27 de septiembre de 2008

Paul Newman,

83 años no son suficientes para disfrutar de un actor como este. Si el rostro del cine es Cary Grant, Paul Newman es la mirada del cine. Sin duda, uno de los mejores actores de Hollywood, compaginó su vida profesional con una muy discreta personal, llena de altibajos, y un sentido de la realidad poco común en el firmamento al que pertenecía. Newman hizo de vaquero, de tahúr, caballero, conquistador, ladrón de poca monta, jefe de la mafia, detective… todo aquello que pudiera interesarle, en el cine o en el teatro, que no tenía mayor problema en dominar cualquier género y espacio.

Al final de esta entrada hemos seleccionado a modo homenaje la escena final de una de sus mejores películas, “Dos hombres y un destino”, en la que compartía cartel con Robert Redford.


La victoria de la derrota”, por Guillermo Altares

[Leído en El País, 27 de septiembre de 2008]

Hay actores a los que recordaremos por sus personajes y hay actores a los que recordaremos por su persona, hay actores a los que echaremos de menos en la ficción y actores a los que echaremos de menos en la realidad. Paul Newman, una de las últimas leyendas de Hollywood que falleció el viernes a los 83 años, aunque la noticia se conoció hace unas horas, nos faltará en el cine y en los botes de salsa de tomate, en la vida pública estadounidense y en unas películas cada vez más descafeinadas. “Una botella de bourbon, sin vaso, sin hielo”, exclamaba Eddie Felson en El Buscavidas (Robert Rossen, 1961) mientras se enfrentaba al Gordo de Minesota en una partida “con la que llevaba años soñando mientras estaba en la carretera”. Felson fue uno de los muchos perdedores a los que Newman dio vida en la pantalla, tipos simpáticos y rotos, siempre dispuestos a tomar la decisión equivocada (¿acaso, al final, hay otra forma de acertar?) y, lo que es más importante, a conseguir que los espectadores le sigan hacia ninguna parte.

No es tan duro como parece”, dice Robert Redford en El golpe sobre el despiadado gangster al que pretenden desplumar. "Nosotros tampoco", replica Newman. “Si me diese el dinero que se gasta en que no le robemos, no le robaría”, asegura otro de sus personajes más famosos, Butch Cassidy, en Dos hombres y un destino, el memorable western crepuscular de George Roy Hill en el que compartía también cartel con Redford. Fue candidato al Oscar en diez ocasiones y lo ganó en 1987 por El color del dinero, la continuación de El Buscavidas, dirigida por Martín Scorsese.

Recibió la estatuilla otras dos veces, pero ambas honoríficas: por el conjunto de su carrera y su trabajo solidario. Pero Newman era más grande que la Academia. Se formó en el Actor's Studio en una generación a la que también pertenecieron Marlon Brando y James Dean. Comenzó a trabajar en los años cincuenta y no paró hasta que el cáncer comenzó a ser más fuerte que su propia leyenda. Tiene muchas películas prescindibles (¿quién no las tendría después de haber rodado más de 60 filmes en medio siglo de carrera?), pero nos ha dejado un puñado de títulos y de personajes que permanecerán porque, sabemos, que al final siempre vence la derrota. Además de las citadas, será muy difícil que nos olvidemos de La gata sobre el tejado de zinc, El largo y cálido verano, El premio, Harper, investigador privado, Fort Apache, Ausencia de Malicia o Camino a la perdición.

Pero sólo por haber sido capaz de crear a Eddie Nelson en El buscavidas, por haber dado vida a ese impetuoso y autodestructivo jugador de billar, cuyo principal enemigo es él mismo, merece un lugar en nuestro imaginario colectivo, algo que sólo ocurre cuando el cine es tan auténtico como la realidad. Por eso, pero también nos acordaremos de él por sus infames salsas de tomate.

Newman declaró que una de las cosas de las que sentía más orgulloso en su vida (además de su matrimonio de 50 años con Joanne Wordward y de los coches de carreras) era que Nixon, el presidente del Watergate, le hubiese incluido en su lista por peligroso liberal. Donó cerca de 175 millones de dólares a todo tipo de causas solidarias con los beneficios que le producían sus salsas y tuvo el detalle de nunca callarse una opinión incómoda. Gracias.




