si nos compráramos toda la serie del Padre Brown una a una. Y les aseguro que lo comprarían con que sólo leyeran uno de los relatos. Obra maestra.

Noviembre. La enciclopedia de los muertos, de Danilo Kis.

Ya que estamos tratando de evitar cualquier referencia a libros antibelicistas este año, déjenme expresarles otra de mis obsesiones: la literatura balcánica. Aquí, Danilo Kis fue uno de los más grandes que quizás no recogió toda la gloria internacional que merecía por su temprana muerte. La nueva edición de esta obra nos permitirá conocer mejor cómo se ve la vida desde una península situada en Europa.

Diciembre. Mil cretinos, de Quim Monzó.

Libro de cuentos de Monzó. Uno más, diría el que no sabe de lo que habla. Sin embargo la genialidad del autor de El mejor de los mundos o El porqué de las cosas nos permite apostar a ganador con este libro editado originalmente en catalán pero publicado en castellano durante el extinto 2008.

27 de diciembre de 2008

Mercy, de The Felice Brothers



Con mis mejores deseos de paz, os deseo unas felices fiestas y un próspero año nuevo.
La canción corresponde a The Felice Brothers...
Porque necesitamos más "Mercy"

18 de diciembre de 2008

¿Por qué haces esto?, de Jason

Lo negro está de moda. No, no nos referimos a la victoria de Obama –que está por ver que vaya a hacer algo- sino a la novela policíaca. La novela negra. Una muerte es un hecho sobre el que puede girar la mejor y la peor de las historias. Da la posibilidad al autor de reflexionar sobre la vida de sus personajes, sobre las diferentes maneras de vivir y sobre el hecho mismo de la muerte. Un espejo frágil que separa ambos estados facilita la reflexión. Sin embargo, el hecho mismo de quitar la vida a alguien, de eliminar con un solo y terrible acto todas las esperanzas, ilusiones, planes y problemas de una persona, eliminar los planes de tantas y tantas personas para con esa víctima, permite reflexionar también sobre la capacidad del ser humano para crear y destruir el mundo en el que vive.

Un asesinato es, por tanto, un buen motivo para una novela. Sobre él giran tantas y tantas cuestiones que posibilita casi cualquier reflexión y mensaje. Grandes autores de la literatura occidental dejaron una huella imborrable con novelas negras. Los asesinatos y terribles crímenes fueron la excusa para la crítica social y moral de su tiempo. Raymond Chandler, con su detective duro y malhablado, G. K. Chesterton, son sus personajes al margen de la sociedad victoriana, Edgar Allan Poe, con sus relatos llenos de misterio. Nombres que todo el mundo conoce o debería conocer pues, en su ámbito, nos llenaron los cerebelos de balas traicioneras, jeroglíficos imposibles de resolver y deducciones lógicas que jamás parecerían racionales a ojos del sheriff del condado.

Como buen plagiador de estilos, el cine tomó las ideas de la novela y las transformó en un lenguaje propio lleno de imágenes sugerentes y de silencios interpretativos. El cómic, mezcla de ambas artes, pero independiente a todas luces, no podía faltar en la división del género negro. Aquí se instala con fuerza ¿Por qué haces esto?, del noruego Jason (Astiberri).

La historia del asesinato de Claude a manos de un extraño desconocido hace que, sin apenas esperarlo y sin dar tregua al lector, la acción pase de cero a cien en apenas un par de viñetas. Jason nos cuenta una historia que apenas daría para un capítulo de cualquier serie televisiva. Sin embargo es el cómo lo cuenta lo que hace que se disfrute tanto y que den ganas de precipitarse otra vez en ella nada más terminar la última página. Hay que estar atento a cada cuadrado, a cada bocadillo que sale de los personajes, a cada mirada, si no queremos perdernos un momento determinante del relato.

Delicado. Ese podría ser el calificativo del estilo de Jason. Sus personajes, antropomórficos, apenas expresan emociones con el rostro y son dibujados de manera férrea. Casi cuesta distinguir a los personajes de una misma raza, apenas distinguibles por sus ropas o por una perilla o “corte de pelo” particular. Tal escueto estilo invita a contemplar el resto de la viñeta. Los fondos, de líneas claras y definidas. Austeridad ante todo, no abundan los personajes en segundas acciones y, por lo tanto, cada objeto o persona dibujada adquiere una importancia y llama la atención del lector.

El estilo narrativo de Jason no se basa por tanto en la expresividad de los personajes. Tampoco en los diálogos, certeros y reales, sino en los silencios. Jason domina muy bien los silencios de cada viñeta y el lector puede ser capaz de interpretar cada emoción sentida por los personajes, cada tensión labrada. Nos demuestra que no es necesario hacer un alarde de fantasía y sofisticación para hacernos vibrar en la silla con una simple persecución callejera y que, muchas veces, basta con una simple onomatopeya para hacernos partícipes de tanta tragedia.

Es en definitiva un gran cómic, una gran novela de género negro –con una fascinante portada-, que podría ocupar un gran lugar entre todas esas novelas de disparos que solemos acumular en nuestras estanterías. Estos son los principios de Jason. Y si no le gustan, lo lamentamos, no estaban en venta.

7 de diciembre de 2008

La ola, de Dennis Gansel

Un profesor, al que Gansel presenta tremendamente estereotipado, haciendo de rebelde con camiseta de los Ramones incluida, tiene que dar en clase un tema polémico, la autocracia. Nada del otro mundo si no se tratase de un instituto alemán. Esta es la carta de presentación de esta película psuedoindependiente, cada vez es más difícil saber qué es el cine independiente, que trata de realizar una radiografía de la juventud alemana en su vertiente política dando respuesta a una pregunta: ¿es capaz la juventud alemana de repetir el nazismo?

En principio no deja de ser la típica película de instituto de jóvenes poco esperanzados a los que un profesor molón motivará, tal y como ya hiciera Sidney Poitier en “Rebelión en las aulas”, el videoclip con duración de película de Michelle PfeifferMentes peligrosas”, o la musical “Los niños del coro”. Un grupo de alumnos un tanto egoístas, macarrillas, poco motivados y con las ideas confusas, son sometidos a una clase de política en la que se simula el nacimiento de una dictadura.

Al guión no le falta valentía a la hora de lanzar su particular visión del mundo y de los condicionantes a la hora de surgir una dictadura. Si hacemos una concienzuda revisión de la academia encontraremos condicionantes distintos a los mencionados en la película, o puntos de vista muy diversos. Pero no importa, el guión está tan bien estructurado y secuenciado que el totalitarismo va floreciendo inevitablemente. La disciplina, el descubrimiento de la identidad de grupo, la propaganda, la protección de los miembros frente al exterior, un cuerpo de seguridad, etc. todas y cada una de las fases del nacimiento, consolidación y expansión de un grupo totalitario realizado sutilmente. Supone, no cabe duda, un clarísimo ejemplo de cómo, sin necesidad de un fuerte liderazgo, el grupo por sí sólo es capaz de autoalimentarse hasta dar con el más puro fascismo.

Dennis Gansel ya nos sorprendió con la solvente “Napola” que versaba, efectivamente, sobre una Napola, esto es, las escuelas que los nazis pusieron en funcionamiento para la formación de sus jóvenes. Recurrente, por tanto, en la temática, con “La ola” intenta llevar a esos mismos jóvenes, sesenta años después, para someterlos a la misma cuestión, cómo se crea un totalitarismo. Basado en la novela de Todd Strasser, Gansel dibuja esta fábula perfectamente secuenciada en la que los paralelismos con la historia alemana y el nacimiento del nazismo son de notable mérito. Sin bien es cierto que muchos de los detalles pueden no ser del conocimiento del gran público, baste con mirar en la Wikipedia para encajar la secuencia perfecta que llevó a Hitler de unos pocos locos a un país entregado a su causa.

