
29 de noviembre de 2007
Rock Montreal, de Queen

28 de noviembre de 2007
We can create, de Maps

27 de noviembre de 2007
El orfanato, de Juan Antonio Bayona

El argumento presenta la estructura clásica de toda película de terror que se precie. Unas personas que viven ajenas a un pasado que les ronda en forma de espíritus, presencias o lo que sea, un niño que sí los ve y los comprende, y la inevitable fatalidad: la imposibilidad de la convivencia pacífica (o eso nos creemos). No se trata de un acoso a lo “Poltergeist” sino de la desaparición de un hijo adoptado y enfermo y su búsqueda. Un argumento que funciona y que si se desarrolla en un viejo caserón abandonado que sirvió, años antes, de orfanato, te permite colar una médium en lugar de a Paco Lobatón. Que sin duda sería más efectivo y puede que hasta más terrorífico. En cualquier caso, como decimos, todo se desarrolla de acuerdo al plan trazado, sirviendo las nuevas pistas (y sustos) a buen ritmo, manteniendo la atención y el interés. El director, Juan Antonio Bayona, conduce la película por donde se deja. Los raíles están trazados y dejan poco margen para la improvisación o la mejora. Todos los espectadores saben que van a pasar un mal rato (o lo van a intentar) y que al final todo se precipitará para, en cinco minutos, resolver todo el misterio que rodea el orfanato. Pero no se dejen engañar, esta historia va convenciendo al espectador paso a paso pero cuando le llega el turno a esos cinco minutos, todo resulta tan absurdo, precipitado y casual que hunde en la miseria toda el articificio creado a lo largo de la hora y media que dura. Entre otras cosas porque te preguntas qué tiene que ver toda la historia del niño del saquito si no tiene nada que ver con el fondo de la historia principal. ¿Qué pintan los niños-espíritus en todo este asunto?

“El orfanato” contribuye a quitarle complejos al cine español, que hasta hace pocos años parecía incapaz de creerse capaz de hacer películas de miedo. Aunque el resultado se encuentre el parte media de la tabla, no esperen ver la película del año como anuncia el luminoso, tiene un cierto regusto que podría haber sido mucho más interesante de proponérselo el autor. Quizás por parte de ese complejo Amenábar decidió contratar a la Kidman y darle la grandeza que su proyecto requería. Y puede que pensar más en lo grande es lo que le falte a esta cinta. Aún así, no sería justo acusar a Bayona de plagiar a este director (o a Peter Pan con su hay que creer para volar), bastante tiene con soportar que el productor aparezca con una letra más grandes que las suyas. A pesar de las similitudes, este género está tan explotado que casi todas copian, reciclan o refríen pedazos de otras (sin ir más lejos, y pese a que “Los otros” se terminó de escribir antes del estreno de “El sexto sentido”, siempre hubo quién sospechó de cierta inspiración, cosa totalmente injusta por otra parte). Además, la resolución de la tragedia griega que encierra “Los otros” está perfectamente integrada en la historia, todo camina hacia ella. La tragedia que encierra “El orfanato” es tan estúpida que no convence ni a las víctimas más propiciatorias.
26 de noviembre de 2007
Crazy, de Aerosmith
Cuando los Aerosmith aún molaban y se movían en la cresta de la ola rockera con su álbum Get a grip, salió este video alumbrando su corte número 11, Crazy. El video será ampliamente recordado por todos los jóvenes de los 90, si no por la música –el corte es el más ñoño de un disco impresionantemente rockero-, sí por sus protagonistas. Poco antes Steven Tyler, vocalista de la banda, había descubierto que era padre de una joven y que ésta no era otra que Liv Tyler, de carrera cinematográfica tan rápida como corta, pero que dejó huella como mito erótico de la juventud. Está claro que no ha sabido dar el salto a la treintena. La otra protagonista, la rubia, no era otra que Alicia Silverstone, una poco conocida del gran público pero habitual a las series estadounidenses y de la serie B juvenil. Además de este video protagonizó otros dos más del mismo disco, Crying y Amazing.
Con este video dejamos aquí constancia de un grupo, Aerosmith, que aunque volverá a estar presente en esta sección con otro de sus videos, no ha sido absolutamente nada en el panorama histórico del Rock n´Roll. Parecía que apuntaban a glorias, a ser los segundos Rolling Stones, pero la inconstancia en su estilo y la mala selección de singles los ha hecho arrinconarse por mucho que siempre amenacen con volver.
22 de noviembre de 2007
Fernando Fernán Gómez
Por Fernando Fernán Gómez [publicado en El País digital el 21 de noviembre de 2007]

