23 de noviembre de 2006

Made in England

Esta semana ha tocado dos los grandes símbolos del imperio británico. Primero me hice [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño] con el nuevo disco de The Beatles, Love. Una reedición, actualización y remezcla de las grandes canciones de amor del mítico grupo realizadas por el mítico productor George Martin (e hijo). Buen trabajo de las mismas canciones que hemos escuchado una y otra vez en tantas formas y versiones que uno se pregunta, por mucha calidad que tengan las nuevas, ¿hacía falta? La excusa es buena, desde luego. Canciones que servirán de banda sonora al nuevo espectáculo del Circo del Sol y que darán un poco más de caja a Mccartney y herederos (as). Pero aportar lo que es aportar, si no metes unos monjes budistas dándole a la campana, pues esto no tiene sentido. Es lo malo de los grupos que ya no cantan y no tienen la posibilidad de reunirse en una supernuevagirahomajedesimismosapreciomillonario. Así que, o reeditas y reversionas, o mueres.

El anterior trabajo del Quinto Beatle fue otro de versiones entre las que destacaba esta de “Here, there and everywhere”, una de las canciones menos conocidas del grupo en nuestro país y cuyo video de grabación ponemos a continuación para ver a Martin en acción. Como curiosidad decir que la cantante que aparece, Céline Dion, realiza un espectáculo en Las Vegas montado por Franco Dragone, uno de los creadores del Circo del Sol, en base a sus canciones (casi un anticipo de Love). Director artístico que montó el espectáculo “Alegría”, de visita en Madrid hasta el 20 de diciembre. Por este motivo, y porque me da la gana, coloco este video. Que por versiones podría colar la destrucción de "I Am The Walrus" por parte del presunto actor Jim Carrey.


Después del segundo grupo favorito de Elizabeth II, el primero es Queen (seguro que sí), vi la película The Queen. La caracterización no puede ser mejor. Y la actriz, Helen Mirren, no puede estar más en su sitio. Gran interpretación para una película que aspira a poco más que a convertirse en un falso documental de unos hechos conocidos por todos y que termina convirtiéndose en un buen trabajo de un director, Stephen Frears, que nos tiene acostumbrado a ello. Momentos de gran cine “inglés”, como la escena de familia en la que los tres cabezas de la corona (Reina Madre, Reina y Sr. esposo de ésta) ven por televisión los actos homenaje a Lady Di mientras comentan la maravillosa cornamenta que tiene un ciervo al que acaban de ver en su finca mientras marchaban en una cacería. Una humanidad que se le niega en buena parte de la película a los de sangre azul pero que termina concediéndole a la soberana en una muestra de la generosidad del director.

Más que recomendable. Sobretodo si lo miramos desde la envidia. Como decía la propia protagonista, y tal y como me recuerda el_situacionista, “¿cómo es posible que en España no haya una película así o parecida hablando de su familia real? Sin entrar en polémicas varias, diremos que las muestras de nuestros sangre azul en la pantalla se limita a breves chistes y parodias en los últimos tiempos. Autocensura. Quizá esa sea el resumen de la licencia creativa en este sentido. Sólo algunos parecen romper esa barrera y atreverse al chascarrillo (no la sátira). Algo más o menos inocente aunque con mucha intención sobre un monarca que se jacta (o eso nos dicen las crónicas) de los chistes que cuentan sobre él.

21 de noviembre de 2006

Fideo del oeste (Spaghetti Western)

Nunca me gustaron las pelis del oeste, tan sobradas, en la mayoría de las ocasiones, de un cierto maniqueísmo casposo. Honrados y abnegados cow-boys defienden sus reses de los malvados cuatreros, mientras el bueno del general Custer muere con las botas puestas a manos del pérfido Toro Sentado y sus indómitos secuaces sioux en Little Bighorn. Para más inri, el guaperas de John Wayne (????) se lleva a las chicas de calle. No lo puedo evitar, me revienta, me escuece, me jode... el simplismo del bien y del mal, me aburre soberanamente. No sé, prefiero las historias más elaboradas, que no cuestionen la moralidad de los actos, precisamente porque los actos que representan carecen de ella. Donde se estudie la psicología del personaje, qué es lo que le lleva a hacer el mal, que no se quede en que el bueno, puteado en un principio por el malo de turno, consigue resarcirse y derrotar a su némesis. Y esa es, a mi juicio, una de las carencias del género del Western, que no van mucho más allá del esquema antes mencionado.