La ola” es una película brillante que expone una realidad sin necesidad de grandes artificios. El gran mérito de esta cinta no es presentar la constitución de un grupo totalitario en la Alemania nazi, sino presentar a un grupo de lo más heterogéneo, en el que se mezclan nacionales con inmigrantes, personas de distintas clases sociales o con muy diversos intereses. Jóvenes desmotivados y perdidos que encuentra, en la ruptura del ideal liberal del individuo y la pertenencia al grupo, un objetivo a su existencia. Nada que no haya sucedido con anterioridad y nada que no pueda volver a suceder. Y es que el director no trata de llevar la película a extremos lejanos de los que es difícil volver o verle el sentido. La sencillez del proceso es la nota más llamativa de esta película. Resulta todo tan sencillo que podría llegar a asustar.

Más que recomendable este ejercicio de simulación en el que cada paso está calculado con gran inteligencia. Si pueden, no pasen sin verla y mientras lo hacen, piensen en un tipo con bigote, un jefe de propaganda, los SA… quedarán de lo más impresionados con esta fábula. Para los últimos minutos, y si no la han visto apúntela, recuerden la frase que se cita a continuación y que pertenece a esa obra maestra que es “El hundimiento”.

No quiero vivir en un mundo sin nacionalsocialismo”, Magda Goebbels.

3 de diciembre de 2008

Standby, de Extremoduro




Había una vez una serie llamada Los mejores videos de la Historia. No me cabe duda de que Extremoduro, con su poesía hecha rock, debía estar presente por esta preciosa obra que es Standby. Si la canción es un canto digno de estar en los libros del Rock Español, el video merece, cuanto menos, participar de esta serie que teníamos en estado de espera.

Me arruinan las prisas, y las faltas de estilo, el paso obligatorio, las tardes de domingo y hasta la línea recta. Me enerva los que no tienen dudas y aquéllos que se aferran a sus ideales sobre los de cualquiera.

2 de diciembre de 2008

De versiones

En los últimos tiempos han llegado a mis manos algunos discos de versiones. De estreno y al borde de la descatalogación, ahí va el comentario.

Soul, de Seal

Sin duda, la voz de Seal es una maravilla. Con un tono envidiable que recuerda a los cantantes negros clásicos del Orleans de los mejores tiempos, y con unos temas sabiamente adecuados. Quizás, el problema de este disco no es el magnífico trabajo de reconstrucción y adaptación, sino lo superfluas que resultan la mayoría de las versiones. Sí, son buenas. Sí, merecen la pena. Pero no dicen mucho. Tienen un inevitable aire a hilo musical que detona falta de personalidad. Escucharemos alguna de estas versiones en películas de moda, especialmente británicas del corte “Love actually”, camufladas en una banda sonora de retales bien conjuntados y nos parecerán grandiosa. No lo duden.



La vida, de Ainhoa Arteta

Todavía no sé muy bien cómo llegó este disco a mis manos. Había escuchado algo del lanzamiento, más o menos bien promocionado, y que la cantante de ópera había sacado un disco de versiones de sus canciones favoritas. Trece temas que ha elegido personalmente y que ha destrozado sin contemplaciones. Supongo que animada por el éxito del Il Divo, se decidió a dar el paso al jazz camuflado con un pop vocal. No se trata de que le falte voz, es sólo que las versiones son una autentica mierda. Sí. No hay término medio. Cuando caminaba por la canción cinco, después de haber ido saltando por las anteriores, decidí escuchar directamente aquellas que me interesaban. “Ne me quitte pas”, la única que me llamó la atención y pueden adivinar que no para bien. El disco es sencillamente un horror. Deberían retirarlo del mercado y Arteta debería encargar su próxima compilación de versiones a alguien que sepa adaptarlas al calibre de su voz.



We love Ella!, de VV.AA.

Ella Fitzgerald es, probablemente, la más grande dama de la canción de la historia de la música. Algo difícilmente discutible. Puede que por ello la admiración por esta diva sobreviva generación tras generación. Este disco, más que de versiones, es un homenaje de algunos buenos cantantes a una Ella a la que toman prestados sus temas más conocidos. El trabajo colectivo incluye canciones más o menos previsibles como “Too close for comfort” de Michael Bublé o “You are the sunshine of my life” de Stevie Wonder. Pero también incluye algunas pequeñas joyas como “Oh Lady Be Good!” de Dianne Reeves o “Reaching for the moon” de Lizz Wright. No se trata de un gran álbum, pero sí una buena suma de canciones y cantantes. Si pueden, háganse con una copia a buen precio.



Leaving on a manday (Limited deluxe), de Anna Ternheim

Anna Ternheim, cantautora sueca, nos presenta su nuevo álbum con un extra que incluye unas cuantas versiones de algunos de sus temas favoritos. De los presentados en la entrada de hoy, este es, con diferencia, el único disco de versiones. O realmente es la única que se ha molestado en versionar en algo más que en cambiar la voz que interpreta la canción. El ritmo y el tono que da a cada una de las canciones, uniformemente repartido a lo largo de todo el álbum, denota un trabajo que mima cada una de las canciones con tanto cuidado como tiene la dulce voz de Ternheim en pronunciar cada sílaba. Un verdadero placer escucharlo.


29 de noviembre de 2008

The New Yorker, de Saul Steinberg

[Publicado en El País, 27 de noviembre de 2008]

El virtuoso gráfico del “New Yorker

Era tal vez el artista que más sabía de “la filosofía de la representación”, según señaló el gran teórico del arte E. H. Gombrich. El dibujante Saul Steinberg dominaba como nadie la economía de medios, y buena prueba de ello son las portadas que ilustró durante décadas para el selecto semanario The New Yorker. Fue uno de sus pilares, con más de 90 portadas y 1.200 dibujos. Un centenar de sus dibujos, junto a collage y ensamblajes escultóricos se reúnen ahora en la pequeña galería Dulwich Picture, en las afueras de Londres. La muestra se titula Illuminations, en referencia a uno de los autores favoritos de Steinberg, Arhtur Rimbaud.

Para constatar la destreza compositiva de Steinberg basta tomar uno de sus dibujos más famosos, el titulado I Do I Have I Am, de 1971, para entender lo que quiso decir Gombrich La última frase: “I Am”- yo soy- está escrita en letras que descansan sobre sólidos cimientos, las de el “I Have” (Tengo) dan una impresión de inestabilidad y finalmente el “I Do” (Hago) brilla en el cielo como un sol radiante. “La economía de medios era uno de sus distintivos”, explica también el citado Gombrich, quien apunta a las "contradicciones" "como uno de los mecanismos utilizados por el artista para generar risa.

En sus dibujos, Steinberg satiriza, analiza, sopesa, calcula, indaga, diagnostica, revela, ilumina y al mismo tiempo se reinventa constantemente sobre el papel, como ha escrito el crítico Joel Smith. El propio Steinberg (1914-1999) se refirió así de tautológicamente a su arte: “Yo dibujo el dibujo - y dibujar se deriva del dibujo- mis líneas quieren recordar constantemente que están hechas de tinta”. Y en otra ocasión: “Recurro a la complicidad del lector, que transformará la línea en significado utilizando nuestro común trasfondo de cultura, historia y poesía. La contemporaneidad es en cierto sentido complicidad”.

Nada elitista pese a su importante bagaje cultural europeo, Steinberg no veía ninguna incompatibilidad entre lo respetable y lo vulgar y estaba siempre abierto a todo. Dotado de una insaciable curiosidad y de un gran poder de observación, Steinberg declinó siempre especializarse. Le valía cualquier lenguaje visual que satisficiese sus necesidades expresivas.

