29 de enero de 2009

La Quiniela de los Goya

Mejor Película: Camino; Los crímenes de Oxford; Los girasoles ciegos; Sólo quiero caminar.

Mejor Dirección: J. Fesser (Camino); Alex de la Iglesia (Crímenes de Oxford); J.L. Cuerda (Girasoles ciegos); A. Díaz Yanes (Sólo quiero caminar).

Mejor Dirección Novel: B. Macías (El patio de mi cárcel); S. A. Zannou (El truco del manco); N. Vigalondo (Cronocrímenes); I. Cardona Bacas (Un novio para Yashmina).

Mejor Actor Principal: Benicio del Toro (Che); Javier Cámara (Fuera de carta); Raúl Arévalo (Girasoles ciegos); Diego Luna (Sólo quiero caminar).

Mejor Actriz Principal: Carme Elías (Camino); Verónica Echegui (El patio de mi cárcel); Maribel Verdú (Girasoles Ciegos); Adriadna Gil (Sólo quiero caminar).

Iba a hacer una quiniela con los Premios Goya, pero es que no he visto ninguna salvo Los Crímenes de Oxford -rodada en Inglaterra con actores no españoles. ¿Alguien se anima? Yo sólo tengo claro el que se va a llevar Jesús Franco y que en la categoría de Mejor Documental se la merece, sin dudarlo, Bucarest, la memoria perdida, aunque supongo que los Trueba harán cobrar su peso para promocionar el suyo.

28 de enero de 2009

John Updike, 1932-2009

[Leído el miércoles 28 de Enero de 2009 en el diario El País]

Una extraña dulzura.
José María Guelbenzu.

Sí, algún día tenía que morirse, pero a los lectores de literatura americana de la segunda mitad del siglo pasado, John Updike nos parecía un dios permanente. Este wasp era un narrador por antonomasia, un escritor que poseía una extraña dulzura surgida de las manos de alguien con una mirada aguda y transparente sobre la sociedad americana de posguerra. Dulce y hasta tierno en la observación de sus personajes, seres humanos atrapados en conflictos desoladores, pero a los que exigía de manera implacable, fue construyendo una lucidísima visión de América que, sin la menor duda, se convertirá en el futuro en un documento de extraordinario valor. Era esa extraña mezcla de humanidad y lucidez lo que daba a sus libros un aire inconfundible. Vista en su conjunto, la obra de Updike puede decirse que es una hermosa y apabullante letanía que desgrana el sentido de la moral (y de las costumbres) de la sociedad americana de su tiempo. Porque Updike era ante todo un moralista dotado de un enorme talento para la narración. A diferencia de los novelistas posmodernos, Updike optó por la claridad expositiva y prefirió traer a primer término el fondo de los vicios y virtudes de sus protagonistas.

Hay que tener en cuenta que Updike escribe rodeado de una floración asombrosa de talentos narrativos: de una parte, los novelistas judíos como Saul Bellow, Bernard Malamud o Philip Roth; de otra, los sureños Carson McCullers, Eudora Welty, Flannery O?Connor o Truman Capote; además estaba en auge la explosión de la literatura escrita por negros (Ralph Ellison y James Baldwin) y los de extracción europea como Bashevis Singer o Nabokov, además de su colega en el New Yorker, J.D. Salinger, o el maravilloso cuentista que era John Cheever. En fin, que destacar entre tantos formidables escritores exigía una capacidad literaria fuera de lo común.

El paso a la celebridad, John Updike lo dio con su novela Rabbit, run (1960), editada por Carlos Barral, quien lo lanzó así en España, con el título de Corre, Conejo y convirtió a su protagonista, el débil e inseguro Rabbit Armstrong en un héroe emblemático al que su autor seguiría a lo largo de su vida en posteriores novelas como El regreso de Conejo o Conejo es rico. Hay que tener en cuenta que Updike es un novelista del mundo doméstico urbano (aunque el mundo materno de la tierra y la infancia de su Pennsylvania natal sea el eje de la admirable De la finca, por ejemplo) pero siempre con una suerte de conciencia histórica que no le abandona y, atravesando todo ello, la sensación de desmoronamiento que esa segunda mitad del siglo va poco a poco extendiendo sobre América. El erotismo de esa clase media alta urbana y aparentemente exitosa es otra de sus constantes y se cuenta a menudo desde la cama en novelas como Parejas; incluso la crisis de la institución matrimonial entra en escena (Cásate conmigo). Updike fue, en fin, un testigo precioso de la Norteamérica de su tiempo y un escritor de una categoría excepcional.