Cuando ya dí por desahuciado al género, apareció ante mí un halo de esperanza. Una película diferente, algo que me haría cambiar de opinión en cuanto a las películas de vaqueros. No, no se asusten, no fue Wild Wild West (¿aún no entendí la película, alguien me la podría explicar?) ni Brokeback Mountain (película cuyo mérito fue el de hacer evidente lo que ya sospechábamos del género... ya saben, y perdón por el chiste fácil, hombres solitarios en las inmensidades del far west estadounidense... es posible que surja el amor entre ellos). Tampoco fue Rápida y Mortal, con Sharon Stone; ni Cuatro mujeres y un destino (en su versión mainstream ni tampoco en la versión porno).
El bueno (Clint Eastwood)

La película que me hizo cambiar de opinión fue, sin lugar a dudas, "Por un puñado de dólares", del cineasta italiano Sergio Leone. Con esta película, Leone, inaugura un género, el Spaghetti Western, caracterizado por la ausencia de medios, financiación eminentemente italiana y por ser rodadas en su gran mayoría en el desierto de Almería. El calificativo sirvió, sobre todo para descalificar al género, sin embargo, películas como las de Leone han obtenido el reconocimiento de crítica y público. Películas que he visto una y otra vez y que no puedo dejar de ver porque cada vez que las veo, descubro un nuevo detalle que anteriormente había pasado desapercibido ante mis ojos. El caso es que esta "Per un pugno di dollari" abre la que será conocida como "Trilogía del dólar", protagonizada por un personaje sin nombre (a veces le llaman Blondie) interpretado por uno de los más duros de la historia del cine, el incombustible Clint Eastwood y caracterizado por la misma ropa, el mismo zarape, el mismo sombrero y la misma facilidad para descargar las balas de su revólver y que incluye "La muerte tenía un precio" y la mítica "El bueno, el feo y el malo"

El feo (Elli Wallach)

La gran suerte es que la trilogía es emitida a menudo por el canal autonómico de Madrid y pude hacerme fácilmente con copias (desde luego, legales) de los 3 filmes. La mala calidad del analógico no permite disfrutar en todo su esplendor de la espectacular banda sonora de Ennio Morricone (quien dará música a toda la trilogía y a los politonos de algunos teléfonos móviles en la actualidad) y en cuanto tuve la oportunidad me pasé al digital [guiño, guiño - el que hace de Judas en Jesucristo Superstar - guiño, guiño]

El malo, malísimo (Lee Van Cleef)

Lo mejor de esta trilogía son los argumentos y los personajes carentes de moralidad, que recuerdan a la mejor noverla picaresca del siglo XVII. No existen los buenos, aunque el título de la última película nos haga pensar que el personaje interpretado por Eastwood, lo es (nunca te fíes de un extraño y menos si no sabes su nombre). Personajes bien definidos que no se corresponden con ningún arquetipo. También los diálogos son de lo mejor, y han inspirado a generaciones de directores como Quentin Tarantino, Robert Rodríguez, etc... (el título de esta entrada se corresponde con el título de una canción del grupo de éste último, Chingón, y que es un homenaje a la música de este tipo de películas).

De las tres películas, tengo predilección por "El bueno, el feo y el malo". En mi opinión, es la más lograda porque contiene uno de los más memorables climax cinematográficos en su duelo final. Un duelo a tres bandas en el que Leone sabe plasmar la atmósfera agónica y épica del momento con un steadycam de libro. Pura adrenalina aderezada con la música de Morricone, cuyo talento se materializó en las composiciones "The ectsay of gold" (esa canción con la que los Metallica comienzan todos sus conciertos) y "Il triello" (que acompaña los momentos de tensión del duelo más grande de la historia del cine).

Toda una delicia para aquellos que gusten del buen cine y las grandes bandas sonoras. Grandes historias que me hicieron ver que el Western no era sólo John Wayne y las disputas entre indios y vaqueros. Que más allá del tópico de buenos y malos propio del Western, hay lugar para historias más elaboradas. Sin duda, una trilogía recomendabilísima. Que ustedes la disfruten.