Emigrante rumano

Nacido en Rumanía, Steinberg estudió primero filosofía en la Universidad de Bucarest antes de trasladarse a la Italia fascista de Mussolini para estudiar arquitectura. En Milán (Italia) se dio a conocer como dibujante humorístico, pero las dificultades con las leyes racistas de ese país, que dificultaban el ejercicio de ciertas profesiones, le hizo emigrar en 1942 a Estados Unidos. Fue en este último país donde se cimentó su fama como ilustrador, diseñador de tarjetas de Navidad, muralista, artista de la publicidad, escenógrafo y creador incansable de imágenes. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó como propagandista para la Office of Strategic Services en China, Argelia y también en Italia.

En su libro de ensayos Topics of our times, Gombrich se lamentaba, por otro lado, de que en la historia del arte contemporáneo no se le hubiese prestado a Steinberg hasta entonces la atención que, a sus ojos, merecía.

27 de noviembre de 2008

Hola América, de J.G. Ballard


Hola amigos, después de mi ausencia por esta página, totalmente injustificada, pero a mi me da igual, porque he decidido que no tengo que dar explicaciones de mi vida a nadie, incluidos mis lectores de los blogs en los que participo, reaparezco por aquí para comentarles un libro que acabo de leer hace media hora.

Tras mi regreso de lejanas tierras y escondidas montañas donde descubrí que el nuevo oficio de Bin Laden es el de taxista, que el hummus puede ser la solución para el hambre en el mundo (el garbanzo es fácil de cultivar y almacenar durante mucho tiempo) y que ciertas heridas no cicatrizan, sino que rebrotan por influjo de las salinas aguas del Mar Muerto (si no he dicho ya que he estado en Jordania reviento...), decidí que la lectura debía ocupar mis ratos libres, ahora que soy un parado más. Y me incliné por la lectura fácil y de contenido guarrete.

Tras las lecturas de "11 minutos", del ínclito Paulo Coelho (no sé por qué siempre que me acuerdo del tipo éste me sale Claudio Coello... debe ser que merodeé mucho tiempo por esa calle) y de "Las partículas elementales" del tal Houellebecq; de las que diré que "ni fu ni fa" en el primer caso, y en el segundo, que eso del "caca, culo, pedo, polla, coño, pis..." está muy visto y que sólo está para escandalizar a las viejunas y algún que otro meapilas que busca en el género guarrete el aliviarse; decidí volver a la literatura que más me gusta y dejar la cerdería a medios más audivisuales (por cierto, la última película de Erika Lust es una mierda... no se crean que eso de que el porno para chicas es más sensible... es el mismo argumento de siempre... fontanero conoce a gachí y terminan dándose para el pelo al son de una música hortera, y tampoco se casan).

Erigiéndome en el miembro menos intelectual y menos cultureta de éste, su blog, y sin ánimo de que me llamen friki (que eso lo será su santa madre de ustedes) me dispongo a comentar el libro que acabo de terminar hace ya más de media hora y que no es otro que "Hola América" de J.G. Ballard.

Hablando de J.G. Ballard, ustedes lo conocerán de novelas como El Imperio del Sol, Crash o La bondad de las mujeres, de las que se han hecho películas, y me dirán que la película de Spielberg es una mierda y que sólo les gusta porque sale Christian Bale (el nuevo Batman, para los despistados) cuando era un chavalín, pero no puedo darles la razón, porque El Imperio del Sol es la mejor película que ha hecho Spielberg en su puñetera vida y eso soy capaz de mantenerlo en cualquier conversación de bar mientras me tomo unas cuantas cervezas. Pero no voy a hablar de Spielberg, sino de J.G. Ballard, a quien no conocí por esas novelas, sino por otras como "Mitos del Futuro próximo" y algún relato de aquel compendio titulado "Cronopaisajes", del género de la Ciencia Ficción. (Si les mola el género guarrete, léanse "Noches de Cocaína" del mismo autor, que es mucho mejor que las novelas antes mencionadas). Y escribo Ciencia Ficción con mayúsculas, porque aunque el propio autor se niegue a reconocerlo, muchas de sus narraciones pertenecen a este género que tiene sus antecedentes en el Antiguo Testamento. ("Metáfora, hijo mío... el Antiguo Testamento está escrito en metáfora...", aún rechina en mi memoria las palabras de aquel profesor de religión)

Y es que Hola América, de la que hoy hablaré, no con el elegante y erudito estilo de mis queridos y apreciados vecinos de blog, sino de la manera más soez y procaz que se me ocurra (es que lo de leer al tipo éste, ¿cómo se llamaba? ah, sí, Houellebecq me ha impactado tanto que sólo puedo escribir de esa manera... ¿he dicho ya mierda?, ah, sí... lo he dicho ya varias veces), es otra novela de Ciencia Ficción y no de esas que se compran en las librerías éstas de baratillo (3 libros a 10 euros) que son una puta mierda, sino una novela de Ciencia ficción, ciencia ficción.

La trama es muy sencilla. Crisis energética, la población de Norteamérica se envuelve en una suerte de migración inversa devolviéndoles a los lugares de origen de sus antepasados. Norteamérica se queda vacía de gente y por causa de los "hacedores de clima" se transforma en un desierto polvorienteo, con una densa y tropical selva en lo que había sido el Mid-West. En Europa han detectado unas nubes radiactivas provenientes de lo que fueron los Estados Unidos y envían una expedición para detectar las causas de esas perturbaciones. A partir de ahí se pueden imaginar la clase de aventuras que les pueden acontecer a los miembros expedicionarios, pero no, J.G. Ballard riza el rizo y lleva hasta el absurdo los sucesos de esta divertida e interesante aventura, que llevará a los protagonistas a establecer contacto hasta con el mismísimo Frank Sinatra.

Del resto no revelo nada, porque la verdad sea dicha, merece la pena ser leída y espero sus consideraciones para cualquier discusión en torno al tema. A fin de cuentas, tampoco he sido tan soez ni procaz a la hora de presentarles el relato, y creo que si hubiera redundado en la escatología, tal vez no les hubiera o hubiese llamado la atención. Desde aquí rompo una lanza para la erradicación de "enfants terribles" de la literatura (todos franceses y Pérez Reverte... ¿cómo se puede utilizar tan gratuitamente el término "joder" en la prosa??!??), el "culturetismo intelectualoide" y a los energúmenos esos que te llaman friki en cuanto uno se sale de la mediocre "normalidad". Que os jodan a todos!!!

22 de noviembre de 2008

El último voto, de Joshua Michael Stern

Kevin Costner, al que ya no se le recuerdan las horas altas, muy a pesar de la bastante decente “Open Range”, protagoniza una película de corte político-electoral en año político-electoral en los Estados Unidos. La trama parte de una idea más propia de Disney que de una película seria, pero es lo que hay. Una niña extraordinariamente madura hace de madre con su padre, un Costner que pasa de todo y es un absoluto desastre. Para colmo, la niñita tiene que hacer un trabajo sobre el voto de su padre, y claro, es el día de las elecciones. Faltaría más que para completar el cuadro de protagonistas no estuviesen los dos candidatos a la Presidencia, un mediocre republicano que sólo se preocupa por el blanco de sus dientes y por prometer, en plena campaña, la cura del cáncer, y un asesor demócrata un tanto cínico que no tiene ningún reparo para enmierdar a los que le enmierdan.

Por su puesto, esta película no pasa por un complejo drama político en el que cada escena y cada elemento está perfectamente medido. Aquí lo importante es la moralizante historia que se presenta a base de una casualidad al más puro estilo Mickey Mouse: justo cuando la niña va a votar por su padre, que está de borrachera, se desenchufa la canceladota del voto electrónico, con lo que queda atrapado. Nada demasiado importante si no fuese porque el resultado que arrojan las urnas es un empate y ese voto mal cancelado decidirá el resultado de las Presidenciales. Un solo hombre elegirá el Presidente de los Estados Unidos. A partir de aquí veremos como la maquinaria electoral estadounidense desfila con toda su potencia para conquistar el favor de una sola persona.