24 de septiembre de 2008

Vacuidad sobre ETA del 'artista' Rosales

Carlos Boyero

Había muchas y lógicas expectativas hacia Tiro en la cabeza. Por la autoría de Jaime Rosales, un director muy personal que había logrado con lenguaje arriesgado sembrar enigma y atmósfera malsana en la desasosegante Las horas del día y transmitir emoción y sentimientos en carne viva hablando de gente herida en La soledad. Que este experimentador con talento disfrutara del reconocimiento de la crítica y del selectivo festival de Cannes era muy coherente debido al amor que profesan ambos gremios al cine vocacionalmente distinto (para entendernos: eso que denominan enfáticamente como propuestas radicales, miradas oblicuas y rigor creativo), pero que la gente del cine español, los que no se dedican a teorizar sino que conocen las múltiples dificultades para que una película salga hermosa, reconocieran con sus múltiples premios el valor de la atípica La soledad le otorgaba legitimidad suplementaria al cine de un señor que parece no albergar humanas dudas sobre su intocable condición de artista.

Si añadimos que a pesar del prestigioso secretismo con el que se suelen envolver las películas que los espectadores aguardan con interés, nos habían llegado puntuales noticias de que el protagonista de Tiro en la cabeza estaba inspirado en la vida cotidiana de un etarra que al día siguiente va a agujerear la cabeza de un desconocido en el parking de un restaurante, crecían los alicientes por ver cómo había contado historia tan pavorosamente repetida en la realidad un director que había demostrado tener una visión penetrante y original de las personas y de las cosas.

Por mi parte, acabo de despejar misterio tan acuciante. Creo que es la primera vez que no me ha parecido intolerable en una sala de cine el odioso sonido de un móvil o la incansable tabarra de las vecinas de butaca. Y no es que me haya vuelvo tolerante con la falta de respeto. Es que no existen diálogos audibles en ella. ¿Que si es cine mudo? Tampoco. De vez en cuando percibimos el sonido de ambiente, el tráfico de la calle, el chirrido de una puerta al abrirse, esas cositas que te transportan a la realidad y evitan que un público vulgar y no iniciado en la factura del gran arte amenace con quemar la sala porque el proyeccionista le ha quitado el sonido a las conversaciones de los personajes. No es un fallo humano. Es que el transgresor director ha decidido que no tiene el menor interés para los espectadores saber lo que piensa y lo que habla un tipo con una existencia aparentemente muy normal que va a quitarle la vida a una persona en nombre de su oprimida patria. Y por supuesto que la ausencia de diálogos no impidió en el nacimiento del cine comprender y admirar la trama que te estaban contando exclusivamente a través de las imágenes creadores como Murnau, Stroheim, Keaton y Chaplin. Pero aquí, Rosales, además de ahorrarse eso tan laborioso de tener que currar con las palabras, ha conseguido que tampoco fascine ni un poquito imaginar de qué coño está hablando el futuro verdugo.

¿Y qué hace este apasionante y trascendente personaje? Pues de todo, excepto las funciones fisiológicas relacionadas con la escatología. Si el director le retratara en el váter, a lo mejor aumentaba su dimensión dramática. Por lo demás, come en soledad, toma vinos con los colegas, visita oficinas, oye música en la Fnac, habla en un parque con una mujer y dos niños, creo que folla con una desconocida (o tal vez conocida, no se sabe), se cita con otro pavo, van a Francia, su mirada se mosquea (ése es al parecer el auténtico clímax, el momento cumbre, la leche) al reconocer a dos tipos que están en la mesa de al lado, les persiguen, les matan, secuestran un coche, atan a la dueña en un bosque. Y se acabó. Ahora, que el espectador encuentre el significado y el significante, el discurso moral y la metáfora.