Vinieron después los libros de aventuras. Cuando aún no se ha llegado a la adolescencia, cuando aún no nos han amaestrado y no nos han inyectado en el cerebro la suficiente cantidad de resignación, nos asombra dolorosamente la monotonía de la existencia. ¿Cómo es posible -se pregunta el niño-, haber pasado ocho años padeciendo esta sórdida repetición cotidiana? Los libros de aventuras, con su mentira piadosa, le abren las puertas de la esperanza.
Los libros escondidos. Los libros secretos. Hay que tenerlos debajo de los libros de texto. Leerlos cuando no nos ven nuestros mayores o los profesores, en el colegio. Son libros de aventuras, novelas folletinescas, policíacas. Y muy pocos anos después -no años, meses-, novelas pornográficas. Qué inefable placer me proporcionan esas lecturas. Aldous Huxley dijo: “una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico”. Y con esto no intento sugerir a nadie que abandone las orgías.
Pero también el libro tiene enemigos entre los de su propia especie. En mi caso personal, fueron los libros de texto del bachillerato. Qué repulsión, qué aversión me inspiraron. Odio al libro, odio a la lectura, odio al conocimiento. Por fortuna, había en Madrid muchísimos puestecillos callejeros en los que vendían a mitad de precio noveluchas de segunda mano, o de tercera o cuarta, sobadas y requetesobadas, noveluchas de aventuras, policíacas y también verdes. Aquellos puestecillos hicieron que se conservara vivo mi amor al libro, que los catedráticos escritores habrían conseguido asesinar. En la guerra de libros -como no puede ocurrir en las guerras de verdad-, ganaron los pobres.
Aparecieron después los que algunos consideran enemigos del libro: el cine, la radio, la televisión... son, es cierto, otros medios de difusión de la poesía, y también de la música y de las artes plásticas. Pero, aunque enemigos en cierto aspecto, es difícil que derroten al libro, ni creo que pongan en ello interés, El libro les lleva la ventaja de la corporeidad, de la cercanía. El libro lo tengo, lo poseo, puedo incluso darle achares, no mirarlo, no leerlo y, sin embargo, conservarlo. No es efímero. Puedo también tenerlo en las manos, acariciarle el lomo como a un perro amigo, hojearlo, sobarlo, puedo besar algunos de sus renglones si me han conmovido. Tanto si es un libro lujoso, encuadernado en suave piel, como si es un libro popular, de los que se doblan y se pliegan sumisos para ser leídos en la cama, con los que uno puede acostarse sin muchas dificultades (...)
Echo una mirada a la biblioteca. Cuántos libros en ella que ha devorado el olvido. Y cuántos que ya no podré leer. Quiero decirles a esos libros que no leeré nunca, que no se sientan despreciados. Sí sé que no los leeré es porque estoy en esa edad en la que al tiempo se le ve volar como a un gorrión asustado, en la que se nos escapa como agua en un cesto, en la que huye como algunos queridos recuerdos. Pero al decir adiós, que un libro me abra sus brazos y repose sobre mi pecho.
21 de noviembre de 2007
Till the sun turns black, de Ray LaMontagne

19 de noviembre de 2007
Smells like a teen spirit
Sirva este himno generacional para recordar los males que ha hecho el grunge, y si bien ahora aprecio la desgarradora voz de Kurt Cobain, siempre diré: "La vaca muge y el cerdo, grunge!!!"
17 de noviembre de 2007
Night falls over Kortedala, de Jens Lekman

16 de noviembre de 2007
I want to break free, de Queen
15 de noviembre de 2007
Take my blanket and go, de Joe Purdy

