22 de julio de 2009

Alta fidelidad, de Nick Hornby

Nick Honrby es uno de esos escritores con los que aún mantengo una deuda enorme. En realidad no soy el único. Todos aquellos quienes durante el final de los años 90 y el comienzo del siglo han pasado –o están pasando- el paso de la juventud –la veintena- a la madurez –pongamos que a partir de la treintena- son deudores de sus novelas, de sus historias. Ellas contribuyen a una mejor transición y a la carcajada inteligente –más que a la risa- de uno mismo. Lo cual es muy sano, ya les advierto.

La deuda que el_situacionista tiene con este autor británico es que nunca reseñó debidamente un libro suyo. Cierto es que dos de sus obras fueron reseñadas en un ejercicio de aquellos, tipo pastiche, que practicábamos antes en el blog. Pero aunque estuviera tan bien acompañado en la entrada por Thurber y por Carroll, Hornby se merecía un espacio mucho más grande. Fever Pitch era suficientemente entretenido como para que alguna vez me anime a leer la traducción –Fiebre en las gradas- y En picado nunca será lo suficientemente bien reseñada por este que suscribe, pues la mezcla de diversión, humor negro y realismo crudo y dulce excede enormemente mis capacidades. Eso sí, al menos lo regalo –e invito a regalarlo- cada vez que puedo. Es una apuesta segura.

Pero vayamos a lo que nos ocupa; Alta fidelidad. La mayoría ya conoce el título por la estupenda película del genial Stephen Frears, en la que el papel protagonista recae en manos de John Cusack y que consagró a Jack Black como uno de los cómicos norteamericanos de la década. El guión cinematográfico es sorprendentemente fiel al libro, y eso dice mucho de una novela. Nick Hornby mezcla los clásicos temas de la crisis de los 30 –amor, compromiso, fracaso profesional, quiebra de las ilusiones juveniles- a ritmo de soul, rock y algo de blues. Y carajo qué divertido es.

Nos situamos en una tienda de discos, al norte de Londres. No una tienda de música cualquiera, no. De discos, de vinilos que tratan de sobrevivir en la época de esplendor del CD. En el momento donde aún convivían con nosotros los cassettes y, por tanto las cintas grabadas. Su dueño es un treintañero llamado Rob Fleming, quien montó la tienda como salida profesional tras abandonar la universidad y debido a su amor –hasta límites rayanos en la secta- por los vinilos y la buena música. Rob malvive como puede mientras sostiene una relación especial con su novia, Laura, una abogada de éxito pero que tampoco asume muy bien esta pequeña crisis de edad. Hasta que Laura lo abandona. Eso sucede al comienzo del libro. De hecho, el comienzo del libro es una carta de Rob a Laura que marcará el discurrir de gran parte de la novela.

En este primer capítulo, Rob muestra todo su resentimiento a Laura por haberle abandonado. Y, como lo primero en el rencor es restar importancia, Rob hace una lista con las cinco rupturas más importantes de su vida. Entre las que, lógicamente, no está Laura. Estas cinco chicas han marcado, con sus diferentes formas de romper, la vida de Rob de algún modo u otro. Le han transformado hasta lo que es hoy y, según su manera de verlo, le han abocado al fracaso que es hoy.

Rob se siente en el momento más dulce de su vida. Se ha vuelto a quedar soltero y aunque echa de menos a Laura, perdón, echa de menos tener a alguien, sabe positivamente que la mujer que revolucione su vida está a punto de aparecer. Además, la tienda de discos va francamente mal, pero tampoco tiene duda de que pronto habrá un golpe de suerte. Y él es un tipo inteligente que sabe de lo que habla, es un experto en música y gracias a sus conocimientos logrará salvar su vida. Hasta que se da cuenta de que no conoce a ningún grupo de música actual. Que hace tiempo que perdió el interés por la música que hacen los jóvenes y eso, inevitablemente, le coloca al otro lado. No en el de las personas mayores, claro está. Pero sí en un lugar medio a la deriva que, al no estar relleno de éxito profesional y personal tipo Mtv, ni le llena ni le vacía. Aunque puestos a sentirse medio lleno o medio vacío, Rob se encuentra completamente hueco.

Hueco pero no solo. Este Don Quijote de la música tiene dos lugartenientes que le acompañan por su tránsito a la acepción de su fracaso. Dick es un tipo tímido, que le tiene un cariño extremo a Rob, pero que sería incapaz de demostrárselo físicamente. Barry –sin duda mi preferido- es un tipo mezquino, que desprecia a quienes no saben de música y que siempre tiene el hacha preparada para cortarle la cabeza a la autoestima de Rob en cuanto se atreva a asomar. Y también la de Dick. Y esta vez no me refiero a la autoestima. Ambos trabajan para Rob en la tienda de discos. Su vida es aún más fracasada que la del Caballero Rob y quizás por eso se sienten tan unidos a la tienda y a él. Y juntos, los tres, se pasan las horas del día haciendo listas Top 5 o Top 10 de todas las cosas inimaginables. Las 5 canciones que sonarían en mi funeral, Los 5 mejores libros de la historia, Las 5 mejores caras A de la historia de la música

Y con estos andamios se construye el paso al resto de su vida. Rob ha de solucionar todo lo urgente que le acucia –la compañía íntima, la compañía no íntima, la supervivencia de la tienda, soportar a Barry- mientras trata de discernir qué es lo verdaderamente importante en su vida.

De un frikismo irremediable, pero sirviendo también como antídoto a este frikismo, Alta fidelidad es bien divertido y gamberro, candidato a clásico de una generación. Es una novela realmente original en cuanto a su modo de narrar aquello que pasa y por supuesto en cuanto a su discurrir divertido. Aunque se haya visto la película, su lectura debería ser obligatoria para poder pasar de los 29 a los 30.

5 de julio de 2009

The musical is back, por Baz Luhrmann

Han pasado ya unos meses desde que este número musical fuese estrenado en riguroso directo en la 81 gala de los Oscar. Pero como en este blog hemos rescatado algunos de los mejores videos de la historia de la música, cortos e incluso la presentación de unos dibujos animados, por qué no rescatar este montaje al más puro estilo Hollywood (sí, también al más puro estilo Broadway).

Tras unos años en los que los grandes estudios han vuelto a apostar por los musicales, los Oscar se rinden y recuperan una costumbre que tenían un tanto abandonada en sus últimas ediciones, la de colocar espectaculares números musicales para animar las transiciones de la entrega de premios. “The musical is back” es un montaje realizado por Baz Luhrmann, el creador de la admirada u odiada “Moulin rouge!”, y protagonizado por una Beyonce que, simplemente, debería ser elevada a los altares, y un Hugh Jackman, el hombre vivo más sexy del planeta que si bien puede hacer de hombre rudo como Lobezno o Van Helsing, no le llama el ritmo. Completan el número los insoportables siameses de “High school musical” y la pareja de “Mamma mia!”.

Como curiosidad, Lurman, después de ver el resultado pensó en hacer un musical con Jackman y Beyonce como protagonistas. Habrá que esperar. Mientras tanto disfruten de esta pequeña maravilla musical.