A mí (¿necesito aclararos que hablo en primera persona, juglar del membrillo, fotógrafo de Estrasburgo y demás aguerridos mariachis de la nada?) todo lo que me cuenta Rosales me provoca un tedio excesivo, pero también lo que pretende sugerirme, o lo que me oculta. La visualización de la grisácea cotidianeidad de este profesional del horror me parece tan estéril como pretenciosa. Creo haber escuchado al autor en la rueda de prensa, aparte de sus ampulosas y farragosas convicciones sobre la evolución en el cine de formas y contenidos, la necesidad de la ética, la altura moral que poseerán los espectadores del futuro, su compromiso como artista y como ciudadano, etcétera, que Tiro en la cabeza está invitada a no sé cuántos festivales del ancho mundo y que su estreno en España va a ser simultáneo en las salas comerciales y en los museos. Lo último lo entiendo. Está realizada pensando en la fraternal acogida de los templos del arte. Seguro que es el sagrado lugar que le corresponde. Que se disfruten mutuamente.

18 de septiembre de 2008

Mar de fondo, Patricia Highsmith

Es curioso lo que me pasa con las novelas negras. O me encantan o me aburren solemnemente, así que no sé nunca qué contestar a la pregunta ¿te gusta la novela negra? Supongo que es como si te preguntan si te gusta el arroz: depende de cómo lo cocinen. Y Highsmith cocina que da gusto.
En la contraportada leí “Si es usted apasionado de las novelas policíacas, debería leer este libro. O quizás debería hacerlo si no lo es.” La verdad es que esta indecisión del editor (o del crítico de turno) hace saltar automáticamente en mi mente la idea “o no debería leerlo en ninguno de los dos casos”, pero qué le vamos a hacer. No siempre el editor puede estar a la altura, eso ya lo sabemos.
Victor y Melinda Van Allen son un joven y estándar matrimonio norteamericano, de clase moderadamente alta, educados, encantadores, amigos de sus amigos. Suelen ser invitados a fiestas y se toman copas con los otros matrimonios estándar, acomodados, educados y encantadores. Vic es buen vecino, de estos que te ayudan a quitar la ardilla muerta del jardín. Es amable, educado, inteligente, encantador. Melinda es aún más encantadora. Lo que pasa es que sobretodo lo es con los hombres jóvenes solteros. Siempre tiene algún que otro amante y todo el mundo lo sabe, incluido su marido, a quien, por otra parte, no parece molestarle mucho.
En una fiesta, con alguna copa de más, Vic explica en broma al amante de Melinda que mató a un hombre porque se entendía con ella. Obviamente, cuando corre el rumor todo el mundo sabe que es una broma, pero el asustado pretendiente huye, cosa que enoja a Melinda sobremanera. Así que consigue otro amante. Y hace evidente su infidelidad, delante de su marido y de sus amigos, que no entienden la actitud permisiva de Vic.
Cuando el nuevo amante aparece ahogado en una piscina todo el mundo está de acuerdo. Un lamentable accidente. El juez. El médico forense. Los amigos y los vecinos. Pero Melinda clama al cielo, es evidente que Vic lo mató. Pero claro, ¿quién va a creer a la alocada, infiel y bebedora Melinda? Quién va a pensar que el pobre Victor Van Allen, con todo lo que el pobre hombre ha tenido que soportar, el pobre y dulce y encantador Victor Van Allen, este hombre que tiene una pequeña editorial que publica poesía, que cría caracoles en un terrario, que lleva a su hija al zoo y al cine, que siempre tiene este aspecto pulcro, sano, ordenado y encantador. Quién va a creer. No digáis que no es para morirse de miedo. Sólo falta la señora Flecher.
Mar de fondo explica cómo pasa un hombre normal de pensar “Mataría a este tío” a “Cómo me gustaría matar a este tío” y a pensar “Demonios, me acabo de cargar a este tío, será mejor que disimule”. ¿Quieren ver la disección de la mente de un psicópata? Pasen y lean.
Y finalmente, porque la elección del título es sencillamente fenomenal, el apunte científico. El mar de fondo es un oleaje de longitud de onda larga, que se caracteriza por ser regular, aparentemente lento y de largo alcance, es decir, llega a lugares remotos de donde se produjo. Por esto, cuando se observa mar de fondo, normalmente no se corresponde con el viento en superficie, puesto que el mar de fondo se debe a una tormenta que se ha producido en otro lugar. Además, la profundidad a la que afecta el oleaje es la mitad de su longitud de onda, por lo que el mar de fondo suele mover aguas de profundidad moderada, arrastrando algas, plásticos y barro que normalmente están en el fondo, invisibles, provocando que el agua se enturbie y arrastrando la mierda hacia las playas.