Dudaba que video poner de Purdy, al final he optado por el rescate de “Wash away”, de un trabajo anterior, sirvió de soporte musical a los primeros días de los perdidos.
10 de noviembre de 2007
Kansas - Dust in the wind
Si se veía venir...
La carretera, de Cormac Mccarthy

No obstante, La Carretera no presencia la venida de los cuatro célebres jinetes que anuncia la Biblia, y que se remontan al Libro de Zacarías mucho antes que al Apocalipsis de San Juan, dicho sea de paso en un exceso de arrogancia dentro de la línea editorial. Mccarthy amanece en un terreno desolado en el que un holocausto de extraña y desconocida naturaleza ya ha sucedido y del que sólo dará algunas pistas en el texto. El sufrimiento o éxodo tomarán la forma más clásica de “mérito” para llegar al Apocalipsis, que en esta ocasión se traduce como un viaje por el horror con destino a la costa. Una costa que se convierte en la única obsesión de un padre, del que nunca sabremos su nombre, por conducir a sus hijo, del que tampoco sabremos nunca su nombre. Unos pasos que serán dados por un terreno desértico que podemos ubicar, por la descripción de la ciudades arrasadas y las granjas que se encuentran a lo largo de la carretera, en el corazón de los Estados Unidos. Un lugar en el que el invierno devora a las personas, más si tenemos en cuenta la inexistencia de provisiones o ropa de abrigo. Es por ello que el padre decide poner rumbo a la costa. Un destino en el que encontrarán algo, aunque desconoce su naturaleza y teme su significado por mucho que se encuentre preparado para él.
Mccarthy no oculta su particular estilo a la hora de escribir. Dentro de ese selecto grupo al que en Destripando Terrones hemos bautizado como los “escritores definitivos” y que hace referencia a esa modalidad de autores que si bien son grandes en su talento, son escasos en sus apariciones públicas (además de una profusa y destacada vida personal). No dudó en vender los derechos de una de sus novelas más célebres para que la maquinaría Hollywood, cuyos guionistas se encuentran en huelga de ideas mucho antes de que se iniciara la de los brazos caídos por su pedazo en la tarta de los beneficios

Escrita en un estilo que puede resultar extraño para los más neófitos. Mucho más si tenemos en cuenta que el texto se divide en párrafos que saltan avanzando escenas y en la que los diálogos no tienen comillas, seguidas la pregunta y la respuesta, la réplica y la contrarréplica por la distancia que da un golpe en el enter. Un estilo poco frecuente para el gran público que puede contribuir, junto con el extraño argumento del que ahora hablaremos, a que el enorme nicho de lectores que crean Bestsellers (en realidad esa etiqueta la pone un publicista y no el número de ventas) se quede al margen de este viaje. Sin embargo, el bueno de Cormac tiene un nombre y un buen trabajo editorial. A pesar de lo arisco de su carácter, los éxitos que le preceden le han labrado un nombre en la literatura mundial que le aseguran un buen rendimiento comercial. Un beneficio económico que se encuentra lejos de la circunscripción de su obra como un objeto más de literatura de desecho comercial. Puede que venda miles de ejemplares pero poco o nada tiene que ver con los multiventas del estilo de King o Brown.
Como ya hemos avanzado, La carretera parte del resultado de un holocausto. Un lugar arrasado en el que los únicos vestigios de vida son las pocas personas a las que los dos protagonistas se cruzan. Una alfombra de ceniza y unos bosques quemados serán el paisaje por el que transcurra un viaje lleno de sacrificio en el que la llegada a la costa se erige como una especie de Revelación. Aunque el propio padre no entiende qué le esperará al llegar, sabe que tiene que intentarlo por todos los medios. Su tiempo se le acaba y la única esperanza para su hijo, si es que hay alguna, será lejos del frío invierno del interior. Un niño que no ha conocido el mundo tal y como lo recuerda el padre, y que ha crecido rodeado de un desolador presente en el que las reglas nada o poco tienen que ver con la moralidad previa imperante. Nuevos escenarios, nuevas perspectivas. Así, poco a poco, Mccarthy nos contará con algún que otro flashback la vida pasada de ese padre, el por qué de su soledad y de su manera de actuar. Un hombre al que la coyuntura parece que le ha obligado a convertirse en un héroe para su hijo, si bien éste no entiende la mayoría de sus decisiones y él está más cerca de ser un simple superviviente que un héroe.