La película transcurre como un carrusel, con sus subidas y sus bajas. Rápida en los tramos en los que la política devora al infeliz elector y más pausada en los momentos de reflexión con su pequeña hija o con la ávida periodista que descubre la historia. Nada que no resulte del todo conocido en la típica y habitual estructura del videoclip. Una lástima que los juegos, las idas y venidas de la trastienda de las campañas y la complejidad del sistema, se muestren de una manera tan laxa. Aún así, teniendo en cuenta que la película se dirige al gran público, no deja de tener su gracia que se muestre como se organiza, alrededor de una sola persona, toda una campaña electoral para conseguir su voto (grupos de presión, deportistas, causas humanitarias, etc., incluidos). Imagínense que visita su casa el señor Rodríguez Zapatero y Rajoy para pedirle su voto. Y que en función de sus preferencias ellos cambian de opinión para satisfacerle, pero que al mismo tiempo cabrean a todo su electorado con estos cambios. Por supuesto, como los otros ya han votado, no importa en absoluto.

A través de esta metáfora, se evidenciará como los políticos se mueven sólo por el interés de un voto. Cada discurso, cada acción, cada propuesta está pensada para convencer a los ilusos votantes. Lo que ocurre que es que en esta ocasión, en lugar de disimularlos con miles de mensajes lanzados a millones de electores, se pone el microscopio para ver como todo se centra en un solo elector. Y claro, éste se convierte en toda una estrella, pasando a ser lo más importante de la campaña. Kevin Costner hace memoria sobre sí mismo, y sus ruinas tras sus fracasos como director en sus últimas películas, para encajar un personaje más de perdedor de los muchos que arrastra a lo largo de su carrera. No es mal actor. Pero lleva tanto en el mismo registro que resulta un poco intrascendente. Por su parte, destaca el siempre eficiente Nathan Lane en el papel de tenebroso asesor demócrata y, no podía faltar, el malévolo Stanley Tucci al frente de la campaña republicana. Los candidatos son interpretados por Frasier, Kelsey Grammer, al que siempre apetece ver en la gran pantalla, y Denis Hopper, que debería cambiar de cirujano plástico.

Sin duda, lo más destacado de la película es que de no ser tan intrascendente, habría sido una gran película. El cinismo político, el engaño a los electores… todo queda un tanto desdibujado por el aire precocinado que todo tiene. Y no es que no resulte gracioso ver a los republicanos volverse ecologistas porque a Costner le gusta pescar en un río, o defender el matrimonio homosexual. Del mismo modo en el que los demócratas aparecen persiguiendo a los inmigrantes o manifestándose contra el aborto. Pero la toma de conciencia del solitario elector, gracias a la voz de Pepito grillo de su hija, que de repente se preocupa por el futuro de su país, termina por estropear el argumento. Al final, después del desarrollo clásico, todo se resuelve con otro clásico del cine, el mito del buen ciudadano que hace lo correcto. Mucho más peligroso resulta cuando de repente, los candidatos emergen como buenas personas que se sobreponen a sus malévolos asesores de campaña. Las marionetas se cortan sus hilos y el sistema funciona, con lo que esta fábula termina por convertirse en un (nuevo) homenaje a las excelencias del sistema estadounidense. Que curiosamente no deja de tener su gracia el año en el que Obama ha devuelto la fe al mundo.

3 de noviembre de 2008

Chances, de Jill Barber

Esta canadiense de dulce voz, pertenece a esa nueva generación de cantantes con una delicada tesitura vocal con la que uno sería capaz de levitar. Muy similar al estilo de Katie Melua, de la que es contemporánea, o Madeleine Peyroux. Mucho más elegante que ellas, a pesar de su juventud, con cuatro discos editados, y con una voz mucho más fina, podría competir con una Diana Krall en horas bajas si no fuese por encontrarse clarísimamente escorada hacia el pop (o eso que llaman soft pop). “Chances” no cambia nada de su estilo. Jill Barber compone diez temas con una presencia y un fondo musical con unos arreglos orquestales dignos de las mejores épocas de este estilo (de hecho todo el disco tiene ese regusto clásico) y que serían del agrado de la propia Ella.


30 de octubre de 2008

La Guerra de los Mundos, de H. G. Wells

Hoy, 30 de Octubre de 2008, cuando se cumplen 70 años desde que la grave voz de Orson Welles radiara en vivo y en directo esta genial novela del autor inglés Herbert George Wells, es el mejor día para reseñarla.

Publicada en 1898, hace ahora 110 años, la novela La Guerra de los Mundos es una terrorífica narración en clave de ciencia ficción. Llevada al cine, directa o indirectamente, cientos de veces y con muy dispar resultado, la historia ha variado tanto de una interpretación a otra que el resultado final e inesperado del relato es casi de sobra conocido por todo el mundo. Sin embargo no seremos nosotros quienes contribuyamos a que alguien desheche esta obra sólo por conocer su final y les aseguramos que durante esta destripación, no se revelarán contenidos del fabuloso final.

Los personajes en cuyas manos estamos son dos. El narrador, quien nos cuenta una historia vivida en primera persona, de supervivencia y horror en un pueblecito de Inglaterra asediado por esta guerra; y un familiar suyo residente en Londres, quien también logró sobrevivir y contar su relato a nuestro narrador. Esto nos da dos planos de una manera un tanto artificial en la novela, pero que sin duda se agradecen. La historia principal, enclavada en el mundo rural, es una trepidante historia de asedio y persecución a su protagonista y los compañeros que encuentra por el camino. La historia de Londres, es el principio de la decadencia humana. Así de crudo, así de horroroso.

En la novela, ya se lo imaginarán por la preciosa primera portada de la novela que ilustra este post, trata de la invasion del planeta Tierra por parte de extraterrestes con ambiciones territoriales. Wells describe la llegada de estos seres mediante un personaje tremendamente educado, racional e ilustrado, incapaz de comprender tal barbarie de destrucción. Los extraterrestres se le presentan como un grupo perfectamente organizado, con admirable tecnología y un raciocinio excepcional. Pero no logra descifrar los códigos morales que manejan para destruir sus pueblos, eminentemente pacíficos.

H. G. Wells era un escritor con un tremendo sentido crítico de la sociedad en que vivía. Junto con C.K. Chesterton -uno de los más grandes de todos los tiempos- formaba un grupo literario crítico con la sociedad victoriana e imperialista. Si Chesterton decidió enfocar su rabia por las injusticias y sus críticas al sistema desde el humor brillante, Wells logro hacer lo mismo pero desde el mundo de la ciencia ficción, primero, y desde el mundo de la literatura social después.

En su fabuloso libro La Máquina del Tiempo -corran a leerla-, Wells critica el sistema capitalista, contra el cual luchaba desde la sociedad Fabiana. El mundo del futuro que creó en esa novela simbolizaba a unos capitalistas dominados por las bestias, por el proletariado y las máquinas que ellos mismos habían ideado.

Aquí, en La Guerra de los Mundos, H.G. Wells habla del imperialismo, de la barbarie de aquellas sociedades que, como la suya, dominaron la técnica para asaltar sin motivo, sin razón y sin perdón a las sociedades pacíficas que jamás habían hecho nada contra ellos. El hecho de que los extraterrestres siempre sean caracterizados dentro de sus infernales máquinas de acero, les convierte en otros no humanos y dramatiza la fe que, en el momento de publicar la novela, se les tenía a las máquinas como capaces de aliviar las dificultades de toda la humanidad.