26 de enero de 2009

Hoggin' all the covers, de Band from TV

Hoggin all the covers”, disco grabado en directo de la Band from TV. El grupo de rock que un Hugh Laurie aburrido, más conocido como el Dr. Gregory House, formó con otros compañeros de distintas series de televisión con los que coincidía en los ratos libres que les quedaban entre escena y escena. Así, tenemos a James Denton, de Mujeres desesperadas, o a Greg Grunberg, de Héroes. Todos ellos, naturalmente, de la FOX. Sólo falta un Lostie, pero es que su serie se graba en Hawai, y la distancia es la distancia.

Este disco recoge distintas versiones de temas conocidísimos que son “destrozados” con mucho talento en lo que es todo un espectáculo. ¿Qué mejor que la televisión para dar espectáculo? Ellos lo saben y colaboran con mucho oficia hasta sonar como una gran banda, no al nivel de la E Street Band, pero logrando un sonido bastante bueno. No se lo pierdan. De lo más recomendable.



20 de enero de 2009

La fórmula Omega. Una de pensar, de Rafael Reig

Hace un tiempo que sigo con mucho entusiasmo lo que Rafael Reig publica en la red, en su blog (que encuentro fantásticamente reflexivo, divertido y tierno) o en las Cartas con respuesta en Público (habitualmente divertido, no siempre tan reflexivo y, por descontado, poco tierno). Y aún así, me recaba mucho coger una novela suya. 

Fíjense:
“Hay poemas como largas tormentas: dejan demasiados charcos.”

“Leeremos a escondidas, como se debe leer: con placer culpable, con corazón alegre, sobresaltado e insurrecto, y para ir al infierno de cabeza.”

“Como suelo decir, para pensar hay que arriesgarse a no tener razón.”
“De Cali recuerdo el colegio, la casa, la colección de sombreros de mamá, una vez que jugaba en un parque, un libro de aventuras que leí una noche.

Me recordaba a mí mismo leyéndolo al lado de una ventana, pero hace unos años encontré el libro y me di cuenta de que ésa era una ilustración del propio libro (un niño leyendo bajo la ventana). Me había convertido en personaje de cuento.

-Cuando yo leía de niño libros ni se me pasaba por la cabeza hacerme escritor -explicaba el otro díaOrejudo en la universidad de los Andes-. Lo que yo quería era ser personaje. Yo quería ser Julián o Dick, tener mi perro Tim, y un viejo cobertizo, y merendar pastel de carne y cerveza de jengibre, pero mi madre no me la daba. En los años sesenta, en la calle Sáinz de Baranda, no se conseguía con tanta facilidad cerveza de jengibre. Un niño que lee quiere ser un personaje, es que ni se le pasa por la cabeza identificarse con el autor. ¡Cómo iba yo a identificarme con Enid Blyton, coño, tendría que haber sido un pervertido!

Sólo con los años uno se resigna a ser el autor, qué remedio, cuando comprueba que es imposible vivir aventuras con viejo cobertizo y cerveza de jengibre (que no es más que ginger ale, según deduje hace poco).”
(Espero que me perdonará el autor que no ponga más que un enlace a los artículos de los que extraje las frases, porque tengo la fea manía de conservar las frases anotadas pero no las referencias.)

Lo que quiero decir es que tengo la sensación de que escribe en píldoras concentradas. Ideas bien apretadas y envueltas en pocas palabras, son casi como viñetas de cómic. Son ideas a las que sólo les falta ponerse en pie y echarse a andar. 

Mi miedo era que 190 páginas de Reig me dieran un empache. 

Pero una no siempre controla sus lecturas y a veces acabas abriendo un libro como por casualidad. Por esta casualidad de visitar a un amigo y que te meta el libro en el bolso. La fórmula Omega. Una de pensar. Y mira que no lo parece. No lo parece porque no tiene esa pinta sesuda, no tiene miles de páginas y además la portada tiene color amarillo, que no es color de novela de pensar. No lo parece porque hace gracia y tiene esta forma de hablar y decir como quien no quiere la cosa. Pero sí. Va de pensar. Quiero decir que yo paseaba por el libro tan tranquila cuando de repente, a eso de la página 70, me di cuenta de que había que poner más atención. Había que leer en los márgenes, en el espacio que queda entre las letras y el borde de la hoja, y también en los pocos segundos que uno tarda en girar la página, porque justo cuando no miras es cuando pasan las cosas importantes. 


Normalmente, que me pase esto, que un libro exija mi atención hacia la mitad en lugar de llamar mi atención desde buen principio, es motivo suficiente para que lo abandone. Como este venía tan bien recomendado, le di una segunda oportunidad. Lo volví a empezar (no lo había hecho nunca, volver a empezar un libro, pero yo siempre estoy aprendiendo a leer). 