Lejos de querer continuar esta especie de trazado paralelo entre la novela y los relatos bíblicos, al final terminaría comparando la pesada carga del carrito de supermercado que el padre utiliza para transportar los víveres con la Cruz, lo cierto es que Mccarthy no huye de un cierto misticismo a la hora de plantear su particular viaje. Con un planteamiento filosófico en el que las acciones son las que son porque la cosa está como está. En realidad no hay buenos y malos como siempre le cuenta a su hijo. Sólo hay vivos y muertos, gente que se empeña en vivir y gente que se prepara para morir. Y él sabe que está preparado para morir y llevarse a su hijo para que nada pueda malo pueda ocurrirle, por eso se empeña en vivir, porque cree que los que se dejan morir también son de los malos. Y lo único que hará que no lo sea será conducir a su hijo, sacrificar su vida, a la costa. Quizás así obtenga su Redención y su hijo pueda tener su Revelación.
6 de noviembre de 2007
Clips animados
5 de noviembre de 2007
Simply Irresistible, de Robert Palmer
Lo dicho, ajústense el flequillo que llega Simply Irresistible, de Robert Palmer.
4 de noviembre de 2007
Mr. Brooks, de Bruce A. Evans

Sin duda, y alejados de las referencias más medievales, la obra clave en lo que a bipolaridad o esquizofrenia con desdoblamiento de personalidad en lo relativo al lado bueno y malo se refiere, es “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Escrito por un Robert Louis Stevenson que se encontraba sometido a un tratamiento a base de un hongo derivado del centeno y que también se emplea para fabricar el LSD, plantea el desdoblamiento de personalidad gracias a una pócima, a un brebaje, que le permite dejar a un lado el hombre social para dejar salir a la luz la verdadera naturaleza de un insignificante doctor. Como de todos es sabida la historia de Jekyll y Hyde, que cuenta con distintas adaptaciones en diversos géneros, no nos detendremos en explicar su argumento. No obstante, nos serviremos de él para explicar el de “Mr. Brooks”. Un buen padre de familia interpretado por Kevin Costner, respetado como empresario y envidiado por muchos. Un hombre aparentemente recto que adora a su hija y que es brillante en su profesión. Todo presuntamente perfecto, pero algo se esconde en el asiento trasero de su coche. Ese algo no es otro que William Hurt, interpretando a Marshall, que hace las veces de Hyde, es decir, el lado malo de Costner. En esta ocasión y sin

Como en toda historia de buenos y malos deben existir una serie de personajes arquetípicos que apoyen al protagonista. En primer lugar, la buena e inocente familia. Devota admiración por su marido, al que no termina de comprender pero al que respeta y ama. Marg Helgenberger, en un discreto segundo plano, cumple con esta función a la perfección, ofreciendo un punto de convicción a tan ignorante mujer que en años y años de matrimonio no ha percibido ni la más mínima sospecha de que ese horno que su marido utiliza para hornear cerámica, en realidad, es un horno crematorio para sus pecados. Su hija, que maneja a Mr. Brooks a su antojo, Danielle Panabaker, no merecería muchos más comentarios sino fuese porque se tratase del punto débil de su padre y la estructura básica del planteamiento moral que le hará retratarse ante sí mismo. En segundo lugar, está el aprendiz del mal. Un joven de dudosa moralidad que ve como el Kevin malo se carga a una pareja y le somete a un peculiar chantaje. En lugar de pedir dinero y salir corriendo, le pide que le enseñe a asesinar. Que le enseñe el método. Ocasión esta para profundizar en la naturaleza del mal. Y tercero, la lucha del bien. Una detective interpretada por Demi Moore que no pega en el papel de dura por mucho que se empeñe en demostrarlo y que debido a la excesiva presencia de un Costner, en una película que se ha diseñado para su lucimiento, poco importa.