Un buen motivo el de leer la novela ahora que se cumplen 70 años de que Orson Welles alterara el sueño americano una semana antes de las elecciones presidenciales. Cuando se cumplen 110 años de la invasión de Londres, o 70 de la invasión de Estados Unidos. Siempre es un buen momento para leer a H.G. Wells.

19 de octubre de 2008

El ruido y la furia, de William Faulkner

Ya me advertía el_situacionista que Faulkner no era fácil, nada fácil. Mucho menos si tienes de fondo de coro a un grupo de octogenarias haciendo aquagym con los grandes éxitos del verano pasado a todo volumen. “El ruido y la furia” es un libro complejo. Su estructura no da tregua al lector y constantemente se necesita hacer memoria de la historia leída hasta esa línea con el objeto de entender lo que está pasando y encajar todas las piezas. Se agradece el acierto de Cátedra, bajo la edición de Mª Eugenia Díaz Sánchez, de incluir el estudio previo que desgrana gran parte de los secretos que esconde el texto (disculpen que no se la portada promocionada). En este estudio se incluye una pequeña guía de los apartados que componen esta obra. Lejos de querer facilitar las cosas a los futuros lectores, yo les recomendaría que dejasen de lado estas notas para leer el primer apartado sin ningún tipo de referencias. Si son capaces de leer la totalidad del capítulo, no tendrán problema en acabar el resto del libro. Eso sí, una vez terminen con cada uno de los días (así divide su obra Faulkner), lean la guía correspondiente y relean el día para entenderlo en su totalidad. Disfrutarán mucho más de esta tormenta.

El ruido y la furia” no es el retrato de la familia Compson, protagonista de la novela, sino la disección del Sur de los Estados Unidos en toda su miseria. Desde el núcleo de una familia sureña tremendamente religiosa y supersticiosa, términos redundantes, se descubre una sociedad puritana que apura su estilo de vida al compás de cambio marcan los nuevos tiempos. Frente a una madre recluida en su habitación, avergonzada por no haber podido parir un “hijo normal”, el entorno se vuelve cada vez más hostil, hasta el punto de no poder controlarlo y verse en la necesidad de borrar todos aquellos recuerdos que le resultan incompatible con su manera de pensar.

A Faulkner le encanta someter a la máxima presión al Sur. Probablemente, la mayor parte de las cosas que la familia Compson vive en esta novela (y en otras obras, pues fue desarrollando parte de su historia a lo largo de los años), se toman con toda naturalidad. Algo propio a su sociedad. Sin embargo, tras el cristal de este escritor, que realiza una hipérbole de su descripción, y en nuestro propio entender, todo resulta tremendamente exagerado, caótico, cruel y desgarrador. Para empezar nos encontramos con el relato del menor de los hijos de esta familia. Un deficientemente mental en cuya mente indaga Faulkner en busca de la percepción que tiene de lo que le ha tocado vivir. Supongo que ante hechos sin mucha lógica, una perspectiva tan aparentemente sencilla puede ayudar a mostrar la intolerancia de la sociedad ante la diferencia. Ya sugeríamos en el anterior párrafo el inmovilismo de la madre, un personaje que encarna como nadie la rigidez de la hermética sociedad sureña hasta el punto de cambiarle el nombre a su propio hijo por la vergüenza que siente ante él. Algo a lo que Benjamín (así se llama el pequeño de la familia) permanece ajeno en la descripción de los hechos, que aparecen desordenados y confusos. Sólo la permanente atención al texto nos permitirá desgranar una historia que será refutada por los siguientes relatos.

La tragedia no necesita llamar a la puerta en esta novela. Está presente desde el primer momento y se deja notar a cada paso. Presa de la superstición más pueblerina, la familia Compson deambulará por todo tipo de desgracias. En parte puede que debido al asfixiante ambiente, algo que está presente en todo el texto. Sin embargo, Faulkner se apresura a juzgar a sus personajes, rescatando su inocencia primitiva (como por ejemplo hace con un Benjamin al que castran siendo inocente de toda culpa) y haciendo culpable a la socialización de todos sus pecados. Una perspectiva que puede resultar convincente a juzgar por la presentación que hace de los elementos socializadores, como la familia (una madre ultrarreligiosa y conservadora, un padre pastor y alcohólico) o el entorno. No obstante, al descubrir el sueño en el que vive Quentin (otro de los hijos), en el segundo de los relatos, y su incestuosos deseos respecto a su hermana, uno se pregunta si el Sur es el estercolero de Dios. Tanta concentración de desgracias no la consigue ni Céline en sus mejores momentos de inspiración. Pero ya es tarde para valorar la respuesta a esta pregunta, el segundo día está acabando y la novela ya te ha atrapado hacia el desenlace de cada uno de los personajes.

Será en la tercera división en la que Faulkner se vuelva más convencional a la hora de escribir. Después del ejercicio de ordenación que supone el relato de Benjamín y la indagación que requiere el de Quentin, los hechos que relata Jason, el menos agraciado de los Compson (excluimos a Benjamín, al que nunca valoraron), suponen un descanso para la mente del lector. Lleno de rencor por lo que cree que podía haber sido y lo que es, condenado a vivir una vida que no siente suya, se ve atrapado en una serie de engaños que le permitan intentar aproximarse a aquello que su madre (viuda ya) deseaba de sus hijos. Hombres respetables del Sur. De este modo, Jason se enfrenta a su personaje público, que en realidad sólo interpreta ante su madre, y su verdadero yo. Una nueva muestra de la necesidad de cubrir las apariencias, mucho más cuando te ha tocado cuidar de la hija de una hermana a la que su marido abandonó. Una falsa moralidad por la que habitualmente uno siente vergüenza de lo que se supone que sienten de los demás, pero que termina pasando por alto al tratarse de uno mismo. Pero la carga religiosa, latente en toda la obra, ha hecho que la madre no sea ni capaz de mencionar el nombre de su hija, enfrentando la educación de su nieta como la salvación de sí misma. Ella le ha fallado a Dios y este es su castigo.

Disley, la esclava negra que trabaja para la familia desde que era pequeña, siendo ya una anciana, será la encargada de llevar a Benjamin a la Iglesia el día de Pascua. Relato final que se centrará en un servicio religioso que condenará el comportamiento de toda la familia, convirtiéndose este último día en una especie de Juicio Final. Una prueba que los actos no superan pero que, sin embargo, no obtienen una condena. En el Sur, a pesar de lo vivido, todo sigue igual.

Faulkner se esfuerza en construir un escenario al que ya no se puedan sumar más desgracias. Condena a los protagonistas por sus comportamientos heredados del ambiente que respiran, liberándolos de su culpa, de su Pecado Original. Del mismo modo en el que, tras realizar una disección precisa del comportamiento de esta sociedad, finalmente termina por olvidarse de sus intenciones. Poco o nada importa. Igual que Benjamin, viejo y cansado, llora y grita cada vez que alguien cambia un ápice sus costumbres diarias, el Sur se protege y lucha por perpetuar su estilo de vida. Independientemente de las víctimas que puedan originarse, esta confusión en la que está escrita esta novela, las historias forzadas, la tensión buscada… todo queda olvidado si el orden natural de las cosas sigue su paso. Si el Sur sigue siendo el Sur. Muy probablemente, lejos de odiar este instinto de conservación, Faulkner permanecía fascinado.


15 de octubre de 2008

El niño con el pijama de rayas, de Mark Herman

No leí el libro. No me llamó la atención lo suficiente y la portada con las rayas cantaba demasiado. Cuando la obra de John Boyne se convirtió en todo un éxito quedó desechada definitivamente de mi lista de libro. No por una cuestión de esnobismo (social), sino por el poco sentido que le encuentro a leer una novela de éxito rápido que ha tenido una más rápida compra de los derechos de autor para su adaptación al cine. Sí, en este caso está claro, para qué leer el libro si la película tardará unos poco meses en llenar las mantas junto a los acceso al Metro de Madrid.