De manera que me senté bien, me recogí otra vez bien el pelo, y volví a abrir la “Carta de Ajuste”. O sea, el Capítulo Cero, atenta Eva, sintoniza, que te cuento de qué va eso.
La idea original del grupo de docentes partía de un hecho conocido: que la vida, esta vida, resulta inaguantable para la mayoría de las personas.

Sus investigaciones revelaron que lo que hacía la existencia tan difícil de soportar no eran las adversidades, como se había creído hasta entonces. Al contrario, comprobaron que las personas eran capaces de sobreponerse a n+1 magnitudes de tragedia. Enfermedades, muerte de seres queridos, irreparables pérdidas materiales y morales, bancarrotas, divorcios, conflictos bélicos..., lo mismo daba. Siempre salían adelante.

A lo que no sabían cómo enfrentarse, en cambio, era a la vida corriente de todos los días. No podían con ella. Curioso, ¿verdad? Pues los experimentos no dejaban lugar a dudas: era la vida lo que no tenía arreglo.

La propuesta del grupo informal consistía en convertir a la totalidad de la población en agentes secretos. A cada individuo se le asignaría una peligrosa misión y una falsa identidad para llevarla a cabo. Según sus hipótesis, si alguien actuaba, por ejemplo, como albañil, en lugar de ser de hecho albañil, no se sentiría tan descontento de sí mismo. Ventaja adicional (que no pasó inadvertida al DS): a un agente secreto no se le iba a ocurrir nunca ponerse a organizar una huelga. El albañil de nuestro ejemplo viviría su vida corriente (inaguantable), pero lo haría por motivos de seguridad (con el entusiasmo que despiertan las auténticas aventuras).
Y esta viene a ser un poco la idea. Unas cuantas historias, a cuál más disparatada, que van tomando sentido (o perdiéndolo definitivamente) a medida que se van entrelazando y encontrando. Con habilidad, con sentido del humor, y con este estilo que les contaba: ideas en pocas palabras y sin acabar de desarrollar, como para dejarte espacio para pensar, ideas aparentemente poco ordenadas, como una sobremesa demasiado larga, de esas que cuando te vas con tu pareja en el coche todavía vas discutiendo algunas de las ideas que has recogido del mantel manchado de café y cava. 


De hecho, resumir la novela me es totalmente imposible. Es demasiado complejo. Si me preguntas de qué va, no lo sé decir. Hay una revolución en la televisión. Los personajes secundarios han tomado el país por la fuerza, ahora imponen sus leyes, han decretado la abolición de los primeros planos, y los personajes protagonistas, incluso los secundarios resultones que les seguían el juego por unos minutos más de pantalla, son perseguidos y se tienen que exiliar en Madrid, que es un lugar lleno de telespectadores, esos seres incomprensibles y medio ciegos, tan cocodrilos, tan primitivos, que viven sin banda sonora, sin saber si este preciso instante está determinando su futuro para siempre, sin imágnes ralentizadas que les indiquen que la camarera que les sirve el café ahora será la madre de sus hijos. En el Madrid de los telespectadores, los habituales de Club Gambito de Dama, comandados por Don Claudio Carranza von Thurns, Maestro Internacional de la FIDE, buscan, como todo el mundo (incuyendo a la CIA), la Fórmula Omega, la que ha de desvelar todos los secretos, la verdad definitiva, que por lo visto estaba escondida en el ADN de Cristo que la humanidad dejó perder por tontos y de nuevo en los movimientos de las negras de una partida de ajedrez, ahí tan tranquila, esperando a ser encontrada. Enmedio de todo esto, el pobre antihéroe Antonio Maroto, que juega solo a ajedrez y compone problemas de mate en tres, se une al Club en la búsqueda, que acaba teniendo una inverosímil relación con los revolucionarios de la televisión. 

¿Han entendido algo? Pues por esto en la página 70 tuve que volver a empezar. 

Y aún así, excesivamente compleja, artificiosa, se diría, me ha gustado bastante. Porque algunas ideas me parecieron transgresoras (¿lo son?), porque efectivamente me hizo pensar y me dejó espacio para hacerlo, y porque es muy muy divertida. Reconozco que no recomendaré esta novela con el entusiasmo con el que me vino recomendada. Pero les diré que si caen en ella por casualidad, abran bien los ojos y agárrense, que vienen curvas. Ah!, insisto, no se pierdan el blog de Reig.
 

19 de enero de 2009

El cuervo





The Raven, Edgar Allan Poe.
En el día en que se cumplen 200 años del nacimiento de este genial autor norteamericano.

-o-


Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore--
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
"'Tis some visiter," I muttered, "tapping at my chamber door--
Only this and nothing more."