19 de noviembre de 2006

Cómo perder una guerra (y por qué)

Pasaba yo por delante del expositor de libros recién adquiridos de mi biblioteca cuando me tope con una interesante portada. La famosa imagen del levantamiento de la bandera Iwo Jima con la enseña en blanco. “Cómo perder una guerra (y por qué)”. [No en vano en su título original incluye "The white flag principale", materia de la que se ocupa] Título llamativo que no pude evitar tomar prestado [guiño, guiño –Teddy Bautista- guiño, guiño].

Inteligente propuesta del periodista de origen israelí, Shimon Tzabar, con un pasado de militancia en grupos terroristas que combatieron contra los británicos antes de la Segunda Guerra Mundial en Palestina. Se publicó en nuestro país en el año 2005 en una edición revisada y actualizada que incluye ejemplos más próximos a nuestros días. Con 145 hojas, de rápida lectura, y con un buen número de referencias bibliográficas que sirven de apoyo a las opiniones del autor.

El planteamiento de la obra parte de la original premisa que propone la idoneidad de una derrota en lugar de una victoria en un conflicto armado. Tzabar considera que en algunas ocasiones es conveniente una derrota. La no victoria puede reorientar la marcha de una economía, transformar el modelo de sociedad, traer una nueva época de prosperidad… la Historia, es su opinión, lo ha demostrado. Japón, por ejemplo, tras su derrota en el 1945, cambió su modelo económico y eso le permitió sobrevivir a un modo de producción que le hubiese causado la ruina. Y es por ello que plantea una estrategia para la derrota en la que la victoria es que a uno le ganen.

Revisando algunos autores clásicos como Clausewitz o Sun Tzu, desmonta las estrategias que conducen al triunfo y traza una serie de reglas que cualquier estado debe seguir si quiere ir a la guerra y perderla. El establecimiento de una política exterior efectiva dirigida a la pérdida de los aliados y la búsqueda de enemigos efectivos (lo más próximo a la frontera propia posible). Capítulo especialmente interesante por los métodos que plantea; cómo arruinar una economía próspera; la formación de un ejército débil, cobarde y desentrenado; una estrategia de campaña que asegure el caos en el campo de batalla; cómo fomentar la desunión en la propia sociedad para garantizar la no resistencia a un enemigo común; toda una serie de premisas destinadas al establecimiento de un plan maestro que conduzca a objetivo planteado: perder la guerra.

El libro está escrito con un gran sentido del humor y pragmatismo. No obstante, es bastante tramposo en la búsqueda de los ejemplos en los que sostiene su argumentación. Hecho que no es exclusivo de este autor sino de todos aquellos que desean demostrar lo acertado de sus argumentos. Una falta que se perdona por lo original del planteamiento que en realidad nos conduce, casi sin pretenderlo, al establecimiento de una guía de lo que no debemos hacer para ganar una batalla de un modo global. Así, pese a los intentos de Tzabar de mostrarnos lo conveniente de la derrota, nos da pistas de lo sencillo de la victoria.

Mención especial merece las páginas dedicadas a desmontar la propaganda sobre los campos de prisioneros enemigos. El periodista nos recuerda que buena parte de la valentía de un ejército se encuentra en el miedo a la captura que se ha infundido, por medio de propaganda institucional, desde el propio país. Torturas, hambre, malas condiciones sanitarias, hacinamiento… que, a su juicio, sólo existen cuando un ejército atrapa un gran número de prisioneros y no puede organizar adecuadamente su cautiverio. Pone de manifiesto el trato exquisito que recibieron los oficiales nazis en los procesos de Nuremberg, los campos de prisioneros de británicos en la Alemania nazi, los prisioneros en Solmone (Italia)… en contraposición con las imágenes de vejaciones que la propaganda se encarga de distribuir entre la tropa para garantizarse el máximo esfuerzo de sus soldados. (Para aquellos que quieran ver un ejemplo del trato, en otros muchos campos de prisioneros de la Alemania nazi, a prisioneros británicos, como ejemplo, que pinchen en este enlace)

Una propuesta interesante que conviene leer para interpretar desde una visión más amable los conflictos armados y las consecuencias que estos tienen.