La película arranca, como no podía ser de otra manera tratándose de un pseudodrama infantil, con la mirada de un niño alemán. Una óptica que no abandonaremos a lo largo de toda la cinta y que se convierte en el soporte de toda la historia. La cálida e inocente mirada del muchacho mostrará una realidad distinta, a la que no encuentra lógica y de la que sólo se hace preguntas. Hijo de un militar de alto rango de la Alemania nazi, su familia se traslada a un campo de concentración del que se hará cargo. El niño, que no entiende en qué consiste su nueva vida, se cuestiona sobre el campo de concentración, al que él llama granja, y por qué los granjeros van siempre en pijama. Quizá sea esta la parte más decepcionante para todos aquellos que han leído el libro. Todos ellos, casi a la vez, resuenan en mi cabeza como si se tratase de un cerebro esquizofrénico, repitiendo una y otra vez, que en el libro, en ningún momento, se da pistas sobre el lugar en el que el niño está, componiendo, desde la inocencia del niño y sus preguntas, la realidad por la que se transita. Como es obvio, en una obra literaria, la imaginación la pone el lector, mientras que en una película, la imagen, casi siempre, mata la poca que nos queda. ¿Cómo podía haber evitado el director esta pérdida de la sorpresa? No había manera.

Puede que por ello lo único que le queda a la película sea el simbolismo. No deja de ser más o menos evidente que el niño protagonista, en su constante intención de explorar el entorno que le rodea, no es sino un sencillísimo símil de alguien que desea conocer qué pasa en realidad en un mundo que no estaba preparado para lo que vivió. Una cierta licencia, a mi modo de entender, pues si se supone que el niño hace de Humanidad, y va enterándose de que la granja no es una granja, o de que los pijamas son en realidad uniformes, hasta toparse con un niño al otro lado de la alambrada, todo resulta una inútil prolongación de la fábula en la que vive Occidente y según la cual nadie sabía lo que pasa en los patios traseros de media Europa.

La estructura recuerda a “La vida es bella”. Dos niños en medio de un conflicto que, a través de sus juegos, diseccionan materias tan trascendentales como el bien y el mal, la razón y la sinrazón, la cobardía… fácil, facilón. Puede que el director Mark Herman, tras matar a con el objetivo de la cámara la sorpresa de descubrir que la película va sobre el genocidio, renunciase, víctima de texto de Boyne, a construir una verdadera fábula sobre el tema. Algo que pudiese poner un punto de calidad en una colección de títulos que, con la excusa de tratar un tema tan delicado como el holocausto, se sirven de todos los recursos al uso para con, la lágrima fácil, seducir a una audiencia que ya no distingue matices ni colores entre tanta homogeneidad. Por ello, “El niño con el pijama de rayas” resulta una película ramplona que podía haber tenido casi tanta trascendencia cinematográfica como mediática. Sin embargo, los tópicos y usos habituales a los que se recurre, próximos a un fácil sentimentalismo, evitan que pueda convertirse en una gran película. Lástima que a Herman le flojeasen las fuerzas a la hora de agarrar el timón. No es que la película sea mala. Se trata sólo de que en ningún momento tiene más rumbo que el que el espectador imagina.

Como siempre que se trata de una película con protagonistas infantiles, el trabajo de casting es notable. Debe resultar especialmente sencillo elegir a los niños que encarnen un papel entre miles de candidatos, pero aún así, no deja de ser meritoria la mirada del niño protagonista (al que ya vimos en "Son of Rambow"). Unos ojos que nos conducen a un final precipitado e imaginado desde el mismo momento en el que ronda por la alambrada. Un final impuesto a modo de último golpe a un espectador que ya está demasiado acostumbrado. Una pena que no brille más esta película.

27 de septiembre de 2008

Paul Newman,

83 años no son suficientes para disfrutar de un actor como este. Si el rostro del cine es Cary Grant, Paul Newman es la mirada del cine. Sin duda, uno de los mejores actores de Hollywood, compaginó su vida profesional con una muy discreta personal, llena de altibajos, y un sentido de la realidad poco común en el firmamento al que pertenecía. Newman hizo de vaquero, de tahúr, caballero, conquistador, ladrón de poca monta, jefe de la mafia, detective… todo aquello que pudiera interesarle, en el cine o en el teatro, que no tenía mayor problema en dominar cualquier género y espacio.

Al final de esta entrada hemos seleccionado a modo homenaje la escena final de una de sus mejores películas, “Dos hombres y un destino”, en la que compartía cartel con Robert Redford.


La victoria de la derrota”, por Guillermo Altares

[Leído en El País, 27 de septiembre de 2008]

Hay actores a los que recordaremos por sus personajes y hay actores a los que recordaremos por su persona, hay actores a los que echaremos de menos en la ficción y actores a los que echaremos de menos en la realidad. Paul Newman, una de las últimas leyendas de Hollywood que falleció el viernes a los 83 años, aunque la noticia se conoció hace unas horas, nos faltará en el cine y en los botes de salsa de tomate, en la vida pública estadounidense y en unas películas cada vez más descafeinadas. “Una botella de bourbon, sin vaso, sin hielo”, exclamaba Eddie Felson en El Buscavidas (Robert Rossen, 1961) mientras se enfrentaba al Gordo de Minesota en una partida “con la que llevaba años soñando mientras estaba en la carretera”. Felson fue uno de los muchos perdedores a los que Newman dio vida en la pantalla, tipos simpáticos y rotos, siempre dispuestos a tomar la decisión equivocada (¿acaso, al final, hay otra forma de acertar?) y, lo que es más importante, a conseguir que los espectadores le sigan hacia ninguna parte.

No es tan duro como parece”, dice Robert Redford en El golpe sobre el despiadado gangster al que pretenden desplumar. "Nosotros tampoco", replica Newman. “Si me diese el dinero que se gasta en que no le robemos, no le robaría”, asegura otro de sus personajes más famosos, Butch Cassidy, en Dos hombres y un destino, el memorable western crepuscular de George Roy Hill en el que compartía también cartel con Redford. Fue candidato al Oscar en diez ocasiones y lo ganó en 1987 por El color del dinero, la continuación de El Buscavidas, dirigida por Martín Scorsese.

Recibió la estatuilla otras dos veces, pero ambas honoríficas: por el conjunto de su carrera y su trabajo solidario. Pero Newman era más grande que la Academia. Se formó en el Actor's Studio en una generación a la que también pertenecieron Marlon Brando y James Dean. Comenzó a trabajar en los años cincuenta y no paró hasta que el cáncer comenzó a ser más fuerte que su propia leyenda. Tiene muchas películas prescindibles (¿quién no las tendría después de haber rodado más de 60 filmes en medio siglo de carrera?), pero nos ha dejado un puñado de títulos y de personajes que permanecerán porque, sabemos, que al final siempre vence la derrota. Además de las citadas, será muy difícil que nos olvidemos de La gata sobre el tejado de zinc, El largo y cálido verano, El premio, Harper, investigador privado, Fort Apache, Ausencia de Malicia o Camino a la perdición.

Pero sólo por haber sido capaz de crear a Eddie Nelson en El buscavidas, por haber dado vida a ese impetuoso y autodestructivo jugador de billar, cuyo principal enemigo es él mismo, merece un lugar en nuestro imaginario colectivo, algo que sólo ocurre cuando el cine es tan auténtico como la realidad. Por eso, pero también nos acordaremos de él por sus infames salsas de tomate.

Newman declaró que una de las cosas de las que sentía más orgulloso en su vida (además de su matrimonio de 50 años con Joanne Wordward y de los coches de carreras) era que Nixon, el presidente del Watergate, le hubiese incluido en su lista por peligroso liberal. Donó cerca de 175 millones de dólares a todo tipo de causas solidarias con los beneficios que le producían sus salsas y tuvo el detalle de nunca callarse una opinión incómoda. Gracias.