14 de septiembre de 2008

David Foster-Wallace, 1962-2008

El viernes 12 de Septiembre de 2008, en su casa de California, el escritor David Foster Wallace se suicidó aprovechando la ausencia de su familia en el hogar. Se le acabó la broma.


Cuando, hace ya algún tiempo, me comentaron que Vonnegut era el autor vivo favorito de alguien, y al día siguiente éste falleció, sólo pude preguntar ¿y ahora quién? La respuesta fue clara, "Ian McEwan, porque David Foster Wallace es sólo mi autor postmodernista vivo favorito...".

Tras Kurt, tras David. ¿Le tocará el turno a Ian, o será momento de Pynchon? Se abren las apuestas. Aunque yo, por si acaso, he decidido que antes de publicar nada, mataré al ilustre librero que donde pone el ojo pone la espada de Damocles. Mejor curarse en salud.

Ahora David, después de dejarnos un poco más solos, me obliga a ir reseñando sus libros.

13 de septiembre de 2008

Contigo una vez más, Lili Marleen

[Leído en El País, 13 de septiembre de 2008]

Mit dir, Lili Marleen”. “Contigo, Lili Marleen”. Así termina una de las canciones míticas del siglo XX, cantada por millones de soldados nostálgicos de ambos bandos durante la II Guerra Mundial, coreada al borde de las lágrimas en las extensiones de dunas ardientes del norte de África y en las heladas tundras de Rusia, en el vientre metálico de los submarinos y en la panza alada de los bombarderos. Una fascinante canción existencial de amor y muerte, de desasosegante melodía, que le gustaba al propio Hitler –“esta canción nos sobrevivirá a todos”, advirtió- , pero que Goebbels miraba con suspicacia porque nunca la pudo controlar. Una canción que el 8º Ejército de Montgomery tomó como botín de guerra tras El Alamein y que los Aliados, tommies y GI, acabaron haciendo suya en la voz inolvidablemente abrupta de Marlene Dietrich. Una canción con vida propia, misteriosa, terriblemente hermosa, romántica pero susceptible de ser desfilada, de una estremecedora ambivalencia, que cantaron, en castiza versión, los soldados de la División Azul, que las SS hacían tocar a los Sonderkommandos en los crematorios, pero que asimismo tarareaban las presas de Birkenau cambiándole la letra para darse una ínfima esperanza.

Acaso “única contribución positiva de los nazis al mundo”, como dijo John Steinbeck, pero, ay, la favorita de Pinochet, a esa canción, probablemente la que más define el siglo XX junto con La Internacional e Imagine, ha consagrado un libro apasionante la germanista Rosa Sala Rose. Lili Marleen: canción de amor y muerte (Global Rhythm) sale a la venta la semana próxima e incluye un CD con diferentes versiones, incluida la cantada en 1942 por Edda Göering, de tres años, la hija del mariscal del Reich.

La historia de la canción está oscurecida por las brumas de la leyenda: ¿fue dedicada a una sobrina de Freud, Lilly Freud-Marlé, y por tanto los nazis cantaban estrofas inspiradas por una judía? ¿Trató de suicidarse la cantante que la hizo célebre? No es el menor de los méritos de Rosa Sala Rose en esta auténtica biografía de una canción su esfuerzo para separar la verdad de la fábula.

El autor de la letra fue Hans Leip. La creó como un poemita y, pillastre, en su título unió a las dos chicas que le gustaban, la carnal Lili (Betty), hija de unos verduleros, y la sofisticada y liberal enfermera Marleen. Los versos, hijos de la experiencia de la I Guerra Mundial, fueron compuestos en 1915, mientras su autor esperaba para partir al frente de los Cárpatos. Cuentan la historia de un centinela que va y viene entre las jambas del portal del cuartel y, mientras observa la farola bajo la que se solía encontrar con su amada, evoca melancólicamente su amor. En una segunda fase, Leip incluyó dos estrofas más que le dan un remate sombrío y hasta macabro, con el soldado muerto. Ese final fantasmagórico aparece o desaparece en las distintas versiones, pero, significativamente, está en la que tanto les gustaba a los soldados de la Wehrmacht.