Una película interesante, rodada en un cuidado desarrollo, que resulta fallida debido a su falta de ambición y a la pérdida del hilo central a favor de una serie de asuntos secundarios que resultan un tanto accesorios. Mucho más cuando uno de esos peros es el propio actor protagonista. Kevin Costner no resulta convincente por mucho que se empeñe en la creación de su personaje. No es uno de mis prejuicios, que también podía ser, pero es que cojea demasiado en el rostro bueno de Brooks. Mucho más si establecemos una injusta comparación con su alter ego, un Hurt sobresaliente. Como siempre.
3 de noviembre de 2007
Kaolin - Le haut est essentiel
Pop-rock amable y sentido en este "Le haut est essentiel" (2003) con el que comienzo un repaso a la actualidad musical de nuestro extraño vecino del norte
2 de noviembre de 2007
El país del Presidente Eterno, de Roger Mateos Miret

El afortunado autor, politólogo y periodista, adolece de una cierta capacidad analítica en favor de una mayor capacidad descriptiva. No le culpo. Trabaja como periodista y eso se nota en cada uno de los capítulos de los que se compone el libro. Narrado en un estilo directo, sin grandes matices, pretende realizar una fotografía aséptica de lo que ve. Sin darse cuenta que no es posible lograr la objetividad desde el primer momento en el que se eligen las palabras para describir un hecho, desde el primer momento en el que se empieza a escribir. Por lo tanto, ese esfuerzo por reflejar lo que ve sin caer en el tópico, siendo fiel al original, es tan inútil como el ímpetu de los norcoreanos de parecer un pueblo abierto y moderno.
Los libros de viajes, narrados a modo cuaderno de bitácora, pueden escribirse de dos maneras: una en la que lo viajado es lo principal, es decir, el protagonista es el lugar que se va descubriendo, y otra, en la que el viajero es el protagonista, es decir, en la que uno se cree Livingston descubriendo el nacimiento del Nilo. Pues Roger Mateos no sólo elige la segunda sino que además no duda en perder hojas de su diario para demostrarnos lo mucho que sabe de Corea, apoyando algunas de sus descripciones con la narración de hechos históricos. Técnica habitual pero que en ese caso no va mucho más allá de la típica descripción de una guía de viajes comprada en los saldos del Vips. Lástima de la oportunidad pérdida. Y es que en el libro echamos de menos una mayor profundización en el conocimiento de Corea del Norte. Pocos son los que tienen la suerte de poder visitar el país, y si lo que nos cuentan es tan poco, en la vida tendremos mayor información del régimen que la proporcionada por la CIA. No digo yo que tenga que ofrecernos un detallado estudio del sistema de propaganda y socialización integral más potente del planeta, pero un poco más de contenido más allá de contarnos si hay fotos de los dos líderes en las paredes se hubiese agradecido. Incluso la visita a uno de los puntos más calientes del mundo, la frontera entre las dos Coreas, es absolutamente decepcionante. Y sin embargo, nos cuenta con todo lujo de detalles como uno de los compañeros de viaje, trabajador de un laboratorio, se le ofrece para olerle la mierda diarreica para averiguar qué tipo de infección padece. ¡Toma ya! Excusaremos, eso sí, y en lo relativo al fondo y no a los detalles escabrosos, el libro de Mateos debido a la injusta comparación audiovisual. Comprendiendo que la edición del reportaje de Jon Sistiaga para Cuatro pone de manifiesto que la potencia imagen está por encima de casi cualquier descripción escrita. Lástima de imaginación y de manejo de la palabra.

Finalmente, el libro nos sorprende con una visita al mausoleo de Mao. Una visita nada casual en la que trata de establecerse una comparativa entre la mercantilización del corazón y el alma de la China comunista con el viaje al mausoleo de Kim Il Sung, lleno de devoción y respeto. Una sobriedad en la línea de un país encerrado en sí mismo frente a una China que se encuentra caminando por el fino alambre entre el comunismo y un mercado ultra neoliberal. Una comparación que resulta tan cutre como decepcionante todo el libro.