24 de septiembre de 2008

Vacuidad sobre ETA del 'artista' Rosales

Carlos Boyero

Había muchas y lógicas expectativas hacia Tiro en la cabeza. Por la autoría de Jaime Rosales, un director muy personal que había logrado con lenguaje arriesgado sembrar enigma y atmósfera malsana en la desasosegante Las horas del día y transmitir emoción y sentimientos en carne viva hablando de gente herida en La soledad. Que este experimentador con talento disfrutara del reconocimiento de la crítica y del selectivo festival de Cannes era muy coherente debido al amor que profesan ambos gremios al cine vocacionalmente distinto (para entendernos: eso que denominan enfáticamente como propuestas radicales, miradas oblicuas y rigor creativo), pero que la gente del cine español, los que no se dedican a teorizar sino que conocen las múltiples dificultades para que una película salga hermosa, reconocieran con sus múltiples premios el valor de la atípica La soledad le otorgaba legitimidad suplementaria al cine de un señor que parece no albergar humanas dudas sobre su intocable condición de artista.

Si añadimos que a pesar del prestigioso secretismo con el que se suelen envolver las películas que los espectadores aguardan con interés, nos habían llegado puntuales noticias de que el protagonista de Tiro en la cabeza estaba inspirado en la vida cotidiana de un etarra que al día siguiente va a agujerear la cabeza de un desconocido en el parking de un restaurante, crecían los alicientes por ver cómo había contado historia tan pavorosamente repetida en la realidad un director que había demostrado tener una visión penetrante y original de las personas y de las cosas.

Por mi parte, acabo de despejar misterio tan acuciante. Creo que es la primera vez que no me ha parecido intolerable en una sala de cine el odioso sonido de un móvil o la incansable tabarra de las vecinas de butaca. Y no es que me haya vuelvo tolerante con la falta de respeto. Es que no existen diálogos audibles en ella. ¿Que si es cine mudo? Tampoco. De vez en cuando percibimos el sonido de ambiente, el tráfico de la calle, el chirrido de una puerta al abrirse, esas cositas que te transportan a la realidad y evitan que un público vulgar y no iniciado en la factura del gran arte amenace con quemar la sala porque el proyeccionista le ha quitado el sonido a las conversaciones de los personajes. No es un fallo humano. Es que el transgresor director ha decidido que no tiene el menor interés para los espectadores saber lo que piensa y lo que habla un tipo con una existencia aparentemente muy normal que va a quitarle la vida a una persona en nombre de su oprimida patria. Y por supuesto que la ausencia de diálogos no impidió en el nacimiento del cine comprender y admirar la trama que te estaban contando exclusivamente a través de las imágenes creadores como Murnau, Stroheim, Keaton y Chaplin. Pero aquí, Rosales, además de ahorrarse eso tan laborioso de tener que currar con las palabras, ha conseguido que tampoco fascine ni un poquito imaginar de qué coño está hablando el futuro verdugo.

¿Y qué hace este apasionante y trascendente personaje? Pues de todo, excepto las funciones fisiológicas relacionadas con la escatología. Si el director le retratara en el váter, a lo mejor aumentaba su dimensión dramática. Por lo demás, come en soledad, toma vinos con los colegas, visita oficinas, oye música en la Fnac, habla en un parque con una mujer y dos niños, creo que folla con una desconocida (o tal vez conocida, no se sabe), se cita con otro pavo, van a Francia, su mirada se mosquea (ése es al parecer el auténtico clímax, el momento cumbre, la leche) al reconocer a dos tipos que están en la mesa de al lado, les persiguen, les matan, secuestran un coche, atan a la dueña en un bosque. Y se acabó. Ahora, que el espectador encuentre el significado y el significante, el discurso moral y la metáfora.

A mí (¿necesito aclararos que hablo en primera persona, juglar del membrillo, fotógrafo de Estrasburgo y demás aguerridos mariachis de la nada?) todo lo que me cuenta Rosales me provoca un tedio excesivo, pero también lo que pretende sugerirme, o lo que me oculta. La visualización de la grisácea cotidianeidad de este profesional del horror me parece tan estéril como pretenciosa. Creo haber escuchado al autor en la rueda de prensa, aparte de sus ampulosas y farragosas convicciones sobre la evolución en el cine de formas y contenidos, la necesidad de la ética, la altura moral que poseerán los espectadores del futuro, su compromiso como artista y como ciudadano, etcétera, que Tiro en la cabeza está invitada a no sé cuántos festivales del ancho mundo y que su estreno en España va a ser simultáneo en las salas comerciales y en los museos. Lo último lo entiendo. Está realizada pensando en la fraternal acogida de los templos del arte. Seguro que es el sagrado lugar que le corresponde. Que se disfruten mutuamente.

18 de septiembre de 2008

Mar de fondo, Patricia Highsmith

Es curioso lo que me pasa con las novelas negras. O me encantan o me aburren solemnemente, así que no sé nunca qué contestar a la pregunta ¿te gusta la novela negra? Supongo que es como si te preguntan si te gusta el arroz: depende de cómo lo cocinen. Y Highsmith cocina que da gusto.
En la contraportada leí “Si es usted apasionado de las novelas policíacas, debería leer este libro. O quizás debería hacerlo si no lo es.” La verdad es que esta indecisión del editor (o del crítico de turno) hace saltar automáticamente en mi mente la idea “o no debería leerlo en ninguno de los dos casos”, pero qué le vamos a hacer. No siempre el editor puede estar a la altura, eso ya lo sabemos.
Victor y Melinda Van Allen son un joven y estándar matrimonio norteamericano, de clase moderadamente alta, educados, encantadores, amigos de sus amigos. Suelen ser invitados a fiestas y se toman copas con los otros matrimonios estándar, acomodados, educados y encantadores. Vic es buen vecino, de estos que te ayudan a quitar la ardilla muerta del jardín. Es amable, educado, inteligente, encantador. Melinda es aún más encantadora. Lo que pasa es que sobretodo lo es con los hombres jóvenes solteros. Siempre tiene algún que otro amante y todo el mundo lo sabe, incluido su marido, a quien, por otra parte, no parece molestarle mucho.
En una fiesta, con alguna copa de más, Vic explica en broma al amante de Melinda que mató a un hombre porque se entendía con ella. Obviamente, cuando corre el rumor todo el mundo sabe que es una broma, pero el asustado pretendiente huye, cosa que enoja a Melinda sobremanera. Así que consigue otro amante. Y hace evidente su infidelidad, delante de su marido y de sus amigos, que no entienden la actitud permisiva de Vic.
Cuando el nuevo amante aparece ahogado en una piscina todo el mundo está de acuerdo. Un lamentable accidente. El juez. El médico forense. Los amigos y los vecinos. Pero Melinda clama al cielo, es evidente que Vic lo mató. Pero claro, ¿quién va a creer a la alocada, infiel y bebedora Melinda? Quién va a pensar que el pobre Victor Van Allen, con todo lo que el pobre hombre ha tenido que soportar, el pobre y dulce y encantador Victor Van Allen, este hombre que tiene una pequeña editorial que publica poesía, que cría caracoles en un terrario, que lleva a su hija al zoo y al cine, que siempre tiene este aspecto pulcro, sano, ordenado y encantador. Quién va a creer. No digáis que no es para morirse de miedo. Sólo falta la señora Flecher.
Mar de fondo explica cómo pasa un hombre normal de pensar “Mataría a este tío” a “Cómo me gustaría matar a este tío” y a pensar “Demonios, me acabo de cargar a este tío, será mejor que disimule”. ¿Quieren ver la disección de la mente de un psicópata? Pasen y lean.
Y finalmente, porque la elección del título es sencillamente fenomenal, el apunte científico. El mar de fondo es un oleaje de longitud de onda larga, que se caracteriza por ser regular, aparentemente lento y de largo alcance, es decir, llega a lugares remotos de donde se produjo. Por esto, cuando se observa mar de fondo, normalmente no se corresponde con el viento en superficie, puesto que el mar de fondo se debe a una tormenta que se ha producido en otro lugar. Además, la profundidad a la que afecta el oleaje es la mitad de su longitud de onda, por lo que el mar de fondo suele mover aguas de profundidad moderada, arrastrando algas, plásticos y barro que normalmente están en el fondo, invisibles, provocando que el agua se enturbie y arrastrando la mierda hacia las playas.