Es una canción de amor, pero también de muerte, una mezcla de Eros y Tánatos”, explica Sala Rose, apartando una mecha pelirroja de sus intensos ojos azules. La autora, que ha pasado 11 años recopilando material sobre la canción, no ha querido desmitificarla, algo que considera imposible, sino desvelar sus ambigüedades y paradojas y revelar hasta qué punto, hija de su época, no podía ser una canción inocente.

En su existencia son definitivos tres mentirosos oportunistas, sus tres progenitores: Leip, que vivió bien bajo el nazismo; el compositor definitivo, Norbert Schultze, miembro del partido, y la cantante Lale Andersen, una superviviente nata. Es curioso que Lili Marleen se haya hecho famosa cantada por mujeres porque estaba pensada para que la cantara un hombre. Esa ambigüedad sexual, sin embargo, es uno de sus encantos y ayudó a convertirla luego en icono gay. Schultze le dio el punto marchoso -y nunca mejor dicho-. De hecho, el despreciable tipo era un experto en marchas militares: apodado “Schultze el de las bombas”, fue el autor de la cancioncilla nazi que animaba a bombardear Inglaterra y también compuso ese simpático hit que fue el himno del Afrika Korps: Los panzers ruedan sobre África. Según la leyenda, Schultze improvisó los acordes de Lili Marleen al piano la Noche de los cristales rotos, el gran pogromo nazi. Más realista es la versión de que los fusiló de un anuncio de pasta de dientes.

Del disco, lanzado en 1939, en el que Lili ¡iba en la cara B!, sólo se vendieron 700 copias. El éxito le llegó de manera casual a la canción cuando la emitió en 1941 para todos los frentes la emisora militar alemana de Radio Belgrado. Ése fue su nacimiento como mito. Desde ese momento, los soldados no dejaron de pedirla masivamente. El fenómeno inquietó a las autoridades alemanas: por incontrolable y porque, desgarrada historia de pena y muerte que se regodea en el dolor, no parecía una canción muy optimista, precisamente. Vamos, que si ya es triste oírla ahora cuando se acaba una relación, imagínense en Stalingrado. Es cierto que también sublimaba la muerte en combate.

En torno a la canción se desarrolló, como documenta Sala Rose, una durísima lucha de propaganda. Conscientes de que no tenían nada así y de que sus soldados estaban peligrosamente seducidos por la canción enemiga, los Aliados trataron de apropiársela. En 1943, la canción se internacionaliza completamente al cantarla para el ejército de EE UU Marlene Dietrich, que eliminó la dimensión soldadesca y desnazificó Lili Marleen para convertirla en una chanson sentimental, cambiando la trompeta por el acordeón.

Hoy, Lili Marleen sigue haciendo llorar a los viejos veteranos y fascina e intriga a los adultos, pero resulta desconocida para los jóvenes. Inmortal, resonará siempre en la banda sonora del más atroz de los siglos: “Vor der Kaserne / vor dem grosen Tor...”.

11 de septiembre de 2008

The day that never comes - Metallica



Después de cortarse el pelo hace 12 años, después de pasarse al hard rock más comercial, los 4 hombres de negro de la bahía de San Francisco se desmelenan y vuelven a los orígenes. The day that never comes es el primer single de Death Magnetic, mañana día 12 en su distribuidor habitual [guiño, guiño, Teddy Bautista, guiño, guiño]. Preciosa canción y precioso solo. Volvemos al trash metal. Dios bendiga al trash metal, y a la madre que parió a Hetfield, Ulrich, Hammet y Trujillo (Jason jodeté!!!). Y como no sé qué más escribir, pues me voy a comprar tabaco...

Que Cliff Burton os bendiga!!!