Ah, distinctly I remember it was in the bleak December,
And each separate dying ember wrought its ghost upon the floor.
Eagerly I wished the morrow;--vainly I had sought to borrow
From my books surcease of sorrow--sorrow for the lost Lenore--
For the rare and radiant maiden whom the angels name Lenore--
Nameless here for evermore.

And the silken sad uncertain rustling of each purple curtain
Thrilled me--filled me with fantastic terrors never felt before;
So that now, to still the beating of my heart, I stood repeating
"'Tis some visiter entreating entrance at my chamber door--
Some late visiter entreating entrance at my chamber door;
This it is and nothing more."

Presently my soul grew stronger; hesitating then no longer,
"Sir," said I, "or Madam, truly your forgiveness I implore;
But the fact is I was napping, and so gently you came rapping,
And so faintly you came tapping, tapping at my chamber door,
That I scarce was sure I heard you"--here I opened wide the door--
Darkness there and nothing more.

Deep into that darkness peering, long I stood there wondering, fearing,
Doubting, dreaming dreams no mortals ever dared to dream before;
But the silence was unbroken, and the stillness gave no token,
And the only word there spoken was the whispered word, "Lenore?"
This I whispered, and an echo murmured back the word, "Lenore!"--
Merely this and nothing more.

Back into the chamber turning, all my sour within me burning,
Soon again I heard a tapping something louder than before.
"Surely," said I, "surely that is something at my window lattice;
Let me see, then, what thereat is and this mystery explore--
Let my heart be still a moment and this mystery explore;--
'Tis the wind and nothing more.

Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter,
In there stepped a stately Raven of the saintly days of yore.
Not the least obeisance made he; not a minute stopped or stayed he,
But, with mien of lord or lady, perched above my chamber door--
Perched upon a bust of Pallas just above my chamber door--
Perched, and sat, and nothing more.

Then the ebony bird beguiling my sad fancy into smiling,
By the grave and stern decorum of the countenance it wore,
"Though thy crest be shorn and shaven, thou," I said, "art sure no craven,
Ghastly grim and ancient Raven wandering from the Nightly shore--
Tell me what thy lordly name is on the Night's Plutonian shore!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly,
Though its answer little meaning--little relevancy bore;
For we cannot help agreeing that no living human being
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door--
Bird or beast upon the sculptured bust above his chamber door,
With such name as "Nevermore."

But the Raven, sitting lonely on that placid bust, spoke only
That one word, as if its soul in that one word he did outpour
Nothing farther then he uttered; not a feather then he fluttered--
Till I scarcely more than muttered: "Other friends have flown before--
On the morrow he will leave me, as my Hopes have flown before."
Then the bird said "Nevermore."

Startled at the stillness broken by reply so aptly spoken,
"Doubtless," said I, "what it utters is its only stock and store,
Caught from some unhappy master whom unmerciful Disaster
Followed fast and followed faster till his songs one burden bore--
Till the dirges of his Hope that melancholy burden bore
Of 'Never--nevermore.'"

But the Raven still beguiling all my sad soul into smiling,
Straight I wheeled a cushioned seat in front of bird and bust and door;
Then, upon the velvet sinking, I betook myself to linking
Fancy unto fancy, thinking what this ominous bird of yore--
What this grim, ungainly, ghastly, gaunt, and ominous bird of yore
Meant in croaking "Nevermore."

This I sat engaged in guessing, but no syllable expressing
To the fowl whose fiery eyes now burned into my bosom's core;
This and more I sat divining, with my head at ease reclining
On the cushion's velvet lining that the lamp-light gloated o'er,
But whose velvet violet lining with the lamp-light gloating o'er
She shall press, ah, nevermore!

Then, methought, the air grew denser, perfumed from an unseen censer
Swung by Seraphim whose foot-falls tinkled on the tufted floor.
"Wretch," I cried, "thy God hath lent thee--by these angels he hath sent thee
Respite--respite and nepenthe from thy memories of Lenore!
Quaff, oh quaff this kind nepenthe and forget this lost Lenore!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

"Prophet!" said I, "thing of evil!--prophet still, if bird or devil!--
Whether Tempter sent, or whether tempest tossed thee here ashore,
Desolate, yet all undaunted, on this desert land enchanted--
On this home by Horror haunted--tell me truly, I implore--
Is there--is there balm in Gilead?--tell me--tell me, I implore!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

"Prophet!" said I, "thing of evil!--prophet still, if bird or devil!
By that Heaven that bends above us--by that God we both adore--
Tell this soul with sorrow laden if, within the distant Aidenn,
It shall clasp a sainted maiden whom the angels name Lenore--
Clasp a rare and radiant maiden whom the angels name Lenore."
Quoth the Raven, "Nevermore."