14 de septiembre de 2008

David Foster-Wallace, 1962-2008

El viernes 12 de Septiembre de 2008, en su casa de California, el escritor David Foster Wallace se suicidó aprovechando la ausencia de su familia en el hogar. Se le acabó la broma.


Cuando, hace ya algún tiempo, me comentaron que Vonnegut era el autor vivo favorito de alguien, y al día siguiente éste falleció, sólo pude preguntar ¿y ahora quién? La respuesta fue clara, "Ian McEwan, porque David Foster Wallace es sólo mi autor postmodernista vivo favorito...".

Tras Kurt, tras David. ¿Le tocará el turno a Ian, o será momento de Pynchon? Se abren las apuestas. Aunque yo, por si acaso, he decidido que antes de publicar nada, mataré al ilustre librero que donde pone el ojo pone la espada de Damocles. Mejor curarse en salud.

Ahora David, después de dejarnos un poco más solos, me obliga a ir reseñando sus libros.

13 de septiembre de 2008

Contigo una vez más, Lili Marleen

[Leído en El País, 13 de septiembre de 2008]

Mit dir, Lili Marleen”. “Contigo, Lili Marleen”. Así termina una de las canciones míticas del siglo XX, cantada por millones de soldados nostálgicos de ambos bandos durante la II Guerra Mundial, coreada al borde de las lágrimas en las extensiones de dunas ardientes del norte de África y en las heladas tundras de Rusia, en el vientre metálico de los submarinos y en la panza alada de los bombarderos. Una fascinante canción existencial de amor y muerte, de desasosegante melodía, que le gustaba al propio Hitler –“esta canción nos sobrevivirá a todos”, advirtió- , pero que Goebbels miraba con suspicacia porque nunca la pudo controlar. Una canción que el 8º Ejército de Montgomery tomó como botín de guerra tras El Alamein y que los Aliados, tommies y GI, acabaron haciendo suya en la voz inolvidablemente abrupta de Marlene Dietrich. Una canción con vida propia, misteriosa, terriblemente hermosa, romántica pero susceptible de ser desfilada, de una estremecedora ambivalencia, que cantaron, en castiza versión, los soldados de la División Azul, que las SS hacían tocar a los Sonderkommandos en los crematorios, pero que asimismo tarareaban las presas de Birkenau cambiándole la letra para darse una ínfima esperanza.

Acaso “única contribución positiva de los nazis al mundo”, como dijo John Steinbeck, pero, ay, la favorita de Pinochet, a esa canción, probablemente la que más define el siglo XX junto con La Internacional e Imagine, ha consagrado un libro apasionante la germanista Rosa Sala Rose. Lili Marleen: canción de amor y muerte (Global Rhythm) sale a la venta la semana próxima e incluye un CD con diferentes versiones, incluida la cantada en 1942 por Edda Göering, de tres años, la hija del mariscal del Reich.

La historia de la canción está oscurecida por las brumas de la leyenda: ¿fue dedicada a una sobrina de Freud, Lilly Freud-Marlé, y por tanto los nazis cantaban estrofas inspiradas por una judía? ¿Trató de suicidarse la cantante que la hizo célebre? No es el menor de los méritos de Rosa Sala Rose en esta auténtica biografía de una canción su esfuerzo para separar la verdad de la fábula.

El autor de la letra fue Hans Leip. La creó como un poemita y, pillastre, en su título unió a las dos chicas que le gustaban, la carnal Lili (Betty), hija de unos verduleros, y la sofisticada y liberal enfermera Marleen. Los versos, hijos de la experiencia de la I Guerra Mundial, fueron compuestos en 1915, mientras su autor esperaba para partir al frente de los Cárpatos. Cuentan la historia de un centinela que va y viene entre las jambas del portal del cuartel y, mientras observa la farola bajo la que se solía encontrar con su amada, evoca melancólicamente su amor. En una segunda fase, Leip incluyó dos estrofas más que le dan un remate sombrío y hasta macabro, con el soldado muerto. Ese final fantasmagórico aparece o desaparece en las distintas versiones, pero, significativamente, está en la que tanto les gustaba a los soldados de la Wehrmacht.

Es una canción de amor, pero también de muerte, una mezcla de Eros y Tánatos”, explica Sala Rose, apartando una mecha pelirroja de sus intensos ojos azules. La autora, que ha pasado 11 años recopilando material sobre la canción, no ha querido desmitificarla, algo que considera imposible, sino desvelar sus ambigüedades y paradojas y revelar hasta qué punto, hija de su época, no podía ser una canción inocente.

En su existencia son definitivos tres mentirosos oportunistas, sus tres progenitores: Leip, que vivió bien bajo el nazismo; el compositor definitivo, Norbert Schultze, miembro del partido, y la cantante Lale Andersen, una superviviente nata. Es curioso que Lili Marleen se haya hecho famosa cantada por mujeres porque estaba pensada para que la cantara un hombre. Esa ambigüedad sexual, sin embargo, es uno de sus encantos y ayudó a convertirla luego en icono gay. Schultze le dio el punto marchoso -y nunca mejor dicho-. De hecho, el despreciable tipo era un experto en marchas militares: apodado “Schultze el de las bombas”, fue el autor de la cancioncilla nazi que animaba a bombardear Inglaterra y también compuso ese simpático hit que fue el himno del Afrika Korps: Los panzers ruedan sobre África. Según la leyenda, Schultze improvisó los acordes de Lili Marleen al piano la Noche de los cristales rotos, el gran pogromo nazi. Más realista es la versión de que los fusiló de un anuncio de pasta de dientes.

Del disco, lanzado en 1939, en el que Lili ¡iba en la cara B!, sólo se vendieron 700 copias. El éxito le llegó de manera casual a la canción cuando la emitió en 1941 para todos los frentes la emisora militar alemana de Radio Belgrado. Ése fue su nacimiento como mito. Desde ese momento, los soldados no dejaron de pedirla masivamente. El fenómeno inquietó a las autoridades alemanas: por incontrolable y porque, desgarrada historia de pena y muerte que se regodea en el dolor, no parecía una canción muy optimista, precisamente. Vamos, que si ya es triste oírla ahora cuando se acaba una relación, imagínense en Stalingrado. Es cierto que también sublimaba la muerte en combate.

En torno a la canción se desarrolló, como documenta Sala Rose, una durísima lucha de propaganda. Conscientes de que no tenían nada así y de que sus soldados estaban peligrosamente seducidos por la canción enemiga, los Aliados trataron de apropiársela. En 1943, la canción se internacionaliza completamente al cantarla para el ejército de EE UU Marlene Dietrich, que eliminó la dimensión soldadesca y desnazificó Lili Marleen para convertirla en una chanson sentimental, cambiando la trompeta por el acordeón.

Hoy, Lili Marleen sigue haciendo llorar a los viejos veteranos y fascina e intriga a los adultos, pero resulta desconocida para los jóvenes. Inmortal, resonará siempre en la banda sonora del más atroz de los siglos: “Vor der Kaserne / vor dem grosen Tor...”.