15 de noviembre de 2006

Tony Hanna and the Yugoslavian Gipsy Brass Band

Uno llega a estas cosas como se ha de llegar a los pequeños grandes encuentros. Buscando música de Goran Bregovic en una tienda de discos a mis manos calló este libro-disco cuya portada te invita irremediablemente a comprarlo por miedo a que sea la última copia y que no exista otro medio posible de hacerte con sus sonidos.

Si comienzas a leer el libro, te das cuenta de dónde se integra la obra que tienes entre manos. “Mi aldea perdida en algún lugar entre Belgrado y Bagdad” reza el título de la misma. La tierra de los gitanos que tantos otros han descrito, la Atlántida de un pueblo errante que entendía de nación antes de que la Modernidad atrapase el concepto para sí. Lo que vas a escuchar es parte de sus muchos himnos.

Introducimos el disco en el reproductor y la mezcla de estilos que se preveía no decepciona. El gran Tony Hanna fue uno de los cantantes libaneses de mayor éxito mundial en los 70 cuando, de repente, abandonó el mundo del espectáculo, abandonó sus residencias en Detroit y Londres y puso rumbo al pueblo de sus antepasados en Líbano. Restaurando la casa familiar y convirtiéndola en una pequeña fortaleza, Hanna se refugió allí en busca de sus raíces, huyendo del monstruo del negocio musical. Sin embargo fueron sus admiradores de la Yugoslavian Gipsy Brass Band los que nunca se olvidaron de él y consiguieron sacarle de su retiro. Tony aceptó sin pensárselo y firmó el contrato sin siquiera leerlo, sabedor de que entre músicos gitanos no hace falta más que darse la mano.

Cantando canciones de Michel Elefteriades, la mezcla de sonidos árabes con la pasión del floklore gitano de los Balcanes hace que uno no pare de bailar o de tamborilear con los dedos durante toda la sesión. Cuando lo terminas de escuchar piensas cómo has podido vivir sin esto antes. La primera sensación que transmite es la de alegría. Felicidad por ser libre y por saberse tal. Eso te dicen desde la banda de los gitanos yugoslavos. Hay canciones, como Arabalkan, en la que hasta las gallinas parecen formar parte de una extraña orquesta que transmite todas las sensaciones de de la vida. Tenía razón Bregovic cuando decía que la música de los gitanos jamás podrá ser conquistada por la burguesía, pues para poder tocarla de esa forma es necesario que los músicos escupan más de lo que una sala convencional está dispuesta a permitir. Afortunados ellos, afortunados los que admiramos la forma de vivir y de sentir de estas personas.

Trágicos sones se combinan con la alegría de las trompetas y aunque uno no sepa qué quieren decir las letras en árabe, por seguro aprehenderá lo que quiere decir cada canción. Es una suerte que en España alguien como Dro esté distribuyendo esta música. La única manera que había de conocer a los otros gitanos, esos que no cantan flamenco, era yéndose a los barrios marginales de las ciudades balcánicas. Donde la recogida de basuras consiste en montones apilados en las esquinas de unas calles sin asfaltar. Donde los niños andan descalzos, donde la marginación es sinónimo de libertad y la riqueza, mucha o poca, se comparte. Donde las diatribas morales sobre el bien y el mal se desvanecen teniéndose que procurar un lugar en el mundo.

Un disco como éste es digno homenaje a la gente que habita esos lugares. A la nación más grande que jamás tuvo un Estado. A los que aportan miles de conceptos culturales a las identidades nacionales de toda Europa mientras ésta les repudia y les teme. A los que no entienden, ni quieren, de derechos de autor [guiño, guiño –Teddy Bautista, guiño, guiño] porque piensan que la música es patrimonio de todos. A los que se sienten libres porque no tienen obligaciones con el Mundo. A las últimas tribus nómadas que habitan Europa y que sienten como suyo todo el cacho de tierra que va desde Bagdad hasta Belgrado.