"Be that our sign of parting, bird or fiend!" I shrieked, upstarting--
"Get thee back into the tempest and the Night's Plutonian shore!
Leave no black plume as a token of that lie thy soul has spoken!
Leave my loneliness unbroken!--quit the bust above my door!
Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

And the Raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming
And the lamp-light o'er him streaming throws his shadows on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted--nevermore!

[Versión en castellano]

18 de enero de 2009

Poe, el hombre sin suerte


Por Miguel Sánchez-Ostiz [Leído el 17 de enero de 2008 en ABCD]

Las sepulturas de Edgar Allan Poe (Boston, 19 de enero de 1809-Baltimore, 7 de octubre de 1849), casi más que sus casas convertidas en museos, son lugares muy visitados y no hay peregrino literario que resista la tentación de llevarse del lugar una reliquia, a ser posible una hoja otoñal. La realidad: un vacío en una y los restos de su enigma en la otra. Su secreto se fue con él, al menos el de su muerte.

En Poe hay una bibliografía muy precisa, una obra sólida, construida con auténtico poder inventivo, una cierta testarudez; y también hay una leyenda basada en los avatares de una vida que sostiene su obra, de la que es prueba la estupenda biografía que le dedicó Georges Walter, Edgar Allan Poe, poeta americano (1995). Vida y obra siguen siendo muy atractivas, poseen un halo de misterio y mala estrella, más incluso que de un malditismo a su pesar, fruto de la infame leyenda aceptada con gusto por el público. Poe tuvo mala suerte, esa mala suerte cuya existencia solo niegan los que tienen el bolsillo caliente y cuando les conviene. Baudelaire decía que llevaba la palabra cenizo escrita en los pliegues de su frente. Y junto a la mala suerte, una impericia vital llamativa, como si todos sus pasos estuviesen marcados por el sendero de la ruina y la indigencia. Algo que el propio Poe analizó en un relato sobre la esencia de la infelicidad, la culpa, esa lepra: El demonio de la perversidad (1845). Son apenas tres páginas, pero también una puerta a las trastiendas de su vida y al soporte de su obra.

Palos de ciego. Todo en sus avatares biográficos contribuye a levantar esa leyenda: su muerte enigmática, más enigmática cuanto más se escribe sobre ella; las calumnias del temible rufián de las letras Griswold, que se convertiría en su albacea y se adueñaría de sus derechos de autor; sus relaciones afectivas complicadas, condenadas a la insatisfacción; sus conflictos con el medio y su peculiar situación familiar, dentro y fuera de una colorista y en el fondo sombría familia; su sucesión de palos de ciego profesionales -Poe, poeta, quiso, hacia 1830, ser escritor profesional y ganarse la vida con ello en una sociedad poco receptiva a esa clase de oficios-; su inadaptación académica -aunque adquiriera conocimientos sólidos-; su tentativa militar (para huir de la indigencia); sus empresas ruinosas, sus viajes a ninguna parte, en pos de su sombra, y sus viajes imaginarios, los de quien siente la necesidad imperiosa de huir...

Y sobre esos avatares, Poe construyó con ahínco una obra sólida que, al menos por lo que respecta a los relatos, carece de las arrugas que podrían haberlos relegado al anaquel del anacronismo polvoriento. Les salva la dicción y el esfuerzo creativo, el genio. Fue Baudelaire, en sus traducciones de Poe (Levy, 1856), dedicadas a la suegra del poeta, quien señaló que ningún escritor había narrado con más magia las «excepciones» de la vida humana, el absurdo dominando la realidad de la razón y la lógica, la histeria usurpando el lugar de la voluntad.

Decir Poe es decir misterio, sorpresa asegurada, miedo, crimen, pesquisa (Auguste Dupin en Los crímenes de la calle Morgue con o sin el rostro de Bela Lugosi), penumbras de la conciencia, luz atufante de gas; lo que es extraordinario e indefinible -«Hay ciertos secretos que no se dejan expresar»-, que será uno de los motivos recurrentes de Lovecraft, aquello que es algo más que una sospecha y pertenece al dominio de la noche (no siempre vencida por la luz eléctrica, esa enemiga del misterio y de la vida truculenta). Poe nos seduce con los terrores más comunes -el de ser enterrado vivo, por ejemplo-, con las casas insondables, con la locura, con el crimen impune, con la culpa que empuja a la confesión, con lo que, siendo improbable, nos arrebata en una jiga macabra. Para danza de la muerte, la suya.

