29 de noviembre de 2008

The New Yorker, de Saul Steinberg

[Publicado en El País, 27 de noviembre de 2008]

El virtuoso gráfico del “New Yorker

Era tal vez el artista que más sabía de “la filosofía de la representación”, según señaló el gran teórico del arte E. H. Gombrich. El dibujante Saul Steinberg dominaba como nadie la economía de medios, y buena prueba de ello son las portadas que ilustró durante décadas para el selecto semanario The New Yorker. Fue uno de sus pilares, con más de 90 portadas y 1.200 dibujos. Un centenar de sus dibujos, junto a collage y ensamblajes escultóricos se reúnen ahora en la pequeña galería Dulwich Picture, en las afueras de Londres. La muestra se titula Illuminations, en referencia a uno de los autores favoritos de Steinberg, Arhtur Rimbaud.

Para constatar la destreza compositiva de Steinberg basta tomar uno de sus dibujos más famosos, el titulado I Do I Have I Am, de 1971, para entender lo que quiso decir Gombrich La última frase: “I Am”- yo soy- está escrita en letras que descansan sobre sólidos cimientos, las de el “I Have” (Tengo) dan una impresión de inestabilidad y finalmente el “I Do” (Hago) brilla en el cielo como un sol radiante. “La economía de medios era uno de sus distintivos”, explica también el citado Gombrich, quien apunta a las "contradicciones" "como uno de los mecanismos utilizados por el artista para generar risa.

En sus dibujos, Steinberg satiriza, analiza, sopesa, calcula, indaga, diagnostica, revela, ilumina y al mismo tiempo se reinventa constantemente sobre el papel, como ha escrito el crítico Joel Smith. El propio Steinberg (1914-1999) se refirió así de tautológicamente a su arte: “Yo dibujo el dibujo - y dibujar se deriva del dibujo- mis líneas quieren recordar constantemente que están hechas de tinta”. Y en otra ocasión: “Recurro a la complicidad del lector, que transformará la línea en significado utilizando nuestro común trasfondo de cultura, historia y poesía. La contemporaneidad es en cierto sentido complicidad”.

Nada elitista pese a su importante bagaje cultural europeo, Steinberg no veía ninguna incompatibilidad entre lo respetable y lo vulgar y estaba siempre abierto a todo. Dotado de una insaciable curiosidad y de un gran poder de observación, Steinberg declinó siempre especializarse. Le valía cualquier lenguaje visual que satisficiese sus necesidades expresivas.

Emigrante rumano

Nacido en Rumanía, Steinberg estudió primero filosofía en la Universidad de Bucarest antes de trasladarse a la Italia fascista de Mussolini para estudiar arquitectura. En Milán (Italia) se dio a conocer como dibujante humorístico, pero las dificultades con las leyes racistas de ese país, que dificultaban el ejercicio de ciertas profesiones, le hizo emigrar en 1942 a Estados Unidos. Fue en este último país donde se cimentó su fama como ilustrador, diseñador de tarjetas de Navidad, muralista, artista de la publicidad, escenógrafo y creador incansable de imágenes. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó como propagandista para la Office of Strategic Services en China, Argelia y también en Italia.

En su libro de ensayos Topics of our times, Gombrich se lamentaba, por otro lado, de que en la historia del arte contemporáneo no se le hubiese prestado a Steinberg hasta entonces la atención que, a sus ojos, merecía.

27 de noviembre de 2008

Hola América, de J.G. Ballard


Hola amigos, después de mi ausencia por esta página, totalmente injustificada, pero a mi me da igual, porque he decidido que no tengo que dar explicaciones de mi vida a nadie, incluidos mis lectores de los blogs en los que participo, reaparezco por aquí para comentarles un libro que acabo de leer hace media hora.

Tras mi regreso de lejanas tierras y escondidas montañas donde descubrí que el nuevo oficio de Bin Laden es el de taxista, que el hummus puede ser la solución para el hambre en el mundo (el garbanzo es fácil de cultivar y almacenar durante mucho tiempo) y que ciertas heridas no cicatrizan, sino que rebrotan por influjo de las salinas aguas del Mar Muerto (si no he dicho ya que he estado en Jordania reviento...), decidí que la lectura debía ocupar mis ratos libres, ahora que soy un parado más. Y me incliné por la lectura fácil y de contenido guarrete.

Tras las lecturas de "11 minutos", del ínclito Paulo Coelho (no sé por qué siempre que me acuerdo del tipo éste me sale Claudio Coello... debe ser que merodeé mucho tiempo por esa calle) y de "Las partículas elementales" del tal Houellebecq; de las que diré que "ni fu ni fa" en el primer caso, y en el segundo, que eso del "caca, culo, pedo, polla, coño, pis..." está muy visto y que sólo está para escandalizar a las viejunas y algún que otro meapilas que busca en el género guarrete el aliviarse; decidí volver a la literatura que más me gusta y dejar la cerdería a medios más audivisuales (por cierto, la última película de Erika Lust es una mierda... no se crean que eso de que el porno para chicas es más sensible... es el mismo argumento de siempre... fontanero conoce a gachí y terminan dándose para el pelo al son de una música hortera, y tampoco se casan).