10 de noviembre de 2006

Creía que Paul Auster era Dios

Paul Auster pertenece a esa generación de escritores que han convivido y vivido en la frontera que existe entre los literatos y los guionistas de cine. Aunque le sobrepasan nombres mucho más célebres como Arthur Miller, por su talento y matrimonio con uno de los mayores mitos de la industria cinematográfica, o Truman Capote, más destacado últimamente por los biopic que por sus obras. No obstante, la reciente concesión del premio Príncipe de Asturias (un premio cuya relevancia la pone el premiado y no el galardón) le ha dado lustre a su nombre en nuestro país. Como digo, el interés por el cine de Auster ha sido siempre manifiesto. Cuando se encontraba en Paris huyendo de los reclutamientos de Vietnam hizo todo lo posible por trabajar en ese medio. Llegó a participar como actor en una película titulada “The Fall” en 1969. Trabajo que repetiría en “The music of chance”, adaptación de una de sus novelas y en la que se reservó un papel.

Paso a paso, novela a novela, poema a poema, obra de teatro a obra de teatro, se ha ido convirtiendo en uno de los autores de habla inglesa más respetados de las últimas décadas del siglo XX. Sin abandonar su gran pasión, el cine. Wayne Wang director de cine, le da la oportunidad de adaptar uno de sus relatos breves para la gran pantalla. Oportunidad que no deja pasar por alto y que continúa con el guión de la genial película “Smoke”, en cuya dirección participó pese a encontrarse fuera de créditos. Prosigue en la continuación no continuada de “Blue in the face”, en la que ya aparece en los créditos como director. “Lulu on the bridge” sería su siguiente contribución de otras tantas en forma de adaptación de sus novelas, guiones o dirección. La última de sus incursiones es “The inner life of Martin Frost” que pronto se estrenará.

Recientemente, con motivo de esa macabra celebración que algunos llaman cumpleaños, los otros dos destripadores de este blog tuvieron a bien regalarme la obra de Auster “Creía que mi padre era Dios”, publicada en nuestro idioma en 2002. Para contarlo de una manera sencilla, el autor en su programa de radio pidió la colaboración de sus oyentes. Envíen relatos y si son buenos los leeremos en antena. Cosa sencilla porque el éxito de la convocatoria fue considerable. Miles de personas enviando sus escritos, todos ellos publicados nominalmente [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño].

Con la compilación de 180 historias de “Creía que mi padre era Dios”, Auster recoge estas contribuciones en la pretendida construcción de una radiografía de la vida estadounidense. Al menos así es como se postilla el título del volumen, claro que el contenido del mismo no puede entenderse como una huella social de la vida americana. Los localismos y particularidades de los escritos, en muchas ocasiones en primera persona, no ofrecen las suficientes pistas como para realizar trazas maestras de un boceto de ninguna sociedad. A pesar de ello, da pistas de la existencia de una voluntad por contar cosa que aprovecha cualquier excusa para lanzarse.

Pese a realizar una selección entre más de cuatro mil relatos, que presenta por categorías temáticas: animales, muertes, guerra, amor… la irregularidad es la nota más destacada de esta obra. Narraciones de poca trascendencia se cuelan entre algunos relatos cortos con una enorme calidad, de esos que dejan buen sabor de boca y a los que se pide un par de líneas más. No obstante y pese a lo que pueda parecer, el trabajo de Auster como editor es de una considerable valía al aunar toda esta masa de relatos informes consiguiendo una extraña pero palpable continuidad. Quizá sea la mayor virtud de esta obra en la que Auster coloca cada pieza en su lugar del álbum, presentándolo de una manera tramposa pero acertada, como toda una colección de imágenes. Si tienen ocasión no pierdan la oportunidad de leer al menos algún fragmento, no podrán pasar por alto ninguno.

9 de noviembre de 2006

El antiglamour de Hollywood


Nunca una imagen destinada al antiglamour ha tenido tanto glamour como esta [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]. Con motivo del 25 aniversario del Festival de Cine Independiente de Sundance, algunos de los actores más conocido de Hollywood han recordado sus primeros trabajos alejados de la pantalla para parodiarse a sí mismos y a la brillantina que rodea los grandes estudios. En la imagen Robert Redford, padre del festival, acompañado de Paul Newman y Glenn Close, ambos recordando sus trabajos de camareros previos a su éxito en el cine.

7 de noviembre de 2006

La luna es una cruel amante, de Robert A. Heinlein

El_situacionista, en su anterior entrada, hacía una invitación para adentrarnos en el mundo de la utopía-distopía con la obra de Evgeni Zamiatin, Nosotros. En este caso, trataré de presentarles una obra de Ciencia Ficción, género que no dista mucho de aquél ya que en sus múltiples manifestaciones presenta modelos de sociedad perfectamente organizados que por medio de determinados factores desembocan en tendencias autodestructivas o disfuncionalidades para dichas organizaciones sociales.