Mientras Borges convenía con Bioy que El cuervo era uno de los peores poemas que habían leído, volvían una y otra vez a los rincones de sus relatos, no porque fueran escalofriantes, sino porque reunían esos valores señalados por Baudelaire, porque en ellos el detalle que puede pasar inadvertido es una chirriante puerta a otra estancia oscura llena de misterio: La verdad sobre el caso del señor Valdemar, La caída de la casa Usher o El hombre de la multitud, ese extraño flâneur que es el hombre de la multitud, que no puede estar solo y que, para su reposo del anonimato, necesita de la confusión de ser nadie entre muchos en una calles de Londres hechas espejo de tinta.

A bordo del «Grampus». Quien haya sentido el asombro primero de La barrica de amontillado o El gato negro, temblado con el péndulo o viajado a bordo del Grampus, junto a Arthur Gordon Pym, relato en el que Poe se hizo eco de algunas leyendas de los mares del Sur, habituales en las costas de Baltimore -como la del barco fantasma tripulado por cadáveres-, es posible que no lo olvide jamás en su vida de lector y que tarde o temprano regrese para dejarse seducir por el secreto de las postrimerías, que diría Juan Perucho, a quien los relatos de Poe encendían el entusiasmo.

Poe fue un seductor, de lectores, de artistas -Aubrey Beardsley, Gustave Doré, Dante Gabriel Rosetti- y de otros escritores que se vieron espoleados por su imaginación macabra, como nuestro Alarcón en El clavo; como Lovecraft, por supuesto.

Al final, en otro siglo, Poe se nos presenta como un acabado ejemplo del escritor que se debate contra las sombras de su imaginación y de su conciencia, contra su destino oscuro; y como un soñador furioso de mundos inquietantes y un poeta visionario que acaba contagiando sus visiones sin necesidad de láudano. Sus miedos son los nuestros; su necesidad de viajar al más allá que se dibuja en el aire de nuestra inquietud, la nuestra. A Poe nada le bastaba; su realidad no es que fuera insuficiente, sino que, inabarcable, se regía por sus propias normas, más allá de la muerte, en su frontera. Su propósito fue llegar al abismo, descender en su maelström, y regresar, como Arthur Gordon Pym, para contárnoslo.


13 de enero de 2009

Tonight: Franz Ferdinand, de Franz Ferdinand

Con su segundo disco, “ You Could Have It So Much Better”, consiguieron colocarse entre los grupos mejor valorados por la crítica, y no era para menos. Una auténtica maravilla. Con esta tarjeta de presentación llegan con su nuevo disco los Franz Ferdinand, una banda que sigue estando un peldaño por encima de los demás. Aunque “Tonight: Franz Ferdinand” presenta algunos temas con una evolución un tanto equivocada, demasiado abuso de los sintetizadores en algunos cortes, lo cierto es que siguen conservando su sonido. Un estilo que han hecho propio y que les hace reconocibles entra la maraña de mierda musical que puede escuchare en, por ejemplo, los Cuarenta Principales. Con mucha suerte hemos tenido acceso a la totalidad de su nuevo álbum un par de semanas antes de su publicación y tenemos que decir, como generalidad, que la primera parte es mejor que la segunda. Pero sólo en apariencia, pues una vez que se ha escuchado un par de veces, uno se da cuenta de lo bien trazado que está este disco. El single de presentación, “Ulysses”, es una apuesta poco arriesgada que recuerda plenamente a sus éxitos anteriores, pero escúchenla y aprecien la calidad que tiene. Mucho mejor que esta canción, qué duda cabe, “No you girls” o “Can’t stop feeling”, que demuestran que el indie tiene mucho rock y que se puede bailar con estos chicos escoceses (¿se puede acabar de una manera más tópica?).





You’re never going home.
Not Ulysses, baby.
No, la la la la whooo whoo
You’re not Ulysses, whooo whoo

10 de enero de 2009

Valkyrie, de Bryan Singer

Una de las películas más esperadas de la temporada en la fase pre-oscar de los estrenos. Ya tuvimos noticias de esta producción a cargo de Tom Cruise desde el mismo día en el que decidió llevar al cine la vida del Coronel Claus von Stauffenberg, el oficial de la Wehrmacht que atentó contra la vida de Adolf Hitler. La familia de Stauffenberg se negaba al biopic y el Estado alemán no estaba por la labor de dejar rodar a un Cruise cienciólogo en enclaves históricos (no olviden que la Iglesia de la Cienciología está prohibida en Alemania y que Cruise es uno de sus máximos promotores). Aún así, el poder del dólar de Hollywood (y de sus abogados), ha permitido que esta cinta llegue a las pantallas con una dosis de publicidad gratuita nada despreciable.