Erigiéndome en el miembro menos intelectual y menos cultureta de éste, su blog, y sin ánimo de que me llamen friki (que eso lo será su santa madre de ustedes) me dispongo a comentar el libro que acabo de terminar hace ya más de media hora y que no es otro que "Hola América" de J.G. Ballard.

Hablando de J.G. Ballard, ustedes lo conocerán de novelas como El Imperio del Sol, Crash o La bondad de las mujeres, de las que se han hecho películas, y me dirán que la película de Spielberg es una mierda y que sólo les gusta porque sale Christian Bale (el nuevo Batman, para los despistados) cuando era un chavalín, pero no puedo darles la razón, porque El Imperio del Sol es la mejor película que ha hecho Spielberg en su puñetera vida y eso soy capaz de mantenerlo en cualquier conversación de bar mientras me tomo unas cuantas cervezas. Pero no voy a hablar de Spielberg, sino de J.G. Ballard, a quien no conocí por esas novelas, sino por otras como "Mitos del Futuro próximo" y algún relato de aquel compendio titulado "Cronopaisajes", del género de la Ciencia Ficción. (Si les mola el género guarrete, léanse "Noches de Cocaína" del mismo autor, que es mucho mejor que las novelas antes mencionadas). Y escribo Ciencia Ficción con mayúsculas, porque aunque el propio autor se niegue a reconocerlo, muchas de sus narraciones pertenecen a este género que tiene sus antecedentes en el Antiguo Testamento. ("Metáfora, hijo mío... el Antiguo Testamento está escrito en metáfora...", aún rechina en mi memoria las palabras de aquel profesor de religión)

Y es que Hola América, de la que hoy hablaré, no con el elegante y erudito estilo de mis queridos y apreciados vecinos de blog, sino de la manera más soez y procaz que se me ocurra (es que lo de leer al tipo éste, ¿cómo se llamaba? ah, sí, Houellebecq me ha impactado tanto que sólo puedo escribir de esa manera... ¿he dicho ya mierda?, ah, sí... lo he dicho ya varias veces), es otra novela de Ciencia Ficción y no de esas que se compran en las librerías éstas de baratillo (3 libros a 10 euros) que son una puta mierda, sino una novela de Ciencia ficción, ciencia ficción.

La trama es muy sencilla. Crisis energética, la población de Norteamérica se envuelve en una suerte de migración inversa devolviéndoles a los lugares de origen de sus antepasados. Norteamérica se queda vacía de gente y por causa de los "hacedores de clima" se transforma en un desierto polvorienteo, con una densa y tropical selva en lo que había sido el Mid-West. En Europa han detectado unas nubes radiactivas provenientes de lo que fueron los Estados Unidos y envían una expedición para detectar las causas de esas perturbaciones. A partir de ahí se pueden imaginar la clase de aventuras que les pueden acontecer a los miembros expedicionarios, pero no, J.G. Ballard riza el rizo y lleva hasta el absurdo los sucesos de esta divertida e interesante aventura, que llevará a los protagonistas a establecer contacto hasta con el mismísimo Frank Sinatra.

Del resto no revelo nada, porque la verdad sea dicha, merece la pena ser leída y espero sus consideraciones para cualquier discusión en torno al tema. A fin de cuentas, tampoco he sido tan soez ni procaz a la hora de presentarles el relato, y creo que si hubiera redundado en la escatología, tal vez no les hubiera o hubiese llamado la atención. Desde aquí rompo una lanza para la erradicación de "enfants terribles" de la literatura (todos franceses y Pérez Reverte... ¿cómo se puede utilizar tan gratuitamente el término "joder" en la prosa??!??), el "culturetismo intelectualoide" y a los energúmenos esos que te llaman friki en cuanto uno se sale de la mediocre "normalidad". Que os jodan a todos!!!

22 de noviembre de 2008

El último voto, de Joshua Michael Stern

Kevin Costner, al que ya no se le recuerdan las horas altas, muy a pesar de la bastante decente “Open Range”, protagoniza una película de corte político-electoral en año político-electoral en los Estados Unidos. La trama parte de una idea más propia de Disney que de una película seria, pero es lo que hay. Una niña extraordinariamente madura hace de madre con su padre, un Costner que pasa de todo y es un absoluto desastre. Para colmo, la niñita tiene que hacer un trabajo sobre el voto de su padre, y claro, es el día de las elecciones. Faltaría más que para completar el cuadro de protagonistas no estuviesen los dos candidatos a la Presidencia, un mediocre republicano que sólo se preocupa por el blanco de sus dientes y por prometer, en plena campaña, la cura del cáncer, y un asesor demócrata un tanto cínico que no tiene ningún reparo para enmierdar a los que le enmierdan.