The moon is a harsh mistress (La luna es una cruel amante en su edición en castellano) es uno de esos apasionantes libros que le enganchan a uno desde un principio y que no puedes dejar de leer hasta el final. En él, se mezclan elementos clásicos del género utópico-distópico y de la ciencia ficción. El autor, Robert A. Heinlein, considerado como uno de los 3 grandes de la edad de oro de la Ciencia Ficción (junto con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke), nos presenta la lucha de los habitantes de Luna por alcanzar su independencia de la Tierra. Una lucha protagonizada por un técnico informático lunar y Mycroft (alias Mike), una suerte de super-ordenador que toma conciencia de sí mismo a través del humor y que será pieza fundamental para que la secesión lunar llegue a buen puerto. Por supuesto, cuentan con la colaboración de una joven atractiva, llamada Wyoming Knott (sutil juego de palabras que realiza Heinlein al referirse a su diminutivo cariñoso Wye Knott, fonéticamente idéntica a la expresión Why not?, que como ustedes bien saben quiere decir: ¿por qué no?, dando a entender la natural predisposición de la joven a determinadas actividades castas y no tan castas) y de un anciano y sabio profesor, Bernardo de la Paz, quienes completarán la conspiración liderada por un ficticio Adam Selene y que dará fin al gobierno represivo de Luna y su inicio como Estado independiente.

Se trata, ante todo, de un manual revolucionario en toda regla, ideal y recomendable para todas aquellas naciones sin Estado que sueñen con su independencia. También es una apología del liberalismo más extremo pues la base del conflicto radica en la desigualdad comercial entre la Tierra y su colonia Luna, sometida a un ferreo intervencionismo de la autoridad lunar y a las barreras arancelarias de la Tierra que disminuían de manera considerable los márgenes de beneficio de los productores selenitas. El lector más avezado advertirá que Heinlein reconstruye el esquema de la guerra de independencia estadounidense, cuyo origen tiene que ver más con conflictos de tipo económico que con el pretendido ideal de libertad. En esta novela se hacen patentes las propias ideas políticas de Heinlein, no tanto fascistas como evidentemente liberales y conservadoras, sumamente influidas por el darwinismo social y el individualismo.

Heinlein también describe una curiosa forma de organización familiar: la de los matrimonios lineares (clan marryaging), adoptado por la población lunar, formada en su origen por población reclusa y con una ausencia destacable de mujeres. Se trata de una especie de matrimonios conformados por un número indeterminado de sujetos que establecen vínculos sentimentales y de cooperación entre ellos. En la edición que tuve en mi poder (la de Acervo de 1975), se omiten determinados detalles sobre la vida "marital" de este tipo de unión, detalles que son explicados en la edición original y en las ediciones traducidas al castellano posteriores.

En definitiva, se trata éste, de un libro que hará las delicias de aquellos a los que les apasionan las ciencias sociales, las tramas de corte político y la Ciencia ficción. Si no pertenece a este grupo lo mejor es que pase del libro y ocupe su tiempo en otros menesteres (¿quizás leer otro libro?). Hace algún tiempo se comentaba que el productor de la serie Angel, Tim Minear iba a realizar una adaptación de esta novela premiada con el premio HUGO (prestigioso premio literario del género de la Ciencia Ficción) para llevarla al cine. No tengo más noticias sobre el asunto, y esperemos que de ser así, no cometan la misma barrabasada que hicieron con otra de las novelas de Heinlein, Starship troopers, o similares adaptaciones del género. También decir que el elevado precio de los libros en este santo país [guiño, guiño - editoriales, distribuidoras, Teddy Bautista - guiño, guiño] , hace que pequeñas joyas como ésta sean inalcanzables para algunos bolsillos. No obstante y desde aquí se recomienda el uso de las bibliotecas públicas o el préstamo desinteresado de almas caritativas. En cualquier caso y sin importar el medio utilizado para hacerse con esta novela, desde aquí deseamos que ustedes la disfruten.