Partir del pueril enfrentamiento entre la idea de lealtad frente a la de realidad, el mito sobre el hombre, resulta tan habitual que ya ni sorprende. Claus von Stauffenberg está harto de un Hitler que no cumple con lo prometido y que ha impuesto un régimen de terror despótico ayudado por las SS. Un personaje, en suma, reflexivo que impone su razón a su juramento de lealtad al Führer. A esto debemos añadirle que se parte, una vez más, con la vieja idea que apareció en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y que exculpaba a los alemanes de lo sucedido durante la guerra. Ellos, en realidad, no sabían lo que estaba pasando. Y mucho menos que ellos, la Wehrmacht, el ejército alemán, al que se le perdonó “que sólo cumpliesen órdenes”. Siguiendo con la tesis que ya presentaba la Sra.Bertholt, interpretada por una magnífica Marlene Dietrich en la imprescindible “Los juicios de Núremberg”: el ejército se reía y odiaba al pequeño cabo y no veía el momento ni la manera de quitárselo de encima. Por supuesto, a estas alturas de la historia, ya ha quedado más que demostrado que la Wehrmacht colaboró activamente con el nazismo y con el genocidio. Pero no está demás añadir unas gotas de suspense político y conspirativo en esta película, pues llega un momento en el que el espectador puede confundirse y creerse que Hitler estaba más sólo que la una. Cosas del cine, suponemos.

El juego de los personajes es un tanto injusto. Vale que Cruise sea el protagonista y, por supuesto, acapare el máximo número de planos, pero es que además acapara el mayor número de buenas frases. Él es valiente, reflexivo, inteligente, tiene decisión, seducción, etc. Claro, es que como hemos dicho antes, Cruise es el productor, para algo es una estrella y encima pone la pasta. En cualquier caso, y pese a lo dicho, está bastante bien en su papel. Correcto, que se diría. Mucho más interesante, pese al pequeño espacio que le deja la sobra de von Stauffenberg, es el interpretado por el genial Bill Nighy, un General Friedrich Olbricht lleno de cobardía, entregado a la conspiración y la difícil tarea de intentar salvar la vida hasta que ya es irreversible la caída por el precipicio. Realmente impresionante este actor, como siempre. El resto del cuerpo de actores es todo un acierto, secundarios de lujo como Tom Wilkinson o Kenneth Branagh, algunas de las joyas de la actuación británica, hacen de las reuniones conspirativas (si la ven en versión original) una perfecta clase de pronunciación inglesa. Ni el curso de la BBC.

Desde el primer momento uno se da cuenta de que Bryan Singer ha pasado demasiado tiempo haciendo películas megalómanas. Su paso por los “X-Men” o “Superman: returns” dan buena cuenta del habitual despliegue de este director (aunque con Superman aburriera hasta las moscas). Además, hay algo que en “Valkyrie” se nota y mucho, su paso por la televisión. Y es que haber pasado por la muy adorada “House” o la apreciada “Dirty, sexy, Money”, le ha conferido a este director una estructura de episodio rápido y directo que termina por imprimir todo el ritmo de la película. A la cinta le sobran minutos. Poco a poco crece hasta que la conspiración va en aumento y justo cuando debería resultar extraordinariamente interesante el resultado de la acción, uno se pregunta por qué no han entrado ya los títulos y el avance del siguiente capítulo. Un fracaso mayúsculo este, puesto que se trata de una película que versa sobre una conspiración político-militar para deshacerse del Jefe del Estado nazi y se presenta más como el robo de un banco que como un Golpe de Estado. Y ese es el error de Singer, presentar una película de robos en lugar de un biopic histórico al que le sobran algunas escenas de suspense de otros géneros y demasiadas ubicaciones para entender quién es quién.

La película se deja ver, no aporta nada y no irá mucho más lejos de un telefilme bien hecho gracias a una producción cuidada. No esperen un buen regusto ni una película, a pesar de plantearla como un homenaje heroico a la vida de estos hombres, que emocione con su final conocido. Todo resulta tan superficial, tan preparado, tan acomodado al lucimiento de la estrella protagonista, que la película es de lo más intrascendente. Tendrá buenas críticas, o al menos no muy malas, y hará una buena taquilla. Así, una vez más, el cine se hará con la Historia y ya nunca nadie se preguntará quién es von Stauffenberg, porque todos sabrán que es Tom Cruise y que la Operación Valkiria era la acción militar prevista para salvar al Gobierno de Hitler y no para atentar contra la vida de Hitler. Con un poco de suerte, un puñado de espectadores sentirá curiosidad por este episodio de la Historia y decidirán saber un poco más.

2 de enero de 2009

Sweeney Todd de Stephen Sondheim en el Teatro Español

Hace 13 años estrenaron este musical de Sondheim en el teatro Poliorama de Barcelona. Era 1995 y el género musical no era lo popular que es ahora en Barcelona. Sin embargo, la crítica era buena, y nos acercamos a verlo, un poco como quien no quiere la cosa. Quedamos impresionados. Y repetimos, y nos compramos el CD con la grabación y lo escuchamos hasta saber de memoria las canciones (Sabed quien era Sweeney Todd: brutal barbero de Fleet Street).

Stephen Sondheim, letrista y compositor americano de teatro musical, se convirtió en uno de los pocos nombres que yo podía relacionar con el género musical, un nombre a partir del cual empecé a conocer este género. Es el desconocido autor de musicales que se trasladaron al cine, tan conocidos como la letra de West Side Story y tan desconocidos como A funny thing happened on the way to the forum. He leído por ahí que su música se caracteriza por complejas polifonías en las voces. Yo más bien diría que sus melodías superpuestas encajan, serpentean, se encabalgan, se mezclan y combinan tan bien que uno queda atrapado en la telaraña de su música, tratando de escuchar a los cinco o seis personajes que cuentan historias diferentes a la vez, pendiente de la siguiente nota y el siguiente compás.

Hace unos meses oí la notícia de que Tim Burton estaba preparando una versión cinematográfica de Sweeney Todd. Evidentemente, mi madre –con quien compartí afición por esta obra– y  yo nos calzamos de palomitas e impaciencia y nos dirigimos al cine para saber quien era Sweeney Todd según Burton.

Y menuda decepción. Aunque para gustos los colores, a mí me pareció una peli sosa, tétrica pero nada divertida. Honestamente, Bonham Carter no le llega a Vicky Peña ni a la altura de las rodillas y creo que Burton se cepilló el humor negro del musical en favor de un ambiente melancólico-manostijérico  que no le pega para nada a la divertidísima historia de Fleet Street.

Porque la historia del barbero es divertidísima, a pesar de todo. Y terrorífica. Según dicen, inspirado en un personaje real del Londres de 1850, un barbero asesino, Benjamin Barker regresa a Londres 15 años después de haber sido deportado por un crimen que nunca cometió, bajo la nueva identidad de Sweeney Todd, para vivir plácidamente al lado de su queridísima esposa Lucy y su hija Johanna. Pero, a modo de trágico relato, descubre por su vecina Mrs. Lovett que Lucy ha muerto y que el depravado juez que lo encarceló injustamente adoptó a Johanna como su pupila y la retiene en su mansión apartada del mundo.

Enfadado con el mundo, como alguien a quien se le debe y no se le paga, Sweeney reabre su barbería en Fleet Street, encima de la tienda de pasteles de carne de Mrs. Lovett. Se vuelve implacable en su sed de venganza, obsesionado por la idea de matar al juez y a su alguacil. Imaginen a alguien muy enfadado afeitando su cuello con una navaja. Imaginen que la vecina de abajo, en el Londres de los tiempos duros, más duros que los peores pasteles de carne de Londres, cocina justamente pasteles de carne. (I mean, with the price of meat, what it is, when you get it, if you get it… Good you got it!). Pues ya lo tienen.

A partir de aquí, todos los personajes están caricaturizados al máximo para convertirlos en víctimas de su propio destino, y creo que justo es dónde Burton falló, y sin embargo, Mario Gas, el director de la producción en catalan en Barcelona y de la nueva producción del Teatro Español de Madrid, acertó de pleno.

El pasado fin de semana me dirigí a Madrid como quien se va a Broadway a ver musicales. Aprovechando la ocasión para subir a la azotea del Círculo de Bellas Artes, pasear por la ciudad, encontrarme con buenos amigos y estas cosas que uno va a hacer a Madrid.

Pero el domingo se me comían los nervios. A media tarde nos metíamos en el teatro, y al salir, ya de noche, íbamos canturreando La balada de Sweeney Todd por las calles (y admitid que no era yo sólo la que cantaba). Me encantó. Reconozco que iba entregada. Era muy difícil que no me gustara. Desde la oscura e ingeniosa puesta en escena a la deliciosa traducción del texto por parte de Roger Peña y Roser Batalla, pasando por la impecable y tronchante actuación de Vicky Peña (Mrs Lovett) y una menos reluciente pero muy correcta actuación de Joan Crosas (Sweeney Todd), todos los ingredientes están a punto para un disfrute asegurado.

Me emocioné, me reí, y sí, pasé miedo (una última mirada de Peña y Crosas antes del último oscuro, desde el fondo del escenario, me dejó pegada a la incomodísima silla hasta que salieron sonriendo para los aplausos). Lo que está claro es que si traen el musical a Barcelona vamos a repetir. ¿O no?