Por su puesto, esta película no pasa por un complejo drama político en el que cada escena y cada elemento está perfectamente medido. Aquí lo importante es la moralizante historia que se presenta a base de una casualidad al más puro estilo Mickey Mouse: justo cuando la niña va a votar por su padre, que está de borrachera, se desenchufa la canceladota del voto electrónico, con lo que queda atrapado. Nada demasiado importante si no fuese porque el resultado que arrojan las urnas es un empate y ese voto mal cancelado decidirá el resultado de las Presidenciales. Un solo hombre elegirá el Presidente de los Estados Unidos. A partir de aquí veremos como la maquinaria electoral estadounidense desfila con toda su potencia para conquistar el favor de una sola persona.

La película transcurre como un carrusel, con sus subidas y sus bajas. Rápida en los tramos en los que la política devora al infeliz elector y más pausada en los momentos de reflexión con su pequeña hija o con la ávida periodista que descubre la historia. Nada que no resulte del todo conocido en la típica y habitual estructura del videoclip. Una lástima que los juegos, las idas y venidas de la trastienda de las campañas y la complejidad del sistema, se muestren de una manera tan laxa. Aún así, teniendo en cuenta que la película se dirige al gran público, no deja de tener su gracia que se muestre como se organiza, alrededor de una sola persona, toda una campaña electoral para conseguir su voto (grupos de presión, deportistas, causas humanitarias, etc., incluidos). Imagínense que visita su casa el señor Rodríguez Zapatero y Rajoy para pedirle su voto. Y que en función de sus preferencias ellos cambian de opinión para satisfacerle, pero que al mismo tiempo cabrean a todo su electorado con estos cambios. Por supuesto, como los otros ya han votado, no importa en absoluto.

A través de esta metáfora, se evidenciará como los políticos se mueven sólo por el interés de un voto. Cada discurso, cada acción, cada propuesta está pensada para convencer a los ilusos votantes. Lo que ocurre que es que en esta ocasión, en lugar de disimularlos con miles de mensajes lanzados a millones de electores, se pone el microscopio para ver como todo se centra en un solo elector. Y claro, éste se convierte en toda una estrella, pasando a ser lo más importante de la campaña. Kevin Costner hace memoria sobre sí mismo, y sus ruinas tras sus fracasos como director en sus últimas películas, para encajar un personaje más de perdedor de los muchos que arrastra a lo largo de su carrera. No es mal actor. Pero lleva tanto en el mismo registro que resulta un poco intrascendente. Por su parte, destaca el siempre eficiente Nathan Lane en el papel de tenebroso asesor demócrata y, no podía faltar, el malévolo Stanley Tucci al frente de la campaña republicana. Los candidatos son interpretados por Frasier, Kelsey Grammer, al que siempre apetece ver en la gran pantalla, y Denis Hopper, que debería cambiar de cirujano plástico.

Sin duda, lo más destacado de la película es que de no ser tan intrascendente, habría sido una gran película. El cinismo político, el engaño a los electores… todo queda un tanto desdibujado por el aire precocinado que todo tiene. Y no es que no resulte gracioso ver a los republicanos volverse ecologistas porque a Costner le gusta pescar en un río, o defender el matrimonio homosexual. Del mismo modo en el que los demócratas aparecen persiguiendo a los inmigrantes o manifestándose contra el aborto. Pero la toma de conciencia del solitario elector, gracias a la voz de Pepito grillo de su hija, que de repente se preocupa por el futuro de su país, termina por estropear el argumento. Al final, después del desarrollo clásico, todo se resuelve con otro clásico del cine, el mito del buen ciudadano que hace lo correcto. Mucho más peligroso resulta cuando de repente, los candidatos emergen como buenas personas que se sobreponen a sus malévolos asesores de campaña. Las marionetas se cortan sus hilos y el sistema funciona, con lo que esta fábula termina por convertirse en un (nuevo) homenaje a las excelencias del sistema estadounidense. Que curiosamente no deja de tener su gracia el año en el que Obama ha devuelto la fe al mundo.

3 de noviembre de 2008

Chances, de Jill Barber

Esta canadiense de dulce voz, pertenece a esa nueva generación de cantantes con una delicada tesitura vocal con la que uno sería capaz de levitar. Muy similar al estilo de Katie Melua, de la que es contemporánea, o Madeleine Peyroux. Mucho más elegante que ellas, a pesar de su juventud, con cuatro discos editados, y con una voz mucho más fina, podría competir con una Diana Krall en horas bajas si no fuese por encontrarse clarísimamente escorada hacia el pop (o eso que llaman soft pop). “Chances” no cambia nada de su estilo. Jill Barber compone diez temas con una presencia y un fondo musical con unos arreglos orquestales dignos de las mejores épocas de este estilo (de hecho todo el disco tiene ese regusto clásico) y que serían del agrado de la propia Ella.