3 de noviembre de 2006

Nosotros, de Yevgueni Zamiatin

El mundo de la literatura utópica es realmente apasionante si el lector pone empeño en discernir las pequeñas diferencias que existen entre todas las obras sí mismas y entre lo que ellas relatan y la realidad. El libro que aquí presentamos se titula Nosotros y fue escrito en 1920 por el autor ruso Yevgueni Zamiatin. Es de recibo reconocer a este autor una crítica hiriente al sistema soviético impuesto tras la Revolución del 17. Publicar esta obra le costó el exilio en París, lugar donde moriría años más tarde. Escrita originalmente en inglés, Nosotros asumirá sin vergüenza la misión de caricaturizar el régimen soviético destacando lo que de horrible hay en él y a la vez sirviendo de crítica, cómo sólo las buenas obras distópicas pueden hacer, al sistema Moderno de ordenar la vida política

Planteando la trama en un mundo donde el holocausto mundial ha obligado a refugiarse a los supervivientes en una campana de cristal que les protege de la naturaleza salvaje, Zamiatin situará en el centro del sistema político a la Razón. La racionalización de todos los procesos, públicos o privados, que hay en la vida será obra de lo que es llamado el Estado Único. Es muy interesante observar cómo el autor colocó un poso de lógica racional a toda acción que el sistema emprende hasta el punto de hacer natural la vida antinatura. El título de la obra, Nosotros, está presente en todo el texto al existir una dialéctica nosotros-vosotros-ellos que diferencia muy bien a los grupos presentes en la discursiva. Escrita como si fuera un diario de uno de los hombres clave en los desvaríos del Estado Único, la novela sitúa a los individuos como piezas pequeñas de una gran maquinaria, la que realmente tiene importancia y por la que se han de hacer todos los sacrificios individuales posibles.

El mundo que describe Zamiatin es un mundo de paredes de cristal, donde la privacidad no existe salvo para el sexo y los nombres han dejado paso a la deshumanización del código de serie. El autor del diario escribe para vosotros -el lector- que será un ser considerado inferior por el hecho de no poseer aún la sabiduría para crear un Estado Único. La misión de nosotros será la de llevarle la bendición del Estado Único a vosotros, sin embargo una serie de acontecimientos –llevados a cabo por ellos, naturalmente- pondrán en compromiso el cometido.

Todo lector que se acerque a este ruso casi desconocido en España tras haber pasado por 1984 de Orwell no podrá negar que este inglés leyó y calcó a aquel ruso. Los parecidos en la trama son similares, si bien Zamiatin supo insertar mejor que Orwell la racionalidad moderna del Socialismo Real de la URSS. Por supuesto, Nosotros está notablemente mejor escrita que 1984, lo que se agradece bastante. La figura del Estado Único es sustituida por Orwell por el llamado Gran Hermano. Las paredes de cristal producen el mismo efecto de control que la Pantalla de 1984. Los paralelismos son tantos que en ambos relatos los hombres son los protagonistas y unas enigmáticas mujeres –las cuales saben cómo despertar los instintos más salvajes de éstos- romperán su rutinaria y tranquila vida. Pero no se asusten, el final que Zamiatin le dio a Nosotros no fue el mismo que eligió Orwell para 1984. En ambos casos les sorprenderá.

Para el lector español la obra de Zamiatin parecía aún presente en el Índice de Libros Prohibidos. O más correctamente, ausente de un Índice de Libros Permitidos pues la novela llevaba descatalogada desde que en 1993 Tusquets diera cuenta de ella. Muchas librerías han sido recorridas en busca de un ejemplar perdido, nuevo o viejo, y otros tantos lectores se han visto en la tentación de adquirir un ejemplar por medios de dudosa legalidad pero de incuestionable eficacia [guiño, guiño -Teddy Bautista- guiño, guiño]. Sin embargo el año pasado, una pequeña editorial aragonesa, de origen libertario, y especializada en senderismo y librodiscos de música popular muy recomendables llamada Prames, logró sacar a la luz una edición posibilitando que una nueva lectura de este texto, tan actual en tiempos del Socialismo Real, como hoy. Es lo que pasa con las obras distópicas, que sirven para las dos caras de la Modernidad, la socialista y la capital, y nunca pasan de moda.

Que